Friday 19 Apr 2024 | Actualizado a 15:59 PM

Un universo de la nada

El universo se acabará en dos billones de años, tome sus previsiones

/ 25 de agosto de 2013 / 04:00

Tengo una buena noticia y una mala. La mala es que nuestro universo observable tiene los días contados. La buena es que esos días suman dos billones de años. O sea, que pueden ustedes terminar tranquilamente este artículo, el periódico entero, el café. ¿De dónde sale esa cantidad tan tranquilizadora que resulta inquietante? Del ensayo de Lawrence M. Krauss Un universo de la nada.

Krauss trata de responder a la eterna pregunta de por qué hay algo en lugar de nada sin recurrir a la mano de Dios pero combinando humor y datos. Humor digno de alguien que después de formarse en el MIT y enseñar en Yale escribió La física de Star Trek y datos capaces de duchar en humildad al lector más soberbio. Así, si consigue explicar el Big Bang comparándolo con el paso de líquido a sólido de un botellín de cerveza recién sacado del frigorífico, también logra que nos emocionemos al recordar que los átomos de nuestro cuerpo vienen del polvo de estrellas o que el 1% de la estática que queda en la pantalla de un televisor al apagarlo es radiación residual del propio Big Bang que dio lugar al universo hace 13,72 miles de millones de años.

El ensayo de Krauss es una estupenda demostración de que la naturaleza es más ancha que la imaginación, pero para un lector lego resulta imposible leer Un universo de la nada sin reparar en lo que tiene de repaso a las grandes proezas y pequeñas miserias de la humanidad. Por ejemplo, que Vera Rubin —celebrada por sus mediciones de la velocidad de rotación de nuestra galaxia— tuvo que doctorarse en la Universidad de Georgetown porque la de Princeton no aceptó mujeres en el programa de graduación en Astronomía hasta 1975. Princeton, no el Vaticano.

Y eso que había llovido desde que en 1912 Henrietta Swan Leavitt descubriera que se podía usar la luminosidad de un tipo de estrella llamada cefeida para medir el cosmos. Cuenta Krauss que ese descubrimiento revolucionó la astronomía pese a que Leavitt era sólo una “calculadora” dedicada a catalogar la luz estelar usando las fotografías del observatorio del Harvard College porque a las mujeres no se les dejaba usar los telescopios.  Cuando en 1924 la Academia Sueca pensó en ella para el premio Nobel descubrió que había muerto tres años atrás.

Antes de terminar prestando su nombre al famoso telescopio espacial, Edwin Hubble mezcló las mediciones de Leavitt y su propia sabiduría para, con un ojo en Andrómeda, demostrar que la Vía Láctea no es todo lo que nos rodea, sino una más de los 400.000 millones de galaxias que forman nuestro universo observable.

Eso es justo lo que tiene los días contados en tanto que observable, porque Hubble también descubrió que el universo se expande, y dado que su expansión se acelera, cuando supere la velocidad de la luz será imposible ver más allá de nuestra galaxia. Según Lawrence Krauss, nuestra vista habrá regresado a principios del siglo XX. Volveremos a tener la sensación de ser únicos. Aprovechen la oferta.

Temas Relacionados

Comparte y opina:

‘Cuando me dan un premio, sospecho de mí mismo’

Juan Goytisolo obtuvo el máximo galardón de las letras españolas, el Premio Cervantes. En esta entrevista, un día antes del fallo, repasa su visión heterodoxa de la literatura

/ 30 de noviembre de 2014 / 04:00

Esta casa es un desconcierto”, decía Juan Goytisolo (Barcelona, 1931) el domingo pasado en el patio de su riad de Marrakech mientras sonaba el timbre y tardaban en abrir. Allí recibió, el lunes, la llamada que, tras una reñida deliberación, le anunciaba el premio Cervantes, el más importante de las letras en español, dotado con 125.000 euros. ¿Las razones del jurado? “Su capacidad indagatoria en el lenguaje” y su “apuesta permanente por el diálogo intercultural”.

