Tunupa se asocia por lo general al dios masculino del rayo y el trueno, conocido también como Illapa. Sin embargo, es fundamental también reconocer, y visibilizar aún más, la existencia de Tunupa como deidad femenina vinculada al salar de Uyuni.  

La memoria colectiva sobre Tunupa existía y existe en las comunidades del sur del Oruro. En los años 80 recopilé una serie de versiones fragmentadas que permiten tener hoy, una historia y narrativa integral. Esta versión femenina tiene aún mayor significado cuando se la contrasta con su versión masculina.

Relato sobre
el Tonopa o Illapa

Un trabajo clásico sobre Tonopa o Illapa es el de la arquitecta e historiadora boliviana Teresa Gisbert, basada en testimonios relatados a los primeros cronistas durante la colonia temprana. De acuerdo con la autora, este gran dios representaba las fuerzas y energías atmosféricas del trueno, la lluvia y las tormentas. Fue por excelencia un dios masculino “aymara, celeste y purificador, relacionado con el fuego de arriba o el rayo”.

El cronista Santa Cruz Pachacuti describió en 1613, en su Relación de Antigüedades, los recorridos de Tonopa, resaltando su llegada al Tawantinsuyu después de expulsar a demonios propios de la región. Aparece como un hombre de edad, delgado, barbudo y con canas, con cabellos crecidos, y camisa larga, enseñando a la gente común con gran amor. Este gran dios tenía poderes milagrosos, como curar a los enfermos simplemente tocándolos, pero también ejercía sus poderes contra todo aquel que no le obedecía, destruyendo a comunidades íntegras, convirtiéndolas en piedra, quemándolas o inundándolas.

La muerte de Tonopa se debe a la acusación de haber “pecado” con sus dos hijas (peces del lago, Umantúu y Qesintúu), por lo que recibió como castigo el ser atado a una balsa de totora que se deslizó desde la Isla del Sol hasta Machacamarca, abriendo el río Desaguadero y el lago Poopó. Finalmente se habría sumergido bajo las aguas subterráneas desapareciendo para siempre en las tierras de los Aullagas (ubicadas al sur entre el lago Poopó y el salar de Uyuni). Desde entonces nunca más se habría tenido noticias del destino de este gran dios del Collasuyo.

El relato contemporáneo

En el sur del altiplano, diversas versiones sobre Tunupa permiten recomponer esta versión:
“Se dice que un día el viejo Asanaques se casó con la Tunupa y tuvieron varios hijos. El Asanaques era un viejo con barba blanca y el principal mallku de la región y la Tunupa una bella y joven mujer que llevaba doce polleras de muchos colores y doce enaguas.

El viejo Asanaques era muy celoso de la bella Tunupa ocasionando muchos sufrimientos a la joven mujer. Así, un día, tanto sufrir, la joven Tunupa decidió irse hacia la costa. En esa ocasión la Tunupa y el Asanaques tuvieron una riña, en la que el Asanaques comenzó a pegarla, mientras que la Tunupa pidió auxilio y en su defensa salió su hermana, Chullasi, que se encontraba al otro lado del lago Poopó, cerca de Orinoca. Chullasi, para defender a su hermana Tunupa, lanzó una piedra con una honda a la cabeza del Mallku Asanaques, hiriendo de esta forma al mallku para siempre. Por esa razón el Mallku se encuentra inclinado hacia donde sale el sol y la piedra que le hirió se encuentra todavía en la pampa cerca del camino, que la llaman Pacokahua.

Mientras el Asanaques estaba herido, la Tunupa aprovechó para marcharse, dejando atrás a sus hijos: Wilacollo, Huatascollo, Huari y Sevaruyo (Cerro Gordo).

En su recorrido hacia la costa, la Tunupa orinó en las pampas de Aguas Calientes, donde existen hoy en día brotes de aguas termales. Luego de transitar por las pampas de Condo, decidió descansar en la localidad de Quillacas, donde hizo un fogón para cocinar, formando así los cerros de Santa Bárbara y San Juan Mallku, donde luego se ubicaría el actual pueblo de Quillacas.

Al día siguiente, dirigiéndose rumbo al oeste, para cruzar el río Márquez, la Tunupa dejó una de sus abarcas, en lo que hoy en día es la pequeña loma Sato. Al otro lado del río, decidió descansar dejando su aposento temporal (jaraña) en esa localidad, conocido con el nombre del cerro de Pedro Santos Willka y donde se encuentra, al pie del cual está el pueblo de Pampa Aullagas. Rumbo al sur, cerca de Tambillo, la Tunupa excavó la tierra para construir una Tiwaraña y beneficiar su quinua, comida que se guardó para el resto del camino.

Siguiendo su trayectoria hacia el sur, en una localidad llamada Jayu Cota, excavó nuevamente la tierra para luego verter su leche y dejarla a su hijo menor que la seguía. Este lugar es actualmente un pequeño salar de color rojizo. Más adelante dejó a un hijo enfermo con viruela, llamado Salviano, nombre de un cerro que tiene muchos huecos.

Continuó su camino hasta salir de Uyuni y perder de vista al Asanaques. En esta zona se encontró con dos jóvenes muy guapos, el Coracora y el Achacollo (o Cerro Grande), con los que tomó amistad, y quienes la convencieron que se quedase por esos lugares.

