Tuesday 16 Apr 2024 | Actualizado a 03:06 AM

La ciudad de los cholos

Una reseña del libro de la socióloga Ximena Soruco, ‘una rica historia cultural de la representación criolla de lo cholo/mestizo en los últimos 150 años’

La autora de este libro, publicado bajo el auspicio del IFEA y el PIEB, tiene un doctorado en literatura de la Universidad de Michigan, Estados Unidos, sin embargo, el estudio está encantadoramente libre de las vanidades del escolasticismo contemporáneo. No hay descargas de “eruditos” pies de página y al lector se le evita arremetidas deconstruccionistas en serie. Aunque alerta: si usted prefiere su etimología libre de intrusiones proctológicas (o viceversa) evitar la página seis, en la que Foucault hace una aparición solitaria y completamente opuesta.

Éste es un trabajo interdisciplinario muy distante del sentido convencional del pequeño hurto de alguna ciencia social vecina. Soruco varía su expresivo registro con pinturas (Melchor María Mercado para mediados del siglo XIX), novelas (Nataniel Aguirre para el siglo XIX, Armando Chirveches y Enrique Finot para el XX), fotografías (principalmente del Estudio Cordero, 1900-1960) y dramas (en su mayoría el trabajo de Raúl Salmón, 1940-70) que proveen el “núcleo” textual de una rica historia cultural de la representación criolla de lo mestizo/cholo en los últimos 150 años. La propia autora refiere su trabajo simplemente como un “registro” histórico; y armada con abundante evidencia literaria y visual hace modestas referencias a fuentes documentales estadísticas y hemerográficas.

De tal manera que, aunque se nos da una concisa y convincente representación de las disputas por la propiedad de fines del siglo XIX a través del caso de la explotación minera Arteche, la preocupación primaria es el poder político cultural, desplegado a través de proyecciones raciales.

La cualidad sobresaliente del argumento del libro es la demostración de los cambios en el esencialismo elitista en el tiempo, y en esta calibración cronológica posee una sólida sensibilidad histórica.  La teoría que respalda este recuento está levemente explicitada, pero esto no significa un trabajo subteorizado —Soruco ha mostrado en otros textos que disfruta bastante las abstracciones, y aquí demuestra amablemente que las ideas de Benedict Anderson y Doris Sommer no funcionan para el caso de Bolivia.

De igual manera, siendo una intelectual políticamente comprometida, Soruco lleva su bagaje analítico más allá de la Revolución de 1952, hacia el katarismo de los 1980, al gobierno de Evo Morales, el que puede ser descrito en términos del léxico identificado aquí como indio-mestizo (en oposición al registro racial mestizo-criollo adoptado después de la Revolución de 1952, la voz mestizo-criolla emergente desde la Guerra del Chaco en la década de 1930, y la vacilante respuesta criolla antimestiza adoptada después de la revolución de 1899).

En el corazón del estudio se encuentra la comprensión de que la emergencia de una cultura chola desde mediados del siglo XIX ha posibilitado “cuestionar y transformar el estado republicano colonial” (p. 26). Aún el enigma —evidente a largo plazo y vívidamente ilustrado en años recientes— es que “lo cholo vive continuamente la transición… no es un bloque cultural que compite como tal por la hegemonía pues no puede proyectarse, reproducirse en sus hijos ni proyectar un discurso nacional autónomo” (p. 137). De ahí el agudo comentario de René Zavaleta, citado aquí (p. 147) con respecto a 1952, que no hay impotencia mayor que la de la victoria. (Quizá el más reciente ejemplo de esto sería la disputa por la carretera a través del TIPNIS planeada por el MAS y apoyada por los cocaleros que han “colonizado” los alrededores del Chapare, y resueltamente se oponen a los originarios del área).

Pero la política de “altas esferas” no es una preocupación central del libro que trata principalmente del poder público articulado a través de relaciones privadas, con énfasis en aquellas relaciones de género, y muy especialmente a través de la visión masculina de la mujer no criolla.

