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Una vida dedicada a la historia del arte

Historia del arte en Bolivia es una obra extensa, desarrollada en tres tomos y, en palabras de la autora, es también una recapitulación de la importante labor desarrollada por José de Mesa y Teresa Gisbert a lo largo de 60 años. Son tres textos para saldar cuentas con la vida, con todo ese tiempo compartido que fue íntegramente dedicado al estudio del arte en nuestro país. Por tal motivo, esta obra requiere una doble presentación. Primero, repasaré académicamente el texto y luego me atreveré a reflexionar sobre la importancia de los arquitectos Mesa y Gisbert en la cultura boliviana.

Historia del arte en Bolivia es un trabajo académico que, sin recurrir a un orden alfabético, se puede definir como un compendio enciclopédico. Un estudio panorámico desarrollado sobre la base de los libros, investigaciones y monografías ya publicados o en proceso de los arquitectos-historiadores. En tal línea, la obra debe ser neutral, objetiva y, de ser posible, acrítica para conservar el interés universal y atemporal de toda obra de consulta permanente para el desarrollo de futuras investigaciones.

Por su naturaleza, sólo un trabajo perseverante y tesonero de síntesis puede decantar y resumir la enorme información documental y gráfica que fue atesorada por los autores. En esa formidable tarea y, considerando que ahora la historia se escribe también con imágenes, Historia del arte en Bolivia presenta una renovación de imágenes que dan muestra del desafío que fue revisar el enorme registro fotográfico personal, acumulado en interminables viajes por el territorio nacional. Este esfuerzo de recapitulación fue casi una tarea personal de la arquitecta Gisbert. Esfuerzo que sólo recibió la colaboración familiar en dos capítulos que se acreditan como corresponde.

GRÁFICA. Siguiendo los razonamientos del historiador catalán Palos, la edición de una Historia del arte en Bolivia con renovada gráfica estaría en el cambio que están tomando los estudios históricos del arte hacia la llamada cultura visual. Por ello es importante conocer sobre las metodologías y técnicas de trabajo empleadas por la autora en ese archivo gráfico y con ello, comenzar a desarrollar una “hermenéutica histórica de datos visuales”, una manera muy particular de trabajo, ideal para nuestro medio porque evita técnicas enrevesadas y los amasijos de la interdisciplinariedad.

Recurrir a las imágenes va más allá que simplemente ilustrar un texto. Construye cultura visual y, con ella, cada lector realiza una particular y personal “lectura estética” de nuestro pasado artístico. A partir de ahí, el texto nos envuelve entre el dictado académico de los autores y esa visión particularizada, culturalmente diversa, de  cada persona.  

Escindida en tres partes, Historia del arte en Bolivia tiene una periodización conservadora: el período prehispánico, el colonial, republicano y los tiempos modernos. Está llevada, sobre todo, por metodologías emergentes de los análisis formal, estilístico e  iconográfico. Cada tomo comienza con una contextualización histórica general y con una particular correspondiente a cada período. Pasaré a reseñar brevemente cada tomo, mencionando algunos temas de interés y apego personal para motivar su lectura.

El primer libro está dedicado al período prehispánico desde las remotas migraciones hasta la ocupación inca. En ese ciclo histórico cada tiempo tiene su contextualización social, productiva y de técnicas, ya sea para épocas tan importantes como Tiwanaku como para el difícil momento histórico de los collas. La odisea del arte boliviano comienza con la monumentalidad del sitio arqueológico y sus obras de arte de formato menor, viaja por los chullpares de la región de Carangas y el excepcional arte mural policromado de los chullpares de Willa Kollu.

CHIPAYA. En este tomo inicial de Historia del arte en Bolivia se presenta la experiencia urbana chipaya. Esa interpretación sirve a la autora para poner en contexto al arte, insertándolo en las ciudades que lo acunaron.

En el período inca, el tomo lleva una imagen de página completa, del dibujo del cronista indio Juan Santa Cruz Pachacuti de la cosmogonía del Coricancha, imagen tan revisitada y manoseada por la inventiva de algunas creencias contemporáneas.

Del oriente boliviano, los vestigios milenarios de camellones, plataformas y círculos son, a mi juicio, como muestras de un land art milenario, pero de una gran actualidad.

Hacia el final del período, se presenta el torso femenino del museo de Chuchini, en el Beni, cuya fecha de datación sorprende y que, como lo mencioné en otra oportunidad, es una obra maestra y cumbre del arte boliviano.

El tomo concluye con el estudio del arte textil, un hito de nuestra capacidad creativa y técnica. En esa sección aprendemos, tanto de la iconografía, de los elementos, como de la relación intrínseca entre la estructura del textil y el entorno físico, entre el hombre y su sitio, una lección histórica de un arte con identidad y apego.

El segundo tomo del período virreinal es el de mayor densidad documental y reflexiva. Se inicia con el estudio del urbanismo del siglo XVI al XVIII. El desarrollo de las artes se contextualiza con las reducciones del Virrey Toledo y la pervivencia prehispánica en los trazados urbanos. Ese cruce cultural de dos vertientes urbanas y arquitectónicas dio frutos en la incorporación de la espacialidad prehispánica en la arquitectura: atrios, pozas y capillas abiertas.

