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Inicio de la Temporada 2014

Hacia 1892, el bohemio  Anton Dvorak fue tentado por la poderosa burguesía de Nueva York para dirigir el Conservatorio de esa ciudad. Los robustos banqueros creían que ya era hora no solo de escuchar música clásica sino también de producirla. En su corta permanencia en la Gran Manzana, Dvorak hizo por lo menos dos cosas dignas de memoria. Les dijo a los newyorquinos que la única posibilidad de que pudieran crear una música “culta” propia sería sobre la base de la música popular, pero no de cualquier música popular, sino de la música negra. La segunda cosa digna de memoria que Dvorak hizo como resultado de su paso por Nueva York fue componer la Sinfonía N° 9, del Nuevo Mundo.         

El estupor que les provocó a los norteamericanos la primera declaración de Dvorak tardaría unas décadas en despejarse. Llegó Gerswin y le dio la razón. Simplemente hizo lo que tenía que hacer: música “culta” sobre la base de la música negra.

Por su parte, la Sinfonía del Nuevo Mundo —Dvorak predicó con el ejemplo: utilizó elementos de la música negra— atravesó campante todo el siglo XX y lo que va del XXI. Y la sinfonía sigue siendo tan del Nuevo Mundo que la otra noche aterrizó sin problemas en el Teatro Municipal Alberto Saavedra Pérez de La Paz donde el maestro potosino Mauricio Otazo la dirigió con gran seguridad y soltura al mando de la Orquesta Sinfónica Nacional.  

Pero antes de interpretar a Dvorak, Otazo dirigió a la Sinfónica y al pianista noruego —y “peruano de corazón” según sus propias palabras— Helge Antoni en el Concierto para Piano de su compatriota —por noruego no por peruano— Edvard Grieg.

Sé que es abusivo decirlo, pero los primeros acordes de este Concierto me resultan muy aptos para característica de radio de “música selecta”. Pero el resto de la obra transcurre con una tensión interior que se modula con gran encanto. Y el pianista Antoni se puso a la altura de los encomiables propósitos del compositor. Es más, siempre fue preciso y cuando quiso —como en el solo al promediar el primer movimiento— también fue vibrante. Dado que Grieg es un romántico y dado que los románticos amaban mucho a su tierra, me imagino que el dramático final del Concierto tiene la obligación de hacernos pensar en los dramáticos fiordos noruegos. Por lo menos en lo que a mí respecta, lo logró.

Así comenzó, y con muy buenos auspicios, la Temporada 2014 de la Orquesta Sinfónica Nacional.

Odio la música clásica, el nombre no la cosa. (Por supuesto, estoy copiando descaradamente la feliz frase de Alex Ross.) Pero no importa el nombre, la “cosa” siempre es agradable. Y el programa de la Sinfónica de este año contiene algunas promesas. En agosto, por ejemplo, se tocará la Sinfonía N° 1 de Shostakóvich. El hecho es importante si se considera que —no solo aquí— la obra más nueva de los conciertos de música clásica suele tener entre 200 y 300 años.