Las tres edades del amor
Ya ni recuerdo la última ocasión en la cual una película italiana desembarcó en la cartelera comercial. Porque, está claro, la multiplicación del número de salas no ha servido en absoluto para mejorar nuestro acceso a un cine que no sea el hegemónico en la industria del Norte y el más comercial, en el mal sentido del término.
Para enterarse de este estreno —apretujado entre Súperman 14 (en varias salas), Scary Movie 27 (otras tantas), Woolverine 9 (idem)— hay que tener muy buena vista: va en una sola sala, casi en horario de trasnoche y sin promoción de ninguna índole. En realidad cabe preguntarse ¿para qué diablos se estrena una película en semejantes condiciones?, condenándola de antemano a morir de inanición tres o cuatro días después de ser lanzada.
Y no es que se trate de una obra maestra. Sólo apunto esas quejas, ya tantas veces dichas antes, ejerciendo mi derecho al pataleo. Pero bien, a la película. Los tres últimos largos de los trece que lleva en su haber el director italiano Giovanni Veronesi forman una trilogía agrupada bajo el título genérico de Manuale d’amore, algo similar a un compendio ilustrativo-descriptivo acerca de ese lío que ha sido, es y seguirá siendo por siempre el amor.
El que ahora tenemos chance de ver si nos apuramos es el capítulo final de la saga, que tuvo una excelente acogida en Europa, en lo tocante al público por lo menos, la crítica le fue bastante menos favorable, entre otras cosas porque al director le faltan muchas horas de vuelo, tal vez en realidad lo que le falte sea verdadero ingenio y arrojo creativo como para aspirar a la sucesión de los nombres imperecederos que supieron convertir la comedia a la italiana en un género notable de la posguerra. Me refiero, para citar de memoria, a Mario Monicelli, Dino Risi o Ettore Scola, entre una buena docena de realizadores a los cuales habría que sumar, claro está, a Federico Fellini, aunque en la obra del maestro la comedia no fue sino una de las varias líneas nutrientes de sus imperecederas fabulaciones.
El hecho es que una vez devenido el neorrealismo en una expresión menor, a la cual se denominó “qualunquismo”, una suerte de exaltación del hombre cualquiera, de su mediocridad, y mucho antes de la emergencia a finales de los 60, de un cine francamente político, en la línea de Petri o Pontecorvo, la mirada crítica sobre la sociedad italiana quedó a cargo de la comedia, justamente sabiendo como se sabe, que en la ironía es dable encontrar a menudo la mejor opción para confrontar a cualquier colectivo con sus flaquezas o trapacerías.
Tres son las historias abordadas en la tercera entrega de este manual que en la oportunidad transita por otros tantos momentos del periplo vital de cualquier ciudadano(a): la juventud, la madurez, la tercera edad, actualizando la rancia sentencia que dice “no hay edad para el amor”.
La primera historia se las entiende con Roberto y Sara, pareja a punto de contraer matrimonio, aunque las dudas revoloteen sobre tal inminencia. Cuando él, joven abogado en procura de labrarse cierto prestigio, viaja a la Toscana para resolver un pleito, pronto queda enredado en los encantos de Micol, joven bella y caprichosa que acabara desestabilizando todas sus certidumbres, aunque luego se sepa que está casada con un hombre mucho mayor. El descubrimiento le provocará a Roberto un grave conflicto de conciencia. Grave pero momentáneo, porque Sara aparece en el instante justo para reencaminar las cosas.
En cambio a Fabio, maduro periodista estrella, le va mucho peor al embarcarse en un penoso entrevero con Eliana, sicóloga totalmente desequilibrada —afectada de un galopante trastorno bipolar— que acabará con su matrimonio y su carrera como figura de la pantalla chica. Termina degradado a reportero en África, donde será plagiado por los guerrilleros somalíes acusado de espionaje.
Adrián, viejo historiador americano jubilado de sus tareas académicas y de las lides del corazón, redescubrirá la pasión gracias a Viola, la atractiva hija de su amigo y casero Augusto, a la cual protege de la ira paterna cuando descubre que durante más de diez años vivió engañado creyendo que Viola era una gran modelo parisina cuando en realidad trabajaba como desnudista en locales nocturnos.
Los tres segmentos vienen enlazados por los dichos de Cupido, un taxista que verbaliza lugares comunes a granel antes de lanzar la flecha que disparará cada historia. En la inclusión de ese personaje, a todas luces sobrante, es donde Veronesi expone todas sus limitaciones para poner en imagen un tratamiento capaz de sostenerse en el propio tramado de las anécdotas imaginadas para sus personajes y para sortear los altibajos característicos de las películas armadas sobre varios episodios disímiles. Sin ningún rubor Veronesi pone en boca de su Cupido sentencias tan pedestres como: “El amor es un sentimiento que lo mueve todo. Se vuelve traidor y nos vuelve indefensos. Escapa al viento y vuela como un boomerang y te deja allí… con una sonrisa estúpida en medio del viento. Bueno, yo soy ese viento. Soy el vértigo. Soy ese boomerang que vuelve de repente. Soy Cupido, y mi trabajo es ser el taxista del amor”.
No es aquella empero la debilidad más notoria de un emprendimiento que cae en el estereotipo recurrente de la mujer seductora y del varón siempre débil ante las tentaciones de la carne. Es Eva que vuelve a las andadas precipitando a sus víctimas en el pecado, del cual algunos se redimen con el oportuno mea culpa, mientras otros pagan caro el atrevimiento de la infidelidad. Sólo Adrián y Viola, en el más llevadero de los tres eslabones, redondean una historia exenta de la chirriante moralina que atraviesa las otras dos.
En tanto comedia, Veronesi hace a medias los deberes. Hay es cierto momentos verdaderamente divertidos, uno que otro apunte ácido también certero y algún trazo de humor negro que da en el blanco. En general impera, sin embargo, una levedad de tono que no le hace ascos a la cursilería ni se priva de facilismos.
Técnicamente se advierte un cuidadoso manejo de la plástica y de las composiciones de los actores y actrices en un esforzado trabajo para mantener a flote roles no siempre suficientemente sustanciosos. Se valen de la experiencia, por eso De Niro y la siempre atractiva Mónica Belluci sacan algunos palmos de ventaja respecto a sus compañeros de elenco, ayudados adicionalmente por ser el suyo el segmento más redondo de todo el asunto. Hay que mencionar también que algunos de los caracteres más interesantes corresponden a los roles secundarios: la familia campesina —en particular el hijo mentalmente perturbado— y habitúes de los encuentros en el café del primer tramo; la sicóloga demente del segundo; las vecinas solícitas del tercero. En esas criaturas reaparecen algunas de las virtudes esenciales de aquella añorada comedia italiana de los 50 y 60.
Ficha técnica
Título original: Manuale d’amore 3. Dirección: Giovanni Veronesi. Guión: Ugo Chiti, Giovanni Veronesi. Fotografía: Giovanni Canevari. Montaje: Patrizio Marone. Decorado: Laura Casalini. Arte: Gianluca Piola, Giuliano Santalucia. Música: Emanuele Bossi, Massimiliano Lazzaretti. Producción: Maurizio Amati, Luigi De Laurentiis Jr., Aurelio De Laurentiis, Giulio Gallozzi. Intérpretes: Robert De Niro, Monica Bellucci, Riccardo Scamarcio, Michele Placido, Valeria Solarino, Laura Chiatti, Carlo Verdone, Donatella Finocchiaro, Daniele Pecci, Marina Rocco, Matilde Maggio, Vittorio Emanuele Propizio, Vincenzo Alfieri, Guido Genovesi.
ITALIA/2011.