En su nuevo libro de poemas, Vilma Tapia ha llevado el lenguaje poético a una nueva dimensión de espiritualidad y de conocimiento interior. ¿Cómo celebrar esta obra sino es hablando de aquello que nos ha tocado?

La vida interior y la palabra.     La palabra y el mundo. Esto me recuerda el “Todas las cosas del mundo para el hombre y el hombre para Dios” de San Ignacio de Loyola. Pero aquí es todo en la medida del lenguaje, que evidentemente recoge las impresiones del mundo por los sentidos.

Lo que es esencial en Mi fuego tus dos manos es nombrar las cosas y las percepciones de las cosas. Entonces no sólo está el mundo, sino la percepción desde un interior, que se trabaja, se desarrolla y crece con este nombrar desde una sensibilidad y desde un creer para ofrecerse a lo sagrado. De ahí el hermoso epígrafe de René Char, del que también proviene el título: “El favor de las estrellas nos invita a hablar, nos muestra que no estamos solos, que la aurora tiene un techo y mi fuego tus dos manos”.

Vilma Tapia, sin dejar de mirar constantemente hacia arriba, en este ejercicio de percibir, es convocada a hablar por algo un poco más terrestre, más cercano: su entorno, su país. Parece que empezara a percibir el mundo por el oído, escuchándolo: oír, bailar, recordar; para luego hablar, escribir, tejer: buscar entre el signo y la naturaleza un lenguaje propio. Cuando dice: “Me adherí a una palabra, / fui mi propia tabla de salvación”, no es la palabra la salvación, sino ese Yo misma que se busca nombrando el mundo, un Yo en total apertura hacia el mundo, que aguza la percepción y se deja transformar por la experiencia. Que no se conforma con el lenguaje ya dado (el signo), sino que va tejiendo hebra por hebra su país a la manera y en homenaje a Rosario Castellanos, y el mundo en general a su propio modo.

Así es que Mi fuego tus dos manos crea con imágenes un país íntimo y externo.
¿Por qué será que la palabra país tiene una connotación afectiva, de intimidad? ¿Quizás por su antigüedad? ¿Por su relación con la palabra pago: rural, provincia, interior? Esta connotación es aprovechada y fructificada en Mi fuego tus dos manos, exaltando esa continuidad o complementariedad entre el entorno y la interioridad, entre el sol y la noche, entre el origen y el destino.  

El país interior se encuentra con el país exterior, se integra, se hace uno con él. Parece entonces que de lo que se trata es de esta integración del mundo interior con el entorno, en un movimiento de verticalidad hacia la profunda raíz a partir de una horizontalidad que favorece la contemplación y la pregunta.
El libro está dividido en dos partes, podríamos decir que en la primera está el percibir, el encuentro con el país íntimo y exterior; y en la segunda se desarrolla la dinámica del país interior.

Así como este país se erige con la materialidad de la Tierra, del ajtapi y del phiri de maíz, la vida interior se alza desde la materialidad del cuerpo, sí, de un cuerpo de mujer, solidario con la tierra, aquel que baila. Pero también es aquel al que se le infringe la herida, que sin embargo es fuego purificador porque embellece la voz, corazón que no renuncia.  Y la no herida, que también remite a la presencia del cuerpo, es negra sangre que quién sabe a dónde llevará. Y todo esto se apoya en el artificio de la escritura.

Esto me lleva al último tema, el de la aparente repetición  de una palabra en el verso que, según me parece, aparece en este libro con más frecuencia y fuerza que en las anteriores obras de la autora y que creo que se explicita en estos versos: “Extraigo desde adentro las hebras—/concéntricas llenan de aire el aire / de agua el agua”.

Pensemos que la repetición es lo básico en el canto, que sólo avanza por la repetición; así también es fundamental formalmente para el ritmo en el poema. Sin embargo, desde el punto de vista semántico nos cuestionamos si realmente la  repetición es, en realidad, una habilidad para poner una palabra bajo distintas luces. ¿El aire que recibe al otro aire es el mismo o es otro?  La conciencia de este recurso me hace pensar en que la repetición en la poesía de Vilma Tapia es, semánticamente, la marca del camino del lenguaje hacia lo esencial, del indagar hondamente en el sentido de la palabra, de no contentarse con su sentido unívoco, de modo que se lo desdobla y se lo vuelve a decir, se lo vuelve a escuchar.  ¿No es éste un rasgo que podemos encontrar en importantes obras poéticas y que vale la pena señalarlo?