Siempre he pensado en el suicidio, y he querido transmitir a los que han querido escucharme serenidad para hablar de él.
Todo tiene un final, la vida, por supuesto, también, no tenemos pues por qué escandalizarnos si alguien en su sano pensamiento, o alguien en los delirios de sus sueños, decide que su tiempo de luces ha terminado.

Me tiembla ahora mismo el párpado izquierdo, estoy atento a que se tranquilice o a que me empiece a temblar el derecho, a la edad en la que me encuentro, todo es previsible, las cosas raras van haciéndose cada vez más cotidianas.

Dicen que si uno quiere saber a dónde va, tiene que saber de dónde viene, de ahí que ahora empiezo, amparándome en el recuerdo, muy lejano primero y próximo el reciente, una pequeña historia de lo que me cupo vivir.

Nací fruto del amor, por lo menos eso es lo que escuché decir a mi madre, lo que pasa es que a mi madre, no se le podía creer todo lo que decía, no porque fuera una mentirosa, que también lo era, sino porque era muy olvidadiza, de las cosas que le convenían, claro.

Últimamente, alguien quiso averiguar lo que me quedaba de porvenir, para ello necesitaba saber el día y la hora en que había nacido, tarde llegó la pregunta, mis padres yacían desde hacía mucho tiempo en la tierra que vio nacer a la una, que murió primero, y en la tierra adoptiva del otro que murió 15 años más tarde.

Me hubiera gustado que hubiese sido un martes o un viernes y la hora, aquella en la que el sol asoma por la ventana, pero finalmente da lo mismo que hubiese sido a las tres de la tarde de un sábado o domingo.

La Paz fue la ciudad, la calle Yungas el barrio, doña Zoila la matrona y Roberto y Adelina los flamantes papás.

En esos tiempos se paría en los domicilios, ¿desde cuándo el embarazo y el parto son enfermedades?, ¿para qué pues un hospital?

La Paz entonces era una ciudad provinciana que no hacía honor a su nombre, porque sus hijos fueron siempre alborotadores, pendencieros y aficionadísimos a ser presidentes del país, todos querían serlo y se mataban por ello, Bolivia debe ser el país que más presidentes ha tenido, pero por supuesto no todos los bolivianos, podíamos llegar a presidentes, entre ellos yo.

Al borde de mis diez años, a mis padres se les acabó el erotismo, el amor y hasta los buenos modales, concluyeron que sus días de luz habían terminado, se repartieron las cosas y se repartieron los hijos, a mí me tocó mi padre, o mejor, a mi padre, le toqué yo.

Mi padre cuzqueño, no lo pensó dos veces y me mandó allí, al Cuzco, a un viaje de exilio en donde pasé cinco años sufriendo las inclemencias de la soledad, del desamparo, de la orfandad y de la enemistad de mis compañeros peruanos que me tildaban de traidor a consecuencia de la guerra del Pacífico. De entrada se me soltaron los esfínteres y empecé a mojar la cama ajena. Me curé por brujería, en una noche de luna llena orinando sobre unos ladrillos rojos de tan calientes.

Sobreviví, me sobrepuse al tormento cotidiano durante cinco años, al cabo de los cuales volví a terminar la secundaria en la tierra que me vio nacer.

Me nació la aventura, fruto del desarraigo adquirido en el Cuzco y escogí la distancia más larga, 20 días de viaje por tren, barco y tren hasta la meta soñada en mis noches de fuego y palpitaciones, Madrid fue esta vez, la sede de mi exilio dorado.

Allí,  la Complutense me acogió en su escuela de Medicina y en ésta, aprendí que el dolor es una tortura que la padecen injustamente tirios y troyanos.

Amigos españoles, muy acogedores, compatriotas latinoamericanos, muy soñadores, estudios muy rigurosos sobre todo para nosotros los latinos con formación escolar deficiente.

En un Madrid acogedor, calor de plazas y calles, algunos tugurios en las noches de asueto, en uno de los cuales conocí a María Alegría, bella y joven cortesana, que siguiendo mi principio de que en el amor no se cobra ni se paga, no se le ocurrió jamás cobrarme, incluso era ella la que pagaba el hotel donde nos disfrutábamos, con la esperanza, ella,  de que yo la sacara de la esclavitud de su oficio.

En Madrid también conocí a la que ha sido madre de mis cuatro hijos, la chica de entonces que me hizo subir a los cielos para ver si en estos encontraba a alguien que se le pareciese, no la encontré y volví a ella para amarla durante 20 años.

