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Don Juan Mundo al Revés

Manuel Vargas, narrador de dilatada trayectoria, invita con este cuento inédito a hacer un viaje al Potosí colonial y sus oscuros misterios

/ 20 de enero de 2013 / 04:00

Qué buen don Juan, mundo al revés, convida el borracho, también será otro borracho él como ellos, deshonrar de su mesa del padre en este reino.

Guamán Poma de Ayala

1

No era una llama, era una mujer de holanes y echarpes la que vi aparecer y desaparecer en la Plaza del Gato, la vez que fui al gran Potosí acompañando a los servidores y demás dependientes de mi encomendero. Quién iba a pensar que a mí, un indio de los que llaman depravados sin más ni más, me ocurra esto. Pero por algo me dicen, y en verdad me llamo, Don Juan Mundo al Revés.

2

Yo vivo en mi tambo, con mis indios y con mis bestias, pero solo; atendiendo a los viajeros del norte y del sur, pero solo. Hasta que fui llevado a esa ciudad de españoles para que pueda verte y así pierda la chaveta y se alboroten mis bolas. No sé si eras joven o vieja, flaca o gorda. Qué habré visto. Qué te habré visto. Vino rojo habré tomado, como la sangre misma. Gusto de mujer blanca cómo me haiga venido. Y de repente he querido arrastrarte y tumbarte contra el suelo. Así nomás he pensado gozarte, como ustedes los decentes dicen. Rajarte, abrirte, romperte con mi asta. No inclinado ni humilde ni servil. Qué siempre me habrá gustado de vos. ¿Quieres mirarme? La tengo como para una yegua.

3

¿Pero dónde estás, dónde te has ido? No me acercaré por detrás. No me mirarás desde arriba, yo te miraré desde todos los ángulos y te tiraré al suelo. ¿Cómo? Yo he visto tantas mujeres en el tambo, sus olores he sentido, sus risas de campanas he escuchado, y antes, cuando trabajaba en la parroquia de Carangas… Las he gozado, pero no sé si las habré hecho gemir también. Y tuviste que aparecer vos, cómo tuve que encontrarte, ah, ya sé, habrá sido por el olor rarito que despedías, algo así como yerbas del monte y cebo de velas, pero no. Olías tal vez a tu Dios, Nuestro Señor. La cuestión es que desde entonces me desgraciaste para siempre.

4

¿Cómo puedo explicarme todo esto? Soy indio de mi tiempo. Qué han dicho, qué no han dicho de nosotros, los historiadores, falsos poetas y demás sabedores, como bonito, como feo. Desde mi tambo en esta curvatura del río y a la orilla del camino real, he visto pasar a tanta gente de toda laya y he escuchado decir cada cosa. Que fuimos esparcidos como hojas secas en medio del torbellino de la Conquista. (Tú me has conquistado pues, mujer de echarpe amarillo con bandas rojas). Que después vivíamos diseminados como las piedras vomitadas de un volcán.

(Volcán es desde entonces mi reja negra para abrirse campo por tu entrepierna). Que ellos nos ignoraron y nosotros nos perdimos en las pampas y los cerros como ganado cerril y montaraz. Pero yo vivo aquí en este tambo, mi casa: una pieza pegada al cerro, en cuyos fondos hay fuego, mi cama, tiestos, alimentos, recuerdos; en la parte de atrás quedan los canchones para las bestias que llegan y se van, o las que yo proporciono a quienes les hace falta, más el forraje y otros hatos necesarios para la gente errante y sus animales. Por aquí están obligadas a pasar, o a pernoctar, gentes de toda laya, civilizadas o salvajes y de todas las hablas y colores, que vienen de Sucre, que van a Buenos Aires. Piedras, hojas, ganados somos nosotros los indios. Vivimos y morimos en estas montañas. Mis hijos, si te hago algunos, mujer blanca de echarpe a cuadros como bandera, dirán algún día que allá, en ese entonces, preferíamos vivir como bestias y morirnos, a fin de no ser trasquilados y perseguidos por los antepasados tuyos y por los antepasados de nosotros mismos.

5

Sin ley. Así es. La ley de la soledad, de la borrachera, y sus consecuencias. Yo soy Don Juan Mundo al Revés.

6

Porque yo he ido a Potosí (o serían mis antepasados, sí, era en tiempos más antiguos todavía) y he visto las marchas de los virreyes y de otras altas autoridades rumbo a esa ciudad, o a otras ciudades de otras montañas, o a los llanos del tigre y la serpiente, en medio de los soldados, los curas y los notarios y demás allegados. Con la idea, dizque, de levantar pueblos con su plaza (en cuyo centro amenazan la horca y el cuchillo), sus iglesias y sus cabildos. Para reducirnos y enseñarnos la verdadera fe y las buenas costumbres (qué buenas costumbres.) Y sólo veo en mi memoria cómo cientos de ellos y nosotros los recibíamos y festejábamos y alimentábamos, mientras tantos otros jóvenes, andábamos, nos deslizábamos como el zorro, por punas y peñascos cuidando llamas, o admirando los caballos adornados de brillantes penachos, o ignorándolos mientras soñábamos (yo, el que te habla y te inventa, soñaba asimismo) con muchachas de canillas duras y mujeres gordas y sudorosas que chillaban y pateaban porque no eran mujeres sino llamas y yeguas. Y nos decían que éramos flojos y borrachos y depravados, siempre errantes, perdidos en nuestra soledad de piedra. Y que por eso había que encomendarnos y juntarnos en pueblos.

7

Ahora yo soy el soñador, felizmente nombrado tambero por las autoridades de la reducción, porque yo quise, porque eso busqué desde que anduve en parecidos menesteres por el norte y por el sur, y ahora me siento libre para hurgarte y hacerte bolsa sin fondo, y solo, sin iglesia ni cabildo, más bien con un templo que se llama cerro y cielo y mujer grande y barrigona. Ahora estoy en este tambo de Río Abajo donde me acompaña la soledad, sin Ernestina (así supe que te llamabas y así te nombraré desde ahora). Empleado soy del encomendero Vargas y No Sé Cuántos, a quien nunca he visto ni me interesa ver; tengo agua tibia y hierbas dulces para los viajeros, armas y vestimentas. Pero no a vos, Ernestina, vaquilla nalguda, concha de los ríos cantadores, hueco escondido de las lagunas. A podrido hueles. No me mirastes con tus ojos, yo tampoco. Dura serás, blandita serás de cuerpo. Cómo serás de suave, si duermes entre algodones y pareces un retrato. Y yo aquí, tantos meses ya sin mujer. Y un mes sin vos.

8

Esa vez te seguí por las calles empedradas, claro, sin que te des cuenta y sin que mis compañeros digan nada. Al regresar les dije que mi amo me había mandado a rastrear unos perros sin dueño por esos patios y plazuelas, y no me entendieron, ni yo entendí por qué expliqué de esa manera mi huida solito. En vano, porque te perdistes en alguna de esas inmensas puertas y todos esos pasadizos se llenaron del mismo olor, tu olor, ¿cómo te iba a encontrar entonces? Seguimos, arreando nuestras llamas por una calle angosta, y acabó nuestro viaje.

