Vicente Huidobro: El paso del retorno
Destaco de entrada la sencillez del título del poema, el cual confiere al regreso una contundencia geográfica como sitio por donde se pasa; y asimismo la hermosa dedicatoria a la hermana, coautora de la misma; casi un haiku en el que ella y el tiempo —un tiempo vuelto persona — se unen en la congoja por la ausencia del poeta. Hay dedicatorias memorables, y ésta ciertamente lo es.
Publicado póstumamente en 1948 (Incluido en Últimos poemas, Santiago de Chile, 1948), El paso del retorno, otro de los grandes poemas de Vicente Huidobro, es una suerte de autobiografía existencial y literaria del poeta, de la misma manera en que Cantos de vida y esperanza lo es de Rubén Darío. Y en efecto, el comienzo del célebre poema: “Yo soy aquel que ayer nomás decía / el verso azul y la canción profana”, resuena en la simetría de los dos versos iniciales de Huidobro: “Yo soy ese que salió hace un año de su tierra / buscando lejanías de vida y muerte”. En ambos, la enunciación de la identidad y sus cambios desde sus sendas obras.
En un tono familiar y a la vez patético, Huidobro se dirige a un grupo de amigos a quienes formula ansiosa y reiteradamente preguntas y, en un constante Ecce homo, manifiesta su dramática experiencia desde su partida a París en busca de nuevos horizontes. La voz de la primera estrofa es Altazor, alter ego de Huidobro en su poema homónimo, una variación, como lo señalara Octavio Paz, de la figura mítica de Faetón. En efecto, el viajero que parte lo hace con un horizonte estelar: “Guiado por mi estrella / Con el pecho vacío / Y los ojos clavados en la altura / Salí hacia mi destino”, dice Altazor-Huidobro.
Tal destino se halla sustancialmente ligado a la poesía, a la realización de la propia obra que encierra la identidad y el sentido de ser para el poeta transfigurado por ese viaje. Sin embargo, es una transfiguración ambigua o, mejor, ambivalente, ya que se trata de una experiencia límite —ganancia y pérdida— oscilante entre el sentido y el sinsentido:
Lo he perdido todo y todo lo he ganado
Y ni siquiera pido
La parte de la vida que me corresponde
Ni montañas de fuego ni mares cultivados
Es tanto más lo que he ganado que lo que he perdido
Así es el viaje al fin del mundo
Y ésta es la corona de sangre de la gran experiencia
La corona regalo de mi estrella
¿En dónde estuve en dónde estoy?
Como a lo largo de toda su obra, en este poema Huidobro alterna entre el vuelo y la caída, entre el entusiasmo y el pesimismo, la autoafirmación contundente y las dudas de una identidad fragmentada e incierta. El hijo pródigo es un Sísifo en cuyos hombros aún pesa el desastre de la Europa sacudida y trizada por las dos guerras: “Andaba por la Historia del brazo con la muerte”. Con todo, esa experiencia apocalíptica conlleva una purificación del alma del poeta y una reafirmación de la poesía: “Oh Poesía nuestro reino empieza”, exclama poco antes del final del poema, el cual, no obstante, se resuelve en una invitación y una postulación al silencio:
Oh hermano, nada voy a decirte
Cuando hayas tocado lo que nadie puede tocar
Más que el árbol te gustará callar
Extrañamente, en El paso del retorno hay una gran ausente: la mujer, —madre, esposa o amante— tan decisiva en el universo de su poesía; asimismo ausente la dimensión lúdica que en parte la rige: “Yo inventé juegos de agua / en la cima de los árboles”, decía en un poema de juventud. Al margen de ello, varios de sus símbolos convergen en este poema que nos conmueve como un inolvidable gesto de adiós.
el paso del retorno
A Raquel que me dijo un día:
Cuando tú te alejas un solo instante
El tiempo y yo lloramos.
Yo soy ese que salió hace un año de su tierra
Buscando lejanías de vida y muerte
Su propio corazón y el corazón del mundo
Cuando el viento silbaba entrañas
En un crepúsculo gigante y sin recuerdos
Guiado por mi estrella
Con el pecho vacío
Y los ojos clavados en la altura
Salí hacia mi destino
Oh mis buenos amigos
¿Me habéis reconocido?
He vivido una vida que no puede vivirse
Pero tu poesía no me has abandonado un solo instante
Oh mis amigos aquí estoy
Vosotros sabéis acaso lo que yo era
Pero nadie sabe lo que soy
El viento me hizo viento
La sombra me hizo sombra
El horizonte me hizo horizonte preparado a todo
La tarde me hizo tarde
Y el alba me hizo alba para cantar de nuevo
Oh poeta esos tremendos ojos
Ese andar de alma de acero y de bondad de mármol
Este es aquel que llegó al final del último camino
Y que vuelve quizás con otro paso
Hago al andar el ruido de la muerte
Y si mis ojos os dicen
Cuánta vida he vivido y cuánta muerte he muerto
Ellos podrían también deciros
Cuánta vida he muerto y cuánta muerte he vivido
¡Oh mis fantasmas! ¡Oh mis queridos espectros!
La noche ha dejado noche en mis cabellos
¿En dónde estuve? ¿Por dónde he andado?
¿Pero era ausencia aquélla o era mayor presencia?
Cuando las piedras oyen mi paso
Sienten una ternura que les ensancha el alma
Se hacen señas furtivas y hablan bajo:
Allí se acerca el buen amigo
El hombre de las distancias
Que viene fatigado de tanta muerte al hombro
De tanta vida en el pecho
Y busca donde pasar la noche