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Jesús Urzagasti, un nombre

Palabras escritas para acompañar la presentación de libros de Urzagasti, se convierten ahora en una manera de recordar al escritor

/ 26 de mayo de 2013 / 04:00

Escribí esto para acompañar a Jesús en la presentación que iba a realizarse en Cochabamba de los títulos de su obra reeditados por Gente Común en 2011. Presentación que desafortunadamente no se hizo, sin embargo, hoy podríamos recordar, recordarlo juntos. Decía así:

La importancia de la obra de Jesús Urzagasti en el ámbito de la literatura latinoamericana es singular y verdadera. En el ámbito de la literatura boliviana, es mucho más que eso. Considerando que se trata de una obra difícilmente abarcable en toda su anchura, en esta presentación no me referiré sino a unos cuantos de los rasgos que me maravillan.

Pensaba, pienso, que antes de Jesús Urzagasti, la novela boliviana estaba dominada por un afán historiográfico o sociológico, monotemático, no nos abría ventana alguna a ningún parque. Con ella volvíamos una y otra vez a las obsesionantes tensiones propias de una sociedad multicultural dividida en clases, como si eso fuera todo. Como si esas fuesen las únicas dimensiones de la vida. Jesús Urzagasti nos abrió una ventana a un parque, al espacio más íntimo que un parque puede llegar a ser, al piso soleado y también umbrío, al piso llovido de un parque. A ese espacio propio, unificador de lo de afuera con lo de adentro, que puede en su concentración devenir lugar privilegiado para la conversación, una cosa más que también somos: “[…] impermeable a las tristezas de nuestro país, libre de las bellaquerías de los que lo representan oficialmente, de repente me sorprendí escribiendo un libro y de vez en cuando, en la noche avanzada, sentía como si lloviera suavemente.” (En el país del silencio,  88)

HISTORIA. El aire de lo gregario afecta de manera especial esta obra, pero creo que hay en ella una atención mayor, receptiva y reflexiva, al destino único, a la historia particular. Lo histórico social adquiere relevancia a través de lo individual. Además, en estas páginas es posible comprender que todo ser humano carga con mucho más que lo que ve y le ocupa de manera inmediata. Creo que este es un elemento importante de distinguir cuando se afirma que Jesús Urzagasti fundó una nueva estética en y para la narrativa boliviana. Pues así abrió un camino más para pensar y recrear lo boliviano.

Si ningún hecho real guarda su pureza cuando es atrapado por la subjetividad, me pregunto de qué feliz manera lo real se transubstanciará con la subjetividad de un escritor con un imaginario desbordado de palabras de una generosidad tan luminosa; pues siendo ésta una escritura que se expresa en la metáfora, las palabras de Jesús Urzagasti expanden el mundo hasta sus cantos menos visitados, más ocultos. Y también pliegan sus bordes hasta la hondura, haciendo de ellos escamas verbales de una piel azul:

“Quizá fue el último periodo en que la vida me regaló la ilusión de escuchar como entre sueños la entonación bravía y sincera de nuestra naturaleza fronteriza; se me cruzaban los nombres como refocilos y como relámpagos me llegaban sensaciones que ya no me competían de tan lejos que me hallaba; pertenecían a seres ahogados en la soledad de otros territorios, de otras alucinaciones, ámbito donde mi alma errante podía, sin embargo, hallar un sorpresivo amparo. (Ibid., 88-89)

Hace 20 años me animé a mostrar a Jesús un relato que había escrito y que ahora, corregido, es parte de mis fábulas. Cuando lo leyó, me dijo: “No. No se habla así cuando se narra.”

Dime, entonces, ¿cómo es que se habla cuando se narra, Jesús?

En la obra entera de Urzagasti nos encontramos con un acucioso trabajo de recuperación de palabras, frases, conceptualizaciones que portan la esencia de una visión de mundo de algún más aquí que todavía habla. Y con extraordinarios belleza y vigor. Lo que nos induce a preguntarnos cómo deberían darse los cuidados del habla del lugar del que se van a contar cosas, de manera que escritor y lectores puedan fluir a lo largo y a lo ancho de una lengua que respira en un determinado paisaje. La voz esencial de Jesús Urzagasti recreó una musicalidad verbal que entraña ríos y montes y lluvias y zumbidos y chillidos y silencios, grandes silencios como secretos, y quizá uno que otro chasquido de máquinas; musicalidad plena que se manifiesta con toda su gravedad y con toda su levedad en las conversaciones, en las infinitas redes de conversaciones sostenidas por los hombres y mujeres que pueblan un territorio que, repitiéndose, unas veces es el país del silencio y, otras, Tirinea.