A unos pasos de la bulliciosa plaza de Xemaá-el-Fná, el escritor recordaba que llegó a esta ciudad por primera vez en 1976 para aprender árabe dialectal, la lengua en la que se dirige a los vecinos que le saludan durante su paseo entre el Café de France de la plaza y su casa. La compró en 1981 —“cuando nadie quería vivir en la medina”— y se instaló definitivamente en ella en 1997 tras cuatro décadas en París. Meses antes había muerto su esposa, la novelista francesa Monique Lange, destinataria de algunas de las páginas más delicadamente descarnadas de En los reinos de taifa (1986), el volumen de memorias en el que Goytisolo analizaba su cambio de registro literario —del realismo crítico a la experimentación con una suerte de “verso libre narrativo”— al tiempo que asumía públicamente su homosexualidad.

El escritor convive ahora con la familia de su amigo Abdelhadi —“mi tribu”, dice él— en ese “desconcierto” con patio donde repasa su trayectoria y declara haber recibido la noticia del galardón con una mezcla de depresión —“no sé por qué”— y alivio —“por asegurar con el dinero del premio la educación de los chicos de la casa”—.

— Su última obra, de hace dos años, es un libro de poemas, ¿era la consecuencia natural de su evolución o siempre había escrito versos y nunca los había publicado?

— La novela es un género omnívoro, puede incluir la poesía, pero la poesía no puede incluir la novela. Lo que he escrito a partir del último capítulo de Señas de identidad es a la vez prosa y poesía. Libros como Makbara, Paisajes después de la batalla o Las virtudes del pájaro solitario están escritos para ser leídos en voz alta. La prosodia y el ritmo son un elemento fundamental.

—¿Por qué entonces un libro de poemas tradicional?

—Bueno, me jubilé de novelista. En realidad la última obra debería haber sido Telón de boca. El exiliado de aquí y allá es una prolongación tal vez innecesaria de Paisajes… Cuando uno no tiene nada nuevo que decir, se calla. He escrito poesía en los últimos años, ensayos y artículos. Tengo algún material nuevo escrito, pero no tengo ninguna prisa en publicarlo.

— ¿Ha releído sus primeras novelas, las realistas?

— Las leo como si fueran de otro. Tal vez era necesario pasar esta etapa. Durante el franquismo escribíamos para decir lo que la prensa no decía. Había una voluntad de testimoniar y de registrar el habla popular. En mi caso, en Campos de Níjar y La Chanca, el de Almería. Fue gracias a la mili en una compañía llena de reclutas almerienses.

— ¿Cuándo volvió por última vez?

— ¿A Almería? Hará diez años.

— Primero lo declararon hijo predilecto, luego persona non grata…

— Primero, durante el franquismo, me declararon persona non grata por Campos de Níjar, luego hijo predilecto en agradecimiento; luego, otra vez persona non grata por tomar partido por los inmigrantes en El Ejido.

— ¿Qué es más sospechoso: que te den un honor oficial o que te lo quiten?

— Cuando me dan un premio siempre sospecho de mí mismo. Cuando me nombran persona non grata sé que tengo razón.

—¿Nunca pensó en volver a España cuando murió Franco?

— Tanto en París como cuando daba clases en Nueva York me había acostumbrado a una sociedad heterogénea. El barrio del Sentier me procuró una educación que ninguna universidad me podía proporcionar: el contacto con inmigrantes de todas las partes del mundo. Cuando llegué a España en el año 76 solo había españoles, y me pareció terrible.

— ¿Cómo ve la evolución de España? Se ha abierto un debate sobre la Transición.

— Es lógico que haya un hartazgo por parte de la gente joven respecto a la crisis, el paro, la corrupción, pero hay que articular alternativas creíbles. Tengo mucha simpatía por la gente de Podemos aunque por el momento no tengan un programa muy concreto, pero el hartazgo que reflejan me parece muy justo y lógico.

— Usted ha dicho que en España se hizo transición política pero no cultural. ¿Por qué?

— Porque sigue vigente el canon nacionalcatólico. Yo tengo fama de heterodoxo y nunca he buscado la heterodoxia sino ampliar la base del canon, es decir, incorporar lo que había sido dejado de lado por fidelidad a un relato histórico que no se corresponde con la realidad. Hay tres temas tabú en la cultura española. Uno es el carácter mudéjar de la literatura española en los tres primeros siglos: escribiendo en lengua romance pero inspirándose en modelos literarios árabes. El segundo, del problema de la limpieza de sangre: la literatura está embebida de la violencia entre cristianos viejos y cristianos nuevos, y esto se traduce en nuevas formas literarias en el siglo XV y el XVI. Tercero, el extrañamiento del tema erótico. Menéndez Pidal y Unamuno hablan de la cultura española como una cultura casta en contraposición al libertinaje de la francesa. Cuando uno conoce el Cancionero de burlas, La lozana andaluza o La Celestina se encuentra con un rotundo desmentido a esa afirmación.