De hecho, éste es un estudio sobre las cholas —cómo y por qué se han vestido como lo hacen, cómo y por qué aparecen bajo la mirada masculina. Por último, las cholas a veces no aparecen para nada (las élites son solipsistas), otras veces están hipersexualizadas hasta la deshonra y otras elevadas hasta la maternidad nacional. En su diestro tratamiento de las novelas, Soruco nos guía a través de estas permutaciones y sus subdeclinaciones, brindando una rica complejidad de matices al desoladoramente familiar “debate” entre Alcides Arguedas (pesimismo somático al estilo de Carlyle) y Franz Tamayo (expectativas nietzscheanas de mejoramiento genético).

La autora también escribe con precisión persuasiva sobre la costumbre, desde la adopción de una ya anticuada pollera hispana a fines del siglo XVIII, pasando por los cambios en la sombrerería de la década de 1920 (aquí ameritaba una mención a la difusión de los automóviles) hasta la era de la birlocha: “una mujer que usa ropa occidental, pero aún carga el estigma de haber sido chola” (p. 114).

De hecho, La ciudad de los cholos es un revelador desarrollo empírico del evanescente y perturbador concepto de lo “nacional popular” en su combinada sensibilidad de la mirada a la élite criolla (señorial) y la realidad material de la cultura de la élite plebeya. Como es de esperar en toda aventura académica, existen algunos datos y juicios no resueltos. Unos son precisos: yo no describiría Uyuni —un cruce de ferrocarril sin una parada propia— como un “centro minero”. Otros son más demandantes: ¿cómo es, en el fondo, que Raúl Salmón, el más popular vocero mestizo en la literatura boliviana del siglo XX, estuviera en el exilio durante la eminentemente mestiza Revolución de 1952?

El título del libro es un tema de orden diferente, en la medida que se trata de un estudio sobre La Paz y más allá de ella; nada cholo prospera por largo tiempo cuando está desconectado de esta ciudad. Aquí, sin embargo, la estilista Soruco prevalece.

Finalmente, sus pasajes de inicio y cierre son audaces retratos de las vistas y sonidos paceños; crean un paralelo enteramente adecuado para un sujeto que transita dentro y fuera de la “otredad”, como una mujer de pollera en su fresco andar hacia el mercado. Bien ilustrado y producido, este excelente trabajo académico merece leerse ampliamente dentro y más allá de Bolivia.

(Tomado de Ciencia y Cultura, UCB.
Vol. 17, N° 31, diciembre 2013, pp. 87-89.
Y Journal of Latin American Studies,
Cambridgde University Press. Vol. 44,
noviembre 2012, pp. 843-844)

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La autora de este libro, publicado bajo el auspicio del IFEA y el PIEB, tiene un doctorado en literatura de la Universidad de Michigan, Estados Unidos, sin embargo, el estudio está encantadoramente libre de las vanidades del escolasticismo contemporáneo. No hay descargas de “eruditos” pies de página y al lector se le evita arremetidas deconstruccionistas en serie. Aunque alerta: si usted prefiere su etimología libre de intrusiones proctológicas (o viceversa) evitar la página seis, en la que Foucault hace una aparición solitaria y completamente opuesta.

Éste es un trabajo interdisciplinario muy distante del sentido convencional del pequeño hurto de alguna ciencia social vecina. Soruco varía su expresivo registro con pinturas (Melchor María Mercado para mediados del siglo XIX), novelas (Nataniel Aguirre para el siglo XIX, Armando Chirveches y Enrique Finot para el XX), fotografías (principalmente del Estudio Cordero, 1900-1960) y dramas (en su mayoría el trabajo de Raúl Salmón, 1940-70) que proveen el “núcleo” textual de una rica historia cultural de la representación criolla de lo mestizo/cholo en los últimos 150 años. La propia autora refiere su trabajo simplemente como un “registro” histórico; y armada con abundante evidencia literaria y visual hace modestas referencias a fuentes documentales estadísticas y hemerográficas.

De tal manera que, aunque se nos da una concisa y convincente representación de las disputas por la propiedad de fines del siglo XIX a través del caso de la explotación minera Arteche, la preocupación primaria es el poder político cultural, desplegado a través de proyecciones raciales.

La cualidad sobresaliente del argumento del libro es la demostración de los cambios en el esencialismo elitista en el tiempo, y en esta calibración cronológica posee una sólida sensibilidad histórica.  La teoría que respalda este recuento está levemente explicitada, pero esto no significa un trabajo subteorizado —Soruco ha mostrado en otros textos que disfruta bastante las abstracciones, y aquí demuestra amablemente que las ideas de Benedict Anderson y Doris Sommer no funcionan para el caso de Bolivia.

