El 3 de julio de 1969 fue un día muy especial para los Rolling Stones. Brian Jones, el que había sido probablemente el mejor músico de la banda, aparecía muerto en extrañas circunstancias en su piscina de Cotchord Farm. Había dejado el grupo hacía algo más de tres semanas. Su relación con Mick y Keith se había roto. Alguien, con ese inclasificable sentido del humor británico, matizaba que “el hecho de que Keith se hubiera fugado con la novia de Brian durante el viaje a Marruecos de 1967 ciertamente no contribuía a arreglar las cosas”. Los Rolling tenían programado un concierto gratuito en Hyde Park el 5 de julio, dos días después de la muerte de Brian. Su primera impresión fue cancelarlo. Finalmente, decidieron celebrarlo en homenaje al compañero muerto.

Era, lógicamente, una sensación extraña. En el escenario estaba ya el sustituto de Brian, Mick Taylor. Surgió la magia: Mick Jagger leyó Adonais, el poema que Percy B. Shelley dedicó a su amigo Keats en su muerte y que ahora sonaba en honor de un guitarrista. Su primera estrofa lo dice todo:
 “Murió Adonais y por su muerte lloro / Llorad por Adonais, aunque las lágrimas / no deshagan la escarcha que les cubre. / Y tú, su hora fatal, la que, entre todas, / fuiste elegida para nuestro daño, / despierta a tus oscuras compañeras, / muéstrales tu tristeza y di: conmigo / murió Adonais, y en tanto que el futuro / a olvidar al pasado no se atreva, / perdurarán su fama y su destino / como una luz y un eco eternamente”.
250 mil personas convirtieron aquel concierto en el mejor homenaje que un músico pudiera soñar. Eso son los Rolling Stones.

1962. Todo empezó en el verano de 1962. Brian Jones, deslumbrado con las habilidades vocales y presencia escénica de Mick Jagger, le invitó a unirse al grupo que estaba formando con Ian Stewart, Brian Knight y Geoff Bradford. Mick aceptó siempre y cuando también entrara en el grupo su amigo Keith Richards. Poco tiempo después se incorporarían Charlie Watts y Bill Wyman en sustitución de Knight, Bradford y Dick Taylor. Ya no serían Little Boy Blue and the Blue Boyd sino los Rolling Stones (les gustó aquello de que “los cantos rodados no tienen musgo” que cantaba Muddy Waters). La base estaba formada.

En octubre de aquel año grabaron una maqueta. Se dice que un ejecutivo de Decca tuvo una revelación casi divina cuando afirmó que “aunque la banda era prometedora, no llegaría a ninguna parte con ese cantante”. Medio siglo después aquellos jóvenes que actuaban en pequeños pubs son los amos del mundo del rock and roll.

Si hay algo que ejemplifique a la perfección esa ley no escrita de que toda vanguardia aspira a convertirse en la nueva Academia, la evolución de los Rolling Stones es de libro. Hay una fotografía de Gus Coral en 1963 en la que los cinco están rebuscando en sus bolsillos algunas monedas para pagar al taxi que les había llevado hasta los estudios de EMI en Holborn. 10, 20, 30 o 50 años después esa escena sería irrepetible: las limusinas no dejarían ver el asfalto.

Eso, también, son los Rolling Stones.

Unos años más tarde, disfrutando ya de algunos de los placeres del éxito, tres de ellos deciden irse a Marraquech. Allí se encontraron con Cecil Beaton, el gran fotógrafo y exquisito esteta. Chris Salewicz lo cuenta así: “Era un grupo extraño”, escribió Beaton en su diario en marzo de 1967. “Los tres Stones: Brian Jones y su novia Anita Pallenberg, con su sucia tez blanquecina, sus sucios ojos ennegrecidos, sus desaliñados mechones rubios y sus joyas excesivas; Keith R. con un traje del siglo XVIII, un abrigo largo de terciopelo negro y pantalones ajustados; y sobre todo Mick Jagger. Es atractivo pero totalmente asexuado. Podría ser un eunuco. Como modelo, resulta natural. Ninguno quiere hablar, sólo se comunican por espasmos”. En realidad es la descripción que un explorador británico del siglo XIX podría hacer de cualquier tribu remota subsahariana.

