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Ramón López Velarde: Los enigmas del retorno

Octavio Paz, en uno de sus hermosos ensayos sobre la poesía de Ramón López Velarde (1888-1921), escribe: “La provincia es uno de sus temas. O mejor dicho: es uno de sus campos magnéticos al que vuelve una y otra vez, sin regresar jamás del todo”.  (1)  Esa provincia es Jerez (Zacatecas, México), su pueblo natal. El retorno maléfico testimonia uno de los retornos al mismo, el más dramático, ocurrido durante la Revolución Mexicana. (2) Escrito probablemente en 1913, el poema abroga, desde el título, la posibilidad del regreso como reencuentro y rescate del paraíso de la infancia. Las seis primeras estrofas son, para decirlo en palabras prestadas del poeta, una lectura de “la caligrafía de la muerte”, o de sus garabatos trazados por la historia mexicana en la violencia arrasadora de su Revolución. (No hay que olvidar que Ramón López Velarde fue un liberal progresista, partidario de Francisco Madero, y contrario a la longeva dictadura de Porfirio Díaz.)  La irreversibilidad y la irrevocabilidad de la experiencia del regreso es doble: el hablante no sólo no puede reencontrar el Paraíso perdido, sino que no puede borrar el hecho de haber vuelto y presenciado “el edén subvertido”, y, por ello, sentir su “esperanza deshecha”.

Sin embargo, en el regreso que le enfrenta a lo destruido, el poeta inicia en la última estrofa (también la más extensa) la restitución poética de ese paraíso de la infancia y de la adolescencia. En ella, el espíritu religioso de López Velarde sacraliza el espacio natal con un vocabulario propio de la liturgia católica, y su estilo —amalgama de un lenguaje culto y otro coloquial— vuelve a encantarnos con la materialidad fónica de aliteraciones en las que el sonido y el sentido manan al unísono, como en esa imagen del cubo de cuero “goteando su gota categórica”, o esta escarapela verbal para enamorados, digna de grabarse en la corteza de un árbol:
            
El amor amoroso de las parejas pares

El paisaje natal recreado se torna idílico con la evocación de las muchachas aldeanas, “frescas y humildes como humildes coles”, cobra un tinte irónico con “alguna señorita que canta en algún piano alguna vieja aria”; e incluso respira un aire de modernidad con “el gendarme que pita…” Pero los puntos suspensivos detienen ahí la rememoración, o más propiamente, la cancelan, como si el gendarme en esa penúltima línea despertara al sujeto de su ensoñación y lo enfrentara a la brutal realidad del presente. El último verso (“Y una íntima tristeza reaccionaria”) acrecienta el impacto que resuena como un epitafio sobre el espacio natal, la historia y la esperanza de conjugar a ésta con la vida. Anotemos de paso que los versos iniciales de este poema —Mejor será no regresar al pueblo, / al edén subvertido que se calla /en la mutilación de la metralla— servirán a Octavio Paz como epígrafe a su poema Vuelta, escrito tras su retorno, después de varios años de ausencia, a su Mixcoac natal, sumido en una Babilonia irreconocible.  

Pero vayamos atrás, a uno de los poemas juveniles de López Velarde, titulado Al volver, publicado en 1910, y el cual expresa un reencuentro en Jerez con Fuensanta —su Venus celeste (y mariana) en la constelación de astros femeninos más bien terrestres de su vida y su obra. Transcribo la estrofa que expresa el reencuentro:  

Y te miro por fin… ¡Pero qué raros se le aparecen a mi fe taimada tu faz risueña y tus vestidos claros! ¡Oh, qué lejos te fuiste, enlutada!

