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En torno a la crisis del arte contemporáneo boliviano

Versión resumida de una ponencia presentada por el autor en las mesas de discusión sobre arte organizadas por la Bienal Internacional de Arte Bolivia 2013.

/ 3 de noviembre de 2013 / 04:00

No cabe duda de que en Bolivia el arte, de los creadores plásticos y contemporáneos, está en crisis. Es una caída que se advierte en los salones o galerías, en los subterfugios que usan los artistas para disimularla y en los berrinches que expresan algunos curadores locales cuando se diserta sobre ella.

Es un estado crítico que es, además, cotidianamente interpelado. Vivimos en un país donde las llamadas “artes populares” gozan de buena salud y aceptación del gran público. Diariamente nuestras ciudades hierven con expresiones populares, mientras que las galerías del “arte de élite” son un páramo. En amplios sectores de la ciudad las fraternidades se renuevan en creatividad, y en el otro, los artistas están desconcertados y aislados, soportando una falta de empatía social e indiferencia a sus obras.

Como estamos en presencia de una crisis profunda con obras mediocres, sin un pensamiento coherente y con una caída del mercado local del arte, se impone reflexionar sobre las causas estructurales de tal brete. Para ello, propongo empezar el análisis con la dualidad clásica: el fondo y la forma o el contenido y el continente de las expresiones artísticas. En esa línea, formulo dos conceptos, que creo, son claves: la pérdida de sentido y la inadecuación de los medios artísticos.

Una breve revisión de nuestra historiografía del arte nos lleva a constatar la potencia de las vanguardias de antaño. La generación de los artistas de albores del siglo XX, como Guzmán de Rojas o el Grupo Anteo, fue constructora de una simbólica anticipatoria a los procesos políticos. Adelantados por décadas al proceso del 52, esos creadores (precursores de nuestra modernidad) edificaron una imagen que sirvió, junto con otros testimonios políticos, de base ideológica para las reflexiones de Carlos Montenegro. De igual manera, pero en diferente clave, la anticipación simbólica puede reconocerse en la obra de Arturo Borda que preveía la avasalladora llegada de la cultura chola a nuestras ciudades en La crítica de los ismos y el triunfo del arte clásico de 1948. En suma, era una vanguardia de premoniciones sobre los futuros movimientos sociales urbanos. Un momento de nuestra historia del arte en que la imagen se anticipaba, por décadas, a las ciencias sociales.

La vanguardia no se explica fuera de la modernidad, ni tampoco ésta es universalmente genérica. Adscribiéndonos al concepto de las “múltiples modernidades”, en Bolivia formamos nuestra propia modernidad que, en la segunda mitad de siglo XX, fue llevada por una clase dirigente aislada de una gran base social. Esa clase urbana, dueña del poder político y cultural, tuvo su vanguardia artística dentro de los moldes de esa modernidad local, es decir: exitosa pero parcialmente identificada con su base.

Esa modernidad política, mezcla confusa de influencias y pervivencias, fue el sustento de nuestro arte para la segunda mitad del siglo XX. Con ella, los artistas fermentaron sus obras con el convencimiento pleno de una historia, a la occidental, que marchaba linealmente hacia adelante.

Posteriormente, en los tiempos de las dictaduras militares, se implantaron más paradojas. En ese ciclo, de un sanguinario control ideológico, surgen nuevos valores en la plástica boliviana siguiendo una norma universal: la opresión aviva la creatividad. El crecimiento del arte en los años 70 reside en dos figuras claves y olvidadas en la historia del arte boliviano: Mario Mercado y Fernando Romero, quienes comprendieron a cabalidad el rol del mecenazgo de la burguesía ilustrada. A su influjo, el movimiento del arte boliviano se tornó intenso y fructífero. Nunca antes el mercado del arte subió tanto y, por ende, florecieron galerías y diversos eventos artísticos que consagraron a muchos creadores. Ahí se formó la postvanguardia local (etiquetación propia), que germinó con el último coletazo de la ideología del mestizaje criollo, el objetivo social de nuestro siglo XX.

