Monday 15 Apr 2024 | Actualizado a 13:35 PM

Daniel Campos, viajero y explorador del Chaco

Comandó una expedición en 1883 que unió Tarija y Asunción a través del Chaco

/ 28 de abril de 2013 / 04:00

De Tarija a la Asunción. Expedición boliviana de 1883 (Editorial El País, Santa Cruz, 2010) es sin duda un documento histórico valioso, que además ventila momentos de buena literatura. Se trata de un cuaderno de apuntes en el que Daniel Campos (1829-1902) comparte con talento poético una serie de imágenes bellas que guarda del Chaco, de los guaraníes, de la psicología intemporal del ser humano, y de los pormenores de una travesía de 73 días en la que una tropa de voluntarios —que él mismo dirigió— se jugó la vida sin que sus hazañas nos sean vedadas.

POTOSINO. Daniel Campos, abogado, ministro, y delegado de la expedición a Asunción por invitación del gobierno, fue un potosino que se declaró enamorado del Chaco; hombre variado, de diversas ocupaciones y gustos, talentoso escritor de poemas, aunque éstos no llegaron a ver la luz más que en algunos periódicos de inicios del siglo XX. Este afecto por la poesía se respira ya en varios pasajes de este informe, especialmente en el notable capítulo titulado “La borrasca”, en el que su prosa parece alcanzar su temperatura ideal, quizá por la situación extrema que viven en ese momento, por la incertidumbre, empeorada por el violento temporal que los azota, y por el cercano encuentro que tiene con la muerte, todas ellas cuestiones que relampaguean ante sus ojos y chorrean a través de sus palabras en calidad de primicia.

La cuestión urgente en aquel viaje es siempre cómo avanzar, qué ruta tomar, cómo evitar un bosque o seguir un río, prolongar la línea y seguir adelante. Pero los obstáculos surgen todo el tiempo, no es sólo el Chaco como adversidad —que hasta ese momento es considerado terreno hostil e infranqueable—, es también la falta de agua y alimentos, las infecciones, la inclemencia de los pantanos, la presencia amenazante de las tribus, aunque esta amenaza exista más por prejuicio que por conocimiento cabal de los exploradores, que en pasajes son vencidos por sus sugestiones. Uno de los peores obstáculos a la expedición son las negligencias, tanto del Coronel Pareja como del francés Arthur Thouar, que intercambian ágilmente en el trayecto el papel de villano y de traidor.

APORTES. Cabe adelantar que en este libro el lector encontrará mucho más que un estudio geográfico de la zona, o la mera colección de interpretaciones del momento histórico que se vivía tras la creación de la Patria y la pérdida del Litoral, pues se verá ante una serie de valiosos aportes de otro orden, como por ejemplo una profunda comprensión de las relaciones humanas, claves de un don para liderar a hombres cargados de ego, y fortaleza del espíritu frente a la extrema adversidad. Campos valora perfectamente el temple y fortaleza de los hombres que lo rodean y los usa en beneficio de la expedición; como buen líder, prefiere que los hombres que componen el grupo expedicionario lo sigan por convencimiento antes que por obligación; con tranquilidad, paciencia e ingenio argumentativo logra su cometido la mayoría de las veces.

Un logro fundamental en otro nivel es que desmiente la imagen de feroces salvajes que se tenía de los chiriguanos, y los defiende invariablemente a lo largo de varios pasajes: “sus tribus, tratadas con energía y benevolencia, lejos de ser el obstáculo son el poderoso auxiliar del explorador y mañana serán los fuertes brazos del trabajo productor”. (p. 245) Los guaraníes, desprovistos ya de la imagen de animales que se cernía sobre ellos devienen seres accesibles en el relato, juguetones hasta cierto punto, e ingeniosos.

QUIMERA. La exploración del Gran Chaco fue una quimera para generaciones precedentes, las realizadas los primeros tiempos del coloniaje no pudieron nunca avanzar más allá del Piquirenda. Fue recién con esta expedición de 1883 que se logró cruzar ese desconocido territorio. Por ello, como señala Mariano Baptista Gumucio, no existe una epopeya propiamente boliviana al estilo de El Cid Campeador en España, o del Martín Fierro de Hernández en la Argentina; pero si hay en nuestra historia una experiencia que se le aproxima es la que queda retratada en De Tarija a la Asunción.

