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Elegía por un ángel terrenal

El poeta irlandés-norteamericano Eamon McEneaney murió en el atentado a las Torres Gemelas

/ 9 de marzo de 2014 / 04:00

De cuando en cuando  te encuentras con una persona que lleva cada faceta de su vida con tanta integridad  y grandeza que te hace confiar en la bondad del ser humano. Para mí, esa persona es Eamon McEneaney,  un gran poeta irlandés-americano, muerto en los ataques del 11 de septiembre de 2001.

Conocí a Eamon, primo hermano de mi padre, a mis ocho años en una reunión familiar en Naragansett, Rhode Island. De todos los parientes que conocí aquel día, Eamon fue la persona que más me impresionó, desde su nombre, que, en irlandés, quiere decir: guardián. Y un guardián fue precisamente durante su tiempo sobre la Tierra. Eamon velaba por el bienestar de todo el mundo, desde su familia hasta sus  compañeros de equipo y de trabajo. Todos se sentían cómodos y seguros en su presencia. Desafortunadamente, el día de esa reunión fue la primera y la última vez que nos vimos. Casi todo lo  que sé de él viene de las anécdotas que me contaban mi padre y otras personas de la familia. Sin embargo, pude conocerlo por mí misma a través de su obra poética, A Bend in the Road (Una curva en el camino, Cornell University Library, Ithaca, 2004,) publicado póstumamente.  Aunque nunca llegó a verlo editado, con él nos dejó un hermoso recuerdo que forma parte de su legado.

Eamon nació el 24 de diciembre de 1954 en Long Island, Nueva York y creció en una familia de la clase trabajadora. Vivió con sus seis hermanos la típica experiencia irlandesa-americana, siempre llevando en su corazón el orgullo por el lugar de su ascendencia. Desde joven, mostró un talento atlético asombroso, sobre todo para el lacrosse, un deporte norteamericano. En 1973, recibió una beca completa para estudiar en la prestigiosa Universidad de Cornell, en Ithaca, New York. Allí, durante cuatro años, condujo el equipo de lacrosse a la victoria en los campeonatos más importantes. Al graduarse, había llegado a ser conocido como uno de los mejores jugadores de ese deporte. Además de gran atleta, Eamon era extremadamente inteligente y tenía un amplio conocimiento de la literatura. Aunque escogió una carrera relacionada con la economía, la poesía y la literatura le conmovían. Inspirado por los poetas de la tradición irlandesa como William Butler Yeats y la música de Van Morrison, Eamon empezó a escribir poemas durante su carrera universitaria y a través de sus años como vicepresidente de la empresa estadounidense Cantor Fitzgerald, la cual se encontraba  en el World Trade Center. La escritura le proporcionó una salida al tedioso mundo corporativo que a veces le agotaba. Su obra póstuma, A Bend in the Road, es una crónica de esta etapa de su vida. En ella se ve su evolución intelectual  y espiritual.

El día del 11 de septiembre de 2001 para el neoyorquino pareció ser el día en que el mundo entero se derrumbó.  Es un capítulo en la historia de nuestra ciudad que se recuerda con la más profunda aflicción. Cada persona que estaba en Nueva York esa fecha tiene su propia narrativa del efecto de este atroz acontecimiento sobre su vida. La muerte de Eamon es parte de la mía.  Aquella mañana, Eamon salió de  su casa para ir a trabajar  en su oficina en el World Trade Center,  y nunca regresó. No se sabe mucho sobre lo que le pasó porque la mayoría de sus compañeros de trabajo también fueron asesinados. Sin embargo, me imagino que completó su papel de guardián hasta los últimos momentos de su vida. También creo que no se rindió sin luchar para  poder volver.

Muchos que conocían a Eamon sostienen que su poesía es el más fiel reflejo de cómo percibía la vida,  que, incluso, el  poema que aquí transcribo en mi  traducción al español —“Dicen que te fuiste”, “They say you’re gone”— es un anuncio profético de su muerte.  Acaso el poema lo sea, pero tanto o acaso más que eso es el legado de palabras que en momentos de duelo  puede expresarnos a todos. Y, en efecto, ¿quién entre sus familiares (pienso sobre todo en  su esposa Bonie, en sus cuatro hijos, en sus numerosos amigos y lectores) no reconocerían como propias las palabras de este conmovedor poema para rememorar la ausencia del poeta y, sobre todo, expresar  su solidaria presencia entre nosotros?