9

Hace una semana pasó por acá un indio viajero que había sido conocedor, y le he dicho, esto me pasa, ¿qué puedo hacer? Cuéntame bien primero, me ha dicho. Hay una mujer que vive en Potosí, le digo. Me ha embrujado siempre. No es india, es española. Por su olor yo podría reconocerla, pero es imposible… Nada es imposible, me interrumpió. No, no quiero que sea mi mujer para siempre, le digo. Sólo quiero tirármela hasta deshacerla, desde mis uñas hasta mis cabellos la estoy queriendo, le digo. Ah, ya, me dice el hombre entendido, sabedor, yatiri. Y desde esa conversación, ya hace una semana que la estoy convocando.

10

Te estoy llamando pues. Ernestina, Tina. Ven pues, ven mierda. El yatiri me ha dicho que tome agua de estas yerbas que no conozco. Las he hecho hervir, macerar, las he mezclado con unos polvos de la tierra que el sabio me ha dado. He tomado tal como debe ser. Asqueroso. Mierda pura, ¿pero qué importa? He vomitado, me he arrastrado por el suelo. Y sigo vivo, Ernestina, Tina. Una semana.

11

Cierro mis ojos, carajo, aquí estás, tienes que estar, tengo que sentirte a costa de las calenturas de mi cabeza, de las vueltas que da en mi estómago el elixir, de mi cerrar de ojos, de mi deseo tan grande, tan grande. Te agarraré con mis dos manos, de una canilla, de la otra, sin llorar, sin suspirar. Yo no quiero llamas, no quiero potrancas, yo quiero lo que tienes bajo tu cintura, sí, quiero tirarte, quiero tanto, tanto quiero, lo voy a lograr siempre, así pasen días y meses y años de ayunos y vómitos y de deseos, me ha dicho el que sabe, yo sé, que de tanto pensarte te tendré enterita, durita y blanda y lista. Entonces, pues, me alistaré como sabemos, me estaré alistando, soy un caballo, soy un burro hechor (el que se tira a las yeguas para hacer machos y mulitas), yo sé cómo es, no te voy a tumbar así nomás, para que sepas, mierda, mierda, mi quijada voy a juntar con tu quijada, mi nariz con tu nariz, de tu oreja te voy a jalar, y de otras partes también, ya sabes, con rudeza, y después de tu cabeza te voy a agarrar con todo cariño y te voy a espulgar, cosquillas vas a sentir, encontraré los piojos rascando con mis uñas filas que saben cortar carne, y sin dejar de reír y suspirar me los comeré vivitos de uno en uno, masticaditos, de dos en dos, con más sus tierritas saladas que están entre tus cabellos negros y suaves, así te estaré oliendo y oliendo, gustando siempre, y después vos también me buscarás los piojos de mi entrepierna y te los meterás a tu boca, bien molidito ya me lo vas a pasar por mi éste, y vamos a mezclar eso con nuestras salivas, y nos vamos a chupar, y te daré vuelta, levantándote tus polleras, carajo.

12

Pero no, antes moleré coca, estoy moliendo, la mojaré con estas aguas, ya, y con esa masa verde y olorosa me untaré mi timón de burro, amasando, envolviendo, entrando la coca por todos los huequitos, mientras tanto ya estarás bien desamarrada de tus telas, te pasaré con un poco de coca amasada y ya, por tu hueco, esto que me he hecho con la coca molida es para que dure horas y horas cuando mi cosa esté adentro de tu concha, para hacerte feliz, vas a chillar pues, vas a pedir perdón, y más y más vas a querer, y yo te voy a obedecer siempre, putita, vaca, llama hedionda, ovejita tierna adornada de mil colores como mi sueño.

13

El canto del viento se ha mezclado con relinchos y balidos y tropel de animales de toda clase. ¿De día es, de noche es? Los diablos han de ser, acercándose por el camino. Al poco tiempo tocan a la puerta, ya está, pero no puede ser: los golpes son delicados y alegres. Nada de diablos, son los santos de los cielos, hombres de barba y de yelmo que vienen de la Audiencia de Charcas rumbo al Potosí.

14

Nos hemos anochecido, me dicen, ya no vamos a poder llegar todos juntos a la Villa. Traemos a la señora Ernestina, que quiere descansar. Pasen, pasen, ilustres señores. ¿Qué olor es éste?, me preguntan con las narices levantadas, alumbrados por la llama de mi hacha. Nos es nada, les digo, me he enfermado de diarrea, creo, pasen nomás, algunos ratones he tenido que matar en estos días, ¿dónde está esa señora Ernestina que dicen? Me responden unos murmullos y agitaciones en la orilla del camino. ¿Tienes agua caliente?, me preguntan los adelantados. Sí, les respondo, y a todo sí: ¿Tienes leña de la buena? ¿Pan, vino, maíz, yerba, impedimentas, acémilas, caballerías frescas, forraje? ¿Y un chasque para mandar a Potosí? Ahí atrás viven mis indios, les digo, más allá de los canchones. Están para servir.

15

Y entonces, de pronto se acerca mi sol, mejor dicho siento ya su olor picante que me ha tenido loco estas cuatro semanas, mientras los santos de barba desaparecen, se esfuman en el aire de la noche. ¿De no creer, no? Pero yo, como indio principal y degenerado, confío en los que saben, y las fantasías y quimeras se han convertido en el cuerpo duro y oloroso de mi Ernestina. Nos quedamos solos los dos. Ven, le digo, ven, mierda, yo estoy listo. Si te gusta vas a gritar, si quieres vas a chillar, y comienzo a revolcarme como víbora del infierno. Estoy queriendo, pues, estoy gozando con esto que toco, que rompo, que deshago…

~
—Diga Ud. qué ha visto, cómo fue que encontró a ese indio en el tambo de Río Abajo.
⎯Yo no pensaba ni siquiera entrar a ese lugar, Su Señoría, pues ya no estábamos tan lejos de la Villa. Fue ese fortísimo olor que me llevó a acercarme a la puerta, llamar, abrirla.
⎯Y se encontró con…
⎯Me encontré con que el tambero estaba bien muerto y solo en medio del recinto, y que lo que olía no era la muerte dél, que parece que recién acababa de morirse, sino que estaba envuelto en sí mismo y rodeado de extrañas telas de colores, todo manchado y deshecho, y de vasijas, a medias llenas con brebajes hediondos y viscosos, además de sus vómitos todavía frescos por el suelo. Extrañados le dimos la vuelta con el pie, y no estaba tan tieso aún. Lo que sí parecía el palo mayor de una nave encallada, era… con perdón… su pija, Su Señoría, más viva que muerta, de una extraña color verde y a punto de reventar.
⎯Verde… ¿Y?
⎯Eso fue lo que nos hizo pensar que todo esto era brujería, y por eso estoy aquí, Su Señoría, denunciando el caso antes de que pase un día.
⎯¿Cuántos eran ustedes, digo, los viajeros?
⎯Yo y mi escudero, Su Señoría. Él se quedó vigilando el lugar, cuidando de que nadie entre a curiosear.
⎯Muy bien hecho. Yo veré cómo enfrentar el caso. Lo único que deseo es que este asunto no sea difundido más allá de la Justicia, a fin de que los malos ejemplos del Demonio no se difundan por estas tierras conquistadas para mayor gloria de Nuestro Señor. Ni siquiera como castigo ejemplarizador, que ya el destino ha castigado lo suficiente a ese pobre infeliz, a cuya clase de gente, y con toda razón, le llaman Don Juan Mundo al Revés.