Cinco años después de que se llevara a cabo esta expedición se publicó el libro sin que recibiera mayor atención. Por aquellas fechas el gobierno boliviano premió con tierras baldías y otros obsequios a los voluntarios de la expedición, pero no premiaron nunca su esfuerzo como correspondía, de hecho, por largo tiempo no se escucharon las recomendaciones esbozadas en el informe, y se mantuvo invariable la abusiva instalación de haciendas en los territorios indígenas. A más de cien años de la realización de este viaje, por segunda oportunidad, Daniel Campos reclama algo más que la calidez del reconocimiento.

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Daniel Campos, viajero y explorador del Chaco

Comandó una expedición en 1883 que unió Tarija y Asunción a través del Chaco

/ 28 de abril de 2013 / 04:00

De Tarija a la Asunción. Expedición boliviana de 1883 (Editorial El País, Santa Cruz, 2010) es sin duda un documento histórico valioso, que además ventila momentos de buena literatura. Se trata de un cuaderno de apuntes en el que Daniel Campos (1829-1902) comparte con talento poético una serie de imágenes bellas que guarda del Chaco, de los guaraníes, de la psicología intemporal del ser humano, y de los pormenores de una travesía de 73 días en la que una tropa de voluntarios —que él mismo dirigió— se jugó la vida sin que sus hazañas nos sean vedadas.

POTOSINO. Daniel Campos, abogado, ministro, y delegado de la expedición a Asunción por invitación del gobierno, fue un potosino que se declaró enamorado del Chaco; hombre variado, de diversas ocupaciones y gustos, talentoso escritor de poemas, aunque éstos no llegaron a ver la luz más que en algunos periódicos de inicios del siglo XX. Este afecto por la poesía se respira ya en varios pasajes de este informe, especialmente en el notable capítulo titulado “La borrasca”, en el que su prosa parece alcanzar su temperatura ideal, quizá por la situación extrema que viven en ese momento, por la incertidumbre, empeorada por el violento temporal que los azota, y por el cercano encuentro que tiene con la muerte, todas ellas cuestiones que relampaguean ante sus ojos y chorrean a través de sus palabras en calidad de primicia.

La cuestión urgente en aquel viaje es siempre cómo avanzar, qué ruta tomar, cómo evitar un bosque o seguir un río, prolongar la línea y seguir adelante. Pero los obstáculos surgen todo el tiempo, no es sólo el Chaco como adversidad —que hasta ese momento es considerado terreno hostil e infranqueable—, es también la falta de agua y alimentos, las infecciones, la inclemencia de los pantanos, la presencia amenazante de las tribus, aunque esta amenaza exista más por prejuicio que por conocimiento cabal de los exploradores, que en pasajes son vencidos por sus sugestiones. Uno de los peores obstáculos a la expedición son las negligencias, tanto del Coronel Pareja como del francés Arthur Thouar, que intercambian ágilmente en el trayecto el papel de villano y de traidor.

APORTES. Cabe adelantar que en este libro el lector encontrará mucho más que un estudio geográfico de la zona, o la mera colección de interpretaciones del momento histórico que se vivía tras la creación de la Patria y la pérdida del Litoral, pues se verá ante una serie de valiosos aportes de otro orden, como por ejemplo una profunda comprensión de las relaciones humanas, claves de un don para liderar a hombres cargados de ego, y fortaleza del espíritu frente a la extrema adversidad. Campos valora perfectamente el temple y fortaleza de los hombres que lo rodean y los usa en beneficio de la expedición; como buen líder, prefiere que los hombres que componen el grupo expedicionario lo sigan por convencimiento antes que por obligación; con tranquilidad, paciencia e ingenio argumentativo logra su cometido la mayoría de las veces.

Un logro fundamental en otro nivel es que desmiente la imagen de feroces salvajes que se tenía de los chiriguanos, y los defiende invariablemente a lo largo de varios pasajes: “sus tribus, tratadas con energía y benevolencia, lejos de ser el obstáculo son el poderoso auxiliar del explorador y mañana serán los fuertes brazos del trabajo productor”. (p. 245) Los guaraníes, desprovistos ya de la imagen de animales que se cernía sobre ellos devienen seres accesibles en el relato, juguetones hasta cierto punto, e ingeniosos.

QUIMERA. La exploración del Gran Chaco fue una quimera para generaciones precedentes, las realizadas los primeros tiempos del coloniaje no pudieron nunca avanzar más allá del Piquirenda. Fue recién con esta expedición de 1883 que se logró cruzar ese desconocido territorio. Por ello, como señala Mariano Baptista Gumucio, no existe una epopeya propiamente boliviana al estilo de El Cid Campeador en España, o del Martín Fierro de Hernández en la Argentina; pero si hay en nuestra historia una experiencia que se le aproxima es la que queda retratada en De Tarija a la Asunción.