A la muerte de Mercado y a la caída financiera de Romero, el arte oficial comenzó su imparable descenso; dicho descortésmente: en tres décadas de un lento proceso, estos mecenas se están cargando consigo a los artistas y curadores que encumbraron. Posteriormente, nadie se ocupó de tomar la posta del mecenazgo, demostrando que vivimos en una sociedad de gran movilidad social con una burguesía precaria y sin conocimientos sólidos de estética o de cultura.

En este nuevo milenio, de inesperados y radicales cambios sociales y políticos, los artistas plásticos o contemporáneos, se encuentran marginados, denostando sobre la coyuntura política con muestras de incredulidad y de profundo desarraigo. Este retraimiento es la muestra palpable de una incapacidad de comunicarse con los tiempos que vivimos y, peor aún, de su incapacidad de anticipar a la sociedad como fue anteriormente el papel del artista. A una mentalidad moderna le llegaron sorpresivamente “momentos convulsos” que no pueden ser plenamente digeridos.

Con la pequeña oligarquía en retirada y con los emergentes movimientos sociales sin interés alguno por ese arte, nuestros artistas visuales están a la retaguardia de la historia como nunca había sucedido antes. Con la caída vertiginosa del mercado, la de-sidia intelectual, la miopía estética de los nuevos yuppies criollos y con un Estado boliviano que entiende otros valores de la simbólica en la historia, llegamos a esta disonancia estructural entre el artista y la sociedad, a esta pérdida de sentido.

Finalmente, este descentramiento tiene otro ingrediente local. Debemos sumar la indefinición cultural que arrastra nuestra sociedad desde hace siglos. El mestizaje, aquel mentado objetivo del pensamiento universal en el siglo XX, es al parecer de Javier Sanjinés, un espejismo en nuestro medio. Ni los artistas del imitatio a lo Arguedas, ni los de la mimesis a lo Tamayo, fueron capaces de encontrar la tónica que resuelva la imprescindible ecuación entre arte, cultura e identidad. Estamos a la espera de un signo revelador, único o multipolar, para la construcción de nuestra identidad que, seguro, echará por tierra todo lo que nos imaginamos.

Medios. La pérdida de sentido está íntimamente relacionada con sus formas de presentación. El arte boliviano contemporáneo, particularmente en sus representantes más jóvenes, trabaja sus obras con medios artísticos que se desarrollaron a principios de siglo XX en Europa o en Norteamérica, de manera simiesca e irreflexiva. Adoptan performances, instalaciones (los medios artísticos más cuestionables) como procedimientos aparentemente idóneos para estar “contemporáneamente ubicados” y “universalmente situados”. Pienso que, en una formación social de intensa movilidad social que genera permanentes desfases políticos, la asimilación acrítica de algunos medios artísticos es una apuesta perdida.

Debemos comprender que el de-sencanto hacia el arte académico que expresaron artistas europeos como Tristán Tzara o Marcel Duchamp se gestó en procesos depresivos complejos de postguerras. Es un sentimiento sombrío que se resume en sentencias célebres como la de T. Adorno:

“Ya no podemos escribir un poema después de Auschwitz” o en la frase fundacional nietzscheana: “Dios ha muerto”. Este derrumbe sentimental abonó la violenta transformación del medio artístico: nacieron las instalaciones, los objet trouve y la defachatez de la performance de la mano de grupos transgresores como el Dadá o Fluxus; es decir, nacieron los medios que pudieron describir la topografía del horror europeo. La persistencia de un destino trágico y sinsentido perdura en Occidente hasta el presente y se renueva en los pensamientos de Baudelaire o Nicolás Bourriaud que “descubren” la necesidad de afectos a través de un arte relacional o la ausencia de ligaduras en un “arte por el arte”.

El Norte tiene todo el derecho de fundar sus creencias estéticas sobre su experiencia de vida pero, ello no da derechos a universalizar esa historia del arte y, a nosotros, el deber de aceptarla acríticamente. Más allá de las revoluciones tecnológicas que empequeñecen al mundo de hoy cabe preguntarse: ¿los artistas bolivianos tienen algo que ver, directa o personalmente, con esa historia europea de profundos traumas bélicos como para seguir sus dogmas y formas artísticas? ¿Debemos realizar nuestros trabajos en visiones de mundo que son y serán ajenas a nuestro ethos?