Poco después de volver de Marruecos, el 27 de junio de 1967, Mick Jagger fue declarado culpable por el tribunal de Chichester de posesión de dos sustancias ilegales. Al día siguiente se acusó a Keith Richards de permitir fumar hierba en su casa. El sistema arremetía contra los insolentes triunfadores. Jagger fue condenado a tres meses de prisión y Keith, a 12 meses. Quedaron en libertad condicional tras depositar una fianza de 7.000 libras cada uno de ellos. “¿Quién aplasta a la mariposa bajo la rueda?” fue el sorprendente título de un editorial del conservador The Times. Glenn Crouch lo resume perfectamente:

“En el editorial se argumentaba que se le había impuesto a Jagger una sentencia impropia por posesión de unas drogas que eran las mismas que el arzobispo de Canterbury había comprado en el aeropuerto de Roma tras una visita al Vaticano y había introducido en el país”. El editorial del Times hizo trizas el caso y las sentencias fueron desestimadas en el tribunal de apelación.

“Por favor, permíteme presentarme / soy un hombre de riqueza y buen gusto. / Estuve por aquí durante un largo, largo año. / Robé el alma y la fe de muchos hombres.” Así comenzaba una canción que forma parte ya de la leyenda de la cultura popular del siglo XX: Simpathy for the devil. Han pasado unos meses desde que los biempensantes del sistema quisieron dar una lección a esos cantos rodados en los que no crece el musgo, a esos tarambanas. Jagger ya había leído a Shelley en Hyde Park y ahora quería demostrar su simpatía por el diablo: “Y yo estaba cerca / cuando Jesucristo tuvo su momento / de duda y aflicción, me cercioré de que / Pilatos lavase sus manos y sellase su destino”. Acción y reacción.

Estamos en el verano de 1968, en plena resaca del Mayo francés, cuando surge en el entorno del grupo uno de los más apasionados y enfervorizados militantes de la gran insurrección urbana: Jean Luc Godard. Y con él, una misión revolucionaria: realizar un documental sobre los Rolling Stones. Así opina el experto Álvaro Buela: “Probablemente One plus One sea el registro más fiel y minucioso de la génesis de una canción. De manera paciente, casi antropológica, Jean Luc Godard registró los interminables ensayos en que los Rolling Stones dieron forma a Sympathy for the devil, incluida después en el álbum Beggar’s Banquet. Mientras la juventud de medio mundo quería que se prohibiera prohibir y Jean Luc Godard quería destruir las bases “burguesas” del cine, cinco jóvenes británicos insistían en recorrer parte de la historia universal de la infamia a través de una canción: “Observé con alegría / cuando tus reyes y reinas / lucharon durante diez décadas / por dioses que ellos mismos crearon”.

Los Rolling estaban en la cresta de la ola y, como suele ser habitual cuando se forma parte del Olimpo, se exiliaron a Francia por cuestiones fiscales siguiendo los consejos de su nuevo y aristocrático asesor financiero, el príncipe Rupert von Lowestein. Naturalmente, Richards alquiló una mansión señorial en Nelcôte, en la Costa Azul, en donde se instaló una relajada tribu de músicos, damas, niños y técnicos de sonido.

1971. Aquel año de 1971 fue especialmente fructífero: se liberaron de la casa discográfica Decca, crearon su propio sello, un estudiante del Real Colegio de Arte de Londres llamado John Pascher diseñó el logotipo más famoso del rock and roll que inundó las camisetas y pósteres de medio mundo y llegó hasta dar forma a los urinarios de caballeros del zaragozano El Plata. La Fuente de Duchamp se encontró con su rival en un café teatro. En abril presentaron Sticky Fingers, con Brown Sugar abriendo el elepé y con una portada que unía, una vez más, al grupo con la vanguardia artística: Andy Warhol. Ese primer plano de la bragueta de un pantalón vaquero fue una de las carátulas más controvertida y famosa del rock and roll. Los Rolling y Warhol siempre en la onda, una intuición compartida por otro de los grandes del siglo XX, Yves Saint Laurent, cuya frase “lo único que lamento es no haber inventado el pantalón vaquero”, no deja lugar a dudas.

