‘El cuerpo es el libro de lo que nosotros somos’
La fotógrafa española Isabel Muñoz está nuevamente en Bolivia. Fascinada por la cultura popular, trabaja en un nuevo proyecto
Isabel Muñoz (Barcelona, 1951), fotógrafa, encuentra en la danza y los cuerpos los grandes pretextos para hablar de la belleza del ser humano. Está de vuelta en Bolivia, y su retorno se debe a que encontró en este país un nuevo motivo y una nueva inspiración: la magia de la cultura popular, pero sobre todo “la generosidad y la dignidad” de su gente, como ella misma lo expresa, así como su deseo de continuar explorando en imágenes que le sugieren los cuerpos.
Isabel visitó Bolivia por primera vez en mayo, invitada por el Centro Cultural de España en La Paz para exponer su serie La Bestia, una colección que retrata la cruda realidad que viven cientos de emigrantes clandestinos centroamericanos y mexicanos que se dirigen a los Estados Unidos buscando “una vida mejor” a bordo de un tren llamado, precisamente, La Bestia.
Esta fotógrafa posee una sensibilidad sorprendente y dialogar con ella es una experiencia particular, pues emana de su ser una desbordante vitalidad y pasión por lo que hace.
En este diálogo con Isabel Muñoz, conversamos sobre los motivos que le trajeron de regreso a Bolivia, sus proyectos futuros y sobre todo a cerca de la danza y los cuerpos, que no dejan nunca de sorprenderla, pues escudriña y encuentra en cada ser humano la dignidad y la belleza interior que muchas veces parece estar dormida.
—¿Qué motivaciones te trajeron nuevamente a Bolivia?
—Me enamoré del país, me enamoré de la gente. Yo llegué en mayo, por primera vez, por una exposición y por invitación de la Casa de España. Fue de esos regalos que te da la vida. Yo nunca me habría esperado todo esto. Para mí, Bolivia era como la gran desconocida; de no haber sido por la exposición que tuve en mayo y que me trajo a este país, yo nunca la habría descubierto. Una de las cosas que me apetece es mostrar al mundo esta joya que se llama Bolivia. Yo creo en el destino y me dejo llevar por la intuición. Por ejemplo, estaba realizando un proyecto que me interesa muchísimo en la India, pero de pronto lo interrumpí por un momento para venir acá.
Ahora vine para emprender un trabajo que tiene que ver con hacer un retrato de la sociedad boliviana a través de la costumbre de “las ñatitas”. Pues cuando vine para la exposición no me esperaba este país tan maravilloso, que ha sabido preservar sus costumbres con mucha dignidad, sobre todo en un momento en que creo que el mundo lo necesita, pues se ha demostrado y sabemos que si no somos capaces de preservar nuestras raíces, no somos nadie. Y por otro lado, he fotografiado a las cholitas luchadoras. Quizá parezca un tema algo más light, pero la intención mía fue retratar la fuerza de la mujer. Pues veo en ellas la fuerza de la mujer boliviana, y lo que quiero sacar con esas imágenes es precisamente eso, la fuerza de la mujer. Porque yo creo que es la mujer la que levanta, y puede estar visible o invisible, pero la mujer es la que levanta, y ésta es una forma de contar esa su fuerza.
Isabel Muñoz es una artista exquisita. Entregada totalmente al instante que le brinda estar detrás de una cámara, va al encuentro de la persona que está fotografiando. Busca llegar a su misma esencia, porque sus obras no son un mero registro de la realidad, son el resultado de una búsqueda interior, de la belleza, y de la necesidad de compartir la dignidad, la sensualidad y la pasión que encuentra en cada ser. Ése su deseo de contar, lo hace, también con la más pura pasión.
—A mí me gusta hablar de la belleza de los sentimientos, de la sensualidad, de la generosidad. El día que yo no me emocione, yo no podré contar, pues lo que hacemos tanto tú como yo es contar, porque nos gusta contar y compartir. Todo pasa por esa actitud. A mí me habría encantado poderme expresar, por ejemplo, con la riqueza que te da la palabra, pero he encontrado en la fotografía ese medio con el que puedo contar una multitud de cosas.