La constatación de que existen medios artísticos inadecuados para nuestra formación social tiene además otras tonalidades. El llamado arte popular toma por asalto la ciudad de La Paz en cualquier fiesta patronal o feria urbana. La fiesta mayor del Gran Poder tiene múltiples ramificaciones que llenan el calendario artístico y cultural con masivas muestras de popularidad propios de una cultura viva que reúne a la sociedad, a los artesanos, los músicos y los bailarines; en suma: una verdadera obra de arte colectiva que consume todas las energías creativas del medio social. Ante tanta euforia ¿qué efecto puede tener una performance, así sea plena de ocurrencias o descaros, ante esa potente expresión de un complejo tejido social y popular? La consigna de épate la bourgeoisie suena en la ciudad de La Paz a trasnochada e insulsa.

Aumentando las tonalidades, debemos recordar que las ciudades del Ande boliviano son intensas en su práctica social. En nuestras calles ocurre todo lo imaginable; es un microcosmos que reúne  actividades banales con muestras esquizoides que se renuevan en su creatividad de manera exponencial: borracheras colectivas, mercados populares sin pausa ni fronteras, demostraciones políticas de labios cosidos, viejos y viejas desnudos marchando sin pudor alguno, carteles y letreros ad infinitum, personas autotapiadas, hombres crucificados en las avenidas o alfombras humanas, de fardos o de piedras que cubren todo el espacio público. Son acciones colectivas que por su intensidad y fuerza superan en potencia a obras de artistas internacionales como Spencer Tunnick o Richard Long. 

Ciudad. Por más que se pretenda dar nuevas lecturas con el arte contemporáneo (en un afán tiernamente didáctico), la sociedad andina tiene sobrados ejemplos de una vida urbana caótica y desenfrenada que marca el sino bizarro de nuestras expresiones. La práctica social urbana opaca cualquier intención artística de “resignificar algo nuevo” o de “interactuar” con el gran público.  La ciudad es el espacio de la fiesta y la protesta que consume todas las energías de nuestra empatía social.

Para mi pasmo, siento que el objetivo filosófico occidental de un arte confundido con la vida se alcanzó en nuestra ciudad de una manera inesperada y brutal; parece que aquí la vida se tragó al arte sin darle mayores explicaciones.

El debate sobre la pertinencia de los medios artísticos contemporáneos es fundamental para el desarrollo de nuestro arte en el siglo XXI. La situación actual no puede seguir sustentada por los precarios hilos de una aculturación artística o de una anodina vanidad personal.

Personalmente pienso que, para comenzar a revocar la crisis, se debe reformular el filtro ideológico o la precaria institucionalidad del arte en Bolivia. Ese grupo de personas, instituciones e ideas, que se formó entre la sociedad y el artista contemporáneo  debe renovar radicalmente sus bases y adecuarse a nuestra realidad social y al tiempo histórico. Esta transformación deberá, ante todo, ser teórica, para nutrir de ideas a las prácticas artísticas contemporáneas en Bolivia. Pensamientos como los de Colombres en Hacia una teoría del arte latinoamericano o Dessanayakis en Homo Aestheticus son importantes para marcar nuevas líneas de reflexión y trabajo. Renovar los ritos ancestrales o los juegos comunitarios son posibilidades que encuentra la antropología para el nuevo arte boliviano. Además, es saludable acordarse que agrupar mentalidades en colectividades artísticas y hacer “instalaciones” y “performances” en cada rito ancestral, es más nuestro que occidental. Creo que “mirarse el ombligo” en tiempos de la red planetaria será significativo para percibir nuevas prácticas artísticas.

Recordemos que Picasso renovó el arte occidental después de mirar sensiblemente una exposición africana. Que no se repita esa historia de dependencia ideológica y tengamos que aceptar acciones de complementariedad artística o de colectividades de trabajo de la mano de un curador europeo en una clínica-taller.

Siempre ensalzo el poder creativo y renovador de los artistas en Bolivia sean plásticos o contemporáneos. Sé que renovarán nuestro espíritu con el ejercicio de cualquier medio artístico. La respuesta a esta crisis está en la punta de la nariz y no la distinguimos de tan dependientes y poco críticos que somos. Es indudable que tenemos muchos modelos en el arte popular y, quizás, en la puerta de tu casa. Pero también gozamos de algunos ejemplos en el mundo del arte promovido por un autor. Comencemos a revisar con madurez e hidalguía la obra de Cergio Prudencio y la Orquesta Experimental de Instrumentos Nativos; ellos están, hace muchos años, en una vía artística plenamente identitaria y socialmente revolucionaria.