Atrás quedaba Altamont (1969), el macroconcierto que todos querrían olvidar. Pocas veces podría ofrecerse gratuitamente las actuaciones de los Rolling Stones, Santana, los Flying Burrito Brothers, Crosby, Nash, Still y Young y los Grateful Dead. Pues bien, el firmamento de estrellas musicales quedó eclipsado por una joven de 18 años, Meredith Hunter, de la que no se tiene noticia de sus dotes musicales, pero sí de que fue apuñalada hasta la muerte a escasos metros del escenario por un Ángel del Infierno a quienes inexplicablemente se les había encomendado la seguridad del tinglado. “Así que si me encuentras, ten algo de cortesía, / ten algo de simpatía y un poco de buen gusto”, pedía Jagger-Lucifer.

Años más tarde, en junio de 1976, con la resaquísima de la defunción del generalísimo español arrastrándose por las mentes de las gentes de orden, un inexperto, joven y animoso promotor musical, Gay Mercader, consigue llevar la banda a Barcelona. Prohibiciones, manifestaciones populares en contra, cambios de escenarios…, por fin suena Honky Tonk Woman pese a los botes de humo que las fuerzas del orden público lanzaban al interior de La Monumental para desordenar el orden público. Gay perdió bastante dinero, pero consiguió que los Rolling Stones actuaran en Barcelona. Consiguió, incluso, que el recepcionista del hotel Reina Sofía dejara subir a dos chicas que acompañaban a Mick Jagger y Ronnie Wood. A Gay le costó mil pesetas de propina el que el conserje dejara de lado su argumento de que no podían subir porque no estaban casados. Es el momento de la irónica y diabólica sinceridad: “Igual que cada policía / es un criminal, / y todos los pecadores son santos, / como las caras son cruces. / Sólo llámame Lucifer, / pues necesito un poco de moderación”.

DINERO. Jagger llevaba un tiempo reclamando un poco de moderación, pero aún seguía el tiempo de los excesos. Toronto, detenciones, conciertos benéficos, subidas y bajadas en la montaña rusa estoniana que, por otra parte, no impedían que el grupo volviera a deslumbrar al mundo con su nuevo elepé: Some girls. La creatividad de los Rolling Stones parece tan inagotable como su capacidad de generar dinero. Cada cambio de discográfica les reportaba decenas de millones de libras y las giras rompían todos los esquemas cuantitativos y cualitativos. En 1981 presentaron Tatoo you, con ese espléndido tema Start me up y arrancaba una monumental gira norteamericana que llegaría a Europa al año siguiente.

1982. Madrid celebró el que sería probablemente el más intenso e inolvidable concierto de rock de su historia: 70.000 personas soportando una tarde de un calor infernal en el Vicente Calderón, abriendo boca con la estupenda J. Geils Band y la tormenta de las tormentas cuando sus satánicas majestades decidieron comenzar su actuación entre rayos, truenos, trombas de agua y violentas rachas de viento. Apocalipsis Now. Nadie se movió en el estadio salvo los Stones, que no pararon. Fue la fiesta que todos merecín después de tantos y tantos años de cruel mediocridad.

Han pasado ya tres décadas desde aquel día de la tormenta perfecta y los Stones siguen en la brecha. Cada vez hay menos dudas de que su simpatía por el diablo ha tenido algún tipo de contraprestación. Tienen una vitalidad que bordea lo obsceno. Hace casi 50 años que no se rascan los bolsillos para pagar un taxi entre todos. Es verdad que algunos se ha quedado en el camino, pero Mick Jagger ya es sir Mick Jagger. Continúan abarrotando locales de todos los tamaños, probablemente ya no estén tan insatisfechos como cuando compusieron en 1965 su Satisfaction y, desde luego, siguen siendo los amos del mundo del rock and roll.