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‘Pirotecnia’ de Mundy, paradoja excedida

A cien años del nacimiento de la escritora vanguardista de Oruro

/ 9 de septiembre de 2012 / 04:00

Recientemente se celebraron cien años del nacimiento de la escritora orureña Hilda Mundy, (Oruro, 1912). Su breve obra, pero fundamental para la literatura boliviana, es aún marginal salvo en los círculos académicos. Sin dudas Mundy es una de las más importantes escritoras bolivianas del siglo pasado y aún así su obra es desconocida. Hay que decirlo, esta falta es atribuible a la mediocridad de nuestro magisterio, pues Mundy debería ser una lectura obligatoria en los colegios, aunque es de creer poquísimos maestros han oído hablar de ella.

A continuación se presenta una lectura de su libro Pirotecnia (1936). Inscrito en el ultraísmo (el subtítulo del libro es “Ensayo miedoso de literatura ultraísta”), este texto se resiste a cualquier taxonomía genérica, se niega a ser objeto del fascismo que significa toda clasificación. Con una escritura que pulula entre la poesía, la narrativa y el ensayo, este libro pone en juego lo cotidiano y lo urbano, lo cual es una ruptura con el modernismo trasnochado que seguía campeándose en las letras bolivianas y versando sobre lo que la tradición consideraba “sublime” y lo convencionalmente reputado de estético.

Mundy desciende a un plano más terrenal, sus temas son los de la vida corriente de cualquier ciudad, cosa que nunca haría el modernismo, ése es su gesto ultraísta: un tema cualquiera es convertido en estético: el desayuno de una pareja de pequeños burgueses, el precinto de seguridad de una botella de vino, la lotería, un partido de fútbol, los automóviles, las losas públicas.

URBANO. Los tópicos enumerados tienen en común, en esa época, el ser exclusivos de la vida urbana. La exploración de la ciudad recién sería tratada por las letras bolivianas mucho después; sin embargo, en la década de los 30, era muy común que los escritores hagan la oposición campo-ciudad desde una óptica sociológica, lo que resultaba en una pobreza estética. La escritura de Mundy es una de las primeras que se sumerge en la urbe escapando de esa obstinación sociológica de la literatura boliviana.

En la lectura de Pirotecnia del estudio Hacia una historia crítica de la literatura boliviana de Blanca Wiethüchter y Alba María Paz Soldán, se afirma que Oruro, en los 30, gracias al auge del estaño, era una de las ciudades más “avanzadas” del país en cuanto a acceso a esos objetos que son indicios de lo moderno: vehículos, luminarias públicas, aeroplanos, etc. Éstos son parte central de la escritura de Mundy, quien repetidas veces dirá “este siglo del automóvil”.

En su libro, la vida urbana no está marcada por el signo de la negatividad, pero tampoco es feliz, sino ambigua. Esto se manifiesta en el constante uso de la figura literaria de la ironía (en su nivel más básico y escolino consiste en decir algo y en realidad referir lo contrario) y también por una suerte de paradoja (frase en la que cohabitan dos ideas opuestas) contenida no en una oración, sino que sólo termina de cerrarse y unir los contrarios en un conjunto de textos articulados. Lo mismo sucede con la ironía, Pirotecnia excede ese uso irónico que se reduce a la frase.

La crítica literaria Linda Hutcheon —en su texto Ironía, sátira y parodia. Una aproximación pragmática a la ironía— dice que el estudio de la ironía en un texto literario tiene que exceder a la frase irónica y poder afirmarse que un texto literario en su conjunto puede ser irónico más allá del uso aislado de este recurso en una oración o verso. Pienso que lo mismo puede decirse de la paradoja, y pensarse un texto paradójico no por el uso repetido del este recurso, sino por una producción de sentido global. La tesis de Hutcheon es válida para la obra de Mundy.

Dicho con ejemplos: la paradójica ambigüedad de la vida urbana que propone Pirotecnia puede ser tanto una fuerza de vida, como de muerte en vida (cuando por ejemplo la masa citadina es absorbida por la cotidianidad burguesa) en el sentido de ser atrapado por ese némesis del narrador de Proust: el Hábito. Esto da como resultado una suerte de paradoja global de la obra, en donde también está presente la ironía.