(La versión completa de este ensayo se publicará en la revista Piedra de agua de la Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia).

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‘Borda 1883-1953’

Fragmento de la presentación del libro, leído por el arquitecto Carlos Villagómez.

/ 16 de mayo de 2018 / 05:13

El libro Borda 1883-1953 tiene la virtud de ser un texto académico. Es decir, es un libro de consulta que perdurará en el tiempo como los otros cuatro textos de la autoría de Pedro Querejazu. Para la historiografía del arte boliviano este logro no es un detalle menor, y menos, un recurso fácil. Estos libros serán consultados por expertos y neófitos por mucho tiempo porque poseen una cualidad: es una historia del arte bien consistente y sustentada que evita las subjetividades. Datos, imágenes, fotografías, documentos avalan lo descrito en cada capítulo. Diría que Borda 1883-1953 sigue la metodología de Erwin Panofsky y sus tres fases de investigación: la descripción previa del contexto y datos fácticos; el análisis iconográfico o análisis descriptivo de las imágenes, en una palabra: lo evidente; y por último el análisis iconológico, donde se debe dilucidar lo subyacente. Pienso que se evitó ahondar sobre este último desarrollo ante lo inasible del artista. Y como decía Moholy-Nagy, es mejor quedarse en “la higiene de lo óptico, en la salud de lo visible”. Considero lúcida esta decisión, que sin embargo, si se lee adecuadamente, se completa en la parte final del libro con ensayos literarios de lo subyacente al final del libro.

Por todo ello, Querejazu puntualiza que el libro es: “una relación razonada desde la historia del arte, para deconstruir y reconstruir los mitos y poner en valor una extensa obra para el mañana”.

Borda 1883-1953 tiene dos partes fundamentales y una intermedia. La primera versa sobre la vida del artista, su época y su obra pictórica, (…); la segunda, sobre la producción literaria de Borda, que incluye los ensayos de Claudia Pardo, Omar Rocha y Jessica Freudenthal sobre el libro El Loco (1966). La parte intermedia, que es tan importante como las otras, está dedicada al dibujo de su Álbum de Anatomía y al cuaderno de la Guerra del Chaco, también comentada por Lucía Querejazu.

A pesar de ese seccionamiento en tres áreas al inmenso trabajo de AB el texto incluye, en su debido momento, las otras facetas de un artista prolífico y multifacético. AB fue pintor, actor, hizo teatro, fue director de cine, productor de cine, poeta, novelista, político, periodista, dibujante, caricaturista y, consta en algún documento, hasta escultor y docente. Un artista multipropósito con una vida personal intensa como pocas. Al respecto de sus múltiples expresiones, Borda declaró: “Cada cosa sirve para exteriorizar la ilusión o el ansia”. Por la pluralidad de esa obra y pensamiento, podría afirmar que Borda es un visionario de las tendencias actuales que patrocinan al artista polifacético.

Con la corrección propia de un texto académico, Lucía Querejazu contextualiza históricamente la época, desde finales del siglo XIX hasta mediados del XX. Un tiempo pleno de creaciones y destrucciones: dos guerras mundiales, dos guerras regionales, el cambio de la ciudad de La Paz a sede de gobierno, culminando con la Revolución del 52. Un periodo colmado de sangre y esperanza. Arturo Calixto Borda nació un 18 de octubre de 1883.

La publicación establece tres periodos en la obra del artista: de 1902 a 1920 con obras emblemáticas como El Filicidio y El Yatiri. De 1920 a 1940 con mayor énfasis en paisajes. Y de 1940 a 1953, los años finales con obras como el retrato de sus padres y la Crítica de los ismos y El triunfo del arte clásico. Como muchos sabemos, todas estas etapas se trabajaron en medio de una vida personal intensa y descontrolada (…). Para entender un poco lo que es la vida de un artista sin límites ni miramientos, repasemos una línea del poema que Jaime Saenz le dedicó a Borda: “Dios bebe y se emborracha cada vez que produce belleza”.

