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Mario Vargas Llosa. héroe épico, héroe discreto

La semana que empieza Mario Vargas Llosa estará en Santa Cruz invitado por la Fundación Nueva Democracia. El martes 21, a las 19.00, participará en un coloquio literario en el centro de Formación de la Cooperación Española. Al día siguiente, en la mañana, ofrecerá una conferencia de prensa en el hotel Los Tajibos y en la noche, a las 19.00, dictará la conferencia titulada Desafíos a la libertad en América Latina, un tema recurrente en el repertorio del escritor peruano-español.

El solo anuncio de su llegada ha despertado inusitadas vocaciones por la crítica literaria incluso en los representantes más encumbrados del poder político. Esos inéditos aportes a la comprensión de la multifacética figura del Premio Nobel de Literatura han establecido una dicotomía que no admite contestación: Vargas Llosa es un buen novelista, pero es un pésimo político.

Debemos suponer de buena fe que esos súbitos críticos para llegar a esa conclusión han recorrido las copiosas páginas de las 18 novelas escritas hasta ahora por Mario Vargas Llosa, desde los lejanos días en los que debutó con La ciudad y los perros (1962) hasta la más reciente de sus invenciones titulada Un héroe discreto (2012).

Más razonable, quizás, sería decir que Vargas Llosa es sin duda un novelista —tanto por su insistencia en la práctica de ese complejo género como por el  conocimiento que tiene de los más íntimos recovecos del arte narrativo— pero que no todas su novelas tienen los mismos alcances. Esto supone, por cierto, haber cumplido el mínimo requisito de haber leído algunas de sus obras.

Escritor. Para lo que nos interesa, el Vargas Llosa que llega ahora a Bolivia no es el escritor de La ciudad y los perros sino, cara a su actualidad como creador, el autor de El sueño del celta (2010) y El héroe discreto (2013). Sus lectores saben que entre una punta y otra ha transcurrido densamente medio siglo de vida y de dedicación a la escritura.

Las dos novelas citadas —publicadas apenas con tres años de distancia— tienen la virtud de mostrar dos de las caras posibles del novelista. Dos espacios de creación y dos espacios de escritura.  

En El sueño del celta Vargas Llosa da rienda suelta a una de sus pasiones creativas: la reconstrucción histórica. Pero como en su caso la reconstrucción histórica responde a afanes novelísticos, la historia no gira en función a grandes designios, sino en torno a los avatares de un héroe. Obró de esta manera, ejemplarmente, en La guerra del fin del mundo. En cierto sentido, obró así también en La fiesta del chivo.  

El héroe de esa novela es un personaje histórico, el irlandés Roger Casement que en la vida real a principios del siglo XX logró notoriedad por su denuncia de las atrocidades del imperialismo europeo en sus colonias del África, concretamente en el Congo entregado a Bélgica para su explotación. Pero como un verdadero héroe trágico acabó sus días, en 1916, fusilado culpable de traición a Inglaterra por propiciar la insospechada alianza entre la rebelión de los nacionalistas irlandeses  y los ejércitos del Káiser.   

En el sueño del celta está la escritura de largo aliento de Vargas Llosa, esa escritura que recorre largas historias en grandes territorios, que explora y descubre mundos ajenos y que logra con un tono indudablemente épico entrelazar el fondo histórico con las contradicciones humanas de un individuo.  

Discreto. En cambio, en El héroe discreto está el Vargas Llosa del realismo inmediato —el Perú supuestamente próspero de hoy—, el escritor que recorre una geografía propia, conocida, donde ya ha transcurrido su literatura y por ello le resulta cómoda: las ciudades de Piura y Lima. En esta novela está el Vargas Llosa idiosincrático, peruano, conocedor de los usos y costumbres del entorno hasta el riesgo de un nuevo costumbrismo.

En ese espacio inscribe dos historias paralelas que acaban cruzándose. Una, la de Felícito Yanaqué, un emprendedor provinciano dueño de una flota de buses que encarna la ética del trabajo y la superación personal y que se mide en el mundo resistiendo heroicamente los intentos de extorsión de unos misteriosos delincuentes. La otra, la de Ismael Carrera, un empresario limeño adinerado que contra todas las previsiones clasistas pretende casarse con su empleada doméstica.   

Dos tipos de héroes muy distintos y distantes. El de El sueño del celta es un héroe excesivo, que se debate entre las grandes contradicciones de la historia y de su vida. Los de El héroe discreto hacen honor al título de la novela, no hay nada en ellos que exceda la medianía de una sociedad de igual medianía. Dos héroes verdaderamente discretos.

Para la escritura de El sueño del celta, Vargas Llosa aspiró a revivir el aliento de un tono épico que sin duda conoció mejores momentos, pero que en esta novela no fracasa. Para la escritura de El héroe discreto, Vargas Llosa se resignó a sacar la mejor partida a todas su mañas narrativas, incluyendo, con dudosa fortuna, el hacer revivir antiguos personajes de antiguas novelas.