NOMBRES. En el cuidadoso seguimiento de las historias individuales, toda existencia tiene un nombre. Los nombres son recibidos por Urzagasti con la acuidad de quien sabe que no existía ninguna otra posibilidad de caída para lo que cayó de la manera en que cayó. En los nombres hay gestos finamente representados. En el nombre las manos son percibidas, y el matiz de la piel, y el carácter. El recorrido experiencial de cada personaje se hace audible y visible en la imaginación, a través de su nombre. Es como si después de mucho conversar con sus personajes, éstos le hubiesen indicado sus nombres propios al autor: “Me llamo Fielkho y estoy escribiendo algo que mi cuerpo exige para vivir”, “me llamo Arnulfo, pero me dicen Negro y con ese apodo llegué a Carandaití, soy un mocetón de mirada inescrutable pero de carácter jovial… algo de puma hay en mí y mucho de la bondad del hombre que se corrige a sí mismo en la soledad del monte”, “Bonifacio [es el nombre de quien] parecía haber salido del fondo de la tierra sin sacudirse”. Para la aparición de cada nombre, la visión de mundo del personaje tuvo que haber conversado con la visión de mundo del autor. En cada nombre, la visión que tiene cada personaje de sí mismo tuvo que haber conversado con la visión que tuvo el autor de ese personaje. Según Andrés Laguna, en “La memoria fiel. Escuchar la voz de Tirinea” (2009:  66), ese trato meticuloso que Urzagasti da a los nombres se inauguró en la inauguración, con el nombre Fielkho, en Tirinea.

Soleto, Fielkho, Tirinea, Marina… y Deterlino, Orana, Ela, Lucía, Nicolás, Nivardo, Froilán, Carmen, nombres. O esencias. Esencias verbales, existenciales. Nominaciones amorosas, creadoras, criadoras. Como Onetti, Rulfo o García Márquez, Jesús Urzagasti ha modulado un territorio. Un territorio como una “casa alumbrada por dos mecheros”. Una morada como el patio sin amo y de todos, y también como el puñado de senderos que circundan el centro del destino de cada ser humano. “De pronto surgió la casa, cercada por guayacanes y el patio nuevito, mañanero; debajo del viejo quebracho, una mesa y dos sillas, y lo necesario para matear”. Un territorio que ampara, contiene, nutre y escuchando devuelve la resonancia de una multiplicidad de voces distintas.

Un reservorio debajo del alto cielo: “Chivos y ovejas, venidos de no sé dónde, se recostaron en la tierra y quedaron hipnotizados por el mundo”. Una morada con “techo […] para filtrar la infinita energía de los cuerpos celestes”, porque es a la vez mundo y ser, naturaleza de aquí y quieto monte custodio de allá, patio y árbol fogoso, conocimiento revelado a Jesús Urzagasti y que, entre otras exigencias mayores, demandó de él una cuidadosa elección y disposición de las palabras de manera que desde ellas pueda ser convocado.

PALABRAS. Intuyo que mientras nosotros, lectores, no principiemos la travesía de reconocimiento correspondiente, jamás sabremos si palabras como Palmar, Ojo del agua, Aguayrenda, Peima, Caraparí, Campo Pajoso, Las Conchas, Buen Retiro tienen el hálito de los mitos locales, de las formas de comunicarse y de vivir de sus habitantes, o de recónditas esferas que respiran en la conciencia humana y de manera sostenida, rotunda, se manifiestan en los sueños, en los tránsitos por los senderos más raros de nuestras peregrinaciones, en las memorias de lo no vivido, en las visitaciones a las grutas originales. Es en esa sonoridad que sustantiva una geografía, una naturaleza y un destino, donde los personajes hablan siendo, y así hacen surgir significados profundamente experienciales para las palabras amor, humor, amistad, libertad, generosidad. Cama, mesa, plato, cuchara. Vino. Cocción. Partiendo de un paisaje natal, identitario, reterritorializado de manera persistente, en la descripción de espirales o rayos, la sustancia de los personajes de Urzagasti adquiere la universalidad de lo latente pero quizá más alejado:

“—Y de cómo se le ocurrió al ingeniero venir por estos lados —le preguntó de sopetón Fortunato Gallardo al amanecer de ese domingo.  
Martín intuía que todos estaban pendientes de su respuesta […]  y no se le escapaba que semejantes explicaciones resultarían ociosas,  al menos si asumía que en Las Conchas se había ido al fondo de su existencia […]