Para organizar la extensa obra pictórica, Querejazu se vale del recurso de las familias temáticas. Es una táctica, permítanme la definición, de taxonomía pictórica, que ayuda a organizar los criterios del historiador y a contextualizarlos con referencias particulares. Así se establecen nueve familias temáticas: obras tempranas, bodegones, paisajes, obras costumbristas, figura humana, alegorías, retratos, obras emblemáticas y obras finales. Los críticos de arte y/o de literatura supondrán que ese seccionamiento debilita la esencia de la obra de un artista inclasificable e impulsivo que, en palabras del crítico Toro Moreno, “era un océano sin inquietudes de estilización”. Pero reitero, se trata de un hilo establecido con conocimiento de causa, un hilo trazado por una metodología de la historia del arte todavía vigente (…).

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El libro Borda 1883-1953 tiene la virtud de ser un texto académico. Es decir, es un libro de consulta que perdurará en el tiempo como los otros cuatro textos de la autoría de Pedro Querejazu. Para la historiografía del arte boliviano este logro no es un detalle menor, y menos, un recurso fácil. Estos libros serán consultados por expertos y neófitos por mucho tiempo porque poseen una cualidad: es una historia del arte bien consistente y sustentada que evita las subjetividades. Datos, imágenes, fotografías, documentos avalan lo descrito en cada capítulo. Diría que Borda 1883-1953 sigue la metodología de Erwin Panofsky y sus tres fases de investigación: la descripción previa del contexto y datos fácticos; el análisis iconográfico o análisis descriptivo de las imágenes, en una palabra: lo evidente; y por último el análisis iconológico, donde se debe dilucidar lo subyacente. Pienso que se evitó ahondar sobre este último desarrollo ante lo inasible del artista. Y como decía Moholy-Nagy, es mejor quedarse en “la higiene de lo óptico, en la salud de lo visible”. Considero lúcida esta decisión, que sin embargo, si se lee adecuadamente, se completa en la parte final del libro con ensayos literarios de lo subyacente al final del libro.

Por todo ello, Querejazu puntualiza que el libro es: “una relación razonada desde la historia del arte, para deconstruir y reconstruir los mitos y poner en valor una extensa obra para el mañana”.

Borda 1883-1953 tiene dos partes fundamentales y una intermedia. La primera versa sobre la vida del artista, su época y su obra pictórica, (…); la segunda, sobre la producción literaria de Borda, que incluye los ensayos de Claudia Pardo, Omar Rocha y Jessica Freudenthal sobre el libro El Loco (1966). La parte intermedia, que es tan importante como las otras, está dedicada al dibujo de su Álbum de Anatomía y al cuaderno de la Guerra del Chaco, también comentada por Lucía Querejazu.

A pesar de ese seccionamiento en tres áreas al inmenso trabajo de AB el texto incluye, en su debido momento, las otras facetas de un artista prolífico y multifacético. AB fue pintor, actor, hizo teatro, fue director de cine, productor de cine, poeta, novelista, político, periodista, dibujante, caricaturista y, consta en algún documento, hasta escultor y docente. Un artista multipropósito con una vida personal intensa como pocas. Al respecto de sus múltiples expresiones, Borda declaró: “Cada cosa sirve para exteriorizar la ilusión o el ansia”. Por la pluralidad de esa obra y pensamiento, podría afirmar que Borda es un visionario de las tendencias actuales que patrocinan al artista polifacético.

Con la corrección propia de un texto académico, Lucía Querejazu contextualiza históricamente la época, desde finales del siglo XIX hasta mediados del XX. Un tiempo pleno de creaciones y destrucciones: dos guerras mundiales, dos guerras regionales, el cambio de la ciudad de La Paz a sede de gobierno, culminando con la Revolución del 52. Un periodo colmado de sangre y esperanza. Arturo Calixto Borda nació un 18 de octubre de 1883.

La publicación establece tres periodos en la obra del artista: de 1902 a 1920 con obras emblemáticas como El Filicidio y El Yatiri. De 1920 a 1940 con mayor énfasis en paisajes. Y de 1940 a 1953, los años finales con obras como el retrato de sus padres y la Crítica de los ismos y El triunfo del arte clásico. Como muchos sabemos, todas estas etapas se trabajaron en medio de una vida personal intensa y descontrolada (…). Para entender un poco lo que es la vida de un artista sin límites ni miramientos, repasemos una línea del poema que Jaime Saenz le dedicó a Borda: “Dios bebe y se emborracha cada vez que produce belleza”.