Hacen ya 30 años que vivimos lejos el uno del otro durante los cuales he intentado encontrar otra mujer que fuera depositaria de mi amor y ternura desbordantes, no la encontré a pesar de haber compartido techo y lecho con dos seres excepcionales, una morena y una rubia, que tuvieron la paciencia de aguantar mis majaderías de adulto y viejo inmaduro, hasta que haciendo uso de su instinto de supervivencia, pusieron fin, cada una en su tiempo, a una relación que las pudo hacer feliz a momentos pero que las hizo desgraciadas sin merecerlo.

Tuve la suerte de haber adquirido el mejor oficio del hombre sobre la tierra, y la felicidad que no encontré en mis amores la hallé sí, en el trabajo que realicé durante 40 años, cuidando la salud de los sanos y haciendo lo posible para curar a los enfermos.

Dentro de mis alegrías, el haber sido maestro de un hijo mío que eligió mi mismo oficio.

Dentro de mis pesares, la muerte de un chaval de 16 años que se nos escapó tras inyectarse una sobredosis de heroína.

 Durante mi vida han sucedido cosas extraordinarias como la guerra de España, probablemente la última guerra romántica en la que se enfrentaron por una parte un ejército ambicioso de poder y financiado por los ricos y por otra el pueblo que aprendió a guerrear porque así se lo exigía la bondad de sus ideales, el resultado injusto sometió a la España de García Lorca, Antonio Machado, Miguel Hernández entre otros grandes, a una dictadura que se prolongó durante 40 años.

En mis años infantiles se estaba desarrollando la Segunda Guerra Mundial, con el resultado que todos conocemos y que encumbró en el podio mundial a la actual mayor potencia del mundo, para beneplácito de los nuevos ricos.

Ya por terminar mis estudios surgieron Los Beatles, conjunto musical británico que según García Márquez fue capaz, con su música, de unir a tres y hasta a cuatro generaciones.

A propósito de este último, he tenido la fortuna de leer casi todo lo que ha escrito, con lo cual he llenado los huecos vacíos de mi alma y corazón y con cuyas lecturas el mundo ha aprendido a ver las cosas mágicamente.

El hombre llegó a la luna, sufrimos el martirio de los vietnamitas, que afortunadamente expulsaron al gran coloso, se destruyeron las torres de Nueva York y el hombre alcanzó, corriendo, la velocidad de 45 kilómetros por hora.

Por otra parte, en un mundo en el que todavía mueren millones de seres por hambre y enfermedades, hay príncipes de la codicia que son o han sido capaces de poner el mundo a sus pies.

Y aquí me encuentro, en camino de mi octava década, intentando regatear a la vejez, sin la compañera soñada, al cuidado de los achaques que llegan, uno tras otro, irremediablemente, pero con la confianza de mantener la lucidez suficiente para que llegado el momento, cuando ya no se pueda decentemente con las goteras, poner fin a tan larga como insulsa existencia.

Primer premio.  Concurso Nacional de Autobiografía

Rodolfo Ascarrunz – OLEC

El ser humano es un ser complejo y paradójico que vive en una realidad muchas veces alegre, muchas dolorosa, pero las más paradójica e inexplicable. Allí debe asumir, sin opción alguna, la responsabilidad no sólo de sobrevivir, sino de creer y crecer, sin saber cómo, sin tener un libreto definido… y siente y desea, sueña, lucha y espera…

El ser humano quiere ser eterno y está en el tiempo, necesita amar y le cuesta esa capacidad de entrega, necesita comunicarse pero teme y recela, demanda compañía y niega muchas veces que necesita de los demás e ignora otras que los demás lo necesitan. Busca y se afana, a veces sin preguntarse qué o para qué, pero avanza, porque está en el discurrir del tiempo y, cuando en un acto súbito de reflexión se descubre como historia, se impone la misión de desenredar y comprender esa enmarañada sucesión de sentimientos, anhelos, acciones y omisiones, de logros y frustraciones que fueron dándose en su vida. En ese instante se convierte en el historiador de su propia existencia, no sólo para describir la sucesión cronológica de los hechos, sino para comprenderse a sí mismo, reacomodar el equipaje y seguir el camino…

Este fue el espíritu del concurso “Esta es mi historia” de la Organización Latinoamericana de Escritura Creativa (OLEC). El primer premio fue otorgado al texto que se publica en esta página. La OLEC agradece la colaboración del Instituto Internacional de Integración Convenio Andrés Bello, en la persona de su Director Ejecutivo David Mora, y de las entidades auspiciadoras: Carrera de Literatura de la UMSA, periódico La Razón y el programa Posdata de Cadena A.