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César vallejo: La escritura de un retorno

César Vallejo  (1892-1938) nunca volvió al Perú, ni a reunirse con  su familia tan presente en su vida y en su obra. Pero antes de su viaje definitivo a París, su poesía registra dos retornos a la casa familiar de su natal Santiago de Chuco; son los poemas LXI y LXV de Trilce (1922). En rigor, el segundo es más bien el anuncio de su vuelta a raíz de la muerte de su madre, en agosto de 1918, a quien va dirigido el poema como quien le escribe para exorcizar su fallecimiento: “Madre, me voy mañana a Santiago, / a mojarme en tu bendición y en tu llanto”. Vallejo no hizo tal viaje anunciado en tan triste ocasión. En cambio, el poema LXI expresa su llegada a su pueblo en mayo de 1920, después de varios años de ausencia, en compañía de su hermano Néstor y de Juan Espejo Asturrizaga, su íntimo amigo y biógrafo de sus años en el Perú, quien relata los pormenores y percances de la travesía, la estancia y el regreso de esa visita:

“Hicimos un viaje penoso a lomo de mula desde Menocucho… Llegamos después de tres días haciendo algunas pascanas. Ingresamos al pueblo a las dos de la madrugada. Éste dormía plácidamente, en una quietud deliciosa. Tocamos la puerta. César, ansioso de abrazar a los suyos. Pero tocamos y tocamos y no hubo respuesta. Después de mucha espera nos abrieron” (1).   

A partir de ahí, el relato de Espejo sólo comunica el regocijo familiar y paisano ante la llegada de los viajeros: “Aquel día (se refiere ya al mediodía) y aquella noche fue fiesta y grande, se bebió y comió a  todo gusto”. Y añade: “La alegría era unánime y César el más festejado. Sus hermanas lo abrazaban y festejaban como si fuera un hijo pródigo recuperado de un mundo desconocido”. Sorprende, pues, que en el poema transcrito Vallejo no registre ni un ápice de tanto júbilo y cariño recibidos desde su llegada y durante su larga estancia de dos meses, y que, por el contrario, se detenga frente a la puerta cerrada como si ya no viviese nadie en la casa ni nadie lo esperara. Ante la falta de respuesta, un Vallejo vuelto niño y sus acompañantes se echan juntos a llorar:

Llamo de nuevo, y nada.
Callamos y nos ponemos
a sollozar, y el animal
relincha, relincha más todavía.

El toque mágico, aparte del inicio que conecta el regreso con la lejana partida del hogar, radica sin duda en la imagen del caballo que recorre el poema. Criatura solidaria que se inquieta al par que su amo ante la puerta que no se abre, el caballo orejea, relincha, como tratando de despertar a la familia dormida en la casa, Y es él quien, finalmente, hace venias ya desde el sueño, rezumando una comprensión de la situación y comunicando una piadosa tranquilidad.

Ese caballo ha de volver, transfigurado en otro poeta, como el lector verá en otra entrega de esta serie. Pero sigamos ahora con Juan Espejo que, en su precioso libro, cuenta asimismo el final de ese reencuentro de Vallejo con su familia y su pueblo: “En la madrugada del lunes 3 de julio salimos de Santiago de regreso a Trujillo. Entre las sombras que empezaban a disiparse, al paso de las bestias, abandonábamos el pueblo, y pude distinguir a César que, inclinado sobre la montura de su cabalgadura, lloraba” (2). Sin embargo, a la semana, impulsado por la nostalgia y acaso por el recuerdo de una muchacha que conociera en esa ocasión, con el propósito o pretexto de asistir a las verbenas del apóstol Santiago, patrono del pueblo, Vallejo retorna a Santiago de Chuco —para asombro de su familia y de su fiel amigo y biógrafo. Pero esta vez será un retorno asaz desventurado, pues Vallejo no sólo tuvo que huir del pueblo sino que, ya en Trujillo, ocultarse en casa de un amigo donde, sin aun haber puesto el pie en la ciudad Luz, ni acaso pensar hacerlo, escribe proféticamente: “Me moriré en París y en aguacero / un día del cual tengo ya el recuerdo”. A poco, ha de ser detenido y encarcelado en noviembre de ese año, acusado de provocar el incendio y saqueo de la casa comercial de Carlos Santa María. Detengo aquí la mención de esos hechos polémicos que el lector puede consultar  en la biografía apuntada (3) y en otras sobre el poeta; lo que importa es recordar que efecto de los mismos son varios poemas de Trilce, entre ellos el XXII con un soberbio inicio: “Es posible me persigan hasta cuatro / magistrados vuelto. Es posible me juzguen pedro” (con minúscula el nombre, a lo Vallejo), y el III, con su sobrecogedor final: una suerte de clamor de César niño a sus hermanos, ahora solo en la cárcel como entonces en la oscuridad de la casa:

Aguedita, Natividad, Miguel?                                                      

Llamo, busco al tanteo en la
oscuridad.
No me vayan a haber dejado solo                                                                                  

y el único recluso sea yo.

Este  poema, según Espejo que lo transcribe en su primera versión, se llamaba “La espera”. Creo que ahora resulta clara la yuxtaposición que se opera en Vallejo en el momento de la escritura del poema LXI, escrito igualmente en prisión: la puerta que permanece cerrada no es únicamente la de su casa a su llegada esa madrugada ya lejana a Santiago de Chuco, sino asimismo la puerta de la celda de Trujillo —de la que saldrá a fines de febrero de 1921, al cabo de 112 días de reclusión.

El 17 de junio de 1923, en el barco a vapor Oraya, rumbo a París, César Vallejo emprendía un viaje sin retorno.

NOTAS
1. Lima: Librería Editorial Juan Mejía Baca, 1965, pp 88 y 89.
2. Ob. cit., p. 90.

3. Sobre todo en el acápite  titulado “Los sucesos del 1 de agosto de 1920  en Santiago de Chuco”, pp. 94 y siguientes.

Trilce LXI

Esta noche desciendo del caballo,
ante la puerta de la casa, donde
me despedí con el cantar del gallo.
Está cerrada y nadie responde.

El poyo en que mamá alumbró
al hermano mayor, para que ensille
lomos que había yo montado en pelo,
por rúas y por cercas, niño aldeano;
el poyo en que dejé que se amarille al sol
mi adolorida infancia… ¿Y este duelo
que enmarca la portada?

Dios en la paz foránea,
estornuda, cual llamando también, el bruto;
husmea, golpeando el empedrado. Luego duda,
relincha,
orejea a viva oreja.

Ha de velar papá rezando, y quizás
pensará se me hizo tarde.
Las hermanas, canturreando sus ilusiones
sencillas, bullosas,
en la labor para la fiesta que se acerca,
y ya no falta casi nada.
Espero, espero, el corazón
un huevo en su momento, que se obstruye.

Numerosa familia que dejamos
no ha mucho, hoy nadie en vela, y ni una cera
puso en el ara para que volviéramos.
Llamo de nuevo, y nada.
Callamos y nos ponemos a sollozar, y el animal
relincha, relincha más todavía.

Todos están durmiendo para siempre,
y tan de lo más bien, que por fin
mi caballo acaba fatigado por cabecear
a su vez, y entre sueños, a cada venia, dice
que está bien, que todo está muy bien.