Icono del sitio La Razón

Don Juan Mundo al Revés

Qué buen don Juan, mundo al revés, convida el borracho, también será otro borracho él como ellos, deshonrar de su mesa del padre en este reino.

Guamán Poma de Ayala

1

No era una llama, era una mujer de holanes y echarpes la que vi aparecer y desaparecer en la Plaza del Gato, la vez que fui al gran Potosí acompañando a los servidores y demás dependientes de mi encomendero. Quién iba a pensar que a mí, un indio de los que llaman depravados sin más ni más, me ocurra esto. Pero por algo me dicen, y en verdad me llamo, Don Juan Mundo al Revés.

2

Yo vivo en mi tambo, con mis indios y con mis bestias, pero solo; atendiendo a los viajeros del norte y del sur, pero solo. Hasta que fui llevado a esa ciudad de españoles para que pueda verte y así pierda la chaveta y se alboroten mis bolas. No sé si eras joven o vieja, flaca o gorda. Qué habré visto. Qué te habré visto. Vino rojo habré tomado, como la sangre misma. Gusto de mujer blanca cómo me haiga venido. Y de repente he querido arrastrarte y tumbarte contra el suelo. Así nomás he pensado gozarte, como ustedes los decentes dicen. Rajarte, abrirte, romperte con mi asta. No inclinado ni humilde ni servil. Qué siempre me habrá gustado de vos. ¿Quieres mirarme? La tengo como para una yegua.

3

¿Pero dónde estás, dónde te has ido? No me acercaré por detrás. No me mirarás desde arriba, yo te miraré desde todos los ángulos y te tiraré al suelo. ¿Cómo? Yo he visto tantas mujeres en el tambo, sus olores he sentido, sus risas de campanas he escuchado, y antes, cuando trabajaba en la parroquia de Carangas… Las he gozado, pero no sé si las habré hecho gemir también. Y tuviste que aparecer vos, cómo tuve que encontrarte, ah, ya sé, habrá sido por el olor rarito que despedías, algo así como yerbas del monte y cebo de velas, pero no. Olías tal vez a tu Dios, Nuestro Señor. La cuestión es que desde entonces me desgraciaste para siempre.

4

¿Cómo puedo explicarme todo esto? Soy indio de mi tiempo. Qué han dicho, qué no han dicho de nosotros, los historiadores, falsos poetas y demás sabedores, como bonito, como feo. Desde mi tambo en esta curvatura del río y a la orilla del camino real, he visto pasar a tanta gente de toda laya y he escuchado decir cada cosa. Que fuimos esparcidos como hojas secas en medio del torbellino de la Conquista. (Tú me has conquistado pues, mujer de echarpe amarillo con bandas rojas). Que después vivíamos diseminados como las piedras vomitadas de un volcán.

(Volcán es desde entonces mi reja negra para abrirse campo por tu entrepierna). Que ellos nos ignoraron y nosotros nos perdimos en las pampas y los cerros como ganado cerril y montaraz. Pero yo vivo aquí en este tambo, mi casa: una pieza pegada al cerro, en cuyos fondos hay fuego, mi cama, tiestos, alimentos, recuerdos; en la parte de atrás quedan los canchones para las bestias que llegan y se van, o las que yo proporciono a quienes les hace falta, más el forraje y otros hatos necesarios para la gente errante y sus animales. Por aquí están obligadas a pasar, o a pernoctar, gentes de toda laya, civilizadas o salvajes y de todas las hablas y colores, que vienen de Sucre, que van a Buenos Aires. Piedras, hojas, ganados somos nosotros los indios. Vivimos y morimos en estas montañas. Mis hijos, si te hago algunos, mujer blanca de echarpe a cuadros como bandera, dirán algún día que allá, en ese entonces, preferíamos vivir como bestias y morirnos, a fin de no ser trasquilados y perseguidos por los antepasados tuyos y por los antepasados de nosotros mismos.

5

Sin ley. Así es. La ley de la soledad, de la borrachera, y sus consecuencias. Yo soy Don Juan Mundo al Revés.

6

Porque yo he ido a Potosí (o serían mis antepasados, sí, era en tiempos más antiguos todavía) y he visto las marchas de los virreyes y de otras altas autoridades rumbo a esa ciudad, o a otras ciudades de otras montañas, o a los llanos del tigre y la serpiente, en medio de los soldados, los curas y los notarios y demás allegados. Con la idea, dizque, de levantar pueblos con su plaza (en cuyo centro amenazan la horca y el cuchillo), sus iglesias y sus cabildos. Para reducirnos y enseñarnos la verdadera fe y las buenas costumbres (qué buenas costumbres.) Y sólo veo en mi memoria cómo cientos de ellos y nosotros los recibíamos y festejábamos y alimentábamos, mientras tantos otros jóvenes, andábamos, nos deslizábamos como el zorro, por punas y peñascos cuidando llamas, o admirando los caballos adornados de brillantes penachos, o ignorándolos mientras soñábamos (yo, el que te habla y te inventa, soñaba asimismo) con muchachas de canillas duras y mujeres gordas y sudorosas que chillaban y pateaban porque no eran mujeres sino llamas y yeguas. Y nos decían que éramos flojos y borrachos y depravados, siempre errantes, perdidos en nuestra soledad de piedra. Y que por eso había que encomendarnos y juntarnos en pueblos.