Para organizar la extensa obra pictórica, Querejazu se vale del recurso de las familias temáticas. Es una táctica, permítanme la definición, de taxonomía pictórica, que ayuda a organizar los criterios del historiador y a contextualizarlos con referencias particulares. Así se establecen nueve familias temáticas: obras tempranas, bodegones, paisajes, obras costumbristas, figura humana, alegorías, retratos, obras emblemáticas y obras finales. Los críticos de arte y/o de literatura supondrán que ese seccionamiento debilita la esencia de la obra de un artista inclasificable e impulsivo que, en palabras del crítico Toro Moreno, “era un océano sin inquietudes de estilización”. Pero reitero, se trata de un hilo establecido con conocimiento de causa, un hilo trazado por una metodología de la historia del arte todavía vigente (…).

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La 13

/ 27 de agosto de 2017 / 04:00

La decimotercera Bienal de Arquitectura Boliviana se inaugura en La Paz en octubre con la participación de invitados especiales y con varias actividades organizadas por un grupo de jóvenes profesionales encabezados por Fernando Martínez. Es un esfuerzo mayúsculo, de una joven generación de arquitectos y arquitectas, con tímidos apoyos institucionales, que busca visibilizar el oficio de la arquitectura y el pensamiento de muchos profesionales en un medio tan mezquino para la arquitectura como el nuestro.

En tiempos en que la arquitectura está viviendo un descrédito internacional por diversos factores (la caída de los relatos de la modernidad, los excesos del sistema startarchitect, o por la indiferencia estatal en década y media de bonanza sin obras arquitectónicas relevantes), uno se pregunta sobre la pertinencia de realizar una bienal sobre este oficio equívoco de arte, técnica y compromiso social. A pesar de ello, un reducido grupo generacional decidió llevar adelante el desafío ideando una nueva identidad-bienal que, creo, debe ser apuntalada por todos nosotros.

Las bienales de arquitectura se gestan de dos formas. O como un espacio neutro para el lucimiento de estrellas invitadas con las selfies de rigor, o como una arena de confrontación y diálogo que, pienso, es la idea central para esta nueva bienal. En suma, se trata de situar la esencia sobre la apariencia en una línea paralela al concepto de Ivo Mesquita para la Bienal de Arte de Sao Paulo en 2008.

Para llevar a buen término este concepto deben concentrarse los esfuerzos hacia: prolongar el efecto bienal más allá del mes de octubre (en esa línea, se están realizando pre-bienales de significativo efecto multiplicador); configurar con los invitados un espacio de producción cultural antes que una simple exposición de obras rutilantes; avivar al interior del gremio el debate sobre nuestro contexto versus las otras realidades internacionales; incorporar en acciones colectivas las categorías medioambientales y/o sociales del oficio; generar laboratorios de mediación para promover nuestro quehacer tanto a nivel estatal como al público en general. En pocas palabras, la Bienal 13 debe promover, con operaciones colectivas, más debate y reflexión que las meras imágenes de un divo o una diva.

Pensar que el ejercicio intelectual se puede despertar en las nuevas generaciones no es una utopía trasnochada; y de lograr las metas mencionadas en el anterior párrafo, este grupo generacional habrá consolidado el objetivo mayor del nuevo milenio: lograr la empatía social entre nuestro gremio y la sociedad.

Celebro que este desafío lo asuma un grupo joven que quiere superar las manías y caprichos de las pasadas generaciones y sueña con nuevos paradigmas que reconfiguren el papel del arquitecto.

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La percepción del espacio

El talento innato, la pasión y el carácter del maestro Juan Carlos Calderón quedan reflejados en la exposición de la CAF.

/ 2 de abril de 2017 / 04:00

En 1993 recibí un regalo. Un hermoso dibujo a lápiz de 1987 del arquitecto Juan Carlos Calderón. La imagen es la escultura dedicada a la comunicación que el arquitecto diseñó para el ingreso del auditorio de una de sus obras más emblemáticas: el Palacio de Comunicaciones. El motivo de ese obsequio fue un texto de apoyo que escribí para el amigo y colega contra el ente colegiado de La Paz que le hacía la guerra denostando su trabajo con argumentos propios de la bajeza humana. Todos en este medio sabemos que, cuando no se pueden combatir las ideas con ideas y las creaciones con creaciones, sirven todo tipo de artimañas y subterfugios.