Muy pronto los jóvenes se enamoraron de la bella Tunupa. Su belleza atrajo la atención de conocidos y poderosos Mallkus como el Tata Sabaya y el Aconcagua. Algunos dicen que el Mallku Sabaya mandó su ejército para conquistar y robar a la Tunupa, fracasando en su intento. Mientras tanto los dos jóvenes pretendientes comenzaron a pelearse por la Tunupa hasta iniciar una guerra. Con un hondazo, el Coracora hirió el corazón del Achacollo, por lo que desangró mucho. Por eso este cerro hoy en día aparece totalmente seco. Por su parte, el cerro Achacollo también le lanzó un hondazo al Coracora, hiriéndolo en la vejiga y abriéndole muchos huecos. Este cerro hasta ahora tiene vertientes de agua que salen de su interior. Así ambos jóvenes pretendientes murieron por el amor de la Tunupa. Y desde entonces la Tunupa se quedó para siempre allí.»

La Tunupa aparece entonces como una joven mujer, en contraste al personaje del siglo XVI que era hombre y de edad avanzada. Lo más importante de este personaje no es solamente su desdoblamiento en referencia al antiguo Tonopa, sino que recorre varios lugares dibujando territorios que conformaban la antigua Confederación de reinos aymaras y urus (Quillacas-Asanaques, Aullagas-Uruquilas). Es, al mismo tiempo, una misión que se asocia a la vida cotidiana, a la domesticación de los animales (llamas) y plantas (quinoa), a la fabricación de la vestimenta y a la reproducción humana.

Estos hitos, reconocibles como civilizatorios, tienen un contenido muy distinto al del Tonopa del siglo XVI, que desempeñaba el rol de un dios supremo que curaba a los enfermos pero que traía también desgracias a los que no obedecían.

La ruta de la Tunupa en el sur corresponde a un proceso civilizador que se caracteriza por las acciones domesticadoras y culturales. En una primera instancia, al construir un fogón nos hace recuerdo a la introducción de los alimentos cocidos que separan la cultura de la no-cultura o salvaje. De la misma manera, la abarca fabricada (loma de Sato) nos sugiere la manufactura de la vestimenta. Y aún más, la construcción de la tiwaraña y el proceso de preparación de la quinua, son sugerentes, en la medida que denota la introducción de una economía sedentaria basada en la explotación agrícola de la quinua pero también ganadera. Por otra parte, la sal enjayuqotay en el salar de Uyuni representa uno de los elementos más importantes de la vida humana, la leche materna, asociada a la reproducción humana, en la que resaltan las prácticas domésticas y las normas de sociabilidad de una sociedad en convivencia y armonía.

La muerte, finalmente, en la versión contemporánea está asociada a la relación entre la Tunupa y dos jóvenes “guapos” que se convierten en sus pretendientes, con intenciones de desposarla. La relación entre los pretendientes y la Tunupa se basa esencialmente en una relación de afinidad y de amor, en contraste con la relación consanguínea de incesto que tuvo Tonopa con sus hermanas/hijas que causó su muerte.

Las diferencias entre la versión masculina y femenina son contrastantes:en la versión contemporánea aparece como una imagen totalmente invertida o imagen en espejo de su contraparte en el norte asociada al lago Titicaca.

La actual Tunupa es visibilizada como un agente domesticador que introduce la cultura y el sentido de la sociabilidad. La Tunupa aparece introduciendo aspectos claves de la cultura andina, en la economía agrícola y ganadera, en la fabricación de la vestimenta, en la preparación de la comida y en la crianza de los niños. Finalmente, articula dos grandes vertientes civilizatorias, de los urus y los aymaras.

Los dos personajes se contrastan de manera simétrica, uno representando los poderes de la naturaleza y lo divino mientras que el otro representa los poderes de la cultura y la cotidianidad. El uno castiga y el otro premia. El uno muere y transita, mientras que la otra transita y pervive para siempre.

Vidanza pone a bailar el mito

Mabel Franco – periodista

Casi un año de trabajo con los bailarines de Vidanza, grupo de danza contemporánea que dirige Sylvia Fernández, y jóvenes de El Alto con tradición de danza folklórica, rinde frutos: Tunupa. La obra  reescribe desde el escenario el mito originario de la cultura andina que no es uno sino muchos, que tiene un rostro masculino y otro femenino, que se unen ambos, que se enriquecen. Tunupa como el volcán que vigila el Salar de Uyuni. Tunupa como el propio e inmenso salar.

El estreno de la obra es este fin de semana y hay tres días solamente para verla: viernes, sábado y domingo, a las 19.30, en el Teatro Municipal Alberto Saavedra Pérez.

La puesta, diálogo de diversos talentos, de distintas fuentes de la danza (hay que ver cuán contemporáneo puede ser el movimiento de un bailarín de tinku o de un wakatokori en los jóvenes cuerpos de Vidanza), propone también el encuentro con otras artes: la música especialmente compuesta por Álvaro Montenegro, que ha trabajado el guion con Fernández, los cantos de Elvira Espejo, la fotografía de Tony Suárez.

Los bailarines de Vidanza son Paulette Machicado, Juan Carlos Arévalo, María Elena Filomeno, Camila Bilbao la Vieja y Javier Condori, y los del grupo alteño Tunupa: José Luis Alcón, Andrea Tudela, Ronny Rojas, Amílcar Choque, Laura Sandóval, Reynaldo Marza, Ramiro Alcón, Vanessa Alejo y Valentín Mamani.

Sirenas, japiñuñus, montañas, sapos… sugeridos, formados desde el vestuario, los personajes encarnan creencias que se transmiten de boca en boca, que mutan y que explican una cosmovisión que se ha narrado desde la investigación, como muestra Ramiro Molina en esta página, pero que se tornan en vivencia a partir de la danza contemporánea.

La convocatoria está hecha.