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Víctor Hugo Viscarra en seis retratos

La editorial 3.600 presentará un compendio con la obra del escritor paceño (1958 - 2006) el 6 de agosto a las 18.00 en la FIL.

/ 1 de agosto de 2018 / 11:00

A lo largo de su breve carrera como escritor, escribí en diversas ocasiones algunos apuntes, repetitivos, a veces contradictorios, sobre la vida y los libros de Víctor Hugo Viscarra. Ahora, con motivo de la publicación de su obra completa en la Editorial 3.600, recopilo y acomodo estos apuntes en forma de retratos.

Retrato N° 6. Obras completas

Cuando ya ha corrido mucha tinta y otras habladurías sobre la vida y obra de Viscarra, se presenta por primera vez una edición de su obra completa. Legal y oficial, para pena y jolgorio de los piratas. No añadiremos nada nuevo, ni insólito, tampoco la opinión definitiva ni consagratoria; menos intentaremos colocar al autor en su lugar: un altar o un tugurio. Más bien diremos que la obra de este autor sigue ubicua y viva, no sabemos hasta cuándo. Lo que sí está claro, es que era necesario realizar este gran esfuerzo editorial para difundir sus libros, su obra completa, para que simplemente sea más conocida por un público que sabe de tragos fuertes, y para el resto. Lo demás, lo dejaremos al tiempo y las aguas.

Difícil no repetir lo ya tantas veces dicho, sobre este escritor que es un caso aparte. En vida era conocido como un borracho y un “thanta escritor”, como él mismo se autonombraba; a la semana de su muerte estaba ya en camino de la canonización, como ejemplo de vida y de sacrificio. Y después, se convirtió en mito. O sea, ni modo. Yo mismo, ya siento el peso de ser un obligado testigo de ciertos momentos de su existencia, en especial la de sus últimos años. Al respecto, un periodista me preguntó sobre él, y yo le respondí más o menos de esta manera:

“Cuando estaba sano era todo un caballero. En muchos otros casos había que lidiar como con un bebé. No era extraño verlo con aparatosas gasas cruzadas en su cabeza. Además de alcohólico, estaba en sus últimos años y con bastantes achaques. Aunque él creía que nunca se iba a morir. De modo que no se podían hacer planes, por ejemplo, de viajes, ni a Viacha ni a Alemania, o de programar ediciones formales de sus libros. Siendo un marginal, pocos le daban bola o era un cargoso como todo borracho alegre; ya de muerto fue para algunos un santo. Tenía una inteligencia mezclada con picardía y dolor y rabia; lo más valioso, literariamente hablando, era su autenticidad. Por eso, aún se lo sigue buscando y leyendo”.

También conté más de una vez, sobre la representación de Anoche, en un putero en una conocida y acogedora sala de la ciudad de La Paz, dejando fríos y patitiesos a muchos espectadores. En esos momentos, el autor andaría vaya uno a saber por dónde. Tal vez, para asegurarse el día a día sin muchos sobresaltos, andaba en busca de las altas autoridades de la Iglesia, de la Policía, en algunos hospitales o en oficinas donde medran intelectuales de izquierda o de los otros, o con directores de ONG. De las noches o de su vida privada, solo se sabe lo que quiso decir en su obra escrita por él, y lo que andan diciendo sus ocasionales acompañantes.

Volvamos a sus libros, para no ser cargosos. Sus escritos son literatura y no son literatura. Son cuentos y no son cuentos. No son novelas, tampoco informes sobre la pobreza suburbana, ni tiernos recuerdos autobiográficos, o chistes para niños crueles, o regodeos amorosos para jovencitas inexistentes. Ni obra maestra ni sobra maestra. Son todo y nada. Ahora aquí están, como una respuesta a las diversas necesidades de cada lector. No apta para intelectuales serios, ni para la competencia de escribidores. Tal vez autoayuda para satisfechos, para noveleros, falsos hippies, aspirantes a santos modernos, y en especial para la gente común y silvestre, “mi gente” como a él le gustaba repetir.

Que estas palabras no sean para contribuir al mito, sino, simplemente, para no quedarnos callados ante estas quinientas hojas que no solo rezuman tinta.
(La Paz, julio de 2018)

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Jorgecito, qomer-pantaloncito (Pieza negra en tres enviones)

Publicamos este cuento inédito, en el que la autoridad del Tío de la mina se muestra pero también se ve sujeta a duras negociaciones.

/ 2 de julio de 2017 / 04:00

1.

— No aparece siempre el Antonio, ayúdenme a buscarlo, compadre, compañeros de mi marido; debajo de este montón de tierra siempre está.

— Hua, qué ha pasado pues, señora, qué anda haciendo el Antonio Robles debajo de la tierra.

— Así siempre se ha accidentado, compadrito. Derrumbe, pues; se ha hecho tapar con la carga y no lo estoy pudiendo encontrar.

— Uta, ya se habrá muerto pues.

— Se ha muerto siempre, así es la mina, la tierra nos cubre tarde o temprano, lo ha tapado como poncho y ya no lo puedo encontrar.

— Ay, doña Romalda, sin marido se ha quedado ahora. Y lo que le gustaba al Antonio bailar de diablo en los carnavales.

— Sabía, pues, le gustaba. Gracias por ayudarme. ¿No parece?, ¿no se lo siente? Bien muerto debe estar, ¿no ve? Primero yo lo estaba llamando, pero no me ha respondido, además nunca me respondía en vida, así son los hombres. O sea que, ya nunca más lo voy a escuchar.

— Cuánto lo sentimos, doña Romalda. Pero creo que aquí estamos pateando oxígeno. Yo que vos, señora, lo iría a buscar al Aysiri…

— Qué sabe pues el Aysiri.

— … para que le haga hablar a la Pachamama, o a su espíritu; de esa manera vamos a encontrar el cuerpo. No ve que le gustaba bailar de diablo… Eso es pues, con el diablo tenemos que vernos ahora.

— ¿El diablo?

— Bueno, el Tío, pues, doña Romalda. El lo ha de haber escogido al Antonio, su hijo preferido, diciendo, su servidor, su devoto.

— Sonseras están hablando che. Ni que hubieran hecho un trato entre mi marido y el Tío…

— Andá nomás a traerle. El Aysiri es conocedor de los derrumbes, por algo es Aysiri y hace hablar a los habitantes ocultos de la mina. Hasta en inglés los hace hablar, dice. Pero nosotros solo necesitamos que nos diga cómo encontrarlo al Antonio para darle cristiana sepultura.

2.

— Pachamama, hablá pues, dinos algo de nuestro compadre, de tu ahijado, de tu sobrino. O a él directamente hablale.

— Cállense, ya está hablando, ya le está reconviniendo.

— HIJITO, ¿PARA QUÉ HAS ENTRADO?, SI ME HE CRIADO GUSANOS BAJO DE LA TIERRA. SI QUERÍAS TRABAJAR VOS, ¿PARA QUÉ TENÍAS QUE IR? YO TE HUBIERA MANTENIDO EN MIS FALDAS COMO HAGO VIVIR A LOS GUSANOS.

— ¿Ya lo oyeron? Yo siempre he dicho que este Aysiri es bien bueno. Sólo que no se entiende mucho lo que dice la Pachamama. ¿Alguno de ustedes entiende?