Cinco años después de que se llevara a cabo esta expedición se publicó el libro sin que recibiera mayor atención. Por aquellas fechas el gobierno boliviano premió con tierras baldías y otros obsequios a los voluntarios de la expedición, pero no premiaron nunca su esfuerzo como correspondía, de hecho, por largo tiempo no se escucharon las recomendaciones esbozadas en el informe, y se mantuvo invariable la abusiva instalación de haciendas en los territorios indígenas. A más de cien años de la realización de este viaje, por segunda oportunidad, Daniel Campos reclama algo más que la calidez del reconocimiento.

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Las dos caras de ‘Two and a Half Men’

La famosa serie de televisión es, al mismo tiempo, ‘fantástica’ y ‘detestable’ , combina un delicioso sarcasmo con una terrible crueldad

/ 24 de febrero de 2013 / 04:00

Two and a Half Men (Dos hombres y medio) fue, hasta la salida de Charliee Sheen, la  serie de televisión más exitosa de los Estados Unidos. Creada por Chuck Lorre y transmitida por Warner Bros desde 2003, la serie es una amena compañía para un público amplio, principalmente para todos los que deseamos liberar la mente del ajetreo cotidiano en las tempranas horas de la noche. Es fantástica, pero también detestable a momentos, combina escenas de delicioso sarcasmo con otras de terrible crueldad y de una visión mercantilista elevada a la máxima potencia.

El mundo del capitalismo tardío quisiera que todos centremos nuestras vidas en una sola línea, la línea dura, escuela-universidad-trabajo-matrimonio-retiro… donde todo se mide en crecimiento de lo que está a la vista, mayor dinero, mayor fama, mayores logros… Alan —uno de los personajes— lo ha perdido casi todo en esa línea, tiene 35 años, es un quiropráctico con escaso éxito profesional, su hijo, Jake, no lo respeta, se divorció de la única mujer que había tenido en su vida y perdió el juicio, junto con la casa y sus amigos; estando quebrado en la calle, sólo le queda replegarse al sofá-cama en casa de su hermano. Está convencido de que su exesposa le despojó de la poca autoestima que tenía. Lo cómico es que a pesar de toda su desgracia, se especializa en arruinar las pocas oportunidades que se le presentan, como cuando provoca el incendio de la casa de su novia por dejar su habano encendido. La serie es despiadada con Alan el perdedor: aquel que no tiene éxito ni con las mujeres ni con el dinero, quien deja que una mujer domine sus actos, y encima de ello no sabe divertirse. El filósofo Slavoj Zizek señala que el terrible imperativo de nuestro tiempo es que el goce es obligatorio; “tener mucho sexo, realizarse” es ahora un deber.   

Las siete temporadas que tienen a Charlie como protagonista se centran en diferenciar dos caminos de vida, la comparación entre el ganador y el perdedor. Lo deseable será saber burlar las opresiones del compromiso, no ser dominado por una mujer en relaciones monogámicas, sino por los vicios: el juego, el alcohol, y las mujeres fáciles. Es el ganador. Charlie disfruta de la comodidad de su casa en la playa de Malibú, sus días están llenos de siestas, ropas planchadas en el cajón, romances cortos, whisky, habanos, bourbon, algo de Tv y más bourbon. En algún punto intentan variar el perfil de su personaje, aparecen Mia, primero y, después, Chelsea, las dos mujeres con las que convive e intenta algo serio.

Algunos de los momentos más hilarantes de la serie llegan cuando Charlie y Alan discuten sus puntos de vista sobre las relaciones con mujeres. Charlie está comprometido con Mia, pero se ve a ocultas con Kendhi. Alan aboga porque sea fiel a su pareja, pero Charlie cree que es conveniente tener un bote salvavidas siempre, “por si el barco se hunde”. Alan critica su falta de confianza en la relación, pero él sostiene que se trata de un “saludable respeto por el poder del océano”. De hecho sería positivo, pues “son desahogos saludables para volver después nutrido a la relación primaria”.

La gran diferencia entre ambos es la actitud frente a la vida. En una ocasión, con el consejo de su tío Charlie, Jake gana 1.200 dólares apostando en una carrera de caballos. Alan le dice: “Pongámoslos en el banco en una cuenta de ahorros”.  Charlie le manifiesta: “Gástalos”. Alan sugiere  que es mejor tener un colchón, pues “no hay mejor sensación que tener un respaldo cuando llegan los días difíciles”. Charlie no concuerda: “Conozco al menos ocho sensaciones distintas que ésa”. Así, entre éstas dos visiones, se cría Jake, un tiro al aire, quedando en posición de escribir una nueva versión del libro Padre rico padre pobre (Kiyosaki).

