Al fin se traduce al idioma español una obra extraordinaria: Sueño en el Pabellón Rojo (Galaxia Gutenberg, dos tomos, 1.180 y 1.198 páginas, respectivamente), de tanta importancia en la literatura china como el Genji Monogatari en la japonesa o el mismo Quijote en la literatura occidental.

Es una extensísima narración que consta de 120 capítulos escrita bajo la dinastía Qing. Su autor, Cao Xueqin, pertenecía a una familia noble y culta cuya decadencia lo condujo a la miseria convirtiéndolo en una suerte de marginado que vivía en los suburbios de las colinas occidentales de Pekín; un hombre, sin embargo, orgulloso e independiente.

El libro se tituló en principio Memorias de una roca, apareció en 1765 y obtuvo amplia resonancia; constaba de 80 capítulos y posteriormente se le añadieron otros 40, al parecer encontrados bastantes años después y que, en realidad, son una continuación por otra mano, pero así es como se llegó a conocer bajo el título de Sueño del Pabellón Rojo, con el que ha pasado a la historia, desde 1792.

El padre de la literatura moderna china, Lu Xun, menciona unos versos que escribió un lector al margen del texto: “Relato de penas, / fantástico, triste; / nuestra vida no es sino un sueño, / reíd ante la demencia de los mortales”. Es un resumen excelente del contenido de un libro tan complejo y rico.

Cuenta la vida de la familia Jia perteneciente a la aristocracia, que vive a la sombra del emperador. Se nos muestra la vida cotidiana de los señores, atendidos por sirvientes, todos ellos encerrados en la mansión que los mantiene aislados de las penurias del mundo exterior. Contiene innumerables historias trenzadas que se muestran como un complejo bordado y el entramado de emociones, sentimientos, pensamientos y actitudes se manifiesta de una riqueza y complejidad universales.

La otra dimensión del relato es la historia de los amores del joven Baoyu y su prima Daiyu. Ambos aspectos, el de vida social y el amoroso, se anudan en un mismo conflicto: el enfrentamiento entre el asfixiante y tradicional mundo feudal, de un absoluto rigor en el dictado de las conductas, y los anhelos de libertad sentimental e intelectual representados, cada uno a su modo, por los jóvenes amantes.

Por vez primera el lector tuvo acceso a la vida en el interior de las mansiones narrada por Cao Xueqin con extrema veracidad, lo que convierte este libro en un punto de inflexión trascendental en el desarrollo de la literatura china pues, como señala el prologuista, es, por vez primera, una narración realista, que rompe con la narración tradicional, pero perfectamente conjugada, debo precisar, con la riquísima dimensión simbólica del imaginario chino.

La narración progresa por episodios que constituyen unidades dobles a las que se accede como un paseante por un jardín que fuera entreteniéndose en contemplarlo macizo por macizo y descubriera así, poco a poco, las relaciones entre la disposición de cada planta y el diseño global del jardín.

La multiplicidad de acontecimientos es extraordinaria y los mil y un matices de la trama van mostrando la sensibilidad, alegrías y aflicciones de esas vidas cruzadas y ceñidas a un férreo sistema de vida.

Lo primero que sorprenderá es el minucioso detallismo con que se describe todo. El mundo creado es muy rico (hay más de 400 personajes y todos están, en mayor o menor medida singularizados). Escenas como la de la descripción del desarrollo del funeral de Qin Keging se alternan con expresiones bellísimas, como la de Xifeng ante el ataúd: “Las lágrimas brotaron de sus ojos como perlas de una sarta rota”.

Es un mundo cerrado, dedicado a los placeres, servido por doncellas tratadas como esclavas y sostenido por el trabajo de los campesinos, de los que apenas hay noticia. La vida de la aristocracia parece estar fuera del mundo real, en una especie de limbo donde el menor detalle puede convertirse en asunto de importancia.

Paso a paso, episodio por episodio, los caracteres van ganando afinamiento y resultan cada vez más interesantes sus relaciones. En su obra, Cao apunta con claridad a mostrar la decadencia de ese mundo, lo que sin duda procede de su propia experiencia, una decadencia contemplada desde su miseria con implacable lucidez, nostalgia y sensibilidad.