— Cállense a ver. Escuchen, ahora va a hablar don Antonio.

— Gracias, Tata Aysiri, schhhhh… ¿Antonio? ¡Antonio!, ¿eres vos?, ¿dónde te has metido? Respondeme pues, por lo menos, ahora que ya estás muerto.

— AQUÍ NOMÁS ESTABA. DONDE ESTABA MI PRETINA, ALLÍ ESTABA YO.

— Buscaremos, buscaremos por entre las piedras. ¡Aquí está la pretina! Esta es su correa. Escarben por ahí mismo.

— ¡Pucha, lo encontramos! Aquí  está pues el cadáver.

— Uuhhh! Pero está sin cabeza.

— Ay, no me digan, yo siempre le decía: parece que no tienes cabeza, y ya ven, compadres, todo se cumple.

— Cierto. ¿Dónde está tu cabeza, Antonio?

— DONDE ESTABA MI RELOJ, ALLICITO DEBE ESTAR.

— Busquen, busquen. ¿No ve, doña Romalda? En muerto es más fácil hablar.

— Ya, no molesten y busquen.

— No, no parece siempre su cabeza. ¿Qué hacemos, Tata Aysiri?

— Parece que el Diablo lo ha estado llevando de un lado a otro a este pobre hombre. Escuchen a ver, otra vez está hablando el decapitado.

— HACE RATO ESTUVE ALLÍ ATRÁS, DONDE ESTABA MI GUARDATOJO. PERO ESTE TÍO POR TODOS LADOS ME LLEVA.

— ¡Callate, Antonio, burreras hablas. Solo falta tu cabeza.

— ¿Y esa voz cavernosa de quién es?

— YO SOY EL TÍO, YO SOY EL DIABLO, ESCÚCHENME.

— ¡Ay, Tío, Tiito! Escuchen, escuchen…

— ¡YA, BASTA, BASTA! ¡CÁLLENSE! YO SOY EL TÍO JORGECITO, QOMER-PANTALONCITO.

— ¡Cierto! ¡Mírenlo! Así es pues, el Tío tiene pantaloncito verde y él mismo se hace decir qomer-pantaloncito. ¿No ve, Tata Aysiri?

— ¡BASTA!, ¡BASTA!, YO NO SOY EL AYSIRI SINO EL TÍO, CON CUERNOS Y TODO. Y NO SÉ CÓMO VAMOS A ENCONTRAR SU CABEZA DEL ANTONIO.

— ¿Escucharon? Este Tío se está haciendo el loco. Dinos de una vez, pues. Su cabeza del difunto falta. Tú siempre sabes cómo hay que hacer.

— BUENO, BUENO. SI QUIEREN ENCONTRAR A ESTE HOMBRE ENTERITO, DENME UNA ARROBA DE QUINUA.

— Pero eso es fácil, ¿no ve? Fácil, o qué dices, Tata Aysiri.

— No sean pues sonsos, el Tío se está haciendo el chistoso. Habla en adivinanza. Cuando dice una arroba de quinua, ¿se imaginan cuántos granos tiene una arroba? El Jorgecito se refiere a la cantidad de hombres que tienen que entregar su alma a cambio del hombre accidentado. Miles, como los granos de la quinua.

— Ah, eso ya no se puede hacer.

— No, cuánto será pues, eso que pide el Tío. No tenemos, no vamos a poder entregar.

— Sería como entregar al menos diez mil o veinte mil personas.

— No, no podemos lograr esto.

— SI NO LO HACEN, EL MUERTO NO VA A ENCONTRAR NUNCA LA SALIDA.

— Pobre hombre, tendrá que salir como una momia a destruir toda la ciudad para satisfacer al diablo.

— Piensen, a ver, no se den por vencidos.

— Arreglaremos de otra manera, Tío. Tú sabes que una arroba de quinua es imposible, no tenemos el poder.

— BIEN, ENTONCES, ENTRÉGUENME UNA LLAMA DE UN AÑO, UNA LLAMA BLANQUITA Y TIERNA.

— ¡Vayan! Vayan a buscar la llama blanca, comprada, prestada, robada,  lo que sea.

— ¡Corriendo, pero!

— Bueno, esperanos un ratito, Tío. Ya han ido a buscar.

— Cómo pues a buscar. ¡A traer será!

— El compadre ya ha ido. Él va a traer, nunca me ha fallado el compadre.

— Esperemos nomás, entonces.

3.

— Ya viene, ya viene… ¡Ahí está! ¿No escuchan el tropel? ¿No escuchan de la llama su balido triste?

— ¿Me han llamado? ¿Me estaban esperando? ¡Aquí tienen una llama blanca! ¿Para quién es?

— ¡Compadre! Qué contenta estoy. Yo siempre he dicho que nunca me fallas.

— Aquí está, Tío, te la ofrecemos.

— BUENO, BUENO. BIEN ESTÁ LA LLAMITA, HAY QUE SACRIFICARLA ENTONCES. YA, ALISTEN LOS CUCHILLOS. POR ESTE ANIMALITO HERMOSO LES PUEDO ENTREGAR EL CUERPO, PERO NO VAN A PODER ENCONTRAR SIEMPRE SU CABEZA.

— Pero, pero… ¿Por qué?

— LA CABEZA SE QUEDA CONMIGO COMO MI RECUERDO, ¿NO VE QUE DON ANTONIO CON TANTA DEVOCIÓN SABÍA BAILAR LA DIABLADA?

— Ayyyyy, mi Antonio. Yo siempre le decía… Aaayyyyy.

— Ya, dejá de llorar, doñita. Así nomás ya lo enterraremos.

— Conformate nomás, doña Romalda. El Jorgecito te va a estar recompensando. ¿No le ves su cara de contento?

— Compadre, compadre… ¡Aaayyyyyy!

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La cholita Colcapirhua

Publicamos un cuento inédito de Manuel Vargas sobre el amor, la libertad y las mujeres con personalidad.

/ 11 de junio de 2017 / 04:00

— A ver, a ver. ¿Cómo te llamas y quién eres?

— Arminda Rocha me llamo, soy natural de Colcapirhua; tengo mi tienda, al lado de la casa de mis papás. Aquí mismo siempre he vivido, con mis dos hijitos. Me vendo dulces, refrescos, así.

— Bien, bien, así que eres la famosa cholita de Colcapirhua. En los periódicos están hablando de vos. Te alaban, te insultan. Ahora tienes que explicar todo lo que ha pasado en tu tienda. Pero antes… ¿Has dicho que tienes dos hijos? ¿Y dónde estaban la noche de los hechos?

— Dositos siempre son. ¡Bellos! Mis papás me ayudan con ellos, duermen en la casa mientras yo me quedo en la tienda.

— O sea, pero… ¿Eres casada o soltera?

— Viuda soy ahora. Ya sabe, pues, teniente, por qué me pregunta.

— No te entiendo, ¿ha muerto tu marido?

— Oiga, teniente, no se haga, pues. Está viendo que mi marido se acaba de morir, o mejor dicho, lo acaban de matar aquí en mi propia tienda. De él soy su viuda.

— Chola sinvergüenza, cómo vas a decir pues eso. El Clemente era un hombre casado; sería tu amante. Todo eso pues tienes que explicarme ahora, para que puedas salir de aquí. Si no, estás jodida, Arminda. A ver, dime pues cómo has llegado a esta situación tan comprometedora.

