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VUELVE SEBASTIANA

El autor cuenta cómo escribió el guión del cortometraje emblemático de Jorge Ruiz

/ 8 de diciembre de 2013 / 04:00

Conozco y admiro a Jorge Ruiz desde 1952 y tengo el privilegio de haber sido su discípulo. A mediados de junio de 1953 me pidió trabajar con él como guionista para la filmación de una película documental sobre la milenaria etnia chipaya que ya entonces se hallaba en riesgo de extinción. Y me hizo notar que hasta entonces los guiones los hacían sólo él y Augusto Roca. Le agradecí la confianza, pero le hice notar con franqueza que, siendo periodista, no manejaba el lenguaje audiovisual y, por tanto, no me sentía apto para tal tarea. Desestimando mi advertencia y mi negativa, me dijo que no me preocupara por ello pues lo que tenía que escribir primero era simplemente el “guión literario” consistente de un breve argumento. Agregó que no dudaba que después de ello aprendería, sin dificultad ni demora, a convertir dicho esquema inicial en el “guión técnico” final contando con orientación de parte de él y de Augusto Roca, su compañero en Bolivia Films. Me entregó enseguida un estudio del etnógrafo Alfred Metraux referente a los chipayas. Y, teniendo que viajar por dos semanas para filmar algo en el interior, se despidió de prisa diciéndome: “No se hable más, che.”

¿Podía acaso defraudar al caro amigo que me colmaba de confianza y aliento? Me empeñé en captar del libro de Metraux los rasgos esenciales de la cultura chipaya. Sobre esa base armé en borrador un esquema descriptivo de dichas características: o sea un relato sumario, lineal y directo sobre el origen, la vida y las perspectivas de ese milenario segmento de la población autóctona boliviana. El boceto que así produje me pareció apropiado, pero no afortunado. Era correcto, pero temí que fuera frío y convencional. Y sentí que para dar buen testimonio de una cultura viva probablemente era necesario algo que resultara atractivo por ser vivaz y no árido ni rutinario. Luego de cavilar y borronear en pos de ello sin mayor suerte dos o tres días, me vino a la mente algo que Jorge me había dicho de pasada. Era que tenía entendido que algunos chipayas recordaban que muchos años antes una joven mujer se había aventurado a llegar hasta el vecino pueblo de sus adversarios, los aymaras, aparentemente seducida por lo que percibió como una vida menos dura y solitaria que la de los chipayas. No recuerdo por qué, pero me pareció que ese vago dato podría tal vez probarse útil para intentar un tratamiento narrativo diferente que contribuyera a ganar la atención y el interés del público. Por tanto, escribí entonces otro breve boceto tratando de encuadrar la información antropológica en una anécdota ficticia, pero verosímil.

Apenas volvieron Ruiz y Roca a La Paz, presenté a su docta consideración mis dos bosquejos de lego, no sin temer que pudiera no haber atinado a hacer lo que esperaban de mí. Afortunadamente, los hallaron aceptables como bases para forjar el argumento en definitiva. Entonces, alentados por muchos cigarrillos y buen café en La Lechería de la calle Potosí, paradero favorito de Jorge, primero analizamos detenidamente por separado una propuesta y la otra. Y luego nos pusimos a compararlas desmenuzando pros y contras principalmente a la luz de criterios y factores de realización. Puesto que todas sus películas anteriores habían sido hechas satisfactoriamente sobre guiones de tratamiento directo sin encuadre de ficción, Roca favoreció en principio el primer boceto. En cambio Ruiz, atraído justamente por lo novedoso de la posibilidad de valerse en algún grado de la ficción, tendió a optar por el segundo boceto a condición de destacar algún elemento dramático capaz de provocar emociones. Con cautela, Roca advirtió sobre la probable dificultad de lograr el desempeño adecuado para ello por parte de actores naturales que no tenían idea de lo que el cine pudiera ser. Con audacia, Ruiz estimó que valía la pena tomar ese riesgo para lograr algo distinto. Yo compartí esta posición muy contento.

