El músculo literario de Dylan
A sus 71 años, Bob Dylan acaba de poner en circulación el álbum 35 de su carrera: ‘Tempest’
La numerosa parroquia dylaniana tuvo el 11 de septiembre una cita reconfortante: Sony editó Tempest, el álbum 35 en la discografía en estudio de Bob Dylan. Es su primera colección de canciones originales desde Together through life, de 2009. El hombre tiene 71 años. Ofrece diez piezas modeladas en estructuras clásicas del blues y el folk, con duraciones que oscilan entre los 14 minutos del tema principal y los tres minutos y medio de Soon after midnight. Es decir, Dylan en libertad, sin cortapisas.
Tempest puede satisfacer las esperanzas de cualquier fan del Dylan tardío. Se trata de canciones intemporales: una historia de ferrocarriles (Duquesne whistle), una crónica de venganza (Pay in blood), el retrato de un pueblo maldito (Scarlet town), el desenlace fatal de un triángulo amoroso (Tin angel) y hasta ese clásico del cancionero popular anglosajón que es el desastre del Titanic (Tempest), actualizado con algún guiño a Leonardo DiCaprio. Incluso Roll on John, una elegía para John Lennon, encaja en el patrón de baladas consagradas a héroes caídos.
Tras someterse a las exigencias de productores incordiantes, como Daniel Lanois, Dylan prefiere ocuparse ahora de esas delicadas labores, bajo el seudónimo de Jack Frost. A principios de año, se calzó el sombrero de productor en un estudio discreto y confortable: Groove Masters, en la localidad californiana de Santa Mónica. Cocinó con ingredientes conocidos. Convocó a los mismos instrumentistas que le respaldan en su gira interminable: el baterista George O. Receli, el bajista Tony Gartier, los guitarristas Charlie Sexton y Stu Kimball y el mago de la steel guitar Donnie Herron. Como único invitado, David Hidalgo, de Los Lobos, encargado de añadir detallitos de violín, acordeón y guitarra.
Como productor, Dylan da tratamiento preferente a su voz áspera, que ocasionalmente suena como si hiciera gárgaras con lejía. Cantando con autoridad y deleite, Bob clava unas letras torrenciales. Sus músicos tienen que seguirle discretamente y no hay muchos márgenes para filigranas. Excepto por los chispeantes aires a lo Jimmie Rodgers de Duquesne whistle, se trata de estructuras que estos veteranos seguramente podrían tocar hasta dormidos. Un tema como Early roman kings evoca el imperioso Hoochie coochie man de Muddy Waters. Aunque aquí solo hay una pieza donde se comparte la autoría: Duquesne whistle, Dylan ha vuelto a requerir los poderes narrativos de Robert Hunter, quien fuera letrista de los Grateful Dead.
En Tempest mandan las letras. Daniel Lanois seguramente no le habría dejado intacto el tema que bautiza al disco, una avalancha de folios sobre el Titanic. Con aires irlandeses, Dylan retrata sentimientos y reacciones de los infelices pasajeros. A lo largo de casi un cuarto de hora, apenas hay desahogos instrumentales y Bob no se preocupa de minucias como el estribillo o el posible coro cervecero. Se trata sencillamente de Dylan alardeando de músculo literario.