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/ 9 de marzo de 2014 / 04:00

De cuando en cuando  te encuentras con una persona que lleva cada faceta de su vida con tanta integridad  y grandeza que te hace confiar en la bondad del ser humano. Para mí, esa persona es Eamon McEneaney,  un gran poeta irlandés-americano, muerto en los ataques del 11 de septiembre de 2001.

Conocí a Eamon, primo hermano de mi padre, a mis ocho años en una reunión familiar en Naragansett, Rhode Island. De todos los parientes que conocí aquel día, Eamon fue la persona que más me impresionó, desde su nombre, que, en irlandés, quiere decir: guardián. Y un guardián fue precisamente durante su tiempo sobre la Tierra. Eamon velaba por el bienestar de todo el mundo, desde su familia hasta sus  compañeros de equipo y de trabajo. Todos se sentían cómodos y seguros en su presencia. Desafortunadamente, el día de esa reunión fue la primera y la última vez que nos vimos. Casi todo lo  que sé de él viene de las anécdotas que me contaban mi padre y otras personas de la familia. Sin embargo, pude conocerlo por mí misma a través de su obra poética, A Bend in the Road (Una curva en el camino, Cornell University Library, Ithaca, 2004,) publicado póstumamente.  Aunque nunca llegó a verlo editado, con él nos dejó un hermoso recuerdo que forma parte de su legado.

Eamon nació el 24 de diciembre de 1954 en Long Island, Nueva York y creció en una familia de la clase trabajadora. Vivió con sus seis hermanos la típica experiencia irlandesa-americana, siempre llevando en su corazón el orgullo por el lugar de su ascendencia. Desde joven, mostró un talento atlético asombroso, sobre todo para el lacrosse, un deporte norteamericano. En 1973, recibió una beca completa para estudiar en la prestigiosa Universidad de Cornell, en Ithaca, New York. Allí, durante cuatro años, condujo el equipo de lacrosse a la victoria en los campeonatos más importantes. Al graduarse, había llegado a ser conocido como uno de los mejores jugadores de ese deporte. Además de gran atleta, Eamon era extremadamente inteligente y tenía un amplio conocimiento de la literatura. Aunque escogió una carrera relacionada con la economía, la poesía y la literatura le conmovían. Inspirado por los poetas de la tradición irlandesa como William Butler Yeats y la música de Van Morrison, Eamon empezó a escribir poemas durante su carrera universitaria y a través de sus años como vicepresidente de la empresa estadounidense Cantor Fitzgerald, la cual se encontraba  en el World Trade Center. La escritura le proporcionó una salida al tedioso mundo corporativo que a veces le agotaba. Su obra póstuma, A Bend in the Road, es una crónica de esta etapa de su vida. En ella se ve su evolución intelectual  y espiritual.

El día del 11 de septiembre de 2001 para el neoyorquino pareció ser el día en que el mundo entero se derrumbó.  Es un capítulo en la historia de nuestra ciudad que se recuerda con la más profunda aflicción. Cada persona que estaba en Nueva York esa fecha tiene su propia narrativa del efecto de este atroz acontecimiento sobre su vida. La muerte de Eamon es parte de la mía.  Aquella mañana, Eamon salió de  su casa para ir a trabajar  en su oficina en el World Trade Center,  y nunca regresó. No se sabe mucho sobre lo que le pasó porque la mayoría de sus compañeros de trabajo también fueron asesinados. Sin embargo, me imagino que completó su papel de guardián hasta los últimos momentos de su vida. También creo que no se rindió sin luchar para  poder volver.

Muchos que conocían a Eamon sostienen que su poesía es el más fiel reflejo de cómo percibía la vida,  que, incluso, el  poema que aquí transcribo en mi  traducción al español —“Dicen que te fuiste”, “They say you’re gone”— es un anuncio profético de su muerte.  Acaso el poema lo sea, pero tanto o acaso más que eso es el legado de palabras que en momentos de duelo  puede expresarnos a todos. Y, en efecto, ¿quién entre sus familiares (pienso sobre todo en  su esposa Bonie, en sus cuatro hijos, en sus numerosos amigos y lectores) no reconocerían como propias las palabras de este conmovedor poema para rememorar la ausencia del poeta y, sobre todo, expresar  su solidaria presencia entre nosotros?

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