CUERPOS. Durante los últimos años, su primordial motivación ha sido indagar sobre la magia de los cuerpos, el movimiento y la danza, un arte que le apasiona particularmente. Isabel tiene en sus genes y su memoria a una bailarina que habita en su cuerpo. Así, —confiesa— es capaz de reconocer a otra bailarina con tan sólo mirarla.
Entre sus principales series relacionadas con la danza, que son el resultado de los innumerables viajes, figuran: Tango, Flamenco, Danzas orientales y otras que se relacionan, además, con aspectos sociales y vivencias en Camboya, Turquía, Etiopía, Kurdistán o México.
—En la danza y los cuerpos encuentras los grandes pretextos para hablar de la belleza, ¿de dónde nace tu pasión por la danza?
—A través de la danza podemos hablar de cómo somos. Yo creo, y lo he ido constatando, a través de los años y de mis viajes por el mundo, que la danza no tiene fronteras. Naces bailando y mueres bailando. Yo creo que algún día nos daremos cuenta de la importancia de la genética en el individuo. Yo creo que naces a la danza, que hay algo en la persona que hace que dance. Yo reconozco a la persona que baila —y lo he hecho hasta en un aeropuerto—. Por ejemplo, me acerco a una persona y le pregunto, «¿usted ha bailado?» Y, efectivamente. Es como si hubiera una energía, algo especial en esa persona.
—La danza y el movimiento te atrapan. ¿De ahí nace tu atención a los cuerpos?
—Así es, y te digo: no vas a poder dejar de bailar nunca, como yo no lo podré dejar la danza. Lo que pasa es que el cuerpo es el libro de lo que nosotros somos. Lo que me interesa es hablar del ser humano y he encontrado en la danza y en el cuerpo ese pretexto, porque lo que realmente me interesa son las personas y la dignidad del ser humano. Yo creo en el ser humano. Hay que buscar esa belleza, porque hasta en nuestras partes más oscuras hay belleza.
La entrevista con Isabel se dio en uno de los patios del Museo de Etnografía y Folklore de La Paz, donde con el apoyo de su director Ramiro Molina viene realizando una investigación y registro de algunas festividades, objetos y tradiciones populares de Bolivia. De manera paralela, llevada por su inagotable espíritu de artista, planea nuevos proyectos artísticos inspirados en el país.
—¿Qué experiencias y qué oportunidades te ha brindado Bolivia para tu arte?
—Poder crear y descontextualizar un poco estos objetos maravillosos [refiriéndose a las máscaras] y pasar de esas imágenes que ya tenemos vistas y vistas, para hacer el intento de jugar un poco con la fantasía y hacer arte contemporáneo.
En estos momentos me siento privilegiada. Estoy metida en un mundo mágico, porque tengo la oportunidad de trabajar con máscaras auténticas, a las que he tenido acceso gracias a Ramiro Molina, así como he tenido la oportunidad también de trabajar con algunos bailarines. Éste es un proyecto que está naciendo. Yo creo en las energías que de ellas se desprenden [de las máscaras]. Y creo en todas las energías que los bailarines sienten de una forma especial, al igual que tienen una conciencia especial de su cuerpo. Cada vez que se ponen una máscara, ellos empiezan a sentir, y no sabes si es el bailarín o si es la máscara la que se expresa. Aquí se ve la dignidad y la generosidad de los bailarines, cómo se entregan, pues necesitas que se entreguen. Creo, también, que la imagen la termina la persona que la ve. Tiene que haber esa complicidad, ese instante de magia.
Confieso que me habéis pillado en un momento en el que no podía ser más feliz, porque para mí en estos momentos sólo existe Bolivia, su magia y lo mejor que tiene, que es su gente. Para mí es un privilegio.