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Gerard de Villiers y la novela negra

La muerte de Gerard de Villiers, a los 83 años, cuando apenas terminó su novela número 200 titulada La venganza del Kremlin, me ha impulsado a reflexionar sobre el género policial o los krimi (como dicen los alemanes) que, de siempre, tiene el favor de un público numeroso, pese al menosprecio de aquellos literati, que desdeñan la calidad de esas tramas, a veces de intrincada invención.

Antaño, aparte del inmortal Sherlock Holmes, estaban el imaginario investigador  Jules Maigret, honrado con una estatua en Holanda, creado por el francés Georges Simenon; el belga Hercule Poirot, que muere en las páginas de Telón o la insoportable Miss Marple, ambas criaturas de Agatha Christie,  causaron suspenso en sus ávidos lectores. Y para rematar, el James Bond de Ian Fleming, activo en episodios de la Guerra Fría, recalentados por el británico John Le Carre, o el clásico estadounidense Raymond Chandler, con su detective privado Philip Marlowe.

Hoy es el turno de Stephen King,  que acaba de entregar Doctor Sleep o del riguroso sueco Henning Mankell, padre del inspector Kurt Wallander, cuyo poder de deducción destella maestría en su reciente Un paraíso tramposo. También sigue en la lista, la americana Mary Higgings Clark, con sus 27 títulos vendidos a 85 millones de lectores. En la lengua castellana, masas de escribidores caminaron por esta senda, basta recordar que Jorge Luis Borges y su sombra Adolfo Bioy Casares fueron quienes alumbraron al pintoresco Isidro Parodi.

VILLIERS. Pero entre los modernos criminólogos sobresale por su constancia y su longevidad el francés Gerard de Villiers, quien en 1965 parió al príncipe austriaco Su Alteza Serenísima (SAS) Malko Linge, un aristócrata desmonetizado, siempre empaquetado en su elegante traje de alpaca, fino en el salón, sulfuroso león en la alcoba, seductor de ojos dorados con los que adorna su pasión por la sodomía. Es, además,  implacable luchador en las calles de varios países donde sus servicios, por cuenta propia o de la CIA, fueran requeridos.

Se dice que De Villiers deseaba retratarse en su héroe, porque las correrías de este fabulador por el mundo ocurren en la actualidad, entre gentes que cruzamos todos los días en los bares, los trenes, los aeropuertos, los teatros, los salones o los burdeles. Para dar mayor realismo a sus elucubraciones, De Villiers acostumbraba apersonarse al mismísimo teatro de los acontecimientos.

Por ejemplo, en junio de 1974, se infiltró entre los rebeldes de Belfast, para testimoniar las batallas inter-irlandesas. Ese mismo año, tropezó en una emboscada en Cambodia; y el 26 de junio de 1980, un guerrillero de Frente Farabundo Martí, de El Salvador, cayó muerto a sus pies, víctima de la bala de un francotirador;  trajinó por Angola, durante la guerra civil, como también por Colombia, donde entrevistó a la madre de la secuestrada Ingrid Betancourt; estuvo en Santiago indagando el universo de la tortura bajo Pinochet. Queda en la memoria su expedición a Nicaragua para recabar material, frecuentando “contras” y sandinistas por igual.

DAMASCO. Otra novela, De Villiers narra un proyecto de atentado contra el presidente Sadat de Egipto, seis meses antes que éste verdaderamente suceda. La prensa americana se admira que en su El camino de Damasco describa con detalle el ataque al palacio presidencial de Bachar El-Assad, que tuvo lugar un mes más tarde. La estupefacción es aún mayor cuando preconiza que facciones radicales islamistas asaltarían el poder en la Libia pos Kaddafy, anticipación patentada en Los locos de Benghazi. Es entonces que gana el apodo de “el novelista que sabía demasiado”. Pero su previsión del futuro no es fruto de ninguna quiromancia, sino el resultado de sus frecuentes contactos con los servicios secretos y con embajadores parlanchines.

En sus excursiones investigativas cultivaba el hábito de recoger los mínimos datos para la objetiva descripción geográfica y cultural del área donde se desarrollaban la aventuras de SAS.

Se calcula que sus 200 argumentos novelescos, traducidos a 17 lenguas, habrían sido difundidos con la venta de más de 150 millones de ejemplares redactados originalmente en su vieja máquina de escribir, donde volaban velozmente sus dos dedos creadores, recluido en su suntuoso apartamento de la avenida Foch, la más elegante arteria residencial de París.

Se esperó su desaparición para confirmar que, efectivamente, en algún momento de su vida, habría sido agente de la Dirección General de Seguridad Exterior de Francia, razón por la cual su protagonista jamás realizaba sus travesuras en territorio galo, para no dar a conocer las coberturas y trucos de su agencia madre, como solía revelar con precisión los secretos de las agencias espías extranjeras.

Su obra es indudablemente una motivación para la vulgarización de la geopolítica mundial, de las rivalidades abiertas y las encubiertas o las batallas inter-agenciales. Su erudición era sorprendente; según sus amigos, conocía de memoria la categoría de régimen, la identidad del presidente y del jefe de inteligencia de más de 150 países. Aunque, evidentemente, quedó a la zaga por el avance tecnológico a través del espionaje electrónico en la era de la NSA americana, del wikyleaks y de Edward Snowden; pero esa desventaja no disminuyó su capacidad de análisis y de prognosis en los enredos  de los tópicos que estudiaba.

En su fluida autoría se saluda su puntual actualización en los hechos cotidianos, pues luego de conocer los vericuetos de la Guerra Fría, sus reseñas últimas se centran en la lucha contra el terrorismo islámico, el tráfico de drogas desde Colombia y otros temas del siglo XXI.

Su vida fue tan movida y plena de sucesos inesperados, como lo es el testamento que redactó poco antes de morir. En ese documento ni siquiera menciona a la más reciente  de sus cuatro esposas, mas deja la heredad moral de su sello editorial SAS a su hija Marion. En tanto que su vástago Michael no recibiría nada. No obstante, la venta de millones de libros, al momento de su deceso, las cuentas bancarias del novelero estaban vacías, pese a que los exitosos títulos de sus obras se tiraban a razón de medio millón de ejemplares y los otros, a cien mil unidades.

LA PAZ. En uno de sus viajes  de exploración para sus escritos, Gerard de Villiers llegó a Bolivia, con propósito de recopilar evidencias de base para su Safari a La Paz, (numero 27 de la serie SAS, editorial Plon, 1972). El libro empieza con una alucinante escena de erótico bestialismo cometido por un antiguo nazi refugiado en el altiplano en detrimento de  una esbelta vicuña que compartía su dormitorio y sus angustias, caricaturando para ese rol a don Federico, un conocido patricio paceño, de ojos azules y copiosa barba. Su relato recorre las calles de La Paz, encuentros furtivos en la iglesia de San Miguel y otros lugares donde cuenta las operaciones del entonces incipiente tráfico de drogas en medio de situaciones de sexo, sangre y política.

La más reciente muestra de su popularidad la propició su entusiasta lector, el presidente ruso Vladimir Putín, otrora cumplido agente de la KGB soviética, quien aprovechando su visita a Moscú, solicitó que De Villiers le autografiase algunos de sus libros, particularmente La venganza del Kremlin, que circula desde hace un mes y en cuyas páginas Putin aparece como comentarista del  aparente suicidio, acontecido en Londres, de su archienemigo, el magnate Boris Berezovsky.
Aún sin De Villiers y otros autores desaparecidos, la novela negra seguirá cautivando a apresurados clientes  del morbo, la violencia y la intriga, siempre presentes en la contienda internacional.