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Un universo de la nada

Tengo una buena noticia y una mala. La mala es que nuestro universo observable tiene los días contados. La buena es que esos días suman dos billones de años. O sea, que pueden ustedes terminar tranquilamente este artículo, el periódico entero, el café. ¿De dónde sale esa cantidad tan tranquilizadora que resulta inquietante? Del ensayo de Lawrence M. Krauss Un universo de la nada.

Krauss trata de responder a la eterna pregunta de por qué hay algo en lugar de nada sin recurrir a la mano de Dios pero combinando humor y datos. Humor digno de alguien que después de formarse en el MIT y enseñar en Yale escribió La física de Star Trek y datos capaces de duchar en humildad al lector más soberbio. Así, si consigue explicar el Big Bang comparándolo con el paso de líquido a sólido de un botellín de cerveza recién sacado del frigorífico, también logra que nos emocionemos al recordar que los átomos de nuestro cuerpo vienen del polvo de estrellas o que el 1% de la estática que queda en la pantalla de un televisor al apagarlo es radiación residual del propio Big Bang que dio lugar al universo hace 13,72 miles de millones de años.

El ensayo de Krauss es una estupenda demostración de que la naturaleza es más ancha que la imaginación, pero para un lector lego resulta imposible leer Un universo de la nada sin reparar en lo que tiene de repaso a las grandes proezas y pequeñas miserias de la humanidad. Por ejemplo, que Vera Rubin —celebrada por sus mediciones de la velocidad de rotación de nuestra galaxia— tuvo que doctorarse en la Universidad de Georgetown porque la de Princeton no aceptó mujeres en el programa de graduación en Astronomía hasta 1975. Princeton, no el Vaticano.

Y eso que había llovido desde que en 1912 Henrietta Swan Leavitt descubriera que se podía usar la luminosidad de un tipo de estrella llamada cefeida para medir el cosmos. Cuenta Krauss que ese descubrimiento revolucionó la astronomía pese a que Leavitt era sólo una “calculadora” dedicada a catalogar la luz estelar usando las fotografías del observatorio del Harvard College porque a las mujeres no se les dejaba usar los telescopios.  Cuando en 1924 la Academia Sueca pensó en ella para el premio Nobel descubrió que había muerto tres años atrás.

Antes de terminar prestando su nombre al famoso telescopio espacial, Edwin Hubble mezcló las mediciones de Leavitt y su propia sabiduría para, con un ojo en Andrómeda, demostrar que la Vía Láctea no es todo lo que nos rodea, sino una más de los 400.000 millones de galaxias que forman nuestro universo observable.

Eso es justo lo que tiene los días contados en tanto que observable, porque Hubble también descubrió que el universo se expande, y dado que su expansión se acelera, cuando supere la velocidad de la luz será imposible ver más allá de nuestra galaxia. Según Lawrence Krauss, nuestra vista habrá regresado a principios del siglo XX. Volveremos a tener la sensación de ser únicos. Aprovechen la oferta.