El signo negativo de la vida en la ciudad, en la forma descrita en el anterior párrafo, puede ser visto por ejemplo en el texto IV de la primera parte, en donde se desarrolla, sobre el enamoramiento de una pareja, un lirismo deliberadamente burlesco por ser tan artificial: “Como un brochazo crudo, el doncel envió un beso inconsútil enredado en las yemas de los dedos que la enamorada se encargó de recibirlo en la fragancia tentadora de su boca…”; sin embargo, a modo de “vuelta de tuerca” (que es como generalmente este texto resuelve la ironía) se remata el idilio: “Y pensar que este amor hecho poema, terminó con un esposo neurasténico, una esposa con la curva de la maternidad cansada, una estufa y un gato”. La vida pequeño burguesa de la urbe invade hasta el amor.

VIDA. Por otro lado, la ciudad también tiene un signo positivo de vida que es lo que finalmente cierra la paradoja. En el escrito Tres de la segunda parte es “la vida de ciudad”, o más bien la observación de ésta, la hace que el cansancio y el aburrimiento (orígenes del suicidio, según ese texto) huyan. De igual forma funcionan el coktail y el jazz en el título Dos de la segunda parte, los cuales son elementos imposibles en una cotidianidad provincial: “Mientras el coktail baila un blues lento y entreverado con ácido málico del postre del restaurante”. Así, la ciudad es el espacio que une los signos de la vida y la muerte en una paradoja que no puede existir en una mera frase, sino en un conjunto de textos.

Ya se mencionó que el auge del estaño llevó tempranamente a Oruro esos objetos de la modernidad (automóviles, etc.), por lo que el libro de Mundy se detiene a hacer de los aspectos cotidianos, pero novedosos, un pretexto literario, por ejemplo las antes inéditas aglomeraciones de una ciudad. Como hiciera Walter Benjamin en su escrito El París del Segundo Imperio en Baudelaire, en el subtítulo “El flâneur” (Iluminaciones II), donde se marca cómo el tranvía fue el lugar donde por primera vez la gente tuvo que estar junta por un periodo largo de tiempo sin tener que dirigirse la palabra. El texto Ocho de la segunda parte de Pirotecnia parece entrever que la aparición de los colectivos tuvo como novedad la primicia de la aglomeración urbana en donde por primera vez las personas tenían que estar en constante contacto físico sin haberse conocido nunca. A esto Mundy agrega un elemento erótico: “Por primera vez en su vida el señor de los bigotes retorcidos roza con la estilizada pantorrilla de la nena de los soquets blancos”.

Así, la vida urbana teñida de novedad por sus elementos modernos en Pirotecnia se va tornando habitual y cotidiana, esta tensión de contrarios presente en todo el libro es la que hace que pueda leerse una suerte de paradoja de lo nuevo y lo cotidiano que excede a la mera oración.

Hilda Mundy (1912 – 1982)

Laura Villanueva Rocabado (Hilda Mundy) nació en Oruro en 1912. Ha publicado Pirotecnia y Cosas de fondo. Impresiones de la Guerra del Chaco y otros escritos. Es una de las representantes de la vanguardia literaria del país. Su libro Pirotecnia ha sido reeditado por Plural Editores de La Paz.

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Esas marchas inolvidables del 1 de mayo en La Paz

La celebración aún persiste en Bolivia

/ 29 de abril de 2012 / 04:00

En un mundo globalizado que casi ha despojado de su contenido simbólico al 1 de mayo y a los mártires de la Masacre de Chicago (Estados Unidos en 1886), Bolivia es aún un espacio que reivindica la lucha de los trabajadores cada año, aunque los festejos están en declive. En otros países ese día ni siquiera es un feriado. El recordatorio de esta fecha se encuentra en etapa de desaparición en el resto del mundo y más aún en los países llamados del “primer mundo”.

Ese día, en La Paz, es el único en que aún pueden visibilizarse, durante la tradicional marcha, a los nostálgicos miembros de partidos políticos del pasado, muy importantes en su tiempo, como el Partido Socialista Uno (PS-1), el Partido Obrero Revolucionario (POR) o el Partido Comunista de Bolivia (PCB), siglas que forman parte de nuestra historia política y están en vías de desaparición o ya fueron asimiladas por el Movimiento Al Socialismo (MAS).

Aún así, es evidente que la celebración no tiene ya ni siquiera esa participación que tuvo en los 80 y los 90 (momento en que ya se comenzaba a sentir que algo había cambiado). En las últimas marchas del 1 de mayo ya no se ve por ningún lado al legendario “Comandante Mamani”, quien perdió la razón a causa de las torturas que recibió por parte de los militares en las dictaduras; ya no se lo ve parado en alguna jardinera cerca de la Comibol (Corporación Minera de Bolivia) o de la Federación Sindical Única de Trabajadores Mineros de Bolivia saludando y recibiendo aplausos de los participantes, ni desfilando por delante de la Comité Ejecutivo de la Central Obrera Boliviana (COB).