Por  último, logramos pleno acuerdo sobre el guión literario que se expresa en esta sinopsis: Sebastiana, una niña pastora chipaya, y Jesús, un niño aymara pastor, se conocen cuando sus rebaños de ovejas se mezclan en la frontera entre la pequeña aldea Santa Ana de Chipaya y la grande aymara de Sabaya. Él le brinda comida y naranjas de su merienda, lo que asombra y deleita a ella. Entonces él la convence de ir a Sabaya, lugar vedado a los chipayas por ser los aymaras sus adversarios, pero que deslumbra a la niña. La desaparición de la niña alarma a su gente y, siguiendo las visiones de los brujos chipayas, el abuelo de ella se aventura a ir a Sabaya en su búsqueda. La encuentra en la puerta de la iglesia aymara y la reflexiona sobre su familia y sobre las creencias, costumbres, labores y fiestas de su pueblo. La insta luego con firmeza a volver a éste, a lo que ella accede. Pero en la caminata de retorno, afectado el abuelo por la angustia y por el esfuerzo, desfallece y conmina a su nieta a volver a Santa Ana por sí sola. Así lo hace ella y entonces parientes y amigos van en pos del abuelo, a quien encuentran muerto. Lo llevan en guanto hasta las afueras de su aldea, donde lo entierran ritualmente. Y tras de ello, Sebastiana vuelve a su pueblo para siempre…

Sin mucho equipo ni material y con muy poca plata, auxiliados solamente por el chofer de Bolivia Films, Ruiz y Roca partieron a mediados de agosto del 53 a la remota Santa Ana de Chipaya para dedicar dos semanas a la filmación de Vuelve Sebastiana. Lamenté mucho no haber podido acompañarlos en aquello debido a mis compromisos de trabajo en periodismo de los que ganaba el sustento. No conocí, pues, entonces en persona a la niña Sebastiana Kespi; lo haría sólo mucho tiempo después, en 1994, cuando a la vuelta de un festival en Francia —ya madre y ciudadana ejemplar— los residentes orureños en La Paz le hicimos un homenaje.
  

(Fragmentos del discurso pronunciado con motivo del estreno de Vuelve Sebastiana en copia de 35 milímetros, en La Paz el 26 de octubre de 2005.)

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JORGE RUIZ: Pasión por el cine y por Bolivia

La obra de Ruiz  ha sido declarada por la Unesco Memoria Regional del Mundo. Este es un perfil del cineasta

/ 8 de diciembre de 2013 / 04:00

Jorge Ruiz nació en Sucre en 1924, pero creció en La Paz. Al terminar la secundaria en el Colegio Alemán de esta ciudad pasó a estudiar en la Escuela de Agronomía de Casilda, Argentina. En algún momento de su último año allá, 1944, se despertó el interés en él por el cine gracias a su amistad con uno de sus compañeros, Juan Gerardo Bechis, que tenía una filmadora de ocho milímetros para aficionados. Éste le enseño a manejarla y pronto estaban haciendo tomas de sus condiscípulos en horas de clases o en paseos. Ello les dio cierta popularidad en el medio estudiantil. Pero, más allá de lo recreativo, Ruiz pareció percibir de principio el potencial de la cinematografía para la educación. Y así entusiasmó a su amigo para filmar escenas de campo y de laboratorio sobre sus prácticas de agronomía. La iniciativa fue agradecida por sus maestros y aplaudida por sus condiscípulos. Este resultaría ser, pues, el remoto inicio de Ruiz como cineasta comprometido con el desarrollo nacional.

A su retorno a Bolivia, a principios de 1945, Ruiz se presentó al servicio militar. Por su condición de agrónomo, lo asimilaron al grado de subteniente de servicios y lo asignaron al mando de 50 conscriptos, a dirigir una granja del ejército en Tolapalca, cerca de Oruro. A mediados de 1946 cayó violentamente el gobierno del mayor Gualberto Villarroel y, atribuyéndose erróneamente a todos los oficiales castrenses pertenencia a la Logia Radepa, se los licenció abruptamente. Así volvió Ruiz a La Paz y, ajeno a la actividad política, pronto se fue al lado de su padre, entonces residente en Luribay. Allá profundizó por la práctica sus conocimientos agronómicos sin que nada dejara intuir entonces que iría a dedicar su vida a algo muy distinto del cultivo de la tierra.