¿Por qué el rostro radiante de Fuensanta y sus vestidos primaverales despiertan en el poeta un sentimiento de nostalgia por otra Fuensanta ligada a la melancolía, al duelo? ¿Por qué, en el corazón del reencuentro, es decir, en el intercambio de miradas, habla él de una partida de ella? La estrofa siguiente aumenta la perplejidad, pues el poeta congratula a Fuensanta de reírse de sus “locuelas ilusiones, Ay Dios, de hacerte mía”, y de “darlas un adiós, que es alegría/ en el augurio de tus blancas telas”. El cambio repentino de una Fuensanta de blanco (de novia) a otra con traje de luto, del júbilo del reencuentro a una rara alegría por la separación, en fin, la conversión de la presencia en ausencia, adelanta no sólo el oxímoron constante de su poesía posterior, sino que bosqueja o traza ya la trama amorosa basada en la postergación y el suspenso. Recordemos aquí que Fuensanta, (Josefa de los Ríos), parienta lejana y ocho años mayor que el poeta, ha de rechazarle en dos ocasiones sus peticiones de matrimonio. Como sostiene Paz, ella fue sobre todo una lejanía, y esa distancia fue cultivada por ambos: por la Virgen y su devoto.  

En 1917, Fuensanta, soltera y seguramente virgen, moría en Ciudad de México donde, pocos años más tarde, en 1921, a la edad de 33 años, soltero y sin dejar descendencia, fallecerá Ramón López Velarde. Del mismo año data la publicación póstuma de El sueño de los guantes negros: poema del retorno y del reencuentro con Fuensanta en el Más allá —retorno y reencuentro aún mucho más enigmáticos por los guantes negros que encubren la manos de Fuensanta y por los puntos suspensivos con que se cubren las palabras ilegibles (¿en correspondencia con los guantes de ella?) trazadas por la mano del poeta.

NOTAS

1. El camino de la pasión: López Velarde. (México: Seix Barral, 2001., p. 27.I) inicialmente publicado en Cuadrivio (México: Joaquín Mortiz, 1965; segunda edición revisada, 1991).  

  2. Ver Guillermo Sheridan. Un corazón adicto-La vida Ramón López Velarde (México: Fondo de Cultura Económica, 1989).

Ramón López Velarde – (1888-1921)

A D. Ignacio I. Gastélum

Mejor será no regresar al pueblo,
al edén subvertido que se calla
en la mutilación de la metralla.

Hasta los fresnos mancos,
los dignatarios de cúpula oronda,
han de rodar las quejas de la torre
acribillada en los vientos de fronda.

Y la fusilería grabó en la cal
de todas las paredes
de la aldea espectral,
negros y aciagos mapas,
porque en ellos leyese el hijo pródigo
al volver a su umbral
en un anochecer de maleficio,
a la luz de petróleo de una mecha
su esperanza deshecha.

Cuando la tosca llave enmohecida
tuerza la chirriante cerradura,
en la añeja clausura
del zaguán, los dos púdicos
medallones de yeso,
entornando los párpados narcóticos,
se mirarán y se dirán: “¿Qué es eso?”

Y yo entraré con pies advenedizos
hasta el patio agorero
en que hay un brocal ensimismado,
con un cubo de cuero
goteando su gota categórica
como un estribillo plañidero.

Si el sol inexorable, alegre y tónico,
hace hervir a las fuentes catecúmenas
en que bañábase mi sueño crónico;
si se afana la hormiga;
si en los techos resuena y se fatiga
de los buches de tórtola el reclamo
que entre las telarañas zumba y zumba;
mi sed de amar será como una argolla
empotrada en la losa de una tumba.

Las golondrinas nuevas, renovando
con sus noveles picos alfareros
los nidos tempraneros;
bajo el ópalo insigne
de los atardeceres monacales,
el lloro de recientes recentales
por la ubérrima ubre prohibida
de la vaca, rumiante y faraónica,
que al párvulo intimida;
campanario de timbre novedoso;
remozados altares;
el amor amoroso
de las parejas pares;
noviazgos de muchachas
frescas y humildes, como humildes coles,
y que la mano dan por el postigo
a la luz de dramáticos faroles;
alguna señorita
que canta en algún piano
alguna vieja aria;
el gendarme que pita…
…Y una íntima tristeza reaccionaria.