Ahora hay una marcha más bien modesta y una concentración en la plaza Murillo de sinceros seguidores de Evo Morales y también de funcionarios públicos que deben asistir para “hacer bulto” y no arriesgarse a perder sus trabajos, todos esperando a que el Presidente del Estado salga a dar su habitual discurso y promulgue derechos para los trabajadores que estén incluidos en la Ley General del Trabajo. Todos lo aplauden año tras año, aunque tristemente gran parte de los concurrentes celebran logros laborales de los cuales no podrán beneficiarse, pues los empleados del Estado no están cobijados por esa norma.

En los años del 20 al 30, Blanca Dávalos (ciudadana nacida en 1914 y ya difunta) recordaba que el 1 de mayo inclusive se cortaban los servicios de agua y luz en La Paz y se salía a marchar con banderas rojas cantando La Marsellesa; absolutamente nadie trabajaba ese día.

Antonio Peredo Leigue, senador durante la primera gestión de Morales y exmiembro del Ejército de Liberación Nacional (ELN), recuerda la primera marcha del Día del Trabajador después de la Revolución Nacional, en 1953. “Fue glorioso ver a los mineros y campesinos desfilando como milicias armadas. Cuando pasaban por el sector oficial en la plaza San Francisco, lanzaban descargas al aire de sus rifles Mauser”, cuenta.

Por su puesto, hoy las los petardos han reemplazado a las balas.

Otra marcha que se quedó en su memoria es la de 1978, después del derrocamiento de Hugo Banzer. Peredo relata que llegó a San Francisco a las 09.00, recién salido de la cárcel. “Estaba plagado de agentes de civil de la DOP (Departamento de Orden Público o “Político”, como los izquierdistas sustituían críticamente la última palabra). Cuando partió la marcha a las 11.00, la COB dio la orden de ir por la Mariscal Santa Cruz, pero habíamos quienes insistíamos en ir por la Comercio a la plaza Murillo. Así lo hicimos y la COB se nos unió y se le cedió la cabecera”.

Recuerda que habían agentes de la DOP en el techo del Palacio de Gobierno apuntando sus armas hacia la multitud. Cuando se llegó otra vez a la San Francisco para el momento de los discursos, describe, había un mar de gente, “ésa fue la demostración de que Banzer había sido derrotado”.

Remberto Cárdenas, antiguo militante del PCB, en coincidencia de algún modo con Peredo, no olvida la marcha del 1 de mayo efectuada en La Paz a pesar del toque de queda dictado por Luis García Meza en 1981. “Fue una movilización muy concurrida. Como se habían disuelto los sindicatos, el dictador creó la figura de los ‘consejeros laborales’, que eran los que en realidad efectuaban el control político a los trabajadores. Algunos de ellos convocaron a la marcha de todos modos, a pesar del rechazo que hacia ellos sentían los asalariados”.

Según dice, fue una de las movilizaciones más concurridas que vio. “Se gritaban consignas de reivindicación de la democracia”.

En tiempos de la dictadura las marchas siempre se llevaban la carga de los pedidos de democracia, el “recuerdo de los caídos y las plataformas de demandas”; las desavenencias entre sectores sindicales opuestos eran olvidadas ese día, aunque también había un lado festivo y era una celebración, narra Cárdenas.

Algo que ha cambiado mucho es el espacio físico de la concentración final, al momento de los discursos en San Francisco. “Era muy diferente cuando esa plaza era una explanada enorme donde todos nos podíamos ver. Con los cambios arquitectónicos hechos hay como un corte que separa y ha quitado esa posibilidad”, añora Loyola Guzmán, exmilitante del ELN.

En efecto, recuerda cuando la Asociación de Familiares de Desaparecidos y Víctimas de las Dictaduras (Asofamd) entraba con las fotos de sus seres queridos.

“Esa característica en concreto se fue perdiendo con el tiempo a partir del gobierno de Morales”.

Ya en 1986 comienza el declive, recuerda Gonzalo Aguilar. “Antes nadie trabajaba en absoluto esa fecha. Recuerdo la marcha del 86, después del Decreto Supremo 21060. Cuando ésta pasó por la Mariscal Santa Cruz, donde se estaba construyendo el edificio Handal, vi que habían albañiles que seguían haciendo su labor. Creo que fue la primera vez que pasó, antes eso era impensable, todo se paralizaba totalmente. Seguramente tuvo que ver con el decreto neoliberal lanzado un año antes (21060)”, cuenta.

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