—Creo que el primer impulso para viajar es el alejarse del lugar de origen —dijo […] en nuestro país, eso supone viajar al pasado.” (El último domingo de un caminante, 203-204)

En cada tramo de ese desplazamiento, se generan movimientos concientes no para explicar el destino, no, porque “el hombre repite inútilmente su pregunta”, sino para vigilar las huellas, para atender cada encuentro, cada postergación, separación o despedida; y para ello se contempla todo: una letra bien o mal escrita, una palabra bien o mal acomodada, la extracción de una muela, la mirada que baja o se sostiene o se hace agüita, la luz de cada instante. El pasado de sangre y acciones que define la sangre y las acciones. En fin, la deriva de cada una de las historias particulares. Urzagasti redimensiona las relaciones humanas, las aparta del drama erigido por la vida moderna sobre la base de herencias equívocas, restituye la solidaridad y la fidelidad enfrentándolas con tendencias más antiguas, casi secretas; se ocupa con especial interés de las relaciones entre hombres y mujeres. El territorio que inventó es disidente de las construcciones discursivas que se pretenden únicas o privilegiadas: “No sé en qué se apoyan [los occidentales] para creer que todo lo que les aflige necesariamente es un asunto universal; cómo asombrarse entonces de que pretendan transferirnos su concepción del sexo en calidad de problema”. (Ibid., 189)

Urzagasti también repensó la temporalidad, en su discursividad narrativa el tiempo regresa, salta, se detiene, se distiende, se dispersa. Juega. Se potencia en intensidad. El narrador de El último domingo de un caminante reflexiona sobre este tema: “El tiempo dura más cuando se viaja […] Sabemos que el tiempo es inasible, ¿pero no se torna tangible cuando el ser humano, por el solo hecho de viajar, se vincula con su propia interioridad?” (Ibid., 219)

CONFINES. Jesús Urzagasti escribe hasta tocar los confines de lo que se puede recordar. Rememora para recomponer. En el juego con el tiempo, reemplaza penuria por plenitud. Propone una comprensión de la vida compleja en la que la intuición, los sueños, las visiones, las previsiones, los déjà vu y la experiencia se enlazan. Las sincronías, las sintonías, las simpatías construyen mundo. Lo demás, simplemente no está.

“Quizá por eso y a estas alturas, Adalberto comenzó a reflexionar sobre el tiempo y la secreta memoria que lo apuntala, a valorar la experiencia de quienes se cruzan con otros destinos, a reconocer la magia de juntarse con desconocidos, a soñar finalmente con una genealogía que Domingo prolongó en los bordes oscuros de la vida.” (Ibid., 179).

Cada página de esta obra nos muestra que cuanto más profundamente se indaga en lo particular y diferente de una existencia, reaparecen los sentidos fundamentales de lo humano. Longitudes de onda que nos eran invisibles desde la trivialidad de la superficie pueden ser percibidas, se sienten perfumes nuevos, se escucha, es posible, la voz polifónica de la vida infinita. E incluso sucede que se principia a vislumbrar el origen de esa voz.

Un regalo más que nos hace esta obra es que cada última página no termina nada. Ninguna de las novelas concluye nada. Cada última página es invitación, promesa, un guiño. Apertura a un infinito vital.

Fragmentos del ‘Cuaderno quinto’

Jesús Urzagasti – (1941-2013)

Recuerdo que esa noche no salí a ninguna parte. Y de pronto, como si alguien lo decidiera apresuradamente, me acosté. El galpón, que me parecía inmenso, olía a primavera y a lluvias remotas, pero ignoraba el curso de mis pensamientos. Antes de contraer el sueño noté que afuera algunos caballos arrancaban la hierba húmeda. Bajo las estrellas, el ruido lento que hacían al trasladarse de un lugar a otro hasta dar con mi puerta, lo percibí después, cuando me acordé de que en la casa hacía tiempo que no había caballos.

El loro es un curioso lujo de este mundo que a cada instante amenaza con perder sentido. Verde como la selva, hablador como un hombre alegre, sus ojos, a trasmano del horizonte, ignoran la cabal entonación de la hora lúgubre, la hondura de los caminos presentidos.

De tanto querer ver una mariposa en las horas menos apropiadas, finalmente logré imaginar una. De modo que ahora la reconozco cada vez que la imagino. Lo cual no es nada malo. Pero tampoco es bueno, porque me he vuelto ciego.