En 1947 resultó casi fortuitamente propietario de una cámara filmadora de 8 milímetros como aquella que conociera en Casilda. Dos amigos que trabajaban entonces en la Corporación Boliviana de Fomento, Carlos Dorado y Wálter Montenegro, lo instaron a sumarse a ellos en un viaje al Beni. Entusiasmado con la idea, el muchacho fue a comprar película para su cámara fotográfica en la Casa Linares. El propietario de ésta, Alfredo Linares, le hizo ver que con sólo un poco más de gasto podía tener más bien una pequeña filmadora que le iría a rendir mucho más en su excursión a las selvas orientales. Ruiz acogió la sugerencia y así rodó, en efecto, escenas del viaje que resultó largo y a veces aventurado pero fascinante. El pietaje de ese modo producido, si bien no llegó a ser muy formalmente compaginado, vino a constituir la primera película propia de Jorge Ruiz operando por sí solo, pues la anterior, la de 1944 en Argentina, había sido hecha en pareja con su amigo Bechis y con cierto predominio de éste por ser algo mayor que él y tener ya alguna experiencia en el uso de la cámara. Es por eso, en efecto, que la filmografía de Jorge Ruiz comienza con la película Viaje al Beni de 1947.

En aquel mismo año fue que Jorge Ruiz y Augusto Roca se conocieron en La Paz y dieron comienzo a una amistad que pronto iría a devenir en la constitución del par precursor del moderno cine boliviano. Roca también se había hecho de una cámara y comenzaba a interesarse por la sonorización del cine. Ninguno tenía dónde aprender el oficio más que en el ejercicio autodidacta de éste y en la lectura de unos cuantos libros o folletos que les facilitaron Marcos Kavlin y Alfredo Linares.

En 1948, actuando separadamente, Ruiz y Roca participaron de un concurso municipal de producción fílmica en homenaje al Cuarto Centenario de La Paz. Ruiz presentó un corto cinematográfico en blanco y negro Frutas en el mercado que filmara en Luribay. Roca, que era mayor que él como en diez años, ganó el certamen con su también breve cinta Barriga llena. Ésta fue la primera vez que las producciones de ellos llegaron al público. Y poco después en el mismo año hicieron en codirección su primer filme de ficción, una historieta de las peripecias de un ladrón que titularon El látigo del miedo.

BOLIVIA FILMS. Impresionado por estos trabajos, Kenneth Wasson, el dueño de Bolivia Films, empresa que estableciera en 1947 y que originalmente era sólo distribuidora de películas cortas importadas, resolvió extenderla hacia el campo de la producción. Para ello incorporó en 1948 el concurso de Ruiz y Roca, constituyéndose así en padrino del cine contemporáneo en el país. Wasson adquirió una cámara Bolex para formato de 16 milímetros; con ella, y gracias a la pericia de Roca como laboratorista y sonidista, hicieron su primera película en formato profesional y auspiciada por la empresa. Era Virgen india, una cinta de 15 minutos de duración en blanco y negro sobre la Virgen de Copacabana hecha íntegramente en el país puesto que no se recurrió a laboratorios en el exterior. En efecto, revelaron el material en el baño de la casa de Wasson. Pero lo más importante de esta cinta es que fue la primera sonora del cine boliviano lograda por sobreimpresión magnética de voz y música a la imagen ya registrada. Exhibida en el cine Tesla de La Paz, esta película tuvo muy buena acogida del público. Filmada en la Isla del Sol en 1949, le siguió Donde nació un imperio, una producción de 20 minutos a la que colaboró Alberto Perrin y que vino a ser la primera película boliviana en color.

Y fue, además, la primera centrada en el boliviano indígena, rasgo que iría a caracterizar el cine de Ruiz, a quien muchos años después llegaría a reconocerse en Europa como “padre del cine indigenista andino”.

Entre 1950 y 1951 Ruiz y Roca consolidaron su línea de preferencia inicial: testimoniar aspectos de la cultura y la naturaleza del mundo autóctono andino. Punto alto de esa línea fue entonces Los Urus (1951), su primer documental antropológico sobre una etnia minoritaria, el que basaron en los estudios del científico francés Jean Vellard.

Paralelamente, abrieron otra línea, la de promoción del desarrollo nacional, que tendrá vigencia sostenida en parte por contar con patrocinio financiero institucional. A esa línea correspondieron, en 1950, Rumbo al futuro, un reportaje sobre los frigoríficos de carne de la Corporación Boliviana de Fomento; Trabajo indígena en Bolivia, un documental encargado sobre el tema por la Organización Internacional del Trabajo; y Bolivia busca la verdad, una película dirigida a buscar el apoyo del pueblo al censo nacional y sonorizada en versiones de español, aymara y quechua. Esta última producción constituyó otro hito tecnológico en la historia del cine boliviano pues, gracias especialmente a las aptitudes de Augusto Roca, fue la primera en que se grabaron en el país en forma simultánea la imagen y el sonido.