— Carlos Fuentes lo incluyó en su libro sobre la novela latinoamericana. ¿Ha tenido mejores lectores en América?

— Hay lectores atentos y distraídos en todos lados, pero lo normal en el continente iberoamericano es una lengua emancipada del corsé reductivo español del lenguaje como código de delitos y faltas. Yo estaba obligado a hacer un esfuerzo para liberarme y para ellos esa libertad era natural.

— Lleva 30 años viviendo en Marruecos y ha viajado y escrito mucho sobre el islam. ¿Qué no hemos entendido los occidentales sobre el mundo árabe?

— Hay un malentendido fundamental: es absurdo hablar de mundo árabe. La vida social y cultural de Egipto no tiene nada que ver con la de Arabia Saudí ni está con la que había en Iraq antes de la destrucción… Es un patchwork, un tejido único compuesto de retazos de colores distintos.

¿Y el papel de Occidente?

La frase de Roosevelt lo dice bien: “Es un hijo de puta pero es nuestro hijo de puta”. Durante la confrontación con la URSS siempre ayudaron a los disidentes de los países del Este pero a los disidentes árabes nunca les han ayudado, siempre han pactado con los dictadores o con gobiernos favorables a sus intereses.

Comparte y opina:

Obsesiones póstumas de Panero

En ‘Rosa enferma’, primer inédito tras la muerte del poeta en marzo, hay 18 poemas torrenciales sobre la madre, la locura o la escritura como venganza

/ 27 de julio de 2014 / 04:00

Los poetas malditos no dejan testamento —difícil imaginarlos en una notaría, dejan libros inéditos, completos, incompletos, cajas con borradores en casa de los amigos, herencias disputadas… Leopoldo María Panero murió el 6 de marzo pasado en Las Palmas de Gran Canaria. Vivía en el hospital psiquiátrico de esa ciudad desde 1997. Tenía 65 años y arrastraba una biografía de leyenda: la de hijo de poeta franquista que arremetió contra su familia en El desencanto (1976), la película de Jaime Chávarri, la de loco que pasó por la cárcel y por diez manicomios, la del hombre que murió solo. Pero también dejaba una obra con sitio propio en la historia de la literatura española reciente desde que José María Castellet lo incluyera en 1970 en la célebre antología Nueve novísimos poetas españoles. A falta, todavía, de que el juez decida entregar sus cenizas a una prima del poeta que las reclama, la vida de Panero está cerrada, pero su obra, no.

Tres años antes de su muerte, el escritor entregó a la editorial Huerga & Fierro un libro de versos que ahora ve la luz: Rosa enferma. Al amparo de un título tomado de William Blake, el visionario inglés, los 18 torrenciales poemas del volumen retoman las obsesiones de Panero: la madre “malllamada Felicidad”, la locura, la vida como puro desastre, la escritura como venganza, la muerte como miedo y anhelo. “Me autodestruyo para saber que soy yo y no todos vosotros”, dice como pórtico al libro una cita de Artaud, figura tutelar de Panero. “Por eso la poesía es el camino de la oruga / Que hablará de mí a los hombres / Cuando esté muerto / Y un caballo recorra las páginas / Anunciando a los hombres la buena nueva / De que ya no estoy solo / En la Santa Compaña del cierzo y del silencio”.