— No, no le entiendo, teniente, tanta cosa me dice…

— Explicá, pues. Aquí en tu tienda se ha cometido un asesinato, y el asesino está preso, y vos detenida, porque ese tal Clemente estaba en tu cama, ¿o no?

— Estaba pues en mi cama, cómo lo voy a negar.

— ¡Pero el asesino dice también que tú eres su chola, su corteja o no sé qué! Por qué, si no, lo ha matado al otro.

— Eso ya no puedo saber, teniente. El Davicho no es nada de mí.

— ¿Pero lo conoces, no? Siendo el padre de uno de tus hijos…

— Sí, pues. Pero… Mi agarrón nomás ha sido el Davicho. Es que el Clemente se pierde también, y me deja sola. En una borrachera nos hemos conocido con este otro, y ahí nomás, viéndolo tan buen mozo… Sería pues la soledad, como dicen.

— ¿Cuál Soledad? ¿Amante de quién? ¿Otra mujer más en el intríngulis?

— Teniente, permítame que me ría. ¿Intri… qué dice? Intri nosotros nomás pues. No se haga al difícil.  

— ¡O sea que ahora yo soy el difícil!… Me estás haciendo hablar macanas, che. Vos te has metido con dos hombres casados y en tu propia casa se ha cometido semejante delito, por no decir en tu propia cama…

— Yo no tengo la culpa.

— Chola mañuda, no me hagas renegar. ¿De quién su culpa será, no? Explicá de una vez, te digo de a buenas… Con los dos te has metido, lo estás confesando. ¿Y no sabías acaso que…?

— No entiendo nada siempre, teniente.

— ¿Y quién más va a entender? Escuchame más bien. Haz de cuenta que te estás confesando con el tata cura, o con tu padre, qué se yo, y le explicas todo, paso a paso. Es por tu bien, ¿me oyes? ¿O quieres que los periódicos nomás digan cualquier cosa? Hasta en el Feis dice que sales. Ya. El tata cura te está escuchando. Él no sabe nada de esto y vos te confiesas…

— ¡Ajj! Es que esto es vergonzoso. Ustedes nomás lo enredan todo y ahora yo no sé cómo voy a salir de este aprieto.

— Te voy a ayudar. Te metiste con el Clemente: viejo, honorable y fiel esposo. Pero por culpa de la soledad, mejor dicho de la borrachera, te metiste asimismo con el joven, fortachón y fiel marido David no sé cuántos. ¡Y los dos casados! No puede ser… El más joven se entera de tus correrías y… Bueno, hasta ahí llega mi conocimiento, ahora seguí por donde quieras.

— El Clemente fue siempre mi primer y único amor, aunque yo sabía que era casado, con familia e hijos y solo fuera un humilde mecánico. Además, él me decía que solo a mí me quería, y cuando podía siempre estaba aquí en mi tienda. Aunque un poco viejito y gastado, yo lo he querido siempre al Clemente, ese debe ser mi gusto.

— ¿No te das cuenta?, tú has destruido un hogar. Él tenía esposa, hijos… Y la sociedad te señala como a una… una mujer alegre.

— Pero ahora estoy triste porque él está bien muerto. Y todo puede estar diciendo su mujer oficial, como hablar mal de mí: que tengo una dudosa conducta o que fui su chola del imperfecto…

— In-ter-fec-to.

— … pero yo le diría que, además de joven y hermosa, soy mejor que todas esas señoras que hablan hasta por los periódicos y las televisiones. Porque no es la única señora que está metida en este embrollo, ¿no ve?

— ¿Y por qué te sonríes? ¿Estás hablando de la esposa del asesino?, ¿de tu otro amante? Quién es él.

— Yo no sabía nada, mi teniente. La otra señora había sido la esposa del Davicho, del que ha venido a matármelo al Clemente, por celos. ¡Cómo va a venir pues a esa hora! ¿No le dije que esto era un enredo? ¿Y ahora qué voy a hacer yo, que soy la única y verdadera viuda de mi marido muerto?

— Y dele con el marido muerto… ¿Y quién es el papá de tus hijos?

— El primero es para el Clemente, el muerto. Y el segundo es para el Davicho, ya le he dicho.

— El Davicho, el Davicho. Esas confiancitas te delatan. Hablemos entonces del asesino.

— ¡Sí, el asesino! Le voy a decir la verdad, en confianza, digamos. El Davicho es un carpintero que tiene su casa en el barrio de Cala-Cala, y si es que usted no lo sabe, fue mi aventura nomás; no sé por qué se metería conmigo, o más bien por qué yo me metería con él, si ni siquiera me daba plata, tan agarrete y celoso.

— Pero te hizo un hijo, ¿o no? Fuerte sería el agarrón.  

— Sí. Tengo un hijo para cada uno de ellos. Me gustan pues las guaguas. ¿Ellas qué culpa tienen y yo qué culpa tengo? No puedo cargar con la culpa de todos los hombres, ¿no ve?

— Por eso te has metido en un tremendo lío, hija… Tu Davicho y esas señoras te van a joder mientras vivan, o mientras vos vivas.

— Ese es pues mi enredo, por culpa de los celos y por andar madrugando. Los dos eran casados y con hartos hijos. Venían pues los dos, cómo me voy a negar, pero no al mismo tiempo. Es que yo soy una cholita hermosa y de carnes tiernas, como me decían siempre los dos… Bueno, el uno me decía en difícil: me gustan tus garridas caderas, amor, y el otro a lo bruto: qué culo, qué tetas… Y a mí, lo que a mí me gusta es el amor siempre. Soy cholita de sentimientos.

— Qué interesante. Qué ejemplo para la sociedad, qué moral… ¡qué chucha! O sea que hay que tener un amor y un agarrón, y todos contentos y felices… Ya, ya, con tus líos amorosos no vamos a llegar a nada, y para lo que me importa. Ahora cuéntanos tu versión del asesinato, lo que ocurrió en esa noche fatal de la que hablan los periódicos.

— Esa noche estaba yo con mi Clemente. Llegó como a las once de la noche diciendo: Armindita, hoy me he librado de la vieja, tenemos el resto de la noche para divertirnos como enanos. Así era pues él, y eso que solo era un mecánico-fregánico, como en chiste le decía yo. Y lo recibí como tiene que ser, en mis brazos y en nuestra cama. Tengo pues aquí mi cuarto aparte, ya le he dicho, tienda es, dulces vendo, coca-colas, empanaditas, mientras mis dos hijos están en la casa con sus abuelos. Él vive en Vinto y tiene taller en Quillacollo…  (Ay, perdón: vivía, tenía). De ahí se vino diciéndole a su falsa mujer (bien franco era siempre conmigo): Tengo que ir a Oruro, hija, a traer unas herramientas, son más baratas allá. Y se vino a mi tienda de Colcapirhua. Como era tarde, ya ni me invitó a comer y tomar chichita como a veces lo hacíamos. En fin: teníamos libre toda la noche. Y así hemos estado, no solo haciendo lo que usted piensa, sino también conversando, riendo, todo junto, hasta que nos dormimos.