La tercera línea, la de documentación de actividad política, surgió más coyuntural que sistemáticamente. Filmaron escenas de las elecciones de 1951 que fueron escamoteadas al ganador, el MNR, por una junta militar de gobierno. Filmaron posteriormente entrevistas en la clandestinidad a dirigentes de esa agrupación, como Hernán Siles y Juan Lechín. Por último, cuando la revolución de 1952 depuso a dicho régimen de facto, Ruiz y Roca registraron el retorno al país del líder exiliado Víctor Paz Estenssoro para asumir la Presidencia de la República. Ninguna de estas constancias llegó, empero, a cuajar en películas terminadas y el pietaje, entregado más tarde al gobierno revolucionario, finalmente desaparecería sin explicación.

En el mismo año 1952 Ruiz hizo de nuevo en el marco de su primera línea temática, el documental turístico La Villa Imperial de Potosí por encargo de la Presidencia de la República. Similarmente, pero ya un poco antes del estallido revolucionario, había hecho un mediometraje de 40 minutos que, titulado Bolivia, lograba un bello mosaico de escenas claves en la vida del país. El guión de este filme fue escrito en parte por Gonzalo Sánchez de Lozada. Según un historiador del cine boliviano, Alfonso Gumucio Dagrón, para Augusto Roca esta película —que fue muy apreciada por el público en todo el país y en el exterior— era la mejor de todas las de su compañero Jorge.

También en 1952 Ruiz hizo su primera incursión en el campo del largometraje argumentado. En codirección con Gonzalo Sánchez de Lozada filmó en el Beni pietaje considerable y de alta calidad fotográfica bajo un esquema de aventuras centrado en un extraño pero atractivo personaje real, Charlie Smith, un anciano gringo trotamundos. El título previsto para el filme fue Detrás de los Andes. Al cabo de unos meses de accidentado rodaje, esta producción tuvo que ser suspendida principalmente por falta de dinero para terminarla.

Un par de años después el cine de Ruiz comenzaría a ganar rápidamente una amplia resonancia internacional en virtud de su película Vuelve Sebastiana. [Véase la página 8]

En 1957 Jorge Ruiz asumió la dirección del Instituto Cinematográfico Boliviano (ICB), que Waldo Cerruto había fundado en el primer periodo de gobierno del MNR, a cuya línea de promoción desarrollista daría continuidad. Alternaría el ejercicio de esa función pública con cortos contratos ocasionales con productores del exterior. Por ejemplo, la BBC de Londres, la CBS y la NBC de Estados Unidos, la Televisión Española y la Televisión de la República Federal de Alemania.

La primera realización de Ruiz en aquella entidad estatal fue también su primer largometraje: La vertiente, la aleccionadora historia de la lucha de una comunidad selvática por lograr acceso al agua, entrelazada con un romance entre una maestra y un cazador de caimanes. Hizo luego, siempre combinando hábilmente la ficción con realidad, Los primeros, un filme promotivo de la industria petrolera fiscal que ganaría en 1959 el Segundo Premio del Festival de Bilbao, España. También hizo, por encargo de la Organización Mundial de la Salud, Miles como María, un recuento de actividades sanitarias desarrollado en torno a la lucha de una maestra por enseñar normas higiénicas a los campesinos del Ande. Este filme obtuvo en 1958 el Gran Premio del Festival de Venecia en la categoría de películas para televisión.

Por último, Ruiz hizo en 1962 con el ICB Las montañas no cambian, un documental también con trama y de gran fotografía que muestra obras y logros del gobierno derivado de la revolución del 9 de abril de 1952 sin caer en vulgaridad propagandística. Conquistó con él menciones y medallas en Checoslovaquia, Alemania y España entre 1962 y 1964.

La fértil laboriosidad de Ruiz era tal que se las ingenió para producir en aquel mismo periodo docenas de noticiosos, la serie de diez entregas Bolivia lo puede (auspiciada por el USIS con orientación a la población rural y por eso en quechua y aymara, además del español), otra similar para YPFB, Bolivia en acción y una tercera de promoción del cuidado ambiental, además de diez películas instructivas para la Policía del Ecuador.