Un tema medular de este tomo es el concepto del estilo mestizo, plasmación histórica de los autores. Este tema fundamental se lo presenta junto al de la arquitectura simbólica. En su revisión emergen cuestionamientos base: cómo incorporamos en los Andes bolivianos decoraciones reminiscentes sobre estructuras europeas, cómo ligamos cosmovisiones de sirenas del humanismo pagano con el dios Tunupa del lago o cómo desarrollamos el Templo de Salomón, búsqueda utópica y universal, en el remoto sitio de Manquiri.

ORIENTE. Sobre la arquitectura del oriente, Historia del arte en Bolivia desarrolla las misiones de Moxos y Chiquitos. Las plantas de estas iglesias misionales tienen parentescos geométricos con los templos griegos y, algo digno de destacar, la estructura de cubierta está liberada de los muros como en un edificio de la modernidad.

Este viaje por el arte boliviano continúa con el enorme aporte de los arquitectos Mesa y Gisbert sobre la pintura virreinal y con él se establecen nuevos vínculos entre las culturas originarias y las invasoras. El tomo narra de mundos opuestos y complementarios en la obra de artistas rutilantes como Gregorio Gamarra o el mítico Melchor Pérez de Holguín. También nos ilustra de la simbiosis iconográfica en obras monumentales como la serie de las Postrimerías de López de los Ríos en la localidad lacustre de Carabuco, con figuras infernales y celestiales, con Tunupa el santo y la persistente revancha indígena del Taqui-Oncoy.

La importante pintura mural del período se ilustra con ejemplos significativos como Curahuara de Carangas y también con obras de menor formato como la pequeña iglesia de Tomarapi a las faldas del Sajama.

Otro capítulo importante del tomo es el dedicado a la iconografía andina en el que se relata el sincretismo artístico de dioses trinos o tricéfalos, de dualidades entreveradas como Illapa y el apóstol Santiago, de conjunciones entre María y los apus en las Virgen Cerro o de las relaciones entre Tunupa y las sirenas. No-sotros y los otros amalgamados en nuestro arte que demuestra que es posible un encuentro.

El tercer tomo continúa este viaje por el arte boliviano con el análisis urbano de las principales ciudades en la época republicana. El naciente Estado boliviano tiene en la arquitectura y el arte popular de santeros y retablos sus puntos más sobresalientes. En esta sección, la obra incluye el desarrollo histórico e iconográfico de dos temas que son, en la actualidad, gravitantes en nuestra identidad y en la cultura boliviana en general: la máscara y la fiesta.

El arte del siglo XX a la fecha está básicamente dividido por el proceso revolucionario del año 1952. En la primera etapa la pintura va de la mano de Guzmán de Rojas y de Arturo Borda, entre ese indigenismo rural y el simbolismo del sujeto urbano.

La segunda parte del siglo XX se completa con las expresiones de los actuales tiempos políticos y sociales del nuevo siglo, momentos tan confusos como inesperados. Por ello, y como me mencionaba en alguna oportunidad el arquitecto Mesa, son tiempos que no tienen la distancia histórica que avala y allana la tarea de selección histórica. Quizá aquí, el recuento de algunos autores y obras  sea susceptible de purgas y adiciones.

Pero a su vez, debo resaltar que en este tomo de Historia del arte en Bolivia se actualizan los conceptos de arte y se los amplía como reclama la diversidad de los tiempos actuales. Se dedica una sección al concepto del sistema de las artes con datos sobre los historiadores, críticos y galerías, como también se incluyen dos capítulos dedicados al estudio del nuevo concepto de artes visuales con el cine, la fotografía, las instalaciones y otros. Con ello, Historia del arte en Bolivia renueva anteriores entregas y da cuenta que el arte, como todo constructo humano, muta y viaja con destinos insospechados.

Mencionaba al principio que me atreveré a formular un concepto sobre la obra académica de Mesa y Gisbert. Como la obra tiende a compendiar el trabajo de toda una vida y es, sin duda alguna, un legado importante para la historiografía del arte boliviano, por qué no ejercitar un balance.

Personalmente tengo la convicción que la historia, y en este caso del arte, legitima procesos y obras. Con ese sesgo en mente, puedo afirmar que la historia es la formulación de una postura ideológica, una toma de posición que puede estar subyacente o ser manifiesta. Es, por ello, una forma de poder. Un poder que se distingue de las formas aviesas y retorcidas del poder político por la naturaleza universal y atemporal del sujeto de estudio: el arte.

MESTIZAJE. En esa línea de pensamiento creo que la obra de vida de Mesa y Gisbert es un manifiesto, claro y contundente, por el mestizaje en nuestro país. Un  mestizaje como simbiosis de razas y culturas que encuentran en el arte el terreno propicio para manifestar su potencia; porque es ahí, en ese suelo fértil del genio humano, donde se cultiva la creatividad más insospechada.

Un aporte académico en ese sentido no es menor. Aquí y ahora, el tema del mestizaje se debate con tensiones enriquecedoras, pero también con subterfugios inaceptables; así, intensamente, estamos definiendo el destino cultural de este país.

En este debate, la obra de Mesa y Gisbert es un manifiesto artístico de esencia mestiza que, a mi parecer, no tiene aún parangón ni oposición académica solvente. Es una fuerza hegemónica, culturalmente benéfica e imprescindible, que nos legan como un ejemplo del valor de dos vidas dedicadas al arte.