— Ya; al fin hemos llegado a lo que a mí me interesa, seguí…

— Cuando de repente, como a las cinco de la mañana… ¡Golpes en la puerta! Más golpes. Despertá, Clemi, no sé quién está golpeando esa puerta como a bombo de banda. Y realmente yo no sabía, nunca pensé que podía ser el Davicho, cómo pues a las cinco de la mañana, si él vive en Cochabamba y nunca sabe venir en la madrugada. ¡Despertá! Y grito a la puerta: ¡Quién es, qué quiere a estas horas!

— O sea, estás confesando que el otro también venía y con horarios establecidos…

— A ver no me interrumpa. Entonces la puerta se abre como si se rompiera, y ya no sé nada.

— O sea, ese rato te has vuelto ciega…

— Es como un sueño, una película de terror. Yo no he vivido eso, cómo pues. Ya estaba amaneciendo y lo puedo ver al David, con semejante tamaño y temblando de rabia, buscando algo tras la puerta, y encuentra el palo de trancar, que con el entusiasmo yo me olvidé de apuntalar en la puerta, y se acerca adonde nosotros, mejor dicho donde el Clemente que está sentado y pelado sin entender nada y ahí nomás recibe un palazo en la cabeza, en medio de insultos del loco y de mis gritos. Y más golpes y golpes hasta que… yo he escuchado siempre como si un tronco se quebrara, ay…. y queda en el suelo quieto, tras el último palazo…

— Ya, ya, basta de berrear, ya has llorado bastante esta mañana.

— En semejante alboroto pues aparece alguna gente y yo ya estoy vestida y veo al David que quiere salir por la puerta, por la ventana, y los vecinos no lo dejan, ¿ladrón es?, ¿te ha querido violar?, ¡pero si es un apuesto caballero!, más gritos y amenazas, hasta risas, ¿y quién es este muerto?, ¿lo estaban desvistiendo?, y ya llega más gente y yo estoy sentada en el suelo al lado de mi marido, qué me lo han hecho, ay, maricón, desgraciado, ¿estas son horas de venir? Y nadie entiende, y en eso ya aparecen ustedes ya también.

— Las fuerzas del orden, dirás. O sea que él no pudo defenderse, borracho estaría, ¡claro!, vos qué siempre le darías, o no le darías, no estaba en condiciones de defenderse… Y el otro, borracho y celoso, no midió las consecuencias.

— Tiene usted razón, el Davicho no sabía medir nada; últimamente se emborrachaba mucho, es que ya no lo quería y me decía siempre: debes tener otro, debes tener otro… ¡Ayyy!, por qué no me entienden los hombres.

— Yo tampoco te entiendo porque ya no sé de quién estás hablando. Del vivo o del muerto. ¡Y ya basta de tus chillidos y tus mentiras! Por andar con…

— Con mis sentimientos, y mi única verdad… Ustedes mismos me han preguntado y yo les he dicho: Él es mi marido, sí, Clemente se llama.

— ¿Y este otro, el asesino?

— Él no es nada, así nomás ha aparecido. Usted mismo dice que no se puede andar con dos. Es verdad: mi único marido es el Clemente.

— Eso se llama amante, sonsa, y lo que has cometido es adulterio y de yapa eres una bígama. Y no pongas esa cara de mosca muerta. Terminemos. ¿Y después qué pasó?

— Mis papás y mis hijos también han venido y no entendían nada, qué has hecho, ¿has matado? No, papito, yo no tengo nada que ver. ¡En tu casa hay un muerto!, y vos nada que ver… Si yo mismo no me entiendo, cómo me van a entender ustedes, ¿no?

— Y después…

— Después ustedes ya lo han cargado pues al David, ¡directo a la chirona!, diciendo. Bien hecho. Y se topan conmigo y me dicen: señorita, o señora, o viuda, vos vas a declarar, ¡estas mujeres son las causantes de todo! O sea, ¿por bella, joven y desvalida me van a castigar?

— Sí, por linda y por sonsa. ¿Un muerto y un asesino por tu culpa es poca cosa? ¿Y esposas y niños mal vistos por la sociedad, es poca cosa? No entiendes nada; te pueden acusar de bigamia…

— Bigamia… ¿qué es eso? ¿Pecado es?, ¿delito es? ¿O sea que el amor es pecado y además delito? Cúlpenla pues a la Soledad que usted le llama. Yo, a uno nomás he amado.

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Todo bonito tiene su feo

El ilegible Premio Nacional de Novela espanta al lector con sus artefactos.

/ 16 de abril de 2017 / 04:00

El título de este artículo me lo presté de una especie de refrán que se escucha en mis pagos. Tal cual. Lo bonito de esta novela es que ganó el último premio nacional. Lo feo… que es simplemente ilegible. Uno comienza por cualquiera de los capítulos, todo va bien, pero de pronto ocurre que no pasa nada y piensa, ¿no se podría decir esto de una manera más clara, con palabras y sintaxis y puntuación más simple? ¿Por qué no se puede avanzar en la lectura de esta novela? Y eso que yo lo he intentado varias veces, bien descansado y despabilado, y nada. Y eso que en mi vida no he hecho otra cosa que leer, desde Poema de Mio Cid hasta Samuel Becket. Desde el Ulises hasta William Faulkner. Y Onetti y Lezama Lima y Arno Schmidt, ¡y hasta Foster Wallace! De este último he leído la mitad de La broma infinita, no soy ningún manco. Entonces, ¿qué pasa con La guerra del papel? ¿O es que soy un prejuicioso, o un envidioso? En Bolivia también se puede escribir en difícil…

Sí, sí, ya lo decían los jurados que premiaron la novela. Este es un libro, y un premio, diferente y único en la literatura boliviana. Y tenían razón. No soy el único que se ha preguntado cuántos lectores han logrado salir victoriosos en este cometido o en esta acometida. Y eso no es nada: el propio autor premiado, a quien no tengo el gusto de conocer más que de vista, reconoce que nadie lo lee ni espera que lo haga. Y que en este campo la novela ha sido un total fracaso. Y propone, lo leí en un artículo de prensa, otras opciones de su propia pluma que podrían llegar a los lectores de la plaza Pérez Velasco y de la Feria 16 de Julio, los espacios populares de La Paz por excelencia. Entonces, yo no estoy diciendo nada nuevo, no estoy haciendo ningún chiste y muy bien sé que autor y editores no se van a enojar conmigo. Pero así nomás es la cosa.

Bueno, entonces, no he leído el libro. He llegado a la página ochenta y tantos y he picoteado algunas otras para formarme una idea cabal del asunto (como seguro hacen muchos opinadores), y por esto ya deberían saludarme con algo de respeto. O sea, me faltarían algo más de trescientas páginas para acabar.

Describamos un poco el libro, por la tapa y las solapas, como dicen. Sí, tiene solapas normales. Pero la tapa no: tiene un hueco para ver la primera página de adentro, justo donde aparece el nombre del autor. Y más adentro hay bastantes novedades gráficas. Un montón de hojitas sueltas que no te pierdes nada si no las lees —en algunos casos solo son manchas y borrones, en otras, fotocopias de periódicos, reproducciones mal enmarcadas— y que dificultan el manejo del libro si uno quiere proceder a la lectura misma. ¿Qué hago con esos papelitos? Los saco o los pongo a un lado, los tiro a la basura o los mantengo en su lugar, pues seguramente por algo estarán ahí… Y también hay páginas en blanco, páginas en negro, páginas en braille, borrones, tachaduras, subrayados, typeados a máquina y con fondos grises. Extraño algunos monitos como se hacía en revistas antañonas. Ah, ¡y con agujeritos llamados en lenguaje imprenteril, calados! Hay un montón de páginas caladas en la parte superior, para poder ver, de pronto, unos textos en letra menuda, que tampoco he podido leer después de realizar algunos intentos. Me siento discriminado. Soy un lector de cierta edad y mi vista ya no es de águila.