Nunca he tenido la suficiente imaginación como para hacer emerger una fuente de aguas azules en el claro del bosque donde mi organismo reposa: solamente miro, sin mayores ilusiones, el inocente parpadeo de las cosas: piedras de infinitos colores, hojas de árboles, el horizonte bañado por una luz omnipotente y cautivadora. En tiempos no muy lejanos, innumerables hechos triviales que sobresalieron en mi vida me aturdieron hasta convertirme en un intruso en este mundo que encierra una increíble armonía, que nada necesita para conservarla, esté o no esté yo como el portador de la palabra que desordena. Pero yo he venido.

Aunque soy ignorante y no sé por qué estoy aquí, al atardecer siento la seguridad de existir: me acaricia el viento de mi juventud. Un aire venido de la fuente oculta de la soledad pasa entre los árboles y se presenta desnudo.

Si uno es apenas un niño y va vestido de azul y, por añadidura, se introduce en la espesura de la noche. Si por los turbadores colores nocturnos se sienten conmovidos los árboles. Si una finísima lluvia moja la capa del muerto y le consiente la última mirada, los curvados fulgores del agradecimiento, el testimonio final de la dicha… Ya me siento viejo sin haber conquistado astucia. Perdida la inocencia, ¿podré competir con el genio que la oscuridad le devuelve a la muerte?

Hay sonidos en el mundo que me procuran una inmensa felicidad. ¡Ni para qué tratar de definirlos! Es como cuando uno sale a pasear con una ignorancia absoluta de lo que sucede en las casas vecinas. Cruza y ofrece su perfil, su vaga figura reducida a la mera forma que el sueño alimenta. Baja por calles afiebradas por el crimen y como un eco de la nostalgia se pierde hacia el otro lado, donde reverdecen los árboles en completa comunión con la oscuridad.

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’98 segundos sin sombra’, entre lo surreal y lo bello

Una reseña del más reciente filme de Juan Pablo Richter, realizada por el escritor Adrián Nieve.

/ 25 de noviembre de 2021 / 13:51

Pocas veces reconocemos lo rara que es la vida. Pero Genoveva Bravo, la protagonista del filme 98 segundos sin sombra (98sss), lo sabe bien. Y no solo lo reconoce, sino que lo analiza, segundo a segundo, en este efectivo filme dirigido por Juan Pablo Richter.

Encarnada por la actriz Irán Zeitún, Genoveva es una chica de 16 años que trata de sobrevivir a las monjas de su colegio, a sus hostiles compañeras de curso, a sus padres sin esperanza y al narcotráfico en “Culo del Mundo”, su pueblo en el oriente boliviano.

Como personaje, Genoveva —originalmente creada por la escritora Giovanna Riveros para la novela homónima en la que se basa esta película—, es el mayor acierto del filme, pero no él único. 98 segundos sin sombra, además de mucha actitud, tiene varias cosas por decir, entre lo que sucede en el pueblo de Genoveva y todas las ideas que pasan por la cabeza de la adolescente.

Y lo visual. El filme tiene una calidad cinematográfica muy fresca, casi surreal, una que ayuda a ilustrar el mundo interno de Genoveva y que intenta mostrarnos las cosas de una forma no lineal. Más interesante, más sentimental.

Porque la historia de 98sss es intensa, es triste, pero también es tierna de una manera muy peculiar. Esto, obviamente, se nota más en la novela de Riveros, en la que tenemos acceso ilimitado a los pensamientos de Genoveva, mientras que en el filme hay solo un par de recursos que nos permiten acceder a la riqueza de los mismos.

Sin embargo, una comparación entre novela y película sería más que injusta. Richter creó una buena adaptación, nos trajo la esencia de Genoveva, ese maravilloso personaje literario, y la permitió ser ella misma en una película cuyos escollos son muy pequeños.

Porque a lo mejor habría sido mejor si el filme se animaba a romper más de frente la cuarta pared. Quizás así esas ideas tan potentes de la novela de Rivero se sentirían menos forzadas cada que Genoveva las mete en las charlas, al menos al inicio del filme, cuando recién te estás acostumbrando al ambiente de la película.

Pero, repito, son cosas muy pequeñas que no le ganan al simple y llano hecho de que 98sss se anima a ser rara: entre tierna y violenta, entre graciosa y triste, entre relacionable y surreal. Un buen filme que vale cada segundo y centavo de ir al cine.

Adrián Paredes (1989), mejor conocido por su seudónimo Adrián Nieve, es escritor y periodista. Estuvo en el programa de radio La Cabina Azul y en los de televisión Revista Gorila, Cinema Trailer y Maga Cine. Ha publicado la novela «El Camino Amarillo de Drogothy» (2016, Gran Elefante Editorial) y «Hayley» (2018, 3600 Editorial). En 2022, publicará la novela «Morbo» (Parc Editores).