7

Ahora yo soy el soñador, felizmente nombrado tambero por las autoridades de la reducción, porque yo quise, porque eso busqué desde que anduve en parecidos menesteres por el norte y por el sur, y ahora me siento libre para hurgarte y hacerte bolsa sin fondo, y solo, sin iglesia ni cabildo, más bien con un templo que se llama cerro y cielo y mujer grande y barrigona. Ahora estoy en este tambo de Río Abajo donde me acompaña la soledad, sin Ernestina (así supe que te llamabas y así te nombraré desde ahora). Empleado soy del encomendero Vargas y No Sé Cuántos, a quien nunca he visto ni me interesa ver; tengo agua tibia y hierbas dulces para los viajeros, armas y vestimentas. Pero no a vos, Ernestina, vaquilla nalguda, concha de los ríos cantadores, hueco escondido de las lagunas. A podrido hueles. No me mirastes con tus ojos, yo tampoco. Dura serás, blandita serás de cuerpo. Cómo serás de suave, si duermes entre algodones y pareces un retrato. Y yo aquí, tantos meses ya sin mujer. Y un mes sin vos.

8

Esa vez te seguí por las calles empedradas, claro, sin que te des cuenta y sin que mis compañeros digan nada. Al regresar les dije que mi amo me había mandado a rastrear unos perros sin dueño por esos patios y plazuelas, y no me entendieron, ni yo entendí por qué expliqué de esa manera mi huida solito. En vano, porque te perdistes en alguna de esas inmensas puertas y todos esos pasadizos se llenaron del mismo olor, tu olor, ¿cómo te iba a encontrar entonces? Seguimos, arreando nuestras llamas por una calle angosta, y acabó nuestro viaje.

9

Hace una semana pasó por acá un indio viajero que había sido conocedor, y le he dicho, esto me pasa, ¿qué puedo hacer? Cuéntame bien primero, me ha dicho. Hay una mujer que vive en Potosí, le digo. Me ha embrujado siempre. No es india, es española. Por su olor yo podría reconocerla, pero es imposible… Nada es imposible, me interrumpió. No, no quiero que sea mi mujer para siempre, le digo. Sólo quiero tirármela hasta deshacerla, desde mis uñas hasta mis cabellos la estoy queriendo, le digo. Ah, ya, me dice el hombre entendido, sabedor, yatiri. Y desde esa conversación, ya hace una semana que la estoy convocando.

10

Te estoy llamando pues. Ernestina, Tina. Ven pues, ven mierda. El yatiri me ha dicho que tome agua de estas yerbas que no conozco. Las he hecho hervir, macerar, las he mezclado con unos polvos de la tierra que el sabio me ha dado. He tomado tal como debe ser. Asqueroso. Mierda pura, ¿pero qué importa? He vomitado, me he arrastrado por el suelo. Y sigo vivo, Ernestina, Tina. Una semana.

11

Cierro mis ojos, carajo, aquí estás, tienes que estar, tengo que sentirte a costa de las calenturas de mi cabeza, de las vueltas que da en mi estómago el elixir, de mi cerrar de ojos, de mi deseo tan grande, tan grande. Te agarraré con mis dos manos, de una canilla, de la otra, sin llorar, sin suspirar. Yo no quiero llamas, no quiero potrancas, yo quiero lo que tienes bajo tu cintura, sí, quiero tirarte, quiero tanto, tanto quiero, lo voy a lograr siempre, así pasen días y meses y años de ayunos y vómitos y de deseos, me ha dicho el que sabe, yo sé, que de tanto pensarte te tendré enterita, durita y blanda y lista. Entonces, pues, me alistaré como sabemos, me estaré alistando, soy un caballo, soy un burro hechor (el que se tira a las yeguas para hacer machos y mulitas), yo sé cómo es, no te voy a tumbar así nomás, para que sepas, mierda, mierda, mi quijada voy a juntar con tu quijada, mi nariz con tu nariz, de tu oreja te voy a jalar, y de otras partes también, ya sabes, con rudeza, y después de tu cabeza te voy a agarrar con todo cariño y te voy a espulgar, cosquillas vas a sentir, encontraré los piojos rascando con mis uñas filas que saben cortar carne, y sin dejar de reír y suspirar me los comeré vivitos de uno en uno, masticaditos, de dos en dos, con más sus tierritas saladas que están entre tus cabellos negros y suaves, así te estaré oliendo y oliendo, gustando siempre, y después vos también me buscarás los piojos de mi entrepierna y te los meterás a tu boca, bien molidito ya me lo vas a pasar por mi éste, y vamos a mezclar eso con nuestras salivas, y nos vamos a chupar, y te daré vuelta, levantándote tus polleras, carajo.