De igual manera, siendo una intelectual políticamente comprometida, Soruco lleva su bagaje analítico más allá de la Revolución de 1952, hacia el katarismo de los 1980, al gobierno de Evo Morales, el que puede ser descrito en términos del léxico identificado aquí como indio-mestizo (en oposición al registro racial mestizo-criollo adoptado después de la Revolución de 1952, la voz mestizo-criolla emergente desde la Guerra del Chaco en la década de 1930, y la vacilante respuesta criolla antimestiza adoptada después de la revolución de 1899).

En el corazón del estudio se encuentra la comprensión de que la emergencia de una cultura chola desde mediados del siglo XIX ha posibilitado “cuestionar y transformar el estado republicano colonial” (p. 26). Aún el enigma —evidente a largo plazo y vívidamente ilustrado en años recientes— es que “lo cholo vive continuamente la transición… no es un bloque cultural que compite como tal por la hegemonía pues no puede proyectarse, reproducirse en sus hijos ni proyectar un discurso nacional autónomo” (p. 137). De ahí el agudo comentario de René Zavaleta, citado aquí (p. 147) con respecto a 1952, que no hay impotencia mayor que la de la victoria. (Quizá el más reciente ejemplo de esto sería la disputa por la carretera a través del TIPNIS planeada por el MAS y apoyada por los cocaleros que han “colonizado” los alrededores del Chapare, y resueltamente se oponen a los originarios del área).

Pero la política de “altas esferas” no es una preocupación central del libro que trata principalmente del poder público articulado a través de relaciones privadas, con énfasis en aquellas relaciones de género, y muy especialmente a través de la visión masculina de la mujer no criolla.

De hecho, éste es un estudio sobre las cholas —cómo y por qué se han vestido como lo hacen, cómo y por qué aparecen bajo la mirada masculina. Por último, las cholas a veces no aparecen para nada (las élites son solipsistas), otras veces están hipersexualizadas hasta la deshonra y otras elevadas hasta la maternidad nacional. En su diestro tratamiento de las novelas, Soruco nos guía a través de estas permutaciones y sus subdeclinaciones, brindando una rica complejidad de matices al desoladoramente familiar “debate” entre Alcides Arguedas (pesimismo somático al estilo de Carlyle) y Franz Tamayo (expectativas nietzscheanas de mejoramiento genético).

La autora también escribe con precisión persuasiva sobre la costumbre, desde la adopción de una ya anticuada pollera hispana a fines del siglo XVIII, pasando por los cambios en la sombrerería de la década de 1920 (aquí ameritaba una mención a la difusión de los automóviles) hasta la era de la birlocha: “una mujer que usa ropa occidental, pero aún carga el estigma de haber sido chola” (p. 114).

De hecho, La ciudad de los cholos es un revelador desarrollo empírico del evanescente y perturbador concepto de lo “nacional popular” en su combinada sensibilidad de la mirada a la élite criolla (señorial) y la realidad material de la cultura de la élite plebeya. Como es de esperar en toda aventura académica, existen algunos datos y juicios no resueltos. Unos son precisos: yo no describiría Uyuni —un cruce de ferrocarril sin una parada propia— como un “centro minero”. Otros son más demandantes: ¿cómo es, en el fondo, que Raúl Salmón, el más popular vocero mestizo en la literatura boliviana del siglo XX, estuviera en el exilio durante la eminentemente mestiza Revolución de 1952?

El título del libro es un tema de orden diferente, en la medida que se trata de un estudio sobre La Paz y más allá de ella; nada cholo prospera por largo tiempo cuando está desconectado de esta ciudad. Aquí, sin embargo, la estilista Soruco prevalece.

Finalmente, sus pasajes de inicio y cierre son audaces retratos de las vistas y sonidos paceños; crean un paralelo enteramente adecuado para un sujeto que transita dentro y fuera de la “otredad”, como una mujer de pollera en su fresco andar hacia el mercado. Bien ilustrado y producido, este excelente trabajo académico merece leerse ampliamente dentro y más allá de Bolivia.

(Tomado de Ciencia y Cultura, UCB.
Vol. 17, N° 31, diciembre 2013, pp. 87-89.
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Cambridgde University Press. Vol. 44,
noviembre 2012, pp. 843-844)

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