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Mujeres ‘Ornamento’

Una reseña de 'Ornamento' la novela del galardonado autor colombiano Juan Cárdenas, publicada para Bolivia por Dum Dum Editora.

/ 11 de noviembre de 2021 / 18:39

“Es una droga peligrosa porque te da lo que necesitas”

Juan Cárdenas

A través de su novela Ornamento (Dum Dum, 2019), el escritor colombiano Juan Cárdenas, nos deleita con una prosa adictiva, tan adictiva cómo la droga que se desarrolla en un laboratorio, qué si bien se deja en claro que está situado en Colombia, me figuro que bien podríamos ubicarlo en un hipotético chapare boliviano. Esta droga a diferencia de muchas promete ser democrática por el precio y lo novedoso es que sólo tiene efecto en las féminas, razón por la que se tienen como personajes principales a mujeres, mujeres obra de arte, mujeres ornamento.

En ese efecto ornamental, las mujeres son conejillas de indias, son mujeres trofeo, mujeres objeto del deseo que sólo sirven para ser amantes o eventuales parejas sexuales, mujeres que atraviesan crisis artísticas existenciales, mujeres drogadictas, mujeres escultura, mujeres enganchadas a la sustancia que saquean la ciudad, mujeres que comprometen su integridad física para complacer los cánones macho de la belleza, mujeres que sufren abuso sexual pero no denuncian y aprenden a convivir con su abusador, mujeres madres que refuerzan la disimulada sumisión machista/femenina, que perpetúan el maltrato y la explotación. En esta tenebrosa realidad devenida en propuesta literaria, Cárdenas nos muestra varias caras del odio al principio cósmico de lo femenino.     

La trama tiene un médico narrador y protagonista que podría ser una mezcla de científico loco de películas de serie B con un genio elaborador de drogas a lo Walter White de Breaking Bad en versión sudaca; por otra parte, las pacientes, y en particular la número 4, es quien despierta el interés y obsesión del médico, para luego ser parte de un triángulo poliamoroso incluida la esposa de este. El doctor deambula entre la figura de lealtad a su mujer representada por los perros y la lujuria que simbolizan los monos. Por otro lado, la paciente número 4, es una mujer autodidacta, que nos revela que detrás de la belleza física puede existir astucia e inteligencia, que detrás de las carencias económicas no existen excusas para no ser lúcida y procurar educación. Sin embargo, la 4 es presa de sus propios traumas, de su propio ídolo/madre y no logra trascender esas cadenas inconscientes colectivas de su propia feminidad. Al parecer existe una idolatría por las mujeres así, las cabronas, las sicarias al mejor estilo de Rosario Tijeras.

En Ornamento, no existen nombres, el escritor logra hábilmente prescindir de ellos. El arte, la arquitectura, atisbos de horror y un acertado humor para descostillarse de la risa, hacen de este viaje casi onírico, una novela densa que te interpela, te perturba y te eleva en un éxtasis narcótico hacia una realidad en la que se alucina con entregarles, de una buena vez, la posibilidad de sentir placer a las mujeres.   

Valeria S. Arias Jaldin es paceña de Uyuni. Ñusta y egresada de Turismo de la UMSA. Historiadora a medias. Directora de Dreammakers Bolivia DMC. Feminista. Astróloga autodidacta y tarotista. Fotógrafa y catadora de atardeceres. Oveja aurinegra. Coautora del libro “Entrada Universitaria Folklorica” ( 2009, IEB) junto al Dr. Fernando Cajias, retornó a las letras gracias a la pandemia. Aspira a ser políglota, mientras aprende quechua de su abuela.

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Alex Vella: ‘Lo único importante es que mi escritura sea verdadera, sea lo que sea sobre lo que escriba’

Una entrevista con Alex Vella Gera, autor de la novela 'Troyano', publicada por Editorial El Cuervo en Bolivia.

/ 3 de noviembre de 2021 / 10:07

—Troyano retrata a Ġianni Muscatt, un personaje complejo, muy maltés pero a la vez universal. ¿Cuál fue la motivación para abordar un personaje así?

