Ángel Yegros: El delirio del General
Hace cincuenta años, Samuel Beckett dijo que es tarea del arista encontrar una forma que acomode el desorden. El escultor contemporáneo tiene que sortear una gran cantidad y hasta un exceso de materiales disponibles, en un mundo ya de por sí saturado de imágenes.
Ángel Yegros se nutre de las imágenes de su historia familiar, a la que vuelve de manera recurrente, para beber de la fuente de la infancia y la memoria. Él es un verdadero contador de historias. Sus relatos son películas y su universo íntimo refleja su particular manera de ver el mundo y hacer arte. A comienzos de mayo, Ángel Yegros inauguró en el Museo Nacional de Arte El delirio de General, muestra que reúne esculturas, objetos, videos y diapositivas.
RECOLECTOR. La teórica española Anna Maria Guash nos ha hablado ya del arqueólogo contemporáneo, que encuentra objetos y al extraerlos de su contexto les asigna nuevos valores. Ésta es la operación que realiza Ángel Yegros. Encuentra las piezas para su obra en montañas de objetos en desuso y revive estos cadáveres para darles nueva vida. Su fuerza radica en encontrar valor en los objetos tomados de la basura y cuya formalidad nos recuerda al Art Brut de los años cuarenta, concebido por el artista francés Jean Dubuffet.
Fragmentos de armas rústicas, llenos de golpes y heridas hechas a fuerza del calor, son unidos por el fuego de la soldadura, que adiciona lava metálica salpicada por sutiles colores y cubre las piezas de lágrimas de acero. Las armas, construidas de diferentes pieles, giran gracias a un motor mecánico, como disparando al telón de orquídeas de ese jardín encantado. La escena está llena de misterio y fricciona los sutiles perfumes que ascienden desde la memoria de niñez con sonidos de Bach y vientos de aviones de guerra. Entre el pasado y el presente, se puede entrever un álbum de familia. Así logramos entrar a ese gran jardín de orquídeas cultivado por el General, donde el recuerdo en blanco y negro clausura toda posibilidad de color.
Este delirante General, que perfectamente uniformado extraía cada día el aroma de sus orquídeas, vestía a su pequeño acompañante, Ángel, de soldado, como a Rainer Maria Rilke lo vestía su padre. Hoy, aquel niño arranca, en un primer proceso, piezas de otros objetos como una especie de dé-collage (acción opuesta al collage) para luego convertirlas en una suma de fragmentos.
ORFEBRE. Yegros va más allá del concepto duchampiano del ready-made; extrapola los objetos concretos con nuevos layers o niveles de significados. Trabaja la escultura llevándola hasta el borde del colapso; su instalación pinta un desdeñoso mundo fracturado, pero de infancia feliz.
El gran telón de orquídeas disparado por un rifle que gira con la ayuda de un motor mecánico no muestra un pasado traumático, sino una niñez en un mundo de estrictas convivencias. Al puro estilo de Jacques Villeglé, como en su obra Calzada de los corsarios, escultura de alambres de acero, Ángel es capaz de contarnos tremendas historias, articular verdaderas filigranas que van uniendo ideas con alambres de acero.
Yegros impresiona con su economía de recursos y su capacidad de crear complejos mundos personales con materiales cercanos y cotidianos. Con un cierto aire del Arte Povera de los sesenta, Ángel repite esta dialéctica, pero le da entonaciones totalmente distintas, contándonos la historia, ya no desde un jardín perfumado de orquídeas sino desde una burbuja atemporal que viaja a otros tiempos, rodeado de chatarras, bujías, alambres y objetos de formas floridas.
FICCIONADOR. Setenta años después de la Guerra del Chaco entre Bolivia y Paraguay (1932- 1935), Yegros, que se define como escultor, ficciona sobre su historia en un jardín donde las orquídeas ya no están y lo único que queda es el recuerdo y sus ganas de viajar más liviano. Sin embargo, no puede, porque al ver una bala piré (piel de una bala, restos de una bala) que tengo en mi colección, la pide prestada porque al examinarla descubre que alguna vez le perteneció a su padre, el General. En ella está inscrita la siguiente leyenda: “Al Tte. de Artillería del Ejército boliviano, Max Ángel Toledo como recuerdo de la entrevista amistosa realizada en el Campo de nadie. Frente Villa Montes, 23-VI-35. Fulgencio Yegros, Mayor”.
En el imaginario del artista, el General nunca buscó la guerra, sino la paz. Es quizás por esto que la exposición de Yegros en La Paz tiene una resonancia especial. Quizás ni siquiera el público que acude diariamente a la exposición en esta calle céntrica a un costado del Palacio Quemado lo sabe, pero con seguridad lo intuye.
Para dos países que a partir de una guerra se han dado la espalda, quizás el delirio es una metáfora que vale la pena examinar. Como un Bolívar, envuelto en su manto de Iris, delirando ante el Chimborazo antes de comenzar su gloriosa campaña, este General “… abre sus pesados párpados con sus propias manos para volver a ser hombre y escribir su propio delirio”.
El artista
Ángel Yegros nació en Asunción, Paraguay, en 1943. Integró el grupo los Novísimos, cuya aparición en 1964 habría de convulsionar la escena artística paraguaya. En los 80 comenzó a investigar las posibilidades expresivas de la chatarra industrial para sumergirse después en la experimentación con materiales diversos, siempre de desecho. Su interés por lo descartado responde a una praxis personal en la que confluyen saberes ancestrales guaraníes y antiguas filosofías orientales. En los últimos años incorporó a su trabajo resinas acrílicas así como cortezas, hojas y raíces de plantas salvajes. Se define como escultor.