Las bellas durmientes
No en términos de envergadura de producción, pues cada uno de sus trabajos previos lo era en mayor medida. A la imprevisible reacción del público me refiero.
Con alguna vuelta de tuerca sobre el mundo de las fábulas infantiles y varias sobre las películas dedicadas a exaltar la figura de superpolicías, Marcos Loayza vuelve a las andadas con el que posiblemente sea su largometraje más arriesgado. No en términos de envergadura de producción, pues cada uno de sus trabajos previos lo era en mayor medida. A la imprevisible reacción del público me refiero.
Si ésta está siempre librada a un considerable margen de azar, en esta película el desacomodo frente a los clones del cine policial de acción con tipos pintudos, casi omnipotentes, puede dar lugar a dos reacciones opuestas. Catalizar de inmediato la identificación con el antihéroe protagonista de Las bellas durmientes, o bloquear la mínima posibilidad de hacerse carne del infortunio de Quispe, patético investigador lastrado por todas las insuficiencias devenidas del inacabamiento institucional del país.
Como en tres de sus cuatro largometrajes precedentes —salvo Escrito en el agua (1998) ambientado en la Argentina—, Loayza se adentra una vez más, en los vericuetos de “nuestro modo de ser”, reiterando un inefable olfato para identificar los pequeños dichos y gestos característicos del comportamiento cotidiano, de los paceños en Cuestión de fe (1995) y El corazón de Jesús (2004), de los cruceños en su último emprendimiento. Tal puntería para aprehender el detalle y pasarlo luego por el cedazo del humor es, en definitiva, el gancho primario del “estilo Loayza” —pues a estas alturas ya es dable identificar una marca inconfundible de su cine— en el empeño de convocar a la complicidad del respetable.
Sin embargo, justamente la deconstrucción del prototipo del guardián de película al uso, según, digamos, el modelo James Bond y su larga descendencia de celuloide, obra en la oportunidad, o podría obrar, al modo de interferencia en la activación de la simpatía súbita.
No sólo eso. También el ritmo cansino, acorde a la figura del protagonista central, en una trama que gambetea los grandes momentos de acción y los estallidos de violencia típicos del género, para focalizar su mirada sobre los engorros prácticos de un trabajo desasistido hasta de las facilidades más elementales para ser puesto en práctica con alguna posibilidad de éxito pautan la temeraria apuesta que el realizador se autoimpuso esta vez, enfriando con deliberación —¿algo excesivamente?— su thriller en vena de comedia.
PAQUETE. El cabo Quispe —“con j” apuntilla al pasar en uno de los sabrosos diálogos—, el sargento Vaca y “la Choca” comparten el tedioso pasar en una comisaría de Santa Cruz, ocupándose de asuntos de menor cuantía, hasta que les cae entre manos un paquete mayor: el homicidio sucesivo de varias bellas jóvenes empleadas por una prestigiosa agencia de modelos.
Al sargento le preocupa sólo zafar cuanto antes del lío apresando o inventando al culpable del primer asesinato. Pero el hallazgo del segundo cadáver despierta en Quispe y “la Choca” la sospecha de un caso más complicado. Se requiere, piensan, escarbar más allá de las apariencias y de las deducciones lineales.
¿Cómo hacerlo si no se cuenta siquiera con un cacharro?, para no hablar de otras facilidades operativas acordes al tamaño de la charada. A puro pulmón e intuición. Chocando de paso contra prestigios intocables y vínculos, familiares incluso, con autoridades habituadas a instruir por teléfono hasta donde resulta “conveniente” prolongar una indagación.
De acuerdo con la fórmula explicitada en su momento con precisión por Hitchcok, el mecanismo disparador del cine y la literatura policial es por definición el whodunit, apócope de Who done it? (¿quién lo hizo?). Vale decir esa laboriosa búsqueda del culpable que Sherlock Holmes y los de su carácter armaban morosamente a puro razonamiento juntando de a poco las piezas del rompecabezas, y que los detectives posmodernos desentrañan a tiro limpio en el apuro propio de esta época impaciente por llegar a ninguna parte.
En la película de Loayza importa poco o nada la resolución del misterio puesto que los homicidios en serie son un pretexto, en realidad, para la aproximación a los personajes y sus actitudes, en una suerte de “costumbrismo” que roza a momentos la caricatura, pero acaba desbordándola merced a la precisión para volcar a la pantalla decires y haceres constitutivos del pasar diario de las gentes descritas en su forcejeo entre el querer y el poder, ironizando sobre todo a propósito de las precariedades de un sistema. A estos contextos apunta la sarcástica mirada impresa en sordina a lo largo de la trama entera.
Loayza no se reserva el papel del observador. Se compromete, por el contrario, a fondo con sus personajes. Se pone de manera incondicional de parte de Quispe, lejos de concesiones fáciles o excesos almibarados, sin escamotear sus pequeñeces, pero evitando retacear un afecto que, a fin de cuentas, le permite redimirse de estas últimas.
A destacar el parejo desempeño de los actores, junto a la usual solvencia narrativa de Loayza. La cámara no es aquí un mero aparato de registro. Es, por el modo de colocarla y moverla, el generador de un plus de sentido cargado exitosamente a cuenta exclusiva de la imagen. Vale decir, cine-cine, desentendido de las moralejas baratas, aferrado con uñas y dientes a una premisa: es cosa de contar algo y contarlo bien.
Cine que, por añadidura, no se conduele de nuestros pesares colectivos, prefiere activar la sonrisa o la carcajada como percutor más eficaz de una introspección compartida, en condiciones de pararnos desnudos frente al espejo. Como el rey del cuento, ya que de cuentos va la cuestión.
Ficha técnica
Título original: Las bellas durmientes. Dirección: Marcos Loayza. Guión: Marcos Loayza. Fotografía: Gustavo Soto. Edición: Fabio Pallero. Arte: Abel Bellido. Diseño: Alejandro Loayza Grisi. Música original: Oscar García. Sonido directo: Sergio Medina. Maquillaje: Vanesa Basaure. Producción: Santiago Loayza Grisi, Sergio Claros Brasil, Carlos Rocabado. Efectos: Pepo Razzari, Álvaro Manzano. Intérpretes: Luigi Antezana, Fred Núñez, Paola Salinas, Carlos Rocabado, Daniel Larrazábal, Andrea Aliaga, Giselly Ayub, Yessica Mouton, Marioli Arteaga, Carolina Asin, Jessica Suárez, Luciana Torquati, Carlos Morales, Elías Serrano, Julio Kempff, Patricia García, Daniela Rezniceck, Marcos Grisi, Jere Castro, Sissi Salinas. Bolivia/2012.