El empresario minero y promotor cultural Mario Mercado Vaca Guzmán, que había hecho algo de cinematografía cuando estudiaba en Estados Unidos, estableció en 1966 la firma PROINCA con el concurso clave de Jorge Ruiz, que acababa de regresar al país de su exilio en Perú.

Por los próximos 10 o 12 años produciría él en esa empresa un número considerable de documentales y noticiosos, así como un filme comercial de aventuras, el largometraje Mina Alaska (primero en color en Bolivia); un rescate por recomposición del material filmado en 1952 para la fallida película de aventuras Detrás de los Andes. Carlos Mesa sostuvo sobre esta producción de 1968, que tuvo por guionista al escritor Raúl Botelho Gosálvez, lo siguiente: “El estreno de la película fue recibido con dureza por la crítica cuyos puntos de referencia estaban apoyados entonces en Aysa y Ukamau… Mina Alaska es sin duda y con todas sus limitaciones la mejor película que se haya hecho en Bolivia en una ruta distinta a la del cine político y social cuya vanguardia es el Grupo Ukamau. Y lo es porque recupera elementos muy importantes de la cultura de Bolivia en su veta andina y en su veta tropical, porque trasciende el exotismo folklorista y porque tiene un cierto tono de documento o de libro de viajes …”.

Entre las otras realizaciones de Ruiz en el periodo está una sobre la muerte del presidente Barrientos, Su último viaje (1969) y varias en la línea de apoyo al desarrollo nacional. Por ejemplo: Cielos de progreso, Primero el camino, Los nuevos potosíes, fomento de las inversiones, La gran herencia, referente a la riqueza cultural de Bolivia, y El gran desafío, en torno al problema de la cocaína.

Ruiz fue también uno de los precursores del video en Bolivia, apenas poco después del primero de ellos, Alfredo Ovando. En 1981, volviendo de su última estada en el exterior (Ecuador), Jorge estableció la firma TV-Mundo en sociedad con Alberto Villarpando, el talentoso musicalizador de muchas de sus producciones, y con María Cristina Achá, que había trabajado en el Canal 7 —el único del país hasta entonces— y contaba con algún equipo para video.

Al disolverse en 1983 la empresa antes citada, Ruiz formó otra, Centro Cine-Video. Lo acompaña leal y eficazmente en este empeño su hijo, Guillermo Ruiz Arellano, quien heredó el oficio de su padre desde pequeño. Experimentado por el largo aprendizaje como ayudante de Jorge, Guillermo se capacitó, por otra parte, en Corea y Estados Unidos en la producción videográfica. Es, por tanto, un profesional completo en cine y en video. Padre e hijo han hecho juntos en video, en consecuencia, un número apreciable de documentales de mérito —siempre en su línea social y pro desarrollo— incluyendo uno sobre la producción de energía eléctrica que obtuvo una mención en un festival en Suiza en 1992. Jorge realizó, además, el primer video de ficción en Bolivia sobre el cuento El círculo de Óscar Cerruto, cuyo guión aportó la poetisa Blanca Wietüchter.

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JORGE RUIZ: Pasión por el cine y por Bolivia

La obra de Ruiz  ha sido declarada por la Unesco Memoria Regional del Mundo. Este es un perfil del cineasta

/ 8 de diciembre de 2013 / 04:00

Jorge Ruiz nació en Sucre en 1924, pero creció en La Paz. Al terminar la secundaria en el Colegio Alemán de esta ciudad pasó a estudiar en la Escuela de Agronomía de Casilda, Argentina. En algún momento de su último año allá, 1944, se despertó el interés en él por el cine gracias a su amistad con uno de sus compañeros, Juan Gerardo Bechis, que tenía una filmadora de ocho milímetros para aficionados. Éste le enseño a manejarla y pronto estaban haciendo tomas de sus condiscípulos en horas de clases o en paseos. Ello les dio cierta popularidad en el medio estudiantil. Pero, más allá de lo recreativo, Ruiz pareció percibir de principio el potencial de la cinematografía para la educación. Y así entusiasmó a su amigo para filmar escenas de campo y de laboratorio sobre sus prácticas de agronomía. La iniciativa fue agradecida por sus maestros y aplaudida por sus condiscípulos. Este resultaría ser, pues, el remoto inicio de Ruiz como cineasta comprometido con el desarrollo nacional.

