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Las flores póstumas de Baudelaire

Acorralado por la penosa enfermedad que cercenó su vida, el poeta maldito por excelencia, el hombre que se elevó sobre la vida y entendió sin esfuerzo “el lenguaje de las flores y de las cosas mudas”, llenó su larga agonía de coléricas notas. “De niño tuve en mi corazón dos sentimientos contradictorios, el horror de la vida y el éxtasis de la vida. Es el sello de un holgazán enfermo de nervios”, escribió Charles Baudelaire (1821-1867) en los Fragmentos póstumos que publica la editorial española Sexto Piso. Un volumen que reúne por primera vez todas las notas en prosa finales y también todos los dibujos del autor de Las flores del mal. La investigación y la recopilación son obra del escritor mexicano Ernesto Kavi.

Tras su muerte en una clínica de París, la madre de Baudelaire recogió uno a uno los papeles de su hijo, pequeñas hojas arrancadas de cuadernos en las que anotaba, en lápiz y a pluma, lo que él mismo llamó “proyectiles”, junto a páginas dedicadas a pensamientos, aforismos, listas y proyectos. Madame Aupick se las entregó a su editor, Auguste Poulet-Malassis, el único que podía encontrar algún sentido en aquel caos.

Malassis los ordenó y es esa la ruta que ahora se ha seguido. Los dibujos, la mayoría en manos de sus amigos, también fueron recogidos por el editor en un cuaderno. Vivieron una azarosa vida. Fueron publicados y reunidos, pero en 1988 salieron a subasta y se volvieron a dispersar.

Los pensamientos de Baudelaire muestran la rabia, cólera y tristeza de un hombre rodeado por la enfermedad y el exilio. Su caligrafía es desordenada. Pero, lejos del tópico del poeta embriagado y mujeriego, surge el hombre preocupado por el futuro. “Para él, el trabajo era una tortura, pero no hacía más que trabajar, le preocupaban su gloria como poeta y el dinero. Las notas son un fiel reflejo de esa batalla interior entre el desorden de su vida y su pensamiento y el orden que quiere imponerse para ser un gran artista”.

El 23 de enero de 1862, el poeta escribe: “En lo moral, como en lo físico, siempre he tenido la sensación de un abismo, no sólo el abismo del sueño, sino el abismo de la acción, de la ensoñación, del recuerdo, del deseo, del arrepentimiento, del remordimiento, de la belleza, del número… He cultivado mi histeria con placer y con terror. Siempre tengo vértigo y hoy he sufrido una singular advertencia, he sentido pasar sobre mí el viento del ala de la imbecilidad”.

Baudelaire reflexiona una y otra vez sobre las tareas del escritor, sobre la inspiración y el tiempo. Anota que el placer desgasta, pero el trabajo fortifica. El coraje del escritor, el destino, la concentración frente a la dispersión. El poeta zarandea sus obsesiones. “Sería dulce, quizá, ser, alternativamente, víctima y verdugo”, apunta. Surge su profundo y estrecho sentido de lo sagrado: “Si la religión desapareciera de este mundo, volveríamos a encontrarla en el corazón del ateo”.

En La Folie Baudelaire (Anagrama), Roberto Calasso ofrece un consejo que bien vale para este libro: “Para quien está rodeado y atormentado por la desolación y el agotamiento es difícil encontrar algo mejor que una página de Baudelaire. Prosa, poesía, poemillas en prosa, cartas, fragmentos: todo sirve”.

Quizá basta para ilustrar las palabras del escritor florentino un fragmento perteneciente a uno de los manuscritos menos conocidos, que catalogado bajo la letra D está custodiado por la Biblioteca Literaria de Jacques Doucet. La lucidez del poeta maldito sólo puede provocar hoy un fatal escalofrío acompañado de un aliento de esperanza: “Síntomas de ruina. Construcciones inmensas. Uno sobre otro, demasiados apartamentos, habitaciones, templos, galerías, escaleras, desembocaduras, belvederes, farolas, fuentes, estatuas. Fisuras, grietas. Humedad que proviene de un contenedor situado cerca del cielo. ¿Cómo advertir a las personas, a las naciones?, advertimos, al oído, a los más inteligentes”.