Hay muchas otras novedades más, pero no las voy a señalar. Basta, ¿no? ¡Qué originalidad! Con mucha razón los jurados quedaron turulatos. Claro, me van a decir que todo tiene su sentido, inclusive su sinsentido. Espantar al lector, por ejemplo. En un país donde toda la gente consciente busca atraerlo. “Por favor, lean pues, se van a divertir, van a gozar, van a aprender…”. No, señor.

Como ya el zahorí lector se habrá dado cuenta, nos encontramos ante un ejemplo de lo que en siglos pasados se llamaba literatura experimental. Ocurrió en los años 60 del siglo pasado, así como en el 30, y no me quiero meter con los griegos ni con los chinos. El pasado siempre vuelve, como dice la canción. Y esto ocurre hasta en política. Por más novedosos y revolucionarios que nos imaginemos ser, apenas estamos repitiendo las obviedades.

Y no quiero entrar a otros aspectos del libro: fábula, motivo, historia, personajes, enredos. Me niego. Porque me pueden odiar más de la cuenta. Sin embargo, cito lo siguiente, para que vean que sí he leído algo:

“…no soy muy profundo, a ratos incluso torpe, pero es en la violencia de las palabras donde se instala un escritor de cuerpo presente, que los hay pocos, los otros sin duda esperan con velas y vino las ligerezas de la musa” (p. 18).

Esa es la onda, pues. Clarísimo, ¿no? Si así fuera todo el libro… (¿Y qué tienen contra el vino y las velitas?, ¿no pueden convertirse éstas en tibias de difuntos?).

Hay un capítulo que me gusta, consiste solo en un título y vienen luego dos páginas en blanco: Derecho al silencio, cero absoluto… Esas cosas deben enseñarse más a menudo en la carrera de Literatura de la UMSA, de cuya escuela viene el autor. Pero después éste se emputa y termina diciendo (se refiere al carácter del escribidor de cartas, que es el personaje a quien aguantamos):

“Escribo así tal vez porque la muerte no ha acabado, aunque no sienta hoy más que el purgatorio (…) No sé si la muerte es así o son solo los problemas que este asunto acarrea los que me condenan a tan deteriorado carácter; tal vez solo sea la manera en la que se ha presentado el destino, por cómo ha sucedido su entelequia, falsa espera que soy incapaz de entender con el vaho encima, como si la brujería quisiera hacer en mí lo que la medicina en tiempo real: matarme de una buena vez…”. (p. 224).

¡Sí!, ¡de una buena vez! Este señor, escribidor de cartas, es un aburrido. Y lo único interesante y “positivo” para estos tiempos del internet es que en lugar de mensajes electrónicos escribe cartas en papel, recuperando una tradición olvidada, como muy bien señalaron también los jurados. Bueno, pero por otra parte, con tanto vano papel, contribuye a la depredación del medio ambiente debido a la tala de arbolitos.

Debo reconocer asimismo que, aparte de tantas cartas, al final de cada una de ellas, como al desgaire, hay unas frases dignas de rescatar. Con ellas habría podido hacerse un breve librito de prosa poética de alto valor y de negro sabor a muerte.

Copio unas cuantas:

“El cuerpo no es más que un hematoma del alma tras el golpe de la vida”.

“Cuando todo lo que el mundo vende son palabras, resta solo atribuirse tamaño crimen”.

“La vida pende de un hilo, la muerte de cuatro, es una marioneta que sopesa la oscura realidad”.

“Tras un jardín en sepia, el mundo será escondido…”

“Grueso el árbol de los hombres, delgada su raíz… y el verde veneno de sus frutos –tan a la mano”.

“No deje la vida a sus anchas, sosténgala contra el suelo y apriete cuanto sea posible…”

“La indiferencia hará lo que los números no pueden, lo que al azar tampoco”.

“De no ser por la ley de la gravedad, ni la muerte ni la escritura existirían”.

“Hay maneras de morir, vivir es una de ellas…”

Y una optimista:

“Que el velo de la noche no enfunde nuestras vidas… nuestras muertes ni todo lo demás…” R.I.P.

Posdata

(¿o Post mortem?)

Han pasado unos días de haber escrito lo que antecede y me viene la dulce sensación del deber cumplido. Por descuido, no archivé todavía el libro, esta tarde lo vi sin querer en una de mis mesas, junto con otros más viejos y humildes, y di un respingo. ¡Uf, qué alivio, ya no es tema pendiente! Hasta aquí llegué y no-volveré-a-abrirlo.

Vuelvo atrás. ¿Me arrepiento de lo que dije? ¿No cometí una falta de respeto a la literatura, a la diversidad, a la opinión ajena? Y digo, no, al contrario. Cada esfuerzo que hago para leer y para escribir es un acto de amor. Y de odio, como tiene que ser.

Al final de cuentas, por el derecho o por el revés, mi intención era buena: Contribuir al conocimiento de nuestra literatura tan venida a menos y al placer de la lectura. Y aquí no hay ninguna ironía. Con haber conseguido unos diez lectores-compradores de la novela, me doy por satisfecho. Se me ocurre que quien hubiera leído este artículo muy seriamente, habrá de razonar de la siguiente manera: Si con tanto entusiasmo me dicen que esta es una novela mala, debe ser muy buena. (Todo feo tiene su bonito). Y lo compre y se lance al ataque.

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Todo bonito tiene su feo

El ilegible Premio Nacional de Novela espanta al lector con sus artefactos.

/ 16 de abril de 2017 / 04:00

El título de este artículo me lo presté de una especie de refrán que se escucha en mis pagos. Tal cual. Lo bonito de esta novela es que ganó el último premio nacional. Lo feo… que es simplemente ilegible. Uno comienza por cualquiera de los capítulos, todo va bien, pero de pronto ocurre que no pasa nada y piensa, ¿no se podría decir esto de una manera más clara, con palabras y sintaxis y puntuación más simple? ¿Por qué no se puede avanzar en la lectura de esta novela? Y eso que yo lo he intentado varias veces, bien descansado y despabilado, y nada. Y eso que en mi vida no he hecho otra cosa que leer, desde Poema de Mio Cid hasta Samuel Becket. Desde el Ulises hasta William Faulkner. Y Onetti y Lezama Lima y Arno Schmidt, ¡y hasta Foster Wallace! De este último he leído la mitad de La broma infinita, no soy ningún manco. Entonces, ¿qué pasa con La guerra del papel? ¿O es que soy un prejuicioso, o un envidioso? En Bolivia también se puede escribir en difícil…

Sí, sí, ya lo decían los jurados que premiaron la novela. Este es un libro, y un premio, diferente y único en la literatura boliviana. Y tenían razón. No soy el único que se ha preguntado cuántos lectores han logrado salir victoriosos en este cometido o en esta acometida. Y eso no es nada: el propio autor premiado, a quien no tengo el gusto de conocer más que de vista, reconoce que nadie lo lee ni espera que lo haga. Y que en este campo la novela ha sido un total fracaso. Y propone, lo leí en un artículo de prensa, otras opciones de su propia pluma que podrían llegar a los lectores de la plaza Pérez Velasco y de la Feria 16 de Julio, los espacios populares de La Paz por excelencia. Entonces, yo no estoy diciendo nada nuevo, no estoy haciendo ningún chiste y muy bien sé que autor y editores no se van a enojar conmigo. Pero así nomás es la cosa.