Pueden tachar a Charlie de inmaduro, pero ¿qué es ser maduro al final de cuentas? Nos reímos con Charlie de aquellos/as que creen que ser hombre maduro es dar gusto, y resguardarse bajo las faldas de la “responsabilidad” a costa de callar los impulsos de la sangre y vivir como no se quiere vivir. Hay personas que sólo aman aquello que creen pueden moldear a su medida. Es el tema que se toca cuando Charlie y Mia rompen. Ella le pidió:

“Comprométete en una relación en la que no tendremos sexo hasta que la relación sea sólida, mientras: no puedes tener sexo con nadie más”. La propuesta escandaliza a Charlie: ¿Ser exclusivos sexualmente y no tener sexo? Entonces piensa que no están sacrificando lo mismo, si él deja el sexo ella tendría que donar un hígado, o dejar el baile, lo que tanto ama. Imposible. Ella piensa en invertir para ver futuro; él sólo piensa en gozar juntos los placeres del presente, que son los que abrirán la puerta a un futuro. Después de romper, ella le pedirá que hablen, pero el diálogo no fructificará. La mujer es muy astuta, cuando dice que quiere hablar, lo que está diciendo realmente es que está lista para escuchar lo que quiere escuchar. (Quizá por ello el consejo que una vez diera Charlie a Alan: “Debes fingir absolutamente que estás siendo sincero”). Si ellas escuchan una palabra que se sale de la idea que han elaborado previamente, se cierra todo diálogo, por ello son pocas las mujeres dispuestas a aclarar racionalmente una situación. Mia se despide así por una carta: “Te amo demasiado como para intentar cambiarte, y me amo demasiado como para conformarme con el que eres”. Duro, sincero.

Al volver a casa Charlie le cuenta a Alan: “Nos separamos, lo que es bueno porque puedo volver a ser yo mismo”. “¿Y quién eres?”, pregunta Alan con sarcasmo. Un borracho que se alimenta de relaciones superficiales de puro sexo. Charlie, a diferencia de su hermano, es alguien que no necesita de un sentido, ni de algo significativo por lo cual vivir. Sentado en su terraza, con una cerveza en la mano y la playa de frente, se congratula por ser un hombre que “se deja llevar por el cauce misterioso de la vida”, mientras toma muchas cervezas y hace muchas siestas. “Son las decisiones difíciles que uno debe tomar, dónde hacer la siesta… bajo el mango o bajo la palta… qué pavada que no hayan higueras en Malibú… y se pone difícil la vida, levantarse a la una para no perderse la siesta, ¿a qué hora dormir?, elegir la hamaca… ¡paf! Es mucho stress…”. 

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Las dos caras de ‘Two and a Half Men’

La famosa serie de televisión es, al mismo tiempo, ‘fantástica’ y ‘detestable’ , combina un delicioso sarcasmo con una terrible crueldad

/ 24 de febrero de 2013 / 04:00

Two and a Half Men (Dos hombres y medio) fue, hasta la salida de Charliee Sheen, la  serie de televisión más exitosa de los Estados Unidos. Creada por Chuck Lorre y transmitida por Warner Bros desde 2003, la serie es una amena compañía para un público amplio, principalmente para todos los que deseamos liberar la mente del ajetreo cotidiano en las tempranas horas de la noche. Es fantástica, pero también detestable a momentos, combina escenas de delicioso sarcasmo con otras de terrible crueldad y de una visión mercantilista elevada a la máxima potencia.

El mundo del capitalismo tardío quisiera que todos centremos nuestras vidas en una sola línea, la línea dura, escuela-universidad-trabajo-matrimonio-retiro… donde todo se mide en crecimiento de lo que está a la vista, mayor dinero, mayor fama, mayores logros… Alan —uno de los personajes— lo ha perdido casi todo en esa línea, tiene 35 años, es un quiropráctico con escaso éxito profesional, su hijo, Jake, no lo respeta, se divorció de la única mujer que había tenido en su vida y perdió el juicio, junto con la casa y sus amigos; estando quebrado en la calle, sólo le queda replegarse al sofá-cama en casa de su hermano. Está convencido de que su exesposa le despojó de la poca autoestima que tenía. Lo cómico es que a pesar de toda su desgracia, se especializa en arruinar las pocas oportunidades que se le presentan, como cuando provoca el incendio de la casa de su novia por dejar su habano encendido. La serie es despiadada con Alan el perdedor: aquel que no tiene éxito ni con las mujeres ni con el dinero, quien deja que una mujer domine sus actos, y encima de ello no sabe divertirse. El filósofo Slavoj Zizek señala que el terrible imperativo de nuestro tiempo es que el goce es obligatorio; “tener mucho sexo, realizarse” es ahora un deber.   