—Ganni Muscat vive dentro mío. Es una parte mía con la que lucho por coexistir. Traerlo a la existencia mediante la escritura quizás fue mi forma de purgarme de él. Pero aunque es en gran medida una mezcla de mi conciencia interior, nació por circunstancias del mundo real. Cuando me juzgaron por obscenidad entre 2010 y 2012, fui atacado de manera bastante irracional por las generaciones más antiguas de escritores malteses, incluidos los que se destacaron en los años 60 y 70 y que eran conocidos como enfants terribles, artistas que por entonces desafiaban las costumbres sociales en sus obras, pero cuando yo emprendí mi propia rebelión contra la hipocresía literaria me tildaron de obscene, advenedizo y fraudulento. Muscat es mi intento de entrar en sus psiques, de ser ellos. No atacarlos, sino darles una voz sesgada por mis prejuicios sobre ellos. Entonces Ganni Muscat es el reaccionario dentro mío, al que temo, desprecio pero con el que también simpatizo e incluso amo, y al que veo vivo en otras personas, maltesas y de otras nacionalidades de todo el mundo, expresado en toda su plenitud. Me refiero, por supuesto, al reaccionario moderno, a los intolerantes hastiados que ahora viven peligrosamente, votando por individuos claramente corruptos que sienten que pueden detener la marea del cambio hacia una sociedad más abierta e inclusiva, no porque esta sociedad pueda construirse sobre un terreno ideológico inestable e injusto por su propia naturaleza y  a los ricos, sino simplemente porque las guerras culturales son el único campo de batalla que ven.

—¿Cómo ves la tensión que asedia a Ġianni, la tensión entre lo global y las tradiciones maltesas? ¿Y cómo se enfrenta un escritor maltés con la tradición universal?

—El espíritu reaccionario de Ganni no es único. Existe en Malta y en todas partes. Entonces, aunque es un personaje muy maltés, si se le quitan ciertas peculiaridades que pueden ser exclusivas del reaccionario habitante de una pequeña nación insular en el Mediterráneo, no estaría fuera de lugar en otros países. Lo que quizás explique el éxito que ha tenido Troyano en varios países de América Latina. Sin embargo, hay que decir que sus tendencias reaccionarias son en parte el resultado de la influencia extranjera en su país. La introducción de la legislación sobre el divorcio en Malta hace menos de 10 años, por ejemplo, fue vista por los conservadores como la infiltración de ideas liberales extranjeras en lo que alguna vez fue una nación católica pura. La batalla que se avecina por el aborto (todavía ilegal en Malta) será aún más intensa. De modo que hay dos fuerzas en acción dentro de Ganni Muscat. La que lo define en oposición a una cosmovisión ajena que está corrompiendo a su nación, y otra que lo une con los reaccionarios del mundo.

La segunda parte de la pregunta requiere una respuesta aparte. A nivel universal, escribir como maltés puede ser un desafío, porque lo local, con todas sus especificidades, me llama a respetarlo y a escribir exclusivamente para el lector maltés. Malta es tan pequeña que esto puede crear su propio conjunto de problemas para el escritor, porque lo universal puede perder frente a lo particular. Sin embargo, no contemplo este problema, porque para mí lo único importante es que mi escritura sea verdadera, sea lo que sea sobre lo que escriba. Y por verdad quiero decir que provenga de un lugar auténtico dentro de mí. Eso por sí solo es un desafío y si los resultados, cuando tienen éxito,incluyen lo universal en lo particular, entonces mi éxito es doble y los lectores de Bolivia y Malta me entienden.

—Trabajas como traductor y vives fuera de Malta ¿Cómo ha influido en tu obra esta distancia?

—He vivido fuera de Malta la mayor parte de mi vida adulta. Primero en Londres, luego en Praga, luego en Luxemburgo y ahora en Bruselas. La distancia no solo ha influido en mi trabajo, sino también profundamente en cada aspecto en mi propia vida. No enumeraré todas las influencias que la distancia ha tenido sobre mí, pero diré esto: no siento que pertenezca a ningún lado, y mientras vivía en Malta esa falta de pertenencia era igual de fuerte. Pero fue solo con una distancia geográfica real y concreta que esa falta se hizo clara para mí y de ser un simple aspecto de mi identidad, se convirtió en mucho más que eso, un espacio psíquico en el que crear mi propia Malta, mi propio país, para servir como una lente a través de la cual observar (y escribir sobre) la verdadera Malta concreta a la que no pertenezco. Pueden preguntar, ¿por qué sigo escribiendo sobre Malta cuando no siento que pertenezco? Porque Malta es mis raíz, soy yo, así que, en cierto modo, no pertenezco a mí mismo, y mi camino como escritor es aceptar esto, crear contextos literarios y explorar esta carencia y, al hacerlo, pertenecer, si no a mis raíces, al menos al sentido de lo que significan para mí.

—Hace algunos años fuiste censurado en tu país y acusado de obscenidad y blasfemias, ¿qué ha significado esta experiencia en tu carrera como escritor y en tu perspectiva como ciudadano?

