Philomena
La filmografía del director británico Stephen Frears (Leicester, 1941) ha oscilado entre el realismo social a la británica y la adaptación elegante de dramas de época. En ese ir y venir, también alternó etapas dedicadas a escarbar en el lado oscuro de la vida de los inmigrantes en Londres con otras etapas en las cuales se desplazó a Hollywood buscando recursos inaccesibles en la industria de su país. No obstante esos cambios de género y entorno, Frears supo imprimir en todas sus realizaciones un tono mesurado que evitó, aun en los casos de sus más duras requisitorias contra la marginalidad, el panfleto o los golpes bajos.
En sus primeras realizaciones para la pantalla grande —luego de una abundante carrera como director de series de televisión para la BBC—, asociado al novelista paquistaní Hanif Kureishi, armó tensos relatos (Ropa limpia, negocios sucios, 1985; Sammy y Rosie van a la cama, 1986) a contrapelo del conservadurismo impuesto por Margaret Tatcher a una sociedad que se creyó en la antesala de un recobrado esplendor imperial definitivamente perdido, empero.
CINE. Aquellos eran tiempos muy distintos a los de la década de los 60, cuando Frears resolvió trocar su vocación teatral por el cine. En ese cambio tuvo gran influencia su contacto con los Monty Python y la posibilidad de ser asistente de dirección de algunas de las figuras prominentes del movimiento de los “jóvenes iracundos” (Karel Reisz, Albert Finney, Lindsay Anderson).
En 1988, durante su primera incursión al otro lado del Atlántico, realizó Relaciones peligrosas que tuvo varias nominaciones para el Oscar de ese año. Esa faena consagratoria fue el anticipo de otros lauros obtenidos en certámenes más serios, dedicados a premiar la calidad cinematográfica: en 1995 obtuvo el Goya a la mejor película europea por Café irlandés, repitiendo en 2007 con The Queen.
Estos antecedentes pueden resultar útiles para situar adecuadamente Philomena, una película, por decir lo menos, fuera de lo común en el contexto de esa carrera que tuvo escasa presencia en la cartelera local.
Irlanda ha sido siempre el moretón en el ojo de la soberbia imperial británica. Esa vieja riña de bochornoso origen religioso acabó convirtiéndose en una disputa de nacionalismos mezclada con alegatos pseudoteológicos que tuvo una de sus manifestaciones más crueles en un episodio del cual se sabe poco.
En los 50 y 60 del siglo pasado, miles de jóvenes irlandesas fueron enviadas a conventos en “castigo” por haber mantenido relaciones sexuales prematrimoniales, por encontrarse embarazadas o, en algunos casos, sencillamente por ser demasiado atractivas.
A cambio de tan laboriosa cruzada de redención de las pecadoras, las monjas a cargo de esos conventos se reservaban el derecho de “ceder” los hijos de las internas a pudientes familias norteamericanas interesadas en adoptar un niño.
Philomena Lee, cuya historia real cuenta la película de Frears, fue una de esas muchachas mantenidas prácticamente bajo régimen de esclavitud en el monasterio de Roscrea, cercano al pequeño pueblo irlandés de Tipperary. Obligada a trabajar en la lavandería, cierto atardecer de 1955 desde una de las ventanas pudo ver cómo su pequeño hijo Anthony, entonces de tres años, era subido al automóvil de un matrimonio estadounidense al cual acababa de ser vendido por 1.000 dólares.
Varias décadas después, una causalidad permitió que la segunda hija de Philomena interesara al periodista Martin Sixsmith en el drama de su madre. Así, ambos emprendieran la búsqueda de Anthony. Sixsmith, excorresponsal de la BBC y exdirector de comunicaciones del gobierno de Tony Blair, reticente en principio, pronto es cautivado por la candidez y la bonhomía de Philomena, para entonces una mujer de 70 años de una profunda fe religiosa, no obstante los horrores que se vio obligada a soportar por designio de la Iglesia.
PERDÓN. Frears buscó y encontró el equilibrio necesario para no convertir esa historia de vida —en el fondo un alegato acerca del perdón— en un melodrama tremebundo, aun cuando varias secuencias tienen una carga suficiente como para conmover al más duro de los espectadores, ni banalizar un episodio de intolerancia verdaderamente aborrecible.
El hecho de que finalmente Philomena y el periodista encuentren a Anthony —quien acaba de ser despedido de la administración Reagan al parecer por su condición de gay— permite que el relato deje a consideración del público un subtexto, que Frears se cuida mucho de subrayar: un paralelo entre la manifestación de fanatismo religioso y la negativa del Gobierno norteamericano, movido por una homofobia radical, a hacerse cargo de la pandemia del sida entonces en plena irrupción.
Focalizada en las personalidades contrapuestas de sus protagonistas, la trama entrega unos filosos y memorables diálogos que enfrentan los argumentos de la fe y de la razón, desnudando sus límites e insuficiencias para dar cuenta de las duras realidades de la vida. Por lo demás, el relato se apoya principalmente en las sólidas interpretaciones de Judi Dench —quien, en la ficción, durante 20 años fue la dura jefa de James Bond— y del cómico Steve Coogan. Ambos debieron realizar un enorme esfuerzo de contención para frenar sus inclinaciones naturales y encontrar el tono justo para impregnar sus roles de la densidad humana requerida.
Algunas críticas observaron ciertas flaquezas en la interpretación de Coogan como el periodista Sixsmith frente a la arrasadora labor histriónica de Dench en el de Philomena. Me parece, por el contrario, que se trata de una disparidad buscada por el director para sortear cualquier indicio de caricaturización o de maquetismo en la personificación del dúo. En cambio, es posible encontrar cierta inverosimilitud en algunos momentos y algunos saltos abruptos de tono y atmósfera en la puesta en imágenes, pero son fallas menores que no afectan la solidez de la película.
El trabajo de Frears acaba poniendo en tela de juicio los prejuicios de gente como Sixsmith, cuyo escepticismo intelectual bloquea a menudo su capacidad de sintonizar con quienes porque no tuvieron las mismas oportunidades de educación quedaron a merced de los aparatos ideológicos, como la Iglesia que tuvo en la invención de la noción de pecado uno de sus instrumentos más efectivos de control.
Ficha técnica
Título original: Philomena. Dirección: Stephen Frears. Guión: Steve Coogan, Jeff Pope. Libro: Martin Sixsmith. Fotografía: Robbie Ryan. Montaje: Valerio Bonelli. Diseño: Alan MacDonald. Arte: Rod McLean, Sarah Stuart, Barbara Herman-Skelding. Música: Alexandre Desplat. Producción: Marks Blackwood, Steve Coogan, François Ivernel, Christine Langan, Cameron McCracken Henry Normal. Intérpretes: Judi Dench, Steve Coogan, Sophie Kennedy Clark, Mare Winningham, Barbara Jefford, Ruth McCabe, Peter Hermann, Sean Mahon, Anna Maxwell Martin, Michelle Fairley, Wunmi Mosaku, Amy McAllister, Charlie Murphy, Cathy Belton, Kate Fleetwood, Charissa Shearer, Nika McGuigan. Gran Bretaña-Estados Unidos-Francia/2013.