Túa Blesa, profesor de la Universidad de Zaragoza y autor de un estudio de referencia, Leopoldo María Panero, el último poeta (Valdemar, 1995), cuenta que le resulta imposible leer esos versos sin pensar que su autor ya está muerto. “Por fin muerto”, subraya. “Se ha cumplido la profecía que llevaba anunciando desde 1973. Panero ya es puro texto, pero todo libro póstumo tiene una lectura singular”. Blesa lo dice con un punto de tristeza en la voz a pesar de que su relación personal con el escritor había perdido la frecuencia de antaño: “Lo llamaba al psiquiátrico de vez en cuando pero las conversaciones eran muy breves. Contaba tres chistes de locos, lanzaba una carcajada y colgaba”. Lo vio por última vez hace dos años en Córdoba, durante la edición de Cosmopoética dedicada a la generación de los novísimos. Allí acudió Panero para participar en una proyección de El desencanto y a leer poemas. A punto estuvo de ser expulsado del festival: se levantaba de la mesa en medio de un acto, fumaba donde estaba prohibido, orinaba en cualquier parte. La mediación de su amigo José María Álvarez, compañero de antología novísima, y de la pintora Esther Aldaz, que lo acompañaba desde Las Palmas, consiguió apaciguar al poeta y a la organización.

El estudio de Túa Blesa sobre Panero se abría con una frase rotunda —“Que no usen mi torpe biografía para juzgarme”— pero el propio crítico dice que separar vida y obra ha terminado resultando imposible. “Por el lado académico le ha perjudicado. Para ciertos profesores su obra ha quedado reducida al prejuicio del trastorno mental. Para los lectores, la biografía lo ha mitificado y engrandecido. Era una persona complicada pero arrastraba masas. Su reconocimiento va más allá de España: se han traducido libros enteros en Francia y en Italia y una antología en Estados Unidos. En América Latina se le presta cada vez más atención”. Puestos a buscar las razones de esa mezcla de admiración y repulsión, Túa Blesa señala dos. Por un lado, la crudeza de su poesía: “La gente lee poca poesía, pero la suya es enigmática pero muy directa, antipoética. Si miras en internet, verás que la gente selecciona siempre los versos más duros. Crea adicción”. Por otro, el papel decisivo de El desencanto para la difusión del personaje: “Más que el poeta, era ya el loco, el que está en contra de las normas sociales”. Para José María Álvarez, “poeta y personaje eran lo mismo en Leopoldo”. Él, que también vio a su amigo por última vez en el ya legendario festival de Córdoba, subraya que la popularidad sin obra no se sostiene durante mucho tiempo: “Un poeta queda por su calidad más allá de lo que haya hecho o sido. Y muchos versos suyos van a quedar. Es cierto que el escándalo atrae más público, pero ese público se encuentra luego con un muro de inteligencia y pasión que no todos traspasan”.

Rosa enferma se presentó la semana pasada en la casa familiar de los Panero en Astorga, un acto que abre la posibilidad de que —muertos ya todos, padres y hermanos— el lugar acoja un centro de estudios sobre la obra de la familia. También sella, tras un desencuentro inicial, la reconciliación entre Charo Alonso Panero, prima de Leopoldo María que reclama sus cenizas para enterrarlas en la ciudad leonesa, y Antonio Huerga, su editor, al que el poeta encomendó en un documento privado la administración de sus derechos de autor. Publicado Rosa enferma, que Huerga barajó presentar al premio Loewe, queda aún otro inédito, La flor es una mentira, un conjunto de poemas que el escritor le hizo llegar casi al mismo tiempo que el que ahora aparece. “Tenemos que revisarlo para ver si se trata de un libro cerrado o no, porque Leopoldo no paró de escribir”, explica Huerga. En sus continuos traslados, el poeta iba dejando atrás manuscritos y libros que, cuenta Túa Blesa, “perdía en cuanto los compraba”.

No es raro, pues, que pocos días después de su muerte apareciera en Las Palmas una caja con originales cuyo contenido está todavía por analizar. “Ser tan prolífico”, explica Blesa, “jugó contra él en los últimos años. A partir de su estancia en el manicomio de Mondragón en los años 80 empezó a deteriorarse físicamente y eso se notó en su poesía. El Panero más potente, el de Narciso, Teoría o El último hombre, escribía prosa y traducía, trabajos que llevan tiempo. Eso desaparece y empieza a escribir casi sobre la marcha. Además, multiplica sus libros en colaboración con otros poetas, amigos temporales con los que convivía o trabajaba. Publicó nada menos que 12 libros a medias. ¿Cómo se analiza eso? Es un jaque mate al autor que plantea muchos interrogantes a la crítica. Panero ha muerto, las preguntas siguen ahí”.