A su retorno a Bolivia, a principios de 1945, Ruiz se presentó al servicio militar. Por su condición de agrónomo, lo asimilaron al grado de subteniente de servicios y lo asignaron al mando de 50 conscriptos, a dirigir una granja del ejército en Tolapalca, cerca de Oruro. A mediados de 1946 cayó violentamente el gobierno del mayor Gualberto Villarroel y, atribuyéndose erróneamente a todos los oficiales castrenses pertenencia a la Logia Radepa, se los licenció abruptamente. Así volvió Ruiz a La Paz y, ajeno a la actividad política, pronto se fue al lado de su padre, entonces residente en Luribay. Allá profundizó por la práctica sus conocimientos agronómicos sin que nada dejara intuir entonces que iría a dedicar su vida a algo muy distinto del cultivo de la tierra.

En 1947 resultó casi fortuitamente propietario de una cámara filmadora de 8 milímetros como aquella que conociera en Casilda. Dos amigos que trabajaban entonces en la Corporación Boliviana de Fomento, Carlos Dorado y Wálter Montenegro, lo instaron a sumarse a ellos en un viaje al Beni. Entusiasmado con la idea, el muchacho fue a comprar película para su cámara fotográfica en la Casa Linares. El propietario de ésta, Alfredo Linares, le hizo ver que con sólo un poco más de gasto podía tener más bien una pequeña filmadora que le iría a rendir mucho más en su excursión a las selvas orientales. Ruiz acogió la sugerencia y así rodó, en efecto, escenas del viaje que resultó largo y a veces aventurado pero fascinante. El pietaje de ese modo producido, si bien no llegó a ser muy formalmente compaginado, vino a constituir la primera película propia de Jorge Ruiz operando por sí solo, pues la anterior, la de 1944 en Argentina, había sido hecha en pareja con su amigo Bechis y con cierto predominio de éste por ser algo mayor que él y tener ya alguna experiencia en el uso de la cámara. Es por eso, en efecto, que la filmografía de Jorge Ruiz comienza con la película Viaje al Beni de 1947.

En aquel mismo año fue que Jorge Ruiz y Augusto Roca se conocieron en La Paz y dieron comienzo a una amistad que pronto iría a devenir en la constitución del par precursor del moderno cine boliviano. Roca también se había hecho de una cámara y comenzaba a interesarse por la sonorización del cine. Ninguno tenía dónde aprender el oficio más que en el ejercicio autodidacta de éste y en la lectura de unos cuantos libros o folletos que les facilitaron Marcos Kavlin y Alfredo Linares.

En 1948, actuando separadamente, Ruiz y Roca participaron de un concurso municipal de producción fílmica en homenaje al Cuarto Centenario de La Paz. Ruiz presentó un corto cinematográfico en blanco y negro Frutas en el mercado que filmara en Luribay. Roca, que era mayor que él como en diez años, ganó el certamen con su también breve cinta Barriga llena. Ésta fue la primera vez que las producciones de ellos llegaron al público. Y poco después en el mismo año hicieron en codirección su primer filme de ficción, una historieta de las peripecias de un ladrón que titularon El látigo del miedo.

BOLIVIA FILMS. Impresionado por estos trabajos, Kenneth Wasson, el dueño de Bolivia Films, empresa que estableciera en 1947 y que originalmente era sólo distribuidora de películas cortas importadas, resolvió extenderla hacia el campo de la producción. Para ello incorporó en 1948 el concurso de Ruiz y Roca, constituyéndose así en padrino del cine contemporáneo en el país. Wasson adquirió una cámara Bolex para formato de 16 milímetros; con ella, y gracias a la pericia de Roca como laboratorista y sonidista, hicieron su primera película en formato profesional y auspiciada por la empresa. Era Virgen india, una cinta de 15 minutos de duración en blanco y negro sobre la Virgen de Copacabana hecha íntegramente en el país puesto que no se recurrió a laboratorios en el exterior. En efecto, revelaron el material en el baño de la casa de Wasson. Pero lo más importante de esta cinta es que fue la primera sonora del cine boliviano lograda por sobreimpresión magnética de voz y música a la imagen ya registrada. Exhibida en el cine Tesla de La Paz, esta película tuvo muy buena acogida del público. Filmada en la Isla del Sol en 1949, le siguió Donde nació un imperio, una producción de 20 minutos a la que colaboró Alberto Perrin y que vino a ser la primera película boliviana en color.