12

Pero no, antes moleré coca, estoy moliendo, la mojaré con estas aguas, ya, y con esa masa verde y olorosa me untaré mi timón de burro, amasando, envolviendo, entrando la coca por todos los huequitos, mientras tanto ya estarás bien desamarrada de tus telas, te pasaré con un poco de coca amasada y ya, por tu hueco, esto que me he hecho con la coca molida es para que dure horas y horas cuando mi cosa esté adentro de tu concha, para hacerte feliz, vas a chillar pues, vas a pedir perdón, y más y más vas a querer, y yo te voy a obedecer siempre, putita, vaca, llama hedionda, ovejita tierna adornada de mil colores como mi sueño.

13

El canto del viento se ha mezclado con relinchos y balidos y tropel de animales de toda clase. ¿De día es, de noche es? Los diablos han de ser, acercándose por el camino. Al poco tiempo tocan a la puerta, ya está, pero no puede ser: los golpes son delicados y alegres. Nada de diablos, son los santos de los cielos, hombres de barba y de yelmo que vienen de la Audiencia de Charcas rumbo al Potosí.

14

Nos hemos anochecido, me dicen, ya no vamos a poder llegar todos juntos a la Villa. Traemos a la señora Ernestina, que quiere descansar. Pasen, pasen, ilustres señores. ¿Qué olor es éste?, me preguntan con las narices levantadas, alumbrados por la llama de mi hacha. Nos es nada, les digo, me he enfermado de diarrea, creo, pasen nomás, algunos ratones he tenido que matar en estos días, ¿dónde está esa señora Ernestina que dicen? Me responden unos murmullos y agitaciones en la orilla del camino. ¿Tienes agua caliente?, me preguntan los adelantados. Sí, les respondo, y a todo sí: ¿Tienes leña de la buena? ¿Pan, vino, maíz, yerba, impedimentas, acémilas, caballerías frescas, forraje? ¿Y un chasque para mandar a Potosí? Ahí atrás viven mis indios, les digo, más allá de los canchones. Están para servir.

15

Y entonces, de pronto se acerca mi sol, mejor dicho siento ya su olor picante que me ha tenido loco estas cuatro semanas, mientras los santos de barba desaparecen, se esfuman en el aire de la noche. ¿De no creer, no? Pero yo, como indio principal y degenerado, confío en los que saben, y las fantasías y quimeras se han convertido en el cuerpo duro y oloroso de mi Ernestina. Nos quedamos solos los dos. Ven, le digo, ven, mierda, yo estoy listo. Si te gusta vas a gritar, si quieres vas a chillar, y comienzo a revolcarme como víbora del infierno. Estoy queriendo, pues, estoy gozando con esto que toco, que rompo, que deshago…

~
—Diga Ud. qué ha visto, cómo fue que encontró a ese indio en el tambo de Río Abajo.
⎯Yo no pensaba ni siquiera entrar a ese lugar, Su Señoría, pues ya no estábamos tan lejos de la Villa. Fue ese fortísimo olor que me llevó a acercarme a la puerta, llamar, abrirla.
⎯Y se encontró con…
⎯Me encontré con que el tambero estaba bien muerto y solo en medio del recinto, y que lo que olía no era la muerte dél, que parece que recién acababa de morirse, sino que estaba envuelto en sí mismo y rodeado de extrañas telas de colores, todo manchado y deshecho, y de vasijas, a medias llenas con brebajes hediondos y viscosos, además de sus vómitos todavía frescos por el suelo. Extrañados le dimos la vuelta con el pie, y no estaba tan tieso aún. Lo que sí parecía el palo mayor de una nave encallada, era… con perdón… su pija, Su Señoría, más viva que muerta, de una extraña color verde y a punto de reventar.
⎯Verde… ¿Y?
⎯Eso fue lo que nos hizo pensar que todo esto era brujería, y por eso estoy aquí, Su Señoría, denunciando el caso antes de que pase un día.
⎯¿Cuántos eran ustedes, digo, los viajeros?
⎯Yo y mi escudero, Su Señoría. Él se quedó vigilando el lugar, cuidando de que nadie entre a curiosear.
⎯Muy bien hecho. Yo veré cómo enfrentar el caso. Lo único que deseo es que este asunto no sea difundido más allá de la Justicia, a fin de que los malos ejemplos del Demonio no se difundan por estas tierras conquistadas para mayor gloria de Nuestro Señor. Ni siquiera como castigo ejemplarizador, que ya el destino ha castigado lo suficiente a ese pobre infeliz, a cuya clase de gente, y con toda razón, le llaman Don Juan Mundo al Revés.