Las siete temporadas que tienen a Charlie como protagonista se centran en diferenciar dos caminos de vida, la comparación entre el ganador y el perdedor. Lo deseable será saber burlar las opresiones del compromiso, no ser dominado por una mujer en relaciones monogámicas, sino por los vicios: el juego, el alcohol, y las mujeres fáciles. Es el ganador. Charlie disfruta de la comodidad de su casa en la playa de Malibú, sus días están llenos de siestas, ropas planchadas en el cajón, romances cortos, whisky, habanos, bourbon, algo de Tv y más bourbon. En algún punto intentan variar el perfil de su personaje, aparecen Mia, primero y, después, Chelsea, las dos mujeres con las que convive e intenta algo serio.

Algunos de los momentos más hilarantes de la serie llegan cuando Charlie y Alan discuten sus puntos de vista sobre las relaciones con mujeres. Charlie está comprometido con Mia, pero se ve a ocultas con Kendhi. Alan aboga porque sea fiel a su pareja, pero Charlie cree que es conveniente tener un bote salvavidas siempre, “por si el barco se hunde”. Alan critica su falta de confianza en la relación, pero él sostiene que se trata de un “saludable respeto por el poder del océano”. De hecho sería positivo, pues “son desahogos saludables para volver después nutrido a la relación primaria”.

La gran diferencia entre ambos es la actitud frente a la vida. En una ocasión, con el consejo de su tío Charlie, Jake gana 1.200 dólares apostando en una carrera de caballos. Alan le dice: “Pongámoslos en el banco en una cuenta de ahorros”.  Charlie le manifiesta: “Gástalos”. Alan sugiere  que es mejor tener un colchón, pues “no hay mejor sensación que tener un respaldo cuando llegan los días difíciles”. Charlie no concuerda: “Conozco al menos ocho sensaciones distintas que ésa”. Así, entre éstas dos visiones, se cría Jake, un tiro al aire, quedando en posición de escribir una nueva versión del libro Padre rico padre pobre (Kiyosaki).

Pueden tachar a Charlie de inmaduro, pero ¿qué es ser maduro al final de cuentas? Nos reímos con Charlie de aquellos/as que creen que ser hombre maduro es dar gusto, y resguardarse bajo las faldas de la “responsabilidad” a costa de callar los impulsos de la sangre y vivir como no se quiere vivir. Hay personas que sólo aman aquello que creen pueden moldear a su medida. Es el tema que se toca cuando Charlie y Mia rompen. Ella le pidió:

“Comprométete en una relación en la que no tendremos sexo hasta que la relación sea sólida, mientras: no puedes tener sexo con nadie más”. La propuesta escandaliza a Charlie: ¿Ser exclusivos sexualmente y no tener sexo? Entonces piensa que no están sacrificando lo mismo, si él deja el sexo ella tendría que donar un hígado, o dejar el baile, lo que tanto ama. Imposible. Ella piensa en invertir para ver futuro; él sólo piensa en gozar juntos los placeres del presente, que son los que abrirán la puerta a un futuro. Después de romper, ella le pedirá que hablen, pero el diálogo no fructificará. La mujer es muy astuta, cuando dice que quiere hablar, lo que está diciendo realmente es que está lista para escuchar lo que quiere escuchar. (Quizá por ello el consejo que una vez diera Charlie a Alan: “Debes fingir absolutamente que estás siendo sincero”). Si ellas escuchan una palabra que se sale de la idea que han elaborado previamente, se cierra todo diálogo, por ello son pocas las mujeres dispuestas a aclarar racionalmente una situación. Mia se despide así por una carta: “Te amo demasiado como para intentar cambiarte, y me amo demasiado como para conformarme con el que eres”. Duro, sincero.