Y fue, además, la primera centrada en el boliviano indígena, rasgo que iría a caracterizar el cine de Ruiz, a quien muchos años después llegaría a reconocerse en Europa como “padre del cine indigenista andino”.

Entre 1950 y 1951 Ruiz y Roca consolidaron su línea de preferencia inicial: testimoniar aspectos de la cultura y la naturaleza del mundo autóctono andino. Punto alto de esa línea fue entonces Los Urus (1951), su primer documental antropológico sobre una etnia minoritaria, el que basaron en los estudios del científico francés Jean Vellard.

Paralelamente, abrieron otra línea, la de promoción del desarrollo nacional, que tendrá vigencia sostenida en parte por contar con patrocinio financiero institucional. A esa línea correspondieron, en 1950, Rumbo al futuro, un reportaje sobre los frigoríficos de carne de la Corporación Boliviana de Fomento; Trabajo indígena en Bolivia, un documental encargado sobre el tema por la Organización Internacional del Trabajo; y Bolivia busca la verdad, una película dirigida a buscar el apoyo del pueblo al censo nacional y sonorizada en versiones de español, aymara y quechua. Esta última producción constituyó otro hito tecnológico en la historia del cine boliviano pues, gracias especialmente a las aptitudes de Augusto Roca, fue la primera en que se grabaron en el país en forma simultánea la imagen y el sonido.

La tercera línea, la de documentación de actividad política, surgió más coyuntural que sistemáticamente. Filmaron escenas de las elecciones de 1951 que fueron escamoteadas al ganador, el MNR, por una junta militar de gobierno. Filmaron posteriormente entrevistas en la clandestinidad a dirigentes de esa agrupación, como Hernán Siles y Juan Lechín. Por último, cuando la revolución de 1952 depuso a dicho régimen de facto, Ruiz y Roca registraron el retorno al país del líder exiliado Víctor Paz Estenssoro para asumir la Presidencia de la República. Ninguna de estas constancias llegó, empero, a cuajar en películas terminadas y el pietaje, entregado más tarde al gobierno revolucionario, finalmente desaparecería sin explicación.

En el mismo año 1952 Ruiz hizo de nuevo en el marco de su primera línea temática, el documental turístico La Villa Imperial de Potosí por encargo de la Presidencia de la República. Similarmente, pero ya un poco antes del estallido revolucionario, había hecho un mediometraje de 40 minutos que, titulado Bolivia, lograba un bello mosaico de escenas claves en la vida del país. El guión de este filme fue escrito en parte por Gonzalo Sánchez de Lozada. Según un historiador del cine boliviano, Alfonso Gumucio Dagrón, para Augusto Roca esta película —que fue muy apreciada por el público en todo el país y en el exterior— era la mejor de todas las de su compañero Jorge.

También en 1952 Ruiz hizo su primera incursión en el campo del largometraje argumentado. En codirección con Gonzalo Sánchez de Lozada filmó en el Beni pietaje considerable y de alta calidad fotográfica bajo un esquema de aventuras centrado en un extraño pero atractivo personaje real, Charlie Smith, un anciano gringo trotamundos. El título previsto para el filme fue Detrás de los Andes. Al cabo de unos meses de accidentado rodaje, esta producción tuvo que ser suspendida principalmente por falta de dinero para terminarla.

Un par de años después el cine de Ruiz comenzaría a ganar rápidamente una amplia resonancia internacional en virtud de su película Vuelve Sebastiana. [Véase la página 8]

En 1957 Jorge Ruiz asumió la dirección del Instituto Cinematográfico Boliviano (ICB), que Waldo Cerruto había fundado en el primer periodo de gobierno del MNR, a cuya línea de promoción desarrollista daría continuidad. Alternaría el ejercicio de esa función pública con cortos contratos ocasionales con productores del exterior. Por ejemplo, la BBC de Londres, la CBS y la NBC de Estados Unidos, la Televisión Española y la Televisión de la República Federal de Alemania.

