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Blue Jasmine

Con la misma disciplinada perseverancia con la que cada lunes se presenta en un club neoyorquino de jazz a tocar el clarinete con la Eddy Davis New Orleans Jazz Band, cada año Woody Allen estrena un nuevo título. Engrosa así su filmografía en términos cuantitativos, pero desde hace buen tiempo ya no con obras que puedan disputar, ni mucho menos, con las que lo llevaron al sitial en el que pareciera haberse apoltronado para seguir rentando de los laureles de otrora.

Quiero decir que hace rato  —y el parecer es compartido por buena parte de la crítica—, Allen da la impresión de haber apostado por la rutina. No se trata, sin embargo, de hacer leña del árbol caído, las suyas no serán jamás películas del montón. Le siguen sobrando el talento y el buen criterio que, en cambio, suelen escasear en tantos hacedores de celuloide prescindible arropados por la parafernalia tecnológica.

El problema de Allen es que ya no tiene mucho de nuevo para contar y no se muestra especialmente interesado en explorar renovadas posibilidades en el modo de hacerlo. Su filmografía reciente se caracteriza por un inocultable conservadurismo cinematográfico. Esto ha puesto en serios aprietos a innumerables cronistas empeñados en defender a capa y espada a un director al que ciertamente apena acompañar en esta ya dilatada meseta de una filmografía cuyos picos indiscutibles tienen dos décadas y pico de antigüedad.

Tal vez por advertirlo, el propio director se tomó una suerte de año sabático    —varios años para ser preciso— visitando Londres, París, Roma o Barcelona para explorar sus encantos. Y convirtió esas ciudades en escenarios de historias que estuvieron cerca, demasiado cerca en términos dramáticos y de interés, de un ejercicio turístico anodino.

En Blue Jasmine, su última producción, Allen optó por regresar a casa. No solo desde el punto de vista geográfico, también en el reencuentro con las criaturas que conoce y con los lugares que inspiraron sus mejores emprendimientos, aunque las cosas en esta película ocurran en San Francisco y no en Nueva York, el sitio que frecuentó con mayor asiduidad para situar las tramas en torno a seres que tenían en los ambientes de la Gran Manzana el mejor contrapunto a sus alegrías y pesares.

La historia de Jasmine, llamada en realidad Jeannette, nombre que abandonó por considerarlo muy poco chic, tiene múltiples similitudes con la de Blanche Dubois, la heroína de Un tranvía llamado deseo, aun cuando los créditos no mencionen que el guión de Allen se hubiese inspirado en la pieza teatral de Tenneesse Williams.

Al igual que Blanche Dubois, Jasmine es la viuda de un potentado caído en desgracia al haberse evidenciado que resultó ser un estafador, un vividor que la pasaba bomba arrastrando a la ruina a los incautos que confiaban en sus presuntas habilidades para obtener grandes beneficios en negocios siempre turbios.

Paralelamente, mientras la protagonista miraba convenientemente hacia otro lado disfrutando del buen pasar y de las relaciones con personajes de la alta sociedad neoyorquina, su adorado marido —a quien conociera a los sones de Blue Moon, de allí el Blue del título— hacía de su vida privada también un ejercicio cotidiano de simulación e impostura liándose con innumerables amantes.

El último de esos episodios de infidelidad provocó en la mujer un arrebato de alocado despecho que la empujó a una determinación extrema. Este dato Allen se reserva entre las varias vueltas de tuerca en el ir y venir entre pasado y presente, para cuando el desequilibrio emocional de Jasmine la precipita definitivamente en un camino sin retorno hacia el autismo y  la locura.

De la locura, incipiente todavía, nos anoticiamos, en cambio, de entrada merced al irrefrenable parloteo con el cual agobia a su vecina de asiento en el vuelo que la lleva al reencuentro con su San Francisco natal y con su hermana Ginger. Ésta sobrelleva su modesto pasar trabajando de vendedora en un supermercado, viviendo en un estrecho departamento, criando a duras penas a los dos hijos que le dejó en herencia su marido —otra víctima de las trapisondas del marido de Jasmine— e intentando encaminar una relación con Chili, rudimentario consumidor de cervezas y partidos de béisbol.

Para Jasmine sus nuevas circunstancia se le antojan un insoportable descenso al  infierno, del cual intentará escapar a través de otra relación.
En cualquier caso, el brioso prólogo del avión nos devuelve al mejor Woody: cáustico y chispeante, dueño de un filoso humor que es el escalpelo con el cual disecciona los comportamientos de una clase que es puro ademán sin sentido. Sin embargo, cada vez más escéptico —y exacerbadas por el paso del tiempo sus típicas neurosis de intelectual neoyorquino obsesionado por el sexo, la muerte y la imposibilidad de encontrar un lugar satisfactorio para vivir—, Allen hace extensiva su demoledora crítica al resto de sus coetáneos-coterráneos. Al fin y al cabo, opina, Ginger pudo ser Jasmine, todo depende de las oportunidades.

El ímpetu inicial decae a ratos, aun cuando la habilidad para ir dosificando los flashback que ilustran el pasado reciente de la protagonista en medio de su insoportable presente es otra muestra de la recobrada vitalidad del director. También en esta película, como ha sucedido a lo largo de su filmografía, se reclina en la faena de sus actrices para ensayar una aproximación al universo femenino, movida recurrente con la cual quiso hacer suyas las enseñanzas de Bergman, el colega al cual más admira y a quien sin disimulo anheló parecerse desde sus primeras películas. En varias instancias, esa aspiración derivó en imitación a secas. Pero no así en Blue Jasmine.

Cate Blanchet entrega una composición impagable, llena de matices; ella sola es capaz de sostener la historia. Es mérito propio, pero también del pulso del director para llevarla de un estado de ánimo al opuesto con idéntica vibración interior. Otros desempeños también resultan convincentes, especialmente los de Ginger y Chili, dignos de figurar en la nutrida galería de los personajes mejor construidos por Allen. En general, nadie desentona en este trabajo con una siempre disfrutable banda sonora. Esta vez, sin forzar las cosas, puede inscribirse en la lista de los títulos que ameritan verse más de una vez.

Ficha técnica

Título original: Blue Jasmine. Dirección: Woody Allen. Guión:  Woody Allen.   Fotografía: Javier Aguirresarobe. Montaje:  Alisa Lepselter. Diseño: Santo Loquasto. Arte:  Michael E. Goldman. Producción: Letty Aronson, Helen Robin, Jack Rollins, Leroy Schecter, Adam Stern, Stephen Tenenbaum, Edward Walson. Música: Paul Abler,  Dj Aljaro, J. Berni Barbour, Taren Bilkhu,  Andrew Bojanic, Gussy. Intérpretes: Cate Blanchett, Joy Carlin, Richard Conti, Glen Caspillo, Alec Baldwin,  Charlie Tahan, Annie McNamara,  Sally Hawkins, Daniel Jenks, Max Rutherford, Andrew Dice Clay, Tammy Blanchard, Kathy Tong, Ted Neustadt,  Andrew Long. EEUU/2013.