Al volver a casa Charlie le cuenta a Alan: “Nos separamos, lo que es bueno porque puedo volver a ser yo mismo”. “¿Y quién eres?”, pregunta Alan con sarcasmo. Un borracho que se alimenta de relaciones superficiales de puro sexo. Charlie, a diferencia de su hermano, es alguien que no necesita de un sentido, ni de algo significativo por lo cual vivir. Sentado en su terraza, con una cerveza en la mano y la playa de frente, se congratula por ser un hombre que “se deja llevar por el cauce misterioso de la vida”, mientras toma muchas cervezas y hace muchas siestas. “Son las decisiones difíciles que uno debe tomar, dónde hacer la siesta… bajo el mango o bajo la palta… qué pavada que no hayan higueras en Malibú… y se pone difícil la vida, levantarse a la una para no perderse la siesta, ¿a qué hora dormir?, elegir la hamaca… ¡paf! Es mucho stress…”. 

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‘The Lady’, amor a prueba de distancias

Más allá de sus cualidades cinematográficas, el autor indaga en este filme de Luc Besson las dimensiones humanas, el amor sobre todo y ante todo

/ 27 de enero de 2013 / 04:00

Realizada por el cineasta francés Luc Besson, y escrita por Rebecca Frayn, la película The Lady (2012) —distribuida en Latinoamérica como Amor, honor y libertad— es un ejemplo de cómo se puede leer afectivamente una historia. El film narra la historia de Aung San Suu Kyi (1945), una extraordinaria dama de Birmania que fue la figura emblemática de la lucha contra la dictadura militar en su país el poder entre 1962 y 2011. Recién liberada de la detención domiciliaria el 2012, después de haber sido aislada de su familia durante 24 años, Aung San Suu Kyi pertenece a un linaje de lucha política que reivindica la resistencia pacífica, en el cual está emparentada con el líder africano Nelson Mandela, con Mahatma Gandhi, Stephen Biko y Martin Luther King y el filósofo Henry David Thoreau, desde que escribiera su ensayo Desobediencia civil.   

Se puede embanderar de mil maneras a esta valiente activista birmanesa. De hecho, Besson no disimula su admiración, pues busca que el espectador se relacione emotivamente con su lucha, y lo antes posible, sin brindar mayores detalles sobre su discurso político.

En su crítica, Pedro Susz apunta como falla la simplificación de los antagonismos: “malos —malísimos—, y buenos —buenísimos—, contienden sin que la narración aclare en ningún momento los desacuerdos ideológicos de fondo, ni se sepa cuáles fueron las desavenencias filosóficas, salvo que unos oponen la libertad al régimen dictatorial”.  

Si bien es una observación válida, cabe preguntar: ¿qué tanto se necesita entrar en detalles para comprender que una dictadura militar es inaceptable desde todo punto de vista como forma de gobierno, independientemente del discurso que la sostenga? La cuestión es simple, la democracia, sin ser la forma de gobierno ideal, es lo menos a lo que puede aspirar un país en cualquier parte del mundo. Ésa, nos parece, es la posición que asume el director Luc Besson. Reclamar por filosofías de trasfondo es apreciar la película sólo con el cerebro. Una película como The Lady debe ser leída afectivamente.

Aung San Suu Kyi sufre el arresto domiciliario en Birmania mientras su esposo, Michael Airis, agoniza de cáncer en Inglaterra. Los represores le dan la opción a Suu Kyi de que viaje para estar con él, sabiendo que una vez que salga de Birmania nunca más la dejarán entrar. Pero ella no va, su mismo esposo, por teléfono, le insta a continuar. Agrupando las escazas fuerzas que le quedan susurra: “Estamos siendo puestos a prueba al más alto nivel ahora. No hemos llegado hasta aquí para caer en la recta final”. Evidentemente la cuestión de la lucha política ha pasado a un segundo plano, todo lo que queda es un acto de amor que rompe los moldes.

¿Por qué no va? ¿Dónde encuentra Aung San Suu Kyi la fuerza para no derrumbarse en un momento tal?  Cierto que lee a Gandhi, y que se da fuerzas escribiendo a modo de recordatorios unos carteles con las frases de los luchadores que sufrieron antes que ella. Pero si bien es una parte de su alimento, es sólo mínima. ¿De dónde extrae la sustancia que forma su voluntad inquebrantable?

La película nos plantea que quizá sea del espacio intemporal y portátil que construyeron con su esposo en base a amor y devoción. Esta faceta es la que Luc Besson acentúa. The Lady no es, como muchos piensan, una historia sobre la agitación política de Birmania, con el telón de fondo del amor entre Suu Kyi y su esposo; es a la inversa, The Lady es una historia acerca de ese lugar incorruptible que habita en el ser humano, que se alimenta con el amor, con el trasfondo la desigual lucha por la democracia en Birmania.