—Como ya expliqué anteriormente, el juicio por obscenidad fue la chispa que desató el fuego que se convirtió en Ganni Muscat y Troyano. Pero también me afectó de otras formas, naturalmente. Para el lector maltés en general, me dio una identidad, una identidad que mis acusadores sin duda no habían deseado que tuviera, es decir, como un héroe, un luchador por la libertad, un alma valiente. Todos estos son solo parcialmente ciertos. En muchos sentidos, el juicio por obscenidad fue un error, un accidente, algo en lo que entré a ciegas, no conscientemente. Pero sucedió y me convirtió durante un par de años en un participante pleno de la vida política del país. Me llevó a realizar acciones muy públicas de protesta contra el gobierno, que de alguna manera solidificaron mi sentido de ciudadanía, lo cual es un tanto irónico porque ciertamente soy uno de los que describiría como desencantado de la política local. Me comprometió y me dio el sentido del deber de estar comprometido. Ese sentido del deber ahora se está desvaneciendo, y no estoy seguro de si debería estar agradecido por eso o disgustado conmigo mismo por permitir que se desvanezca.

Como escritor, en el sentido más estricto del término, es decir, en el acto real de escribir con todo lo que conlleva, el juicio por obscenidad y todas sus ramificaciones tuvieron un solo efecto en mí, y fue negativo. Me hizo muy consciente de mis lectores. Esa burbuja de aislamiento que sostuvo mi escritura desde la adolescencia en adelante se rompió y me ha llevado casi una década volver a encerrarme en ella.

—¿En qué proyectos trabajas ahora?

—Hay dos novelas en proceso. Son criaturas largas y complejas que tardaré un tiempo en domar. Pero necesito que sigan siendo salvajes y quiero llevarlos a un territorio desconocido. Mi afán por publicar está bastante ausente por ahora, y eso es algo bueno. Hay muchas voces y distracciones, demasiadas. No quiero simplemente añadir algo a la cacofonía. En cierto modo, visualizo mi escritura ahora como una última voluntad y testamento, algo que dejar atrás a medida que se acerca el infinito, pero estoy (con suerte) lejos de mi lecho de muerte, así que no puedo decir qué significa eso exactamente.

Alex Vella ha obtenido el Premio nacional del libro maltés en dos ocasiones por sus novelas Las serpientes han vuelto a ser venenosas y Troyano. En 2009 fue acusado de obscenidad en su país y el caso llevó a una revisión de las leyes de censura de Malta. Troyano es su primera obra traducida al español.

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‘Dune’: La asfixia de lo monotonal

Una reseña del filme 'Dune' de Denis Villeneuve, escrita por el periodista y novelista Adrián Nieve.

/ 22 de octubre de 2021 / 07:43

Una buena película sabe manejar su tono de tal forma que sus momentos clave sean poderosos. Una muy buena película puede cambiar de tono sin que siquiera lo notemos, sin que dejemos de fluir con la historia. Dune de Denis Villeneuve no logra nada de eso y termina siendo una experiencia tan monotonal que asfixia.

Todo está centrado en Paul Atreides, el personaje de Timothée Chalamet, cuya familia toma control de un planeta desértico rico en especia, un bien de alto valor capitalista para un imperio que comprende varios planetas. Paul deberá enfilarse hacia su destino mientras la compleja política intergaláctica asedia el bienestar de su familia.

Es un gran espectáculo visual y una inventiva construcción de mundos, pero eso solo actúa como un truco de magia que distrae del gran problema: Dune te cuenta toda su historia en un solo tono, uno tan formal que aburre. Y no hay problema con que una película sea solemne, pero si solo es eso, entonces nada de lo que se dice importa. Todo el drama político, la tristeza de lo inevitable y la espiritualidad que caracterizan a la historia de Paul Atreides se pierden.

Ojo. No estoy diciendo que deberían llenarla de chistes o que debería ser más ligera. No solo no es el estilo de Villeneuve (director de excelentes películas como Arrival), sino que ya también convertirían a Dune en otro filme más del montón. Pero sí sería ideal que se encuentre una forma de escapar a ese “tomarse muy en serio” que no se lleva bien con la fantasía que, al fin y al cabo, es la historia escrita por el autor estadounidense Frank Herbert.

La gran prueba de ello es que Josh Brolin y Javier Bardem son de lo mejor del filme, pues en la construcción de sus personajes saben imprimir una violencia tan notoria, que hasta se convierten en respiros a lo monotonal. Jason Momoa lo intenta y casi lo logra. Dave Bautista también lo intenta, pero no lo logra. Y tengo el presentimiento que Oscar Isaac lo habría logrado si hacían de él el protagonista de esta cinta. El resto de los personajes no dejan huella, o solo importan mientras aparecen en pantalla.

