Icono del sitio La Razón

¡Qué vaina, boludo, resultó jailón!

Con motivo del Congreso de la Lengua que comenzó esta semana en panamá, el periódico El País de Madrid preguntó a escritores hispanoamericanos cuál es la palabra más autóctona de su país.

El mexicano José Emilio Pacheco se decantó por pinche. “En México —dice—, pinche canceló su acepción normal para adquirir, no se sabe cuándo, las características de un epíteto derogatorio que sorprende por su omnipresencia y durabilidad. Pinche puede ser un empleado, el hábito de fumar, la suerte, un policía, una camisa, un perro, una casa, una persona, el mundo entero, una comida, un regalo, un sueldo o bien lo que a usted se le ocurra. Se trata, pues, de un epíteto que degrada todo lo que toca. Normaliza y vuelve aceptable una furia sin límites contra algo que nos ofende y humilla pero no podemos cambiar. Admite grados y amplificaciones: ‘Esa novela me pareció un poco pinche’ ‘El racismo es una actitud pinchísima’. A veces puede ser un sustantivo inapelable: ‘No te lleves con él: es un tipo de lo más pinche.’ Puede adquirir el rango de injuria máxima: ‘No me vuelvas a hablar, hijo de tu pinche madre’”.

De uso múltiple es también, para los colombianos, la palabra vaina. Eso dice, por lo menos la escritora Laura Restrepo:

“Colombianísimo es el uso indiscriminado de la palabra vaina, comodín universal que para todo sirve. Exclamamos ¡qué vaina! cuando se trata  de un desastre, y ¡qué buena vaina! para referirnos a un triunfo e incluso a la salvación. Para precisar su extenso significado,  suele utilizarse precedida por el pronombre demostrativo esa: Pásame esa vaina, decimos señalando con el índice, y podemos estar pidiendo desde una aguja hasta un elefante. Ya salí de esa vaina alude a cualquier alivio, desde curarse de un resfrío hasta ganar un juicio contencioso-administrativo. El cosmos entero cabe en vaina, que se destaca como concepto borgiano por excelencia aunque el propio Borges nunca lo haya utilizado: Vaina es el Alfa y el Omega; Vaina es el Aleph”.   

En cambio, el argentino Juan Gelman, echa mano a la palabra boludo.  “Es un término muy popular —dice— y dueño de una gran ambivalencia hoy. Entraña la referencia a una persona tonta, estúpida o idiota; pero no siempre implica esa connotación de insulto o despectiva. En los últimos años me ha sorprendido la acepción o su empleo entre amigos, casi como un comodín de complicidad. Ha venido perdiendo el sentido insultante. Ha mutado a un lado más desenfadado, pero sin perder su origen”.

Finalmente, nuestro compatriota Edmundo Paz Soldán a la consulta de El País ha respondido con la palabra jailón. Jailón, explica el novelista , “es alguien de la high society, y la connotación suele ser negativa. Los jailones viajan a Miami o Punta Cana de vacaciones y sólo van a los bares de moda. Los jailones no entienden Bolivia porque son… jailones. Se llevarían bien con los fresas mexicanos o los chetos argentinos”.