PREGUNTAS. Entonces, lo que se pregunta es ¿cómo, a pesar de las largas separaciones y de la incomunicación se puede mantener un amor tan intenso? El poder es estúpido cuando se confronta a la voluntad de los seres libres, pues pretende que podrá doblegarla sin considerar la existencia de ese lugar en el espíritu al que no puede llegar ningún poder, donde se atesora aquello que nadie le puede quitar; algunos lo llaman música, otros esperanza, y otros amor. Todos mantienen viva y fuerte a Aung San Suu Kyi, mientras permanece encerrada en una casa 24 horas al día.

El dictador decía: “un árbol al que se le corta las raíces, eventualmente se termina cayendo”; por ende, creía que podía cortar sus vínculos con su familia y sus compañeros, como si se trataran de unos cables, sólo por el hecho de encerrarla sola en esa casa, sin teléfono ni salidas. Pero la figura del árbol sólo es buena para explicar las estructuras del poder: jerárquicas, verticales y estáticas. El poder desconoce que todo lo que hay de prodigioso en la vida, el amor, la música, el pensamiento, sigue otro modelo que se extiende en planos horizontales, sin fijaciones, como una planta aérea, o como el mundo de la world wide web: por conexiones ilimitadas.

Es como si se tratara de una comunicación inalámbrica, pues están conectados aunque no hayan cables de teléfono ni Internet de por medio. Curioso, pues hoy en día se piensa que las relaciones amorosas pueden sobrevivir a las largas separaciones y la distancia gracias a los nuevos medios electrónicos. Ahí es donde la historia de Aung San Suu Kyi nos recuerda: la distancia es mucho más una cuestión intensiva que extensiva o de desplazamiento físico. A la conexión no le interesan los kilómetros, y esto se entiende cuando ella le cuenta a su esposo: “Tú sabes que nunca estoy lejos… A menudo hablaba contigo, a veces en voz alta. Siempre era tranquilizador, y me recordó de tu inquebrantable amor”.

Quizá fue esa la única razón por la cual ella no necesitó ir a Inglaterra, mientras su esposo agonizaba, para “estar” con él. Había que seguir luchando por lo que construyeron entre ambos, algo que los trasciende, y se queda impregnado en el aire de los tiempos, como la sonrisa incorpórea del gato en Alicia en el país de las maravillas. ¿Qué otra cosa nos dejan los verdaderos revolucionarios y artistas? Son esos paquetes sensibles que soplan los vientos, risas de un gato, ideas, clamores, burbujas, que cada uno puede hacer suyas para luchar contra lo que reprime lo vital en su presente.

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‘The Lady’, amor a prueba de distancias

Más allá de sus cualidades cinematográficas, el autor indaga en este filme de Luc Besson las dimensiones humanas, el amor sobre todo y ante todo

/ 27 de enero de 2013 / 04:00

Realizada por el cineasta francés Luc Besson, y escrita por Rebecca Frayn, la película The Lady (2012) —distribuida en Latinoamérica como Amor, honor y libertad— es un ejemplo de cómo se puede leer afectivamente una historia. El film narra la historia de Aung San Suu Kyi (1945), una extraordinaria dama de Birmania que fue la figura emblemática de la lucha contra la dictadura militar en su país el poder entre 1962 y 2011. Recién liberada de la detención domiciliaria el 2012, después de haber sido aislada de su familia durante 24 años, Aung San Suu Kyi pertenece a un linaje de lucha política que reivindica la resistencia pacífica, en el cual está emparentada con el líder africano Nelson Mandela, con Mahatma Gandhi, Stephen Biko y Martin Luther King y el filósofo Henry David Thoreau, desde que escribiera su ensayo Desobediencia civil.   

Se puede embanderar de mil maneras a esta valiente activista birmanesa. De hecho, Besson no disimula su admiración, pues busca que el espectador se relacione emotivamente con su lucha, y lo antes posible, sin brindar mayores detalles sobre su discurso político.

En su crítica, Pedro Susz apunta como falla la simplificación de los antagonismos: “malos —malísimos—, y buenos —buenísimos—, contienden sin que la narración aclare en ningún momento los desacuerdos ideológicos de fondo, ni se sepa cuáles fueron las desavenencias filosóficas, salvo que unos oponen la libertad al régimen dictatorial”.  