Y la música del compositor Hans Zimmer… tan obvia, trillada y ruidosa que se siente como otro par de manos apretándote la garganta para reforzar ese sentimiento de asfixia en los 155 minutos que dura la película.

A eso se suma un final anticlimático, un “continuará” que no usa esa palabra, pero que te deja con la sensación de una película que tenía mucho que decir, pero que al final dijo muy poco. En definitiva, Dune de Denis Villeneuve es una experiencia visual y de mucha imaginación que fascinará a quienes han leído obsesivamente la novela desde que se publicó en 1965. Es un filme que en sí es un logro a nivel de realización, producción y fidelidad en la adaptación de un libro tan complejo como es la novela de Herbert. Pero ni siquiera los lectores acérrimos podrán obviar la monotonalidad de una película a la que le falta alma, chispa, fuego, caos, o como se quiera llamarlo.

Eso sí, falta la segunda parte que no redimirá a esta primera entrega, pero que puede ser una mejor película por si misma.

Adrián Paredes (1989), mejor conocido por su seudónimo Adrián Nieve, es escritor y periodista. Estuvo en el programa de radio La Cabina Azul y en los de televisión Revista Gorila, Cinema Trailer y Maga Cine. Ha publicado la novela «El Camino Amarillo de Drogothy» (2016, Gran Elefante Editorial) y «Hayley» (2018, 3600 Editorial). En 2021, publicará la novela «Morbo» (Parc Editores).

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‘Kajillionaire’: El mundo está lleno de gente horrible

Una reseña de la película de 2020 'Kajillionaire' de Miranda July, con las actuaciones de Evan Rachel Wood, Gina Rodríguez. Richard Jenkins y Debra Winger.

/ 21 de octubre de 2021 / 07:17

. Hagan una pausa para pensarlo: el mundo está lleno de gente horrible. Nombres y rostros vienen a sus mentes porque, en lo objetivo o lo subjetivo, es una de esas cosas que tarde o temprano hay que aceptar.

Y esta peli dirigida por Miranda July es una forma de aceptarlo. Sin mostrar nada escandaloso, sin deleitarse en el morbo de lo cruel, Kajillionaire te trae la historia de Old Dolio, una chica de 26 años que junto a su padre y su madre se dedican a hacer estafas de poca monta que apenas les traen billetes para malgastar en sus paranoicas vidas de aves de rapiña.

Los padres, más allá de miserables, avaros y egoístas, tratan a su hija como basura, sin un solo gesto de cariño, demasiado perdidos en buscar la carroña para seguir sosteniendo su casi surrealista estilo de vida.

Lo bello de un filme como este es que conocemos a Old Dolio, interpretada por Evan Rachel Wood, en un momento de cambio, la vemos tratar de mirar más allá del mundo que conoce para comenzar a cuestionar su vida, sus costumbres, su adicción a una relación con unos padres para los que no es más que un instrumento en sus estafas.

De hecho, a nivel visual, la película no es, lo que se dice, un triunfo. Tiene lo suyo, sí, con colores apagados, momentos en que las luces resaltan a los personajes y tonos pastel que luego contrastan con momentos apagados. Y eso es porque el corazón de la película está en las interpretaciones de sus personajes. Tanto así que uno de los momentos más fuertes lo vivimos a oscuras, apenas notando unos puntitos, como si estuviéramos viendo el universo mientras un importante diálogo entre Wood y la actriz Gina Rodríguez nos muestra todo lo que necesitamos ver.

A ratos incómoda, a ratos tierna, casi constantemente muy triste, Kajillionaire está llena de personajes reaccionando horriblemente a situaciones intensas que nos ayudan, como espectadores, a encontrarle cierta belleza a la vida. Y al lograrlo se vuelve una película muy sentimental, que quizá no convenza a algunos, pero que por su ejecución y actuación merece que le den una oportunidad o dos.

Adrián Paredes (1989), mejor conocido por su seudónimo Adrián Nieve, es escritor y periodista. Estuvo en el programa de radio La Cabina Azul y en los de televisión Revista Gorila, Cinema Trailer y Maga Cine. Ha publicado la novela «El Camino Amarillo de Drogothy» (2016, Gran Elefante Editorial) y «Hayley» (2018, 3600 Editorial). En 2021, publicará la novela «Morbo» (Parc Editores).

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