La obra de Martha Cajías nos transporta simultáneamente a las edades más remotas de la humanidad y a los estratos más profundos de la psique. Una inevitable sensación de vértigo acompaña a este desplazamiento hacia lo primigenio: es el estremecimiento de reencontrarse con el propio origen, con los arcanos de la historia y los abismos del alma.

Y es justamente en una experiencia abismal donde esta obra se ha originado: la experiencia límite de luchar contra la enfermedad y la muerte. Un espantoso monstruo negro representa el horror de la Parca; pero de la propia muerte nace —o mejor dicho renace— un nuevo ser y una visión luminosa: la unidad básica del cosmos y de la humanidad, que se confunden en un solo torrente de existencia.

El arte de Martha Cajías es, como el de William Blake, un arte visionario y profético que plasma las revelaciones de la mirada interior, simbolizada por el autorretrato ciego hacia afuera pero provisto de un ojo interno. Por eso constituye una obra única y distinta, que está al margen de las corrientes estéticas en boga.

Los óleos y batiks son de una extraña belleza primitiva, que evoca la intemporal serenidad del arte rupestre. Parecerían haber sido creados por un ser del Paleolítico que, sin perder su asombrada visión panteísta, hubiera tenido acceso a todas las experiencias y refinamientos del hombre moderno. De ahí que la elaboración y la complejidad de la técnica empleada contrasten con la extrema sencillez de las figuras: los trazos están reducidos al mínimo indispensable, hay una rigurosa economía del color, y en general se han eliminado todos los detalles superfluos. Se trata de trascender lo accidental para aprehender lo puramente esencial: el substrato común e invariable que, por debajo de las diferencias circunstanciales externas, nos permite reconocernos a todos los hombres como prójimos.

Así, llama la atención que casi todas las figuras estén desnudas. Es la desnudez primaria que nos hace iguales a todos los humanos, y que nos hermana por encima de las distinciones étnicas y sociales representadas por la ropa. Sin embargo las pinturas mantienen y subrayan la distinción fundamental e ineludible entre hombre y mujer; principios arquetípicos de polaridad opuesta con los que los pueblos antiguos ordenan el cosmos (Anan y Urin).

La dualidad y la oposición sexuales están resaltadas por los genitales, que las figuras exponen con todo candor y naturalidad, en un regreso a la inocencia original del paraíso perdido. Al mismo tiempo se insiste en la unidad y complementariedad inherentes a la pareja humana: hombre y mujer comparten amorosamente el fuego hogareño y se confunden en un solo bloque corporal (Warmimunachi).

Precisamente esta superación de las dualidades, oposiciones y multiplicidades, con el fin de lograr una unidad trascendente, constituye el tema de fondo de la obra de Martha. Conmueve por ejemplo ver que en el batik llamado Los amigos los individuos no están separados, sino que forman un solo cuerpo solidario que comparte todos sus miembros. “Unidos estamos en el mundo/ cual plumas de quetzal en un penacho/ somos cual piedras de un mismo collar”, dice el poema nahuatl que acompaña a la tela.

Este sentimiento de fraternidad se acrecienta cuando los hombres comparten las alegrías y los goces festivos. Entonces las individualidades son devoradas por el ser colectivo que va cobrando realidad: la comunidad que comulga consigo misma y con la naturaleza circundante en un acto de afirmación de su voluntad de vida (Fiesta bajo las estrellas, Los bebedores de chicha).

La integración culmina al conformar la humanidad entera en un solo organismo infinito con todos los seres vivientes. Por ello, un tema recurrente en los batiks es el de las plantas que crecen y fructifican en las cabezas de las mujeres: naturaleza y humanidad se interpenetran y se fusionan en la armonía de un diálogo fecundo. También el Árbol de la Vida crece junto a la pareja primordial, uniendo lo masculino con lo femenino, el Cielo con la Tierra y el microcosmos humano con el macrocosmos natural, en una conjunción de opuestos creativa y generadora.

Los humanos no estamos separados de la naturaleza y consiguientemente ésta no nos pertenece. Por el contrario, todo lo que poseemos en este mundo, empezando por nuestras propias vidas, es un don gratuito que hemos recibido sólo como préstamo, y que no podremos llevar al más allá. La muerte, nuestro destino inexorable, no es más que la otra cara de la vida, pues Los muertos son la simiente de los vivos, y ambos constituyen eslabones de una cadena inquebrantable.

Finalmente, esta unidad fundamental se extiende al cosmos entero. La pareja primigenia está representada en medio de un sol, una luna y unas estrellas que se hallan al alcance de la mano: hombres, astros y tierra se fusionan en una entidad omnicomprensiva, y el universo íntegro se condensa en un aquí y un ahora absoluto, que abarca la totalidad y la eternidad. Este batik se llama Tatarenda, la tierra de fuego al alba, y representa la pureza luminosa de los orígenes míticos, a la vez que el amanecer de una nueva era de luz y candor. El ayer mítico contiene pues la simiente para un mañana pleno. Por oposición a las alienaciones del dinero y del poder, contra la hipertrofia burocrática y tecnológica que, como un tumor maligno, se alimenta del tejido sano de la vida, Martha propone volver a una forma de vida sencilla que elimine todo lo superfluo y se centre en las condiciones esenciales del ser humano: el amor, la solidaridad, la alegría compartida y la integración armoniosa con la naturaleza. ¿Utopía? Quién sabe. Sea como fuere, en su último libro Mankind and Mother Earth, Arnold Toynbee también pronostica un próximo periodo histórico de vida simple, consagrada a la realización de valores humanistas y espirituales.

En síntesis, la obra de Martha Cajías nos transmite la visión mística de que el cosmos es una totalidad unitaria, cuyas partes se interrelacionan dinámicamente. Cada elemento está determinado por el conjunto de los demás y contiene en sí mismo a todos los otros elementos. En este universo orgánico nada es arbitrario. Cada acontecimiento aislado cobra sentido por su relación con los demás. Vida y muerte, alegría y dolor, no son meros accidentes, sino partes de un eterno fluir que lo engloba todo (El destino no se deja engañar). Esta es justamente la concepción que prevalece en las fronteras de la física y la biología contemporáneas, donde la materia está dotada de una “consciencia”, por la que cada partícula o célula “sabe” lo que ocurre con las otras, en una trama total de influencias energéticas recíprocas.

Aquí se nos plantea una paradoja: el arte de Martha Cajías se adentra en el pasado humano más remoto, y de allí obtiene una visión del mundo profundamente renovadora y vanguardista. ¿No será, como creen los aymaras, que el futuro está hacia atrás y se nutre del pasado que tenemos por delante?

(Este artículo fue publicado en la revista internacional de arte contemporáneo Otro arte. Se lo reproduce con autorización expresa de los editores de la publicación.)