Si bien es una observación válida, cabe preguntar: ¿qué tanto se necesita entrar en detalles para comprender que una dictadura militar es inaceptable desde todo punto de vista como forma de gobierno, independientemente del discurso que la sostenga? La cuestión es simple, la democracia, sin ser la forma de gobierno ideal, es lo menos a lo que puede aspirar un país en cualquier parte del mundo. Ésa, nos parece, es la posición que asume el director Luc Besson. Reclamar por filosofías de trasfondo es apreciar la película sólo con el cerebro. Una película como The Lady debe ser leída afectivamente.

Aung San Suu Kyi sufre el arresto domiciliario en Birmania mientras su esposo, Michael Airis, agoniza de cáncer en Inglaterra. Los represores le dan la opción a Suu Kyi de que viaje para estar con él, sabiendo que una vez que salga de Birmania nunca más la dejarán entrar. Pero ella no va, su mismo esposo, por teléfono, le insta a continuar. Agrupando las escazas fuerzas que le quedan susurra: “Estamos siendo puestos a prueba al más alto nivel ahora. No hemos llegado hasta aquí para caer en la recta final”. Evidentemente la cuestión de la lucha política ha pasado a un segundo plano, todo lo que queda es un acto de amor que rompe los moldes.

¿Por qué no va? ¿Dónde encuentra Aung San Suu Kyi la fuerza para no derrumbarse en un momento tal?  Cierto que lee a Gandhi, y que se da fuerzas escribiendo a modo de recordatorios unos carteles con las frases de los luchadores que sufrieron antes que ella. Pero si bien es una parte de su alimento, es sólo mínima. ¿De dónde extrae la sustancia que forma su voluntad inquebrantable?

La película nos plantea que quizá sea del espacio intemporal y portátil que construyeron con su esposo en base a amor y devoción. Esta faceta es la que Luc Besson acentúa. The Lady no es, como muchos piensan, una historia sobre la agitación política de Birmania, con el telón de fondo del amor entre Suu Kyi y su esposo; es a la inversa, The Lady es una historia acerca de ese lugar incorruptible que habita en el ser humano, que se alimenta con el amor, con el trasfondo la desigual lucha por la democracia en Birmania.

PREGUNTAS. Entonces, lo que se pregunta es ¿cómo, a pesar de las largas separaciones y de la incomunicación se puede mantener un amor tan intenso? El poder es estúpido cuando se confronta a la voluntad de los seres libres, pues pretende que podrá doblegarla sin considerar la existencia de ese lugar en el espíritu al que no puede llegar ningún poder, donde se atesora aquello que nadie le puede quitar; algunos lo llaman música, otros esperanza, y otros amor. Todos mantienen viva y fuerte a Aung San Suu Kyi, mientras permanece encerrada en una casa 24 horas al día.

El dictador decía: “un árbol al que se le corta las raíces, eventualmente se termina cayendo”; por ende, creía que podía cortar sus vínculos con su familia y sus compañeros, como si se trataran de unos cables, sólo por el hecho de encerrarla sola en esa casa, sin teléfono ni salidas. Pero la figura del árbol sólo es buena para explicar las estructuras del poder: jerárquicas, verticales y estáticas. El poder desconoce que todo lo que hay de prodigioso en la vida, el amor, la música, el pensamiento, sigue otro modelo que se extiende en planos horizontales, sin fijaciones, como una planta aérea, o como el mundo de la world wide web: por conexiones ilimitadas.

Es como si se tratara de una comunicación inalámbrica, pues están conectados aunque no hayan cables de teléfono ni Internet de por medio. Curioso, pues hoy en día se piensa que las relaciones amorosas pueden sobrevivir a las largas separaciones y la distancia gracias a los nuevos medios electrónicos. Ahí es donde la historia de Aung San Suu Kyi nos recuerda: la distancia es mucho más una cuestión intensiva que extensiva o de desplazamiento físico. A la conexión no le interesan los kilómetros, y esto se entiende cuando ella le cuenta a su esposo: “Tú sabes que nunca estoy lejos… A menudo hablaba contigo, a veces en voz alta. Siempre era tranquilizador, y me recordó de tu inquebrantable amor”.

Quizá fue esa la única razón por la cual ella no necesitó ir a Inglaterra, mientras su esposo agonizaba, para “estar” con él. Había que seguir luchando por lo que construyeron entre ambos, algo que los trasciende, y se queda impregnado en el aire de los tiempos, como la sonrisa incorpórea del gato en Alicia en el país de las maravillas. ¿Qué otra cosa nos dejan los verdaderos revolucionarios y artistas? Son esos paquetes sensibles que soplan los vientos, risas de un gato, ideas, clamores, burbujas, que cada uno puede hacer suyas para luchar contra lo que reprime lo vital en su presente.

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