Bueno, entonces, no he leído el libro. He llegado a la página ochenta y tantos y he picoteado algunas otras para formarme una idea cabal del asunto (como seguro hacen muchos opinadores), y por esto ya deberían saludarme con algo de respeto. O sea, me faltarían algo más de trescientas páginas para acabar.

Describamos un poco el libro, por la tapa y las solapas, como dicen. Sí, tiene solapas normales. Pero la tapa no: tiene un hueco para ver la primera página de adentro, justo donde aparece el nombre del autor. Y más adentro hay bastantes novedades gráficas. Un montón de hojitas sueltas que no te pierdes nada si no las lees —en algunos casos solo son manchas y borrones, en otras, fotocopias de periódicos, reproducciones mal enmarcadas— y que dificultan el manejo del libro si uno quiere proceder a la lectura misma. ¿Qué hago con esos papelitos? Los saco o los pongo a un lado, los tiro a la basura o los mantengo en su lugar, pues seguramente por algo estarán ahí… Y también hay páginas en blanco, páginas en negro, páginas en braille, borrones, tachaduras, subrayados, typeados a máquina y con fondos grises. Extraño algunos monitos como se hacía en revistas antañonas. Ah, ¡y con agujeritos llamados en lenguaje imprenteril, calados! Hay un montón de páginas caladas en la parte superior, para poder ver, de pronto, unos textos en letra menuda, que tampoco he podido leer después de realizar algunos intentos. Me siento discriminado. Soy un lector de cierta edad y mi vista ya no es de águila.

Hay muchas otras novedades más, pero no las voy a señalar. Basta, ¿no? ¡Qué originalidad! Con mucha razón los jurados quedaron turulatos. Claro, me van a decir que todo tiene su sentido, inclusive su sinsentido. Espantar al lector, por ejemplo. En un país donde toda la gente consciente busca atraerlo. “Por favor, lean pues, se van a divertir, van a gozar, van a aprender…”. No, señor.

Como ya el zahorí lector se habrá dado cuenta, nos encontramos ante un ejemplo de lo que en siglos pasados se llamaba literatura experimental. Ocurrió en los años 60 del siglo pasado, así como en el 30, y no me quiero meter con los griegos ni con los chinos. El pasado siempre vuelve, como dice la canción. Y esto ocurre hasta en política. Por más novedosos y revolucionarios que nos imaginemos ser, apenas estamos repitiendo las obviedades.

Y no quiero entrar a otros aspectos del libro: fábula, motivo, historia, personajes, enredos. Me niego. Porque me pueden odiar más de la cuenta. Sin embargo, cito lo siguiente, para que vean que sí he leído algo:

“…no soy muy profundo, a ratos incluso torpe, pero es en la violencia de las palabras donde se instala un escritor de cuerpo presente, que los hay pocos, los otros sin duda esperan con velas y vino las ligerezas de la musa” (p. 18).

Esa es la onda, pues. Clarísimo, ¿no? Si así fuera todo el libro… (¿Y qué tienen contra el vino y las velitas?, ¿no pueden convertirse éstas en tibias de difuntos?).

Hay un capítulo que me gusta, consiste solo en un título y vienen luego dos páginas en blanco: Derecho al silencio, cero absoluto… Esas cosas deben enseñarse más a menudo en la carrera de Literatura de la UMSA, de cuya escuela viene el autor. Pero después éste se emputa y termina diciendo (se refiere al carácter del escribidor de cartas, que es el personaje a quien aguantamos):

“Escribo así tal vez porque la muerte no ha acabado, aunque no sienta hoy más que el purgatorio (…) No sé si la muerte es así o son solo los problemas que este asunto acarrea los que me condenan a tan deteriorado carácter; tal vez solo sea la manera en la que se ha presentado el destino, por cómo ha sucedido su entelequia, falsa espera que soy incapaz de entender con el vaho encima, como si la brujería quisiera hacer en mí lo que la medicina en tiempo real: matarme de una buena vez…”. (p. 224).

¡Sí!, ¡de una buena vez! Este señor, escribidor de cartas, es un aburrido. Y lo único interesante y “positivo” para estos tiempos del internet es que en lugar de mensajes electrónicos escribe cartas en papel, recuperando una tradición olvidada, como muy bien señalaron también los jurados. Bueno, pero por otra parte, con tanto vano papel, contribuye a la depredación del medio ambiente debido a la tala de arbolitos.

Debo reconocer asimismo que, aparte de tantas cartas, al final de cada una de ellas, como al desgaire, hay unas frases dignas de rescatar. Con ellas habría podido hacerse un breve librito de prosa poética de alto valor y de negro sabor a muerte.

Copio unas cuantas:

“El cuerpo no es más que un hematoma del alma tras el golpe de la vida”.

“Cuando todo lo que el mundo vende son palabras, resta solo atribuirse tamaño crimen”.

“La vida pende de un hilo, la muerte de cuatro, es una marioneta que sopesa la oscura realidad”.

“Tras un jardín en sepia, el mundo será escondido…”

“Grueso el árbol de los hombres, delgada su raíz… y el verde veneno de sus frutos –tan a la mano”.

“No deje la vida a sus anchas, sosténgala contra el suelo y apriete cuanto sea posible…”

“La indiferencia hará lo que los números no pueden, lo que al azar tampoco”.

“De no ser por la ley de la gravedad, ni la muerte ni la escritura existirían”.

“Hay maneras de morir, vivir es una de ellas…”

Y una optimista:

“Que el velo de la noche no enfunde nuestras vidas… nuestras muertes ni todo lo demás…” R.I.P.

Posdata

(¿o Post mortem?)

Han pasado unos días de haber escrito lo que antecede y me viene la dulce sensación del deber cumplido. Por descuido, no archivé todavía el libro, esta tarde lo vi sin querer en una de mis mesas, junto con otros más viejos y humildes, y di un respingo. ¡Uf, qué alivio, ya no es tema pendiente! Hasta aquí llegué y no-volveré-a-abrirlo.

Vuelvo atrás. ¿Me arrepiento de lo que dije? ¿No cometí una falta de respeto a la literatura, a la diversidad, a la opinión ajena? Y digo, no, al contrario. Cada esfuerzo que hago para leer y para escribir es un acto de amor. Y de odio, como tiene que ser.

Al final de cuentas, por el derecho o por el revés, mi intención era buena: Contribuir al conocimiento de nuestra literatura tan venida a menos y al placer de la lectura. Y aquí no hay ninguna ironía. Con haber conseguido unos diez lectores-compradores de la novela, me doy por satisfecho. Se me ocurre que quien hubiera leído este artículo muy seriamente, habrá de razonar de la siguiente manera: Si con tanto entusiasmo me dicen que esta es una novela mala, debe ser muy buena. (Todo feo tiene su bonito). Y lo compre y se lance al ataque.

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