Rosa enferma

Leopoldo María Panero – (1948-2014)

Tres poemas del libro póstumo del escritor español  

“Me autodestruyo para saber que soy yo y no todos ustedes”
Artaud

“El objeto del psicoanálisis no era el pan sino el bollo aquel del que  hablaba una reina en tiempo de hambre”
Lacan

“Me enamoré de Cleobulo el de los dulces blancos ojos y estoy loco y no estoy loco y deliro y no deliro”
Anacreonte

III

Cuando la luna se enciende en el verso
Lloran los ladrones y una red cae al suelo
Componiendo un ruido como de cristal
Qué vana es la caída, digo al verso
Qué vano es el Cristal de Bohemia masticado en la boca
Qué vano el caballo hípico que cabalga sobre las tumbas
Rezándole a la nada
Sartre lo dijo y yo lo leí en la cárcel en clase de matemáticas
“La nada corroe al ser como un gusano”
Y allí supe por boca de mi madre mallamada Felicidad
Que el hombre volverá a reinar sobre la nada
Y la nada enseñará a los hombres su mano
Que tiene el rostro pálido de la locura
Y el temblor del verso
Y el temblor del sexo diminuto de las hadas que aún no sangran

IV

En cuanto a la papilla rudimentaria de la metafísica
En efecto “El hombre es una pasión vil”, Spinoza lo dijo
El hombre es sólo un ser ruin del que no habla la filosofía
Un ser que teme a sus equívocas manos
Herido por la lógica
Harto de hablarle a la nada con susurros
“Y escribo estos versos para que vuelvan los Dioses”
Ricardo Reis lo dijo plagiando a Pessoa mientras ladraba un perro
“Quién anduvo entre la violeta y la violeta”
Eliot lo dijo, y el mismo perro comentaba sus versos
Que decían que el hombre es pastor de la nada
Y la poesía conforma un sepulcro para llorar tan solo
Zumo de rosas demacradas
Qué más da una lírica tiniebla en vano
Una pesadilla a la que rezan los hombres
Heidegger decía -y no sé por qué lo sé- que el hombre es pastor del ser
Pero yo digo que el hombre es pastor del excremento
Y señor solo de la rabia
Y habitante único del salmo
Hecho para llorar tan solo
Y yo adoro sólo a la sílaba desnuda del versículo
Desnudo como la mentira
Como el silencio
Mientras un ruiseñor cae sobre la página
Y los pájaros gritan: Scardanelli, Scardanelli
Y ya no hay nada aquí, sino el renglón desvaído
La página desangrada y para nadie
Porque el único señor con corona
Es la espuma de la copa
“La marea de la copa”, como dijera un Kenningar islandés.

VI

Lo que promulga el psiquiatra jefe de este manicomio
Ya la página lo dice, qué oscuro es la mortalidad retrasada
Qué terrible la vida que nada sabe del hombre
Porque el hombre se arrodilla sin remedio ante la página llorando
Y escupe contra el hombre
Y dibuja líricamente en un árbol la silueta del colgado antes de colgarse
El temblor oscuro del sepulcro
Que está hecho no para los hombres
Sino sólo para el silencio y la ruina
Y para la buena nueva del desastre
Para el terror gótico de estar vivo como un ángel
Por eso la poesía es el camino de la oruga
Que hablará de mí a los hombres
Cuando esté muerto
Cuando un caballo recorra las páginas
Y anuncie a los hombres la buena nueva
De que ya no estoy solo
En la Santa Compaña del cierzo y del silencio

Comparte y opina:

J. L. Panero, el desencantado

Juan Luis Panero era el hijo mayor de una familia de artistas y escritores españoles

/ 22 de septiembre de 2013 / 04:00

El poeta Juan Luis Panero murió el lunes 16 en Torroella de Montgrí (Girona) víctima de un cáncer.  Nacido en Madrid en 1942, era el mayor de los tres hijos del poeta Leopoldo Panero y protagonista —junto a sus hermanos, Leopoldo María y Michi, fallecido en 2004— del hoy mítico documental de Jaime Chávarri

El desencanto (1976), una demolición en toda regla de los pilares de autoridad y pudor de la familia tradicional española. En aquella película Juan Luis hacía de sí mismo en el papel de esteta decadente, una señal tanto de su literaria afición al fracaso como de su propio destino, porque el viento de la época era más favorable al malditismo de su hermano Leopoldo.

