¿Cómo se dice adiós a un amigo?
Mario Montaño Aragón fue un destacado antropólogo y lingüista boliviano.
Acababa yo de llegar a Oruro desde Llallagua, cuando supe la infausta noticia de la partida definitiva de don Mario Montaño Aragón. Tras arribar a La Paz, aún con los botines llenos de polvo, encaminé mis pasos hacia donde se hallan sus restos. Sabía que ello no le ofendería, todo lo contrario. Recuerdo que se vanagloriaba de conocer el país “palmo a palmo”, y aunque obviamente es una metáfora, don Mario caminó y trajinó por los nueve departamentos, y por cada una de sus provincias.
Y en ese trajinar conoció personas, comunidades, lugares de paisaje diverso, expresiones folklóricas, sitios arqueológicos, y mucho más. Con diligencia documentó toda la información posible y una vez tabulados los datos los vertió al papel convirtiéndolos en libros como Antropología boliviana o su más importante legado: Guía etnográfica y lingüística.
Pero los títulos que salieron de su pluma fueron muchos más, de los cuales se me viene a la memoria: Raíces semíticas de la religiosidad aymara y kichua y Diccionario de mitología aymara. Sus artículos y conferencias pueden contarse por cientos. Y es que se interesó por diversos temas sobre los que sus interpretaciones fueron plausibles unas veces y otras no. Pienso en el yacimiento lítico precerámico que descubrió en Botijlaca, y que poco interés despertó por parte de los investigadores. También pienso en la llamada Fuente Magna que se halla en un museo paceño, y que él la atribuyó a la tradición mesopotámica, aunque nunca se tradujeron sus supuestos “textos”. Pienso también en sus acertadas cavilaciones sobre la whipala que de prehispánica no tiene nada. Y así, podríamos estar un largo rato acordándose de los temas que abordó.
Como lingüista creo que fue excepcional, manejaba una decena de idiomas nativos y también incursionó con éxito en lenguas extranjeras. Otra de sus virtudes fue la gran capacidad de orador. Construía con facilidad y propiedad frases y las adornaba con delicado gusto. Muchas veces fue un arma que usó para ridiculizar alguna idea antagónica o a su poseedor.
Pero no se crea que don Mario era un tipo rudo, aburrido y/o serio. Tenía sentido del humor y especial amabilidad. En lo particular, conmigo siempre tuvo un trato cordial, desde que le conocí hacia 1981 en el primer congreso de arqueología al que asistí como expositor y que se celebró en Copacabana. De allí en adelante estuvimos juntos muchas veces en diferentes actividades, construyendo poco a poco lo que con orgullo puedo decir que fue una amistad sincera. Creo que fue un privilegio haberle conocido.
Hoy se nos adelantó en la partida. Hace unos años, frente al lecho de muerte de don Antonio Paredes, Mario Montaño exclamó: “La obra de Antonio es única porque él recorrió por todos los pueblos de Bolivia para rescatar sus tradiciones y costumbres. Ha muerto un hombre de bien, paz en su tumba”. Sin querer había indicado su propio epitafio.