Pero los años pasan y todo se ubica en su verdadero lugar. Se sepultan inexorablemente la envidia y la mezquindad y sobreviven las obras llevadas con ética y estética. Y de ello puede dar fe el maestro que sigue exponiendo sin pausa su obra y pensamiento. Hasta el 31 de marzo, en la sala de exposiciones de la CAF se presentan obras de su última etapa junto a otras reflexiones en la muestra denominada La percepción del espacio. En ese ambiente se desarrolla una breve revisión histórica que recorre la arquitectura en Bolivia: lo prehispánico, lo virreinal, la incipiente modernidad con identidad en la figura del gran arquitecto Emilio Villanueva, y culmina con la presentación del pensamiento organicista de Calderón materializado en maquetas y dibujos.

En ese panorama, entre histórico y testimonial, se presentan además dos piezas fundamentales. La primera es un dibujo original de 1920 de Emilio Villanueva para el plan urbano de Miraflores. Una obra maestra. Un dibujo de valor patrimonial que, por falta de espacio, se montó inadecuadamente. El otro objeto es una pieza de culto para la corriente organicista: la concha marina Nautilus pompiluis, una obra de la naturaleza.

  • Luz. El espacio que acoge la muestra resulta, por su luminosidad, para realzar la obra del arquitecto.

A pesar de las diferentes experiencias personales, siempre he destacado dos atributos en la figura de Calderón: su categoría de maestro y su pasión por el oficio. Ambos atributos se reúnen, por si fuera poco, en un talento innato que se expresa con una potente capacidad gráfica. Calderón, aparte de materializar sus ideas, es un arquitecto con un dibujo excepcional.

En un oficio tan exigente y difícil como la arquitectura pocos alcanzan el denominativo de maestro. Primero, y ante todo, se debe nacer con el don para “proporcionar a la vida una estructura más sensible” y para ser “el hombre sintético, el que es capaz de ver las cosas en conjunto antes de que estén hechas”. Frases de Alvar Aalto y Antonio Gaudí que suscribo.

Pareciera anacrónico afirmarlo pero esto es así: se debe nacer con un soplo divino que no llega a todos. Un arquitecto nace, no se hace. Con el ejercicio de ese talento, discípulos o seguidores de varias generaciones se amontonan alrededor de su figura. Y eso es algo que hoy en día debemos saber aquilatar. El maestro pertenece a una generación que no volverá a reproducirse. A ese talento innato debemos sumar una pasión y un carácter indoblegables que permitieron a Calderón soportar la tarea de hacer buenas obras en un medio que, por miserable o angurriento, desprecia la buena arquitectura. Durante muchos años, obstinadamente, Calderón logró sobreponerse a diversos momentos políticos, a variadas crisis económicas y a muchas caídas existenciales de la profesión.

En la muestra de la CAF se puede apreciar una parte de la obra gráfica de Calderón. Se exponen algunas perspectivas de proyectos y bocetos sobre el movimiento perpetuo de las cosas. El tiempo y el espacio están allí representados como muestras del organicismo en la arquitectura. Se trata de dibujos convertidos en patrimonio invalorable para las futuras generaciones de estudiantes y profesionales que, por una decisión del maestro, formarán parte del acervo de la universidad pública.

A pesar del tamaño de la sala, la intención conceptual de esta exposición era insertar la corriente organicista en la historiografía arquitectónica boliviana. Sabiendo que en este medio no solo existen envidias y mezquindades sino también olvidos, quizás Calderón pensó en la importancia de seguir difundiendo esa corriente. No lo creo necesario, porque un día después de la inauguración, al salir de la sala de exposiciones con el amigo y artista Gastón Ugalde recorrimos y fotografiamos el edificio de la CAF. En un alto nos preguntábamos si es la obra más importante de la arquitectura de este tiempo. Y esa pregunta, creo, es suficiente para constatar que la obra de Juan Carlos Calderón está en la historia de las creaciones bolivianas y su valor histórico está materializado en la tectónica y la luminosidad de ese espacio.

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