La primera realización de Ruiz en aquella entidad estatal fue también su primer largometraje: La vertiente, la aleccionadora historia de la lucha de una comunidad selvática por lograr acceso al agua, entrelazada con un romance entre una maestra y un cazador de caimanes. Hizo luego, siempre combinando hábilmente la ficción con realidad, Los primeros, un filme promotivo de la industria petrolera fiscal que ganaría en 1959 el Segundo Premio del Festival de Bilbao, España. También hizo, por encargo de la Organización Mundial de la Salud, Miles como María, un recuento de actividades sanitarias desarrollado en torno a la lucha de una maestra por enseñar normas higiénicas a los campesinos del Ande. Este filme obtuvo en 1958 el Gran Premio del Festival de Venecia en la categoría de películas para televisión.

Por último, Ruiz hizo en 1962 con el ICB Las montañas no cambian, un documental también con trama y de gran fotografía que muestra obras y logros del gobierno derivado de la revolución del 9 de abril de 1952 sin caer en vulgaridad propagandística. Conquistó con él menciones y medallas en Checoslovaquia, Alemania y España entre 1962 y 1964.

La fértil laboriosidad de Ruiz era tal que se las ingenió para producir en aquel mismo periodo docenas de noticiosos, la serie de diez entregas Bolivia lo puede (auspiciada por el USIS con orientación a la población rural y por eso en quechua y aymara, además del español), otra similar para YPFB, Bolivia en acción y una tercera de promoción del cuidado ambiental, además de diez películas instructivas para la Policía del Ecuador.

El empresario minero y promotor cultural Mario Mercado Vaca Guzmán, que había hecho algo de cinematografía cuando estudiaba en Estados Unidos, estableció en 1966 la firma PROINCA con el concurso clave de Jorge Ruiz, que acababa de regresar al país de su exilio en Perú.

Por los próximos 10 o 12 años produciría él en esa empresa un número considerable de documentales y noticiosos, así como un filme comercial de aventuras, el largometraje Mina Alaska (primero en color en Bolivia); un rescate por recomposición del material filmado en 1952 para la fallida película de aventuras Detrás de los Andes. Carlos Mesa sostuvo sobre esta producción de 1968, que tuvo por guionista al escritor Raúl Botelho Gosálvez, lo siguiente: “El estreno de la película fue recibido con dureza por la crítica cuyos puntos de referencia estaban apoyados entonces en Aysa y Ukamau… Mina Alaska es sin duda y con todas sus limitaciones la mejor película que se haya hecho en Bolivia en una ruta distinta a la del cine político y social cuya vanguardia es el Grupo Ukamau. Y lo es porque recupera elementos muy importantes de la cultura de Bolivia en su veta andina y en su veta tropical, porque trasciende el exotismo folklorista y porque tiene un cierto tono de documento o de libro de viajes …”.

Entre las otras realizaciones de Ruiz en el periodo está una sobre la muerte del presidente Barrientos, Su último viaje (1969) y varias en la línea de apoyo al desarrollo nacional. Por ejemplo: Cielos de progreso, Primero el camino, Los nuevos potosíes, fomento de las inversiones, La gran herencia, referente a la riqueza cultural de Bolivia, y El gran desafío, en torno al problema de la cocaína.

Ruiz fue también uno de los precursores del video en Bolivia, apenas poco después del primero de ellos, Alfredo Ovando. En 1981, volviendo de su última estada en el exterior (Ecuador), Jorge estableció la firma TV-Mundo en sociedad con Alberto Villarpando, el talentoso musicalizador de muchas de sus producciones, y con María Cristina Achá, que había trabajado en el Canal 7 —el único del país hasta entonces— y contaba con algún equipo para video.

Al disolverse en 1983 la empresa antes citada, Ruiz formó otra, Centro Cine-Video. Lo acompaña leal y eficazmente en este empeño su hijo, Guillermo Ruiz Arellano, quien heredó el oficio de su padre desde pequeño. Experimentado por el largo aprendizaje como ayudante de Jorge, Guillermo se capacitó, por otra parte, en Corea y Estados Unidos en la producción videográfica. Es, por tanto, un profesional completo en cine y en video. Padre e hijo han hecho juntos en video, en consecuencia, un número apreciable de documentales de mérito —siempre en su línea social y pro desarrollo— incluyendo uno sobre la producción de energía eléctrica que obtuvo una mención en un festival en Suiza en 1992. Jorge realizó, además, el primer video de ficción en Bolivia sobre el cuento El círculo de Óscar Cerruto, cuyo guión aportó la poetisa Blanca Wietüchter.

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