Juan Luis Panero siempre fue un poeta de línea clara, autobiográfico, narrativo, clásico en el mejor sentido de la palabra, cernudiano, borgiano en lo que ese adjetivo tiene de confusión entre literatura y vida. Durante buena parte de su carrera, su obra estuvo relegada por la atención que suscitaba la de su indomable hermano Leopoldo —el loco oficial de las letras hispanas— y por las corrientes neovanguardistas del 68. El giro hacia la claridad que dio la lírica española en los años 80 del siglo pasado contribuyó a rescatar una voz poética que se había iniciado en aquel inefable 1968 con A través del tiempo, que en 1985 recibió el Premio Ciudad de Barcelona por Antes que llegue la noche y que tres años más tarde se convirtió en el primer ganador del Premio Loewe con Galería de fantasmas.

En 1997 la editorial Tusquets publicó su Poesía completa, que incluía seis libros a los que luego se uniría Enigmas y despedidas (1999), otro paso en un camino cada vez más consciente del transcurrir del tiempo, es decir, de la muerte. Fue su último libro de poemas. Pocos meses después apareció Sin rumbo cierto, sus memorias conversadas con el crítico Fernando Valls.

Después de pasar largas temporadas en Latinoamérica, donde trabó amistad con autores como Juan Rulfo u Octavio Paz, Panero se instaló con su mujer en Torroella de Montgrí. De allí apenas salía para coloquios y lecturas en los que declamaba cavernosamente sus poemas, hablaba de su remota infancia en Londres o de sus delirantes años como interno en un colegio de El Escorial. En aquellas salidas últimas se interesaba también por el trabajo de los escritores jóvenes, bebía vino blanco y recibía sin engolar la pose la admiración de lectores para los que ya no era el hijo de ni el hermano de, sino el autor de una obra tan cargada de la literatura de los otros —T. S. Eliot, Cavafis, Cernuda mismo— que resulta absolutamente personal, inconfundible.

“Frente a mí, imperturbables, desveladas, / pasan, en silencio, vida y muerte, / evitando, con un rictus cansado, / este fantasma insomne, este papel en blanco, / esta hoguera apagada que perdura”. Son los versos finales de un poema de su primer libro, pero podrían haberlo sido del último.

Temas Relacionados

Comparte y opina:

J. L. Panero, el desencantado

Juan Luis Panero era el hijo mayor de una familia de artistas y escritores españoles

/ 22 de septiembre de 2013 / 04:00

El poeta Juan Luis Panero murió el lunes 16 en Torroella de Montgrí (Girona) víctima de un cáncer.  Nacido en Madrid en 1942, era el mayor de los tres hijos del poeta Leopoldo Panero y protagonista —junto a sus hermanos, Leopoldo María y Michi, fallecido en 2004— del hoy mítico documental de Jaime Chávarri

El desencanto (1976), una demolición en toda regla de los pilares de autoridad y pudor de la familia tradicional española. En aquella película Juan Luis hacía de sí mismo en el papel de esteta decadente, una señal tanto de su literaria afición al fracaso como de su propio destino, porque el viento de la época era más favorable al malditismo de su hermano Leopoldo.

Juan Luis Panero siempre fue un poeta de línea clara, autobiográfico, narrativo, clásico en el mejor sentido de la palabra, cernudiano, borgiano en lo que ese adjetivo tiene de confusión entre literatura y vida. Durante buena parte de su carrera, su obra estuvo relegada por la atención que suscitaba la de su indomable hermano Leopoldo —el loco oficial de las letras hispanas— y por las corrientes neovanguardistas del 68. El giro hacia la claridad que dio la lírica española en los años 80 del siglo pasado contribuyó a rescatar una voz poética que se había iniciado en aquel inefable 1968 con A través del tiempo, que en 1985 recibió el Premio Ciudad de Barcelona por Antes que llegue la noche y que tres años más tarde se convirtió en el primer ganador del Premio Loewe con Galería de fantasmas.

En 1997 la editorial Tusquets publicó su Poesía completa, que incluía seis libros a los que luego se uniría Enigmas y despedidas (1999), otro paso en un camino cada vez más consciente del transcurrir del tiempo, es decir, de la muerte. Fue su último libro de poemas. Pocos meses después apareció Sin rumbo cierto, sus memorias conversadas con el crítico Fernando Valls.

