Icono del sitio La Razón

‘Me comporto como un camaleón con mis historias’

¿Y para cuándo una novela de amor? ¿Y para cuándo una novela de amor?¿Y para cuándo una novela de amor?
Era una especie de cantinela de los amigos a José Ovejero. Hasta que el dichoso tema llegó, y tronando en el mundo hispanohablante bajo el título de La invención del amor, aunque su bautizo original fue casi sin pensar y corriendo: Triángulo imperfecto, con el cual se presentó al XVI Premio Alfaguara de Novela y lo ganó. “No entendía por qué me pedían que escribiera sobre el amor si en mis libros es un tema que suele estar presente”, recuerda, desde Pensilvania y vía telefónica, el escritor madrileño.

Sólo que en esta novela, José Ovejero (Madrid, 1958) deja de mirar al amor de soslayo para mirarlo de frente. Sereno. Reflexivo. Como gran aliado para la reinvención de su protagonista Samuel. Y también como aliado para contar la realidad social zozobrante de España. Para eso creó “una novela de estructura sencilla, con una voz en primera persona donde amor, reinvención y retrato actual de España dan como resultado un libro con aliento de thriller intimista”.

Como a su protagonista, una llamada telefónica parece que le va a trastocar la vida. Lo despertó a las cinco y media de la mañana, cuando Manuel Rivas, como presidente del jurado, le anunció que era el ganador del premio. “Ya no me presentaré a más. Tengo una buena racha”, admite con voz pausada. Para Ovejero, los premios son para los escritores como las becas para los investigadores: permiten una forma de trabajo con algo de financiación y más tranquilidad.

Deslices de un autor discreto, calmado, sigiloso, respetado y apreciado en el gremio y con un buen número de lectores. De todo tipo porque Ovejero es un autor que tiene varios registros literarios. Al fin y al cabo, asegura, la literatura es una manera de asomarse a otras literaturas y realidades. Cada género le permite a él hacerlo de una manera distinta: “Aunque hay escritores que pueden contar todo en un mismo registro, yo no puedo, soy camaleón con mis historias respecto a aquello que quiero contar y busco el mejor formato para escribir lo que quiero transmitir”. ¿De quién le viene esto? Nunca ha pensado en qué autor le ha servido de modelo, pero tras un par de segundos pronuncia el nombre de Primo Levi.

Ovejero es resultado de eso y de otros autores de referencia. Y ahí, en primer término, están los latinoamericanos: Borges, García Márquez, Cortázar, Vargas Llosa. Confiesa que muchos colegas de su generación solían despreciar la literatura española, con excepciones, en su caso, hacia Luis Martín Santos y su Tiempo de silencio. En cuanto a lecturas contemporáneas le interesan Coetzee, Philip Roth, Don DeLillo, o la Nobel Elfriede Jelinek. ¡Ah!, y Onetti, descubierto tardíamente pero con gran admiración por libros como El astillero. Todo eso combinado con lo que estudió: Geografía e Historia y licenciado con una tesina sobre cultos religiosos egipcios.

La invención del amor es una combinación de las dos ciudades entre las que Ovejero vive desde hace varios años: Madrid y Bruselas. La escribió sobre todo en la ciudad belga, pero la historia transcurre en Madrid. Y en este caso la distancia más que servir de incentivo emocional o evocador a veces fue una desventaja cuando quería precisar detalles de un lugar, entonces seguía con el relato y cuando viajaba a Madrid aclaraba dudas.

Una novela que le venía rondando desde hace años, hasta que terminó el ensayo La ética de la crueldad (Premio Anagrama de Ensayo 2012). Supo cómo meterse en la novela y empezó a escribir, muchas veces de pie como es su costumbre, relativamente de prisa, para lo que es su ritmo pausado.

El resultado es un relato sobre el amor platónico de un hombre de 40 años por una mujer muerta, un hombre que trabaja en una empresa de materiales de construcción, un hombre soltero y desubicado que lleva una vida acomodaticia, pero que un día tiene que empezar a inventarse a sí mismo hasta que pierde el control sobre lo que él mismo está inventando. En el camino, esa búsqueda del amor lo lleva a salir de sí mismo y a asomarse al mundo real de la España actual.

José Ovejero sabe que la novela ya no le pertenece. Pronto, esas 250 páginas estarán en manos de los lectores y ellos y sus amigos que le pedían una novela de amor la valorarán: “Uno descubre con el tiempo que escribe y los lectores interpretan lo que quieren. Una novela es como empezar una partida de ajedrez, uno pone y mueve las primeras piezas blancas y negras y le entrega el tablero a los lectores”.

Esa maleta cargada de palabras

Rosa Montero – escritora

Ovejero es un hombre pegado a una maleta. Interrogado al respecto, él se defiende argumentando que es un maletín y que es muy común llevar un maletín. Pero en realidad es un maletón, grande y de aspecto pesado, y lo saca hasta para ir simplemente a comer con un amigo. Posiblemente sea un tic propio de su carácter nómada. Vive a medias entre Bruselas y Madrid y viaja mucho. Mujeres que viajan solas es el bello título de uno de sus formidables libros de relatos (es un cuentista magistral). Con los títulos de sus libros de cuentos se podría hacer un retrato de José Ovejero: es un tipo que deambula en soledad y ya se sabe que los viajeros solitarios siempre se fijan mucho en todo; además está preso del estupor ante la incomprensible, paradójica, a menudo patética condición humana (Qué raros son los hombres); y, desde luego, la literatura es su ancla con el mundo, su talismán protector (Cuentos para salvarnos todos). Ovejero pertenece a esa clase de autores que consagran su existencia a la escritura del mismo modo que el eremita se consagra a la contemplación: con entrega casi suicida. No hace sólo eso y vive muchas otras cosas en la vida, pero la meticulosidad, la pureza y la necesidad con las que escribe están muy por encima de todo, me parece. Esa tenacidad obsesiva se advierte en su lenguaje maravilloso, tallado, exacto, desnudo y feroz.

Sus textos unen a la vez la mirada escrutadora del viajero que contempla las cosas desde fuera y la negra emoción de quién es capaz de compartir dolores muy antiguos. Es un poeta diferente y un novelista magnífico: Añoranza del héroe, Las vidas ajenas, Nunca pasa nada… A menudo sus obras tienen gracia, pero es mucho más habitual que te hielen la sangre. Lo lees con fascinación y con temor porque siempre bordea un agujero. Es uno de los mejores escritores de su generación. Seguramente lleva la maleta cargada de palabras.