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¿Qué tienen en común Matrix y la filosofía?

El viernes 21 de marzo, a las 19.30, en Espacio Simón I. Patiño, se realizará un panel a partir del libro ‘Pensamiento inalámbrico’ de Jorge Luna Ortuño. Será un original diálogo entre la filosofía, el cine, la literatura y las artes marciales.

/ 16 de marzo de 2014 / 04:00

Los gigantes avances en la tecnología de la comunicación nos han convertido en dependientes de nuestros dispositivos inalámbricos. Antes de esta revolución —impulsada por las ideas que alumbraron a Steve Jobs y Apple—, existía una cultura basada en computadoras estáticas, instaladas en red, que seguían el modelo jerárquico centralizado; todavía son ideales para montar oficinas burocráticas, pero son pesadas para trasladar, requieren de una toma de corriente permanente, su hardware demanda mayor espacio, dependen de los cables, aunque todo esto no quite que sean también muy útiles para otros trabajos.

La contraparte de ese modelo son las computadoras portátiles, livianas, integradas, con conexión inalámbrica, que se pueden llevar con uno bajo el brazo, se pueden conectar a diferentes servidores, incluso sin necesidad de cable alguno solo captando las señales en un recinto WiFi, además de transferencias bluetooth. Van desde las laptops, pasando por los I-pods y I-phones hasta el I-pad.

Ambos modelos impulsan y se alimentan de distintos tipos de mentalