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Mundos reales e irreales de José Bayro

José Bayro pinta una realidad y una irrealidad simultáneas” escribió Carlos Monsiváis sobre la  obra de este artista nacido en Cochabamba en 1960 y avecindado en México desde hace más de 30 años.

Bayro ha explorado desde el principio de su ya larga trayectoria creativa las posibilidades de esa “realidad e irrealidad simultáneas”. Y lo ha hecho sobre todo a través de la pintura al óleo, pero también a través de la escultura, el grabado y la cerámica.  

Pasó una breve temporada en La Paz, reponiéndose de un año —2013— particularmente agitado. En abril inauguró su escultura monumental La pareja del trompo de 3,25 metros de alto en el Complejo Cultural de la Universidad Autónoma de Puebla, la ciudad de México, donde reside. Y con tal motivo, esa universidad organizó una gran muestra de su trabajo en la que se expusieron 99 obras suyas entre óleos de gran y pequeño formato, esculturas, objetos, cerámicas y grabados.

Luego estuvo en Lima donde presentó su serie de 43 piezas Un arcabucero en Tenochtitlán como parte del programa de la IV Bienal Internacional de Grabado. Y después se fue a París para participar en otra exposición. Y regresó a México… Y en enero estuvo aquí.

En el estudio del también artista Mauricio Bayro en Calacoto —en los altos de una casa familiar que sobrevive como una luminosa isla en medio de la proliferación de edificios comerciales— José Bayro se entusiasma cuando habla de su escultura La pareja del trompo.  “Tuve la fortuna —dice— de ser invitado por Enrique Agüera, rector de la Universidad de Puebla, para instalar una obra en el Corredor Escultórico del Complejo Cultural Universitario. La pieza original la tallé en mi casa. Y luego la llevamos a México D.F. para hacer el molde y fundirla. Las dos piezas regresaron a Puebla. La de cemento está en el techo de mi casa y la de bronce se instaló en la Universidad. Tiene casi tres metros treinta. Pinté el bronce con baldes de ácido para darle una pátina del tiempo…”

La pareja del trompo no es la única escultura monumental que Bayro instaló en Puebla. “La primera que hice —recuerda— fue el Hombre azul. Un homenaje a la ciudad de Puebla de cinco metros de alto, de cemento armado cubierto con cerámica de Talavera de la Reina. La ciudad de Puebla tiene siete ríos y la cerámica azul de Talavera recuerda la presencia del agua. En el corazón del personaje está encerrado un Ekeko, que es la presencia boliviana dentro del Hombre azul”.

José Bayro es un artista que se mueve en varias disciplinas según sus necesidades. “Soy un artista —dice— para quien lo fundamental es el acto creativo. Por eso abrí un abanico de posibilidades creativas. Comencé con el óleo y sigo siendo un gran amante de la pintura. Después de 30 años de desarrollar mi técnica sigo entusiasmado con el manejo del color, veo un caleidoscopio en el que el color todavía tiene posibilidades sorprendentes. En ese camino de la pintura se me ha cruzado la escultura, pequeña primero y después monumental. El soporte fundamental de mi trabajo es sin duda el dibujo, sin embargo actualmente estoy tratando de quitar la línea de contorno para trabajar más la integración de la luz. Me interesan todas las posibilidades creativas, ahora también estoy haciendo joyería. Estoy haciendo carteras con la idea de ‘portemos arte’. ¿Por qué no llevar obras de autor seriadas como si fuesen grabados? Pero siento que ahora me voy a concentrar más en mis óleos y en mis bronces”.

En el mundo representado o construido en la obra de José Bayro hay un plano inmediato, evidente a los sentidos —la riqueza cromática, el trazo preciso, los personajes perfectamente caracterizados— y un plano que solo se revela si se escudriña la obra atendiendo a los detalles. Eso es lo que quizás quiso señalar Monsiváis cuando escribió que Bayro “pinta una realidad y una irrealidad simultáneas”.

“Podemos pensar —dice Bayro al respecto— que es lo bello en el horror. Mi pintura es armónicamente muy equilibrada, cromáticamente hermosa, pero siempre hay algo más detrás de eso: alguna tragedia, una realidad más violenta…”

Esa dimensión oculta es la que le da a la obra de Bayro una densidad particular.  Pese a su apariencia, no hay nada ingenuo en el mundo que crea en sus obras. Hay un ámbito infantil, lúdico, mágico en su trabajo —“es mi mundo feliz, de una niñez inquieta y con mucha libertad”, dice—, pero también hay algo más. Y ese “algo más” es lo que quizás constituye el nudo inquietante de su trabajo.

Con motivo de su exposición en abril de 2013, la Universidad de Puebla editó un extenso libro-catálogo. El texto de presentación lo escribió el crítico de arte boliviano Carlos Ostermann.

Al hablar de la escultura La pareja del trompo, Ostermann recuerda que este juguete “estuvo ligado, desde tiempos inmemoriales, a prácticas mágico religiosas y adivinatorias. La cuerda que se enrolla y se desenrolla una y otra vez, para imprimirle vida, nos recuerda el manejo críptico y siniestro de las Moiras o Parcas, que en lo más profundo del averno, tejen y entretejen los hilos de nuestro destino. En este sentido, la escultura de Bayro plasma —intuitiva y plásticamente— este milenario mito”.

Esta es al parecer la dialéctica profunda de la extensa y diversa obra de Bayro: en sus formas luminosas y definidas de una pureza casi renacentista, se abre una grieta, un pasaje hacia otras dimensiones.