En plena calle me pregunto, ¿dónde

está la ciudad? Se fue, no ha vuelto.

Tal vez ésta es la misma, y tiene casas,

tiene paredes, pero no la encuentro.

No se trata de Pedro ni de Juan,

ni de aquella mujer, ni de aquel árbol,

ya la ciudadAC aquella se enterró,

se metió en un recinto subterráneo

y otra hora vive, otra y no la misma,

ocupando la línea de las calles,

y un idéntico número en las casas.

El tiempo, entonces,

lo comprendo,

existe,

existe, ya lo sé, pero no entiendo

cómo aquella ciudad que tuvo sangre,

que tuvo tanto cielo para todos,

y de cuya sonrisa a mediodía

se desprendía un cesto de ciruelas,

de aquellas casas con olor a bosque

recién cortado al alba con la sierra,

que seguía cantando junto al agua

de los aserraderos montañosos,

todo lo que era suyo y era mío,

de la ciudad y de la transparencia,

se envolvió en el amor como un secreto

y se dejó caer en el olvido.

Ahora donde estuvo hay otras vidas,

otra razón de ser y otra dureza:

todo está bien, pero ¿por qué no existe?

¿Por qué razón aquel aroma duerme?

¿Por qué aquellas campanas se callaron

y dijo adiós la torre de madera?

Tal vez en mí cayó casa por casa

la ciudad, con bodegas destruidas

por la lenta humedad, por el transcurso,

en mí cayó el azul de la farmacia,

el trigo acumulado, la herradura

que colgó de la talabartería,

y en mí cayeron seres que buscaban

como en un pozo el agua oscura.

Entonces yo a qué vengo, a qué he venido.

Aquella que yo amé entre las ciruelas

en el violento estío, aquella clara

como un hacha brillando con la luna,

la de ojos que mordían

como ácido el metal del desamparo

ella se fue, se fue sin que se fuese,

sin cambiarse de casa ni frontera,

se fue en sí misma, se cayó en el tiempo

hacia atrás, y no cayó en los míos

cuando abría, tal vez, aquellos brazos

que apretaron mi cuerpo, y me llamaba

a lo largo, tal vez, de tantos años,

mientras yo en otra esquina del planeta

en mi distante edad me sumergía.

Acudiré a mí mismo para entrar,

para volver a la ciudad perdida.

En mí debo encontrar a los ausentes,

aquel olor de la maderería,

sigue creciendo sólo en mí tal vez

el trigo que temblaba en la ladera

y en mí debo viajar buscando aquella

que se llevó la lluvia, y no hay remedio,

de otra manera nada vivirá,

debo cuidar yo mismo aquellas calles

y de alguna manera decidir

dónde plantar los árboles, de nuevo.

(Plenos poderes, 1962)aac