Durante las décadas de 1970 y 1980 se produjeron en Bolivia dos movimientos políticos diferentes que se opusieron al llamado Estado del 52, sistema que había caracterizado la estructura estatal. Uno de estos movimientos, con mayor fuerza en la parte occidental del país, fue el katarismo indianismo; el otro, con fuerza en el departamento de Santa Cruz, fue la lucha por la descentralización que llevó posteriormente a un movimiento autonomista. Si bien ambos surgieron como propuestas contrarias al nacionalismo, tanto sus planteamientos como los grupos sociales que los sustentan son diferentes aunque de manera increíble, el mismo concepto utilizado por el primero fue reapropiado por el segundo.

El katarismo se asienta en el concepto del colonialismo interno, es decir, en el mantenimiento en la etapa republicana de la situación colonial en relación a los grupos subalternos, una postura generada entre los intelectuales indígenas, sobre todo aymaras; el segundo es un movimiento que se opone al centralismo como herencia colonial, abogando por el fortalecimiento de los poderes locales y es una posición defendida sobre todo por las elites y las clases medias de Santa Cruz.

Actualmente estas dos posiciones se hallan en los dos extremos de la balanza del frágil equilibrio político boliviano. Lo increíble es que el movimiento radical de la Nación Camba se apropió a su vez de este concepto de colonialismo interno, releyendo la relación con el Estado nacional en términos de opresión del Estado centralista occidental y colla.

Las dos posturas han generado desde su proyecto político una relectura y reescritura de la historia que al momento de celebrar los bicentenarios aparecieron como visiones contrapuestas no tanto en relación al proceso en sí mismo, sino a la perspectiva de análisis que presentan sobre el tema; así mientras la postura indianista ha buscado establecer un mayor peso histórico en el proceso de la Sublevación General de Indios y en las figuras de Túpac Katari y Tomás Katari respectivamente, minimizando la etapa de 1809-1825 con el argumento de que en esta lucha no se logró nada a favor del indio, la postura regionalista ha tratado de mostrar la historia de Santa Cruz como un proceso diferente al que se dio en el resto del Alto Perú, destacando, por el contrario, una imagen idílica de la Santa Cruz colonial que creó su propia sociedad o como una región que fue “colonizada” también por occidente.

Dentro del sustrato indianista podemos citar a autores como Roberto Choque, quien resalta en su obra el hecho de que los grandes héroes de la lucha independentista criolla tuvieron una actuación a favor del rey durante las sublevaciones indígenas de 1780-83. De esta manera, se plantea que Pedro Domingo Murillo, el héroe paceño, fue represor de los indígenas de Túpac Katari. Este hecho real ha sido modificado por la relectura indianista y se ha llegado a decir que Murillo fue uno de los soldados que participó directamente en el descuartizamiento de Katari.

Esta relectura ha llevado inclusive a que algunas propuestas radicales propongan quitar el monumento a Murillo de la plaza que lleva su nombre (donde se halla tanto el Palacio de Gobierno como el edificio de la Asamblea Legislativa Plurinacional) para colocar en su lugar un monumento a Túpac Katari.

El sustrato regionalista, con el trabajo de historiadores como Alcides Parejas y Paula Peña, por su lado, se ha centrado en profundizar el tema del proceso hacia la independencia como un capítulo de un largo proceso histórico que culminaría con el desarrollo del progreso cruceño, acompañado de autonomía.

Para ello han resaltado por ejemplo, la fuerza del sistema misional jesuítico o el territorio que abarcaba el obispado de Santa Cruz, destacando, en todo momento, la especificidad de su historia colonial y de su propio proceso hacia la independencia. En su reescritura de la historia resaltan constantemente la falta de atención recibida por parte del poder central (ya sea la audiencia o el gobierno republicano) y una aparente construcción paralela de la nación que, sin negar su situación de bolivianos, se inserta más bien en una identidad regional que por decisión propia decidió ser boliviana. Este sustrato de relectura y reescritura ha apoyado posiciones políticas de autonomismo radical, como el de la Nación Camba que ha generado una visión y una construcción de la historia propia como la génesis de su identidad.

Frente a estos dos sustratos que se contraponen hoy y que se han fortalecido en lo aymara y lo cruceño, existen nuevas perspectivas de análisis del proceso hacia la independencia que abarcan tanto la historia regional como la historia nacional y supranacional. Entre estos estudios se hallan propuestas desde la nueva historia política (Barragán, Démelas, Soux, Irurozqui), con estudios sobre la ciudadanía o la cultura política; propuestas nuevas desde la historia de la guerra (Roca, Asebey, Mamani, Ayllón), que tratan más bien de analizar no las batallas sino la conformación social de las tropas, el rol de los caudillos o el realismo; o propuestas desde el lado de la participación indígena y sus proyectos (Démelas, Soux, Mamani) que analizan a los actores indígenas en el contexto de la guerra.

Pero estos estudios, debido a su carácter más académico y menos militantemente político, permanecen mucho más confinados y no reciben la atención de los medios atrapados en la coyuntura política. Prueba de ello es que durante las conmemoraciones de los bicentenarios de los movimientos de Chuquisaca y La Paz, el discurso oficial ha utilizado el sustrato indianista, mientras que los discursos cívicos han mantenido el sustrato nacionalista.

Una tendencia en la historiografía latinoamericana ha sido la de tratar de desmitificar el proceso, quebrando el hilo de la historia de los héroes o buscando nuevos héroes entre los olvidados del pasado, como es el caso del libro Los mitos en la historia argentina del periodista Felipe Pigna; sin embargo, es importante tener en cuenta que esta historia aparentemente desmitificadora, no hace sino aportar elementos para una nueva mitificación, aunque esta vez de nuevos héroes políticamente correctos para el contexto continental, nacional o local y es que no podemos olvidar que la relectura y la reescritura de la historia están en plena y constante construcción.

La historia, entre lo nacional y lo regional

En un país como Bolivia, considerado frecuentemente como dividido geográfica, étnica y regionalmente hasta el punto de poner en duda su existencia como república y Estado-Nación e incluso como Estado Plurinacional, resulta necesario indagar históricamente su compleja conformación. Es fundamental, sin embargo, alejarse de un razonamiento teleológico. En este sentido, ha sido central plantearnos que actores y territorios en tensión han sido parte fundamental de la dinámica política planteada con particular agudeza desde el momento mismo de la disolución del Imperio Hispánico. Por consiguiente, en lugar de concebir que las tensiones territoriales y regionales han sido una amenaza constante para una posible división, abrimos nuestra mirada a considerar que es una de las expresiones de las relaciones sociales y de poder.

En todo caso, la historia y la memoria que se han ido construyendo se han debatido también entre ejes que enfatizan la unidad y otros que privilegian las especificidades de cada región.

A lo largo de nuestra historia republicana se han generado, sin embargo, discursos diversos y contrapuestos que nos remiten a sustratos u horizontes de relectura y reescritura que construyeron un complejo entramado histórico e historiográfico.

El estudio presentado en esta oportunidad busca analizar estos sustratos de relectura y reescritura sobre los procesos de independencia desde diversos territorios y regiones así como desde distintos autores para luego, desde una visión crítica, presentar resultados de nuestras investigaciones sobre el periodo que va de 1781 a 1825.

Revisamos y reconstruimos las lecturas e interpretaciones en cuatro momentos constitutivos de la historia republicana: el sustrato memorialista y positivista de la segunda mitad del siglo XIX; el sustrato liberal de inicios del siglo XX; el sustrato nacionalista de mediados de siglo y, finalmente, un sustrato contemporáneo en el que se hallan visiones indianistas, posiciones regionalistas y estudios más académicos de la historia social y la nueva historia política.

Pero esta metáfora geológica es mucho más complicada que la simple sucesión porque dentro del sustrato liberal no existe, por ejemplo, una sola visión sino más bien varias en pugna. Para el caso de La Paz, por ejemplo, la visión de Arguedas se contrapone a la de Manuel María Pinto y éstas a su vez, pueden diferir de las que emergen en Sucre anteriormente. Estamos pues frente a relecturas y reescrituras de la historia, que son reconfiguraciones que dan y otorgan nuevos sentidos al mismo episodio histórico; es decir que son, de acuerdo con Michel de Certeau, reinterpretaciones de la historia. La particularidad de estas relecturas y reescrituras es que no siempre se han plasmado o se plasman en libros históricos impulsados por el Estado (Historia oficial), o en historias contra hegemónicas que han sido capaces de convertirse en hegemónicas. En realidad, las lecturas históricas han sido parte de los proyectos políticos en disputa y son ellas también las que les otorgan legitimidad ya que los mismos proyectos se han anclado y construido en base a ellas.

Balances y nuevos aportes

Autores
Reescrituras de la independencia (Academia de la Historia, Coordinadora de Historia y Plural) ha sido escrito por Rossana Barragán, María Luisa Soux, Ana María Seoane, Pilar Mendieta, Ricardo Asebey y Róger Mamani.