Después de pasar largas temporadas en Latinoamérica, donde trabó amistad con autores como Juan Rulfo u Octavio Paz, Panero se instaló con su mujer en Torroella de Montgrí. De allí apenas salía para coloquios y lecturas en los que declamaba cavernosamente sus poemas, hablaba de su remota infancia en Londres o de sus delirantes años como interno en un colegio de El Escorial. En aquellas salidas últimas se interesaba también por el trabajo de los escritores jóvenes, bebía vino blanco y recibía sin engolar la pose la admiración de lectores para los que ya no era el hijo de ni el hermano de, sino el autor de una obra tan cargada de la literatura de los otros —T. S. Eliot, Cavafis, Cernuda mismo— que resulta absolutamente personal, inconfundible.

“Frente a mí, imperturbables, desveladas, / pasan, en silencio, vida y muerte, / evitando, con un rictus cansado, / este fantasma insomne, este papel en blanco, / esta hoguera apagada que perdura”. Son los versos finales de un poema de su primer libro, pero podrían haberlo sido del último.

Temas Relacionados

Comparte y opina:

Un universo de la nada

El universo se acabará en dos billones de años, tome sus previsiones

/ 25 de agosto de 2013 / 04:00

Tengo una buena noticia y una mala. La mala es que nuestro universo observable tiene los días contados. La buena es que esos días suman dos billones de años. O sea, que pueden ustedes terminar tranquilamente este artículo, el periódico entero, el café. ¿De dónde sale esa cantidad tan tranquilizadora que resulta inquietante? Del ensayo de Lawrence M. Krauss Un universo de la nada.

Krauss trata de responder a la eterna pregunta de por qué hay algo en lugar de nada sin recurrir a la mano de Dios pero combinando humor y datos. Humor digno de alguien que después de formarse en el MIT y enseñar en Yale escribió La física de Star Trek y datos capaces de duchar en humildad al lector más soberbio. Así, si consigue explicar el Big Bang comparándolo con el paso de líquido a sólido de un botellín de cerveza recién sacado del frigorífico, también logra que nos emocionemos al recordar que los átomos de nuestro cuerpo vienen del polvo de estrellas o que el 1% de la estática que queda en la pantalla de un televisor al apagarlo es radiación residual del propio Big Bang que dio lugar al universo hace 13,72 miles de millones de años.

El ensayo de Krauss es una estupenda demostración de que la naturaleza es más ancha que la imaginación, pero para un lector lego resulta imposible leer Un universo de la nada sin reparar en lo que tiene de repaso a las grandes proezas y pequeñas miserias de la humanidad. Por ejemplo, que Vera Rubin —celebrada por sus mediciones de la velocidad de rotación de nuestra galaxia— tuvo que doctorarse en la Universidad de Georgetown porque la de Princeton no aceptó mujeres en el programa de graduación en Astronomía hasta 1975. Princeton, no el Vaticano.

Y eso que había llovido desde que en 1912 Henrietta Swan Leavitt descubriera que se podía usar la luminosidad de un tipo de estrella llamada cefeida para medir el cosmos. Cuenta Krauss que ese descubrimiento revolucionó la astronomía pese a que Leavitt era sólo una “calculadora” dedicada a catalogar la luz estelar usando las fotografías del observatorio del Harvard College porque a las mujeres no se les dejaba usar los telescopios.  Cuando en 1924 la Academia Sueca pensó en ella para el premio Nobel descubrió que había muerto tres años atrás.

Antes de terminar prestando su nombre al famoso telescopio espacial, Edwin Hubble mezcló las mediciones de Leavitt y su propia sabiduría para, con un ojo en Andrómeda, demostrar que la Vía Láctea no es todo lo que nos rodea, sino una más de los 400.000 millones de galaxias que forman nuestro universo observable.

Eso es justo lo que tiene los días contados en tanto que observable, porque Hubble también descubrió que el universo se expande, y dado que su expansión se acelera, cuando supere la velocidad de la luz será imposible ver más allá de nuestra galaxia. Según Lawrence Krauss, nuestra vista habrá regresado a principios del siglo XX. Volveremos a tener la sensación de ser únicos. Aprovechen la oferta.

Temas Relacionados

Comparte y opina:

Últimas Noticias