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‘Contarlo todo’, novela para los tiempos livianos

El peruano Jeremías Gamboa ha debutado en la novela con un best-seller

/ 2 de febrero de 2014 / 04:00

El mundo de la literatura nuevamente se ha estremecido con la novela Contarlo todo de Jeremías Gamboa.

¿Qué tiene el joven escritor peruano que han logrado cautivar a las nuevas generaciones de lectores en varias partes del mundo con una novela que a pocos meses de su lanzamiento arrasa con las  ventas en las ferias más importantes de Europa y Latinoamérica? Una sola cosa: simplicidad.

Contarlo todo es un relato lineal, simple, narrado en primera persona. Cuenta la vida de Gabriel Lisboa, alter ego de Gamboa, un muchacho de arraigo quechua, mantenido por sus tíos instalados en Lima. Una mujer trabajadora del hogar la tía y el tío Emilio un mozo letrado que trabaja en una pizzería de un barrio residencial limeño. Éste tozudamente logra encaminar a su sobrino a una profesión e insertarlo en el mundo del periodismo. Es un mundo que Lisboa ama y odia, que lo descubre como escritor y lo pervierte como joven aprendiz del oficio.

personaje. Con naturalidad y sin jactarse de conocimientos ni palabras rebuscadas, Gamboa a través de su personaje va desnudando sin querer su propio ser. Ese personaje es el resultado de una sociedad conservadora y colonial. Hasta el punto que se asume inferior en todas sus actuaciones: al ingresar con gran sacrificio y deudas a la universidad privada más cara del Perú y relacionarse con los hijitos de papá, al esconderse de sus amigos para evitar burlas cuando debe trabajar de huachimán, una especie de vendedor ambulante, y sentir odio por su condición de pobre diablo: “Los reconocí a todos allí —dice en una parte de la novela—  llevaban sus sandalias y sus shorts, lentes oscuros sobre las narices con crema, polos precisos sobre las pieles bronceadas por el sol de verano, y recuerdo que los miré con rencor: sin duda seguían ocupando ese lugar que yo había percibido —y sin duda aún percibía— superior al mío…”.

Para relacionarse con Fernanda, una bella joven de la alta sociedad limeña, y prolongar el frenesí y sus amoríos, Lisboa debe soportar las más crueles discriminaciones del padre de ella: “Empezó diciéndome que si tendría que hacerlo (eliminarlo) no sería personalmente, porque con la vida de alguien como yo no valía la pena ensuciarse las manos; gente como yo moría todos los días y a nadie la importaba demasiado…”.

 Pero es el periodismo el que de alguna manera consiente a Lisboa para ascender socialmente, el que le permite ganar dinero, relacionarse con los viejos “tiburones” de la prensa que le enseñan el oficio y lo animan a ser escritor transmitiéndole a fuerza de “sacadas de mugre” el amor por el oficio y  la literatura. En este sentido, hay escenas casi calcadas de Tinta roja de Alberto Fuguet en las que el aprendiz de reportero debe enfrentarse a la página en blanco.

 Pero más allá de la simple y aturdida vida del personaje —entre sueños de ser escritor y encontrar un espacio de reconocimiento y realización personal—, la novela nos ofrece un grito descarnado de la adolescencia, la juventud y otras estafas.

Casi al estilo de Roberto Bolaño en Los detectives salvajes, Gamboa se acerca con alegría y nostalgia a esa etapa de la vida que la psicología descaradamente ha etiquetado como adolescencia. Desconociendo el poder creativo, lúcido y poderoso de ese tránsito evolutivo, ha condenado esa febril e irrepetible etapa humana a un simple padecimiento característico de una edad.

Los amigos y la amistad son el fin más preciado que Gamboa retrata, cuando sus personajes se apoderan del mundo. Son dueños de la más grande y dichosa irresponsabilidad que les permite descubrir su individualidad. La novela nos lleva a un viaje de intenso placer lleno de errores gratificantes pero que conducen, con creces,  a la madurez y a formar parte a regañadientes del mundo de los adultos: estructurado, tedioso, mecánico. Ese mundo adolescente que atraviesa Lisboa es el que le lleva a enfrentar sus fantasmas, el que le permite encontrar su voz, descubrir su vocación y escribir su novela.

amistad. Es el mundo del conciliábulo el que les permite a Lisboa y a sus amigos asumirse como poetas locos enamorados, dioses dueños de su tiempo, animados por la euforia de sentirse vivos al ritmo de Lou Reed, Clash, Pulp, Charly García o los Beatles. Una liturgia creada con el fin de evadirse de la sociedad y sus normas, donde todos asumen los roles deseados, flotando en un ambiente confuso e incontrolable que les permite atravesar con muchas heridas a otro estadio. El de la llamada sensatez.

Una novela con voz propia que a ratos pasa al folletín y al relatos estilo Corín Tellado, sobre todo en las escenas afiebradas del protagonista. Sin embargo ese recurso no le quita lo apasionante, mantiene el interés y ritmo caracterizado por la fuerza del relato, la sobriedad de la prosa y el juego literario sin esfuerzos ni vueltas. Contarlo todo de Jeremías Gamboa es una novela para estos livianos tiempos, una novela que se deja leer.

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‘Contarlo todo’, novela para los tiempos livianos

El peruano Jeremías Gamboa ha debutado en la novela con un best-seller

/ 2 de febrero de 2014 / 04:00

El mundo de la literatura nuevamente se ha estremecido con la novela Contarlo todo de Jeremías Gamboa.

¿Qué tiene el joven escritor peruano que han logrado cautivar a las nuevas generaciones de lectores en varias partes del mundo con una novela que a pocos meses de su lanzamiento arrasa con las  ventas en las ferias más importantes de Europa y Latinoamérica? Una sola cosa: simplicidad.

Contarlo todo es un relato lineal, simple, narrado en primera persona. Cuenta la vida de Gabriel Lisboa, alter ego de Gamboa, un muchacho de arraigo quechua, mantenido por sus tíos instalados en Lima. Una mujer trabajadora del hogar la tía y el tío Emilio un mozo letrado que trabaja en una pizzería de un barrio residencial limeño. Éste tozudamente logra encaminar a su sobrino a una profesión e insertarlo en el mundo del periodismo. Es un mundo que Lisboa ama y odia, que lo descubre como escritor y lo pervierte como joven aprendiz del oficio.

personaje. Con naturalidad y sin jactarse de conocimientos ni palabras rebuscadas, Gamboa a través de su personaje va desnudando sin querer su propio ser. Ese personaje es el resultado de una sociedad conservadora y colonial. Hasta el punto que se asume inferior en todas sus actuaciones: al ingresar con gran sacrificio y deudas a la universidad privada más cara del Perú y relacionarse con los hijitos de papá, al esconderse de sus amigos para evitar burlas cuando debe trabajar de huachimán, una especie de vendedor ambulante, y sentir odio por su condición de pobre diablo: “Los reconocí a todos allí —dice en una parte de la novela—  llevaban sus sandalias y sus shorts, lentes oscuros sobre las narices con crema, polos precisos sobre las pieles bronceadas por el sol de verano, y recuerdo que los miré con rencor: sin duda seguían ocupando ese lugar que yo había percibido —y sin duda aún percibía— superior al mío…”.

Para relacionarse con Fernanda, una bella joven de la alta sociedad limeña, y prolongar el frenesí y sus amoríos, Lisboa debe soportar las más crueles discriminaciones del padre de ella: “Empezó diciéndome que si tendría que hacerlo (eliminarlo) no sería personalmente, porque con la vida de alguien como yo no valía la pena ensuciarse las manos; gente como yo moría todos los días y a nadie la importaba demasiado…”.

 Pero es el periodismo el que de alguna manera consiente a Lisboa para ascender socialmente, el que le permite ganar dinero, relacionarse con los viejos “tiburones” de la prensa que le enseñan el oficio y lo animan a ser escritor transmitiéndole a fuerza de “sacadas de mugre” el amor por el oficio y  la literatura. En este sentido, hay escenas casi calcadas de Tinta roja de Alberto Fuguet en las que el aprendiz de reportero debe enfrentarse a la página en blanco.

 Pero más allá de la simple y aturdida vida del personaje —entre sueños de ser escritor y encontrar un espacio de reconocimiento y realización personal—, la novela nos ofrece un grito descarnado de la adolescencia, la juventud y otras estafas.

Casi al estilo de Roberto Bolaño en Los detectives salvajes, Gamboa se acerca con alegría y nostalgia a esa etapa de la vida que la psicología descaradamente ha etiquetado como adolescencia. Desconociendo el poder creativo, lúcido y poderoso de ese tránsito evolutivo, ha condenado esa febril e irrepetible etapa humana a un simple padecimiento característico de una edad.

Los amigos y la amistad son el fin más preciado que Gamboa retrata, cuando sus personajes se apoderan del mundo. Son dueños de la más grande y dichosa irresponsabilidad que les permite descubrir su individualidad. La novela nos lleva a un viaje de intenso placer lleno de errores gratificantes pero que conducen, con creces,  a la madurez y a formar parte a regañadientes del mundo de los adultos: estructurado, tedioso, mecánico. Ese mundo adolescente que atraviesa Lisboa es el que le lleva a enfrentar sus fantasmas, el que le permite encontrar su voz, descubrir su vocación y escribir su novela.

amistad. Es el mundo del conciliábulo el que les permite a Lisboa y a sus amigos asumirse como poetas locos enamorados, dioses dueños de su tiempo, animados por la euforia de sentirse vivos al ritmo de Lou Reed, Clash, Pulp, Charly García o los Beatles. Una liturgia creada con el fin de evadirse de la sociedad y sus normas, donde todos asumen los roles deseados, flotando en un ambiente confuso e incontrolable que les permite atravesar con muchas heridas a otro estadio. El de la llamada sensatez.

Una novela con voz propia que a ratos pasa al folletín y al relatos estilo Corín Tellado, sobre todo en las escenas afiebradas del protagonista. Sin embargo ese recurso no le quita lo apasionante, mantiene el interés y ritmo caracterizado por la fuerza del relato, la sobriedad de la prosa y el juego literario sin esfuerzos ni vueltas. Contarlo todo de Jeremías Gamboa es una novela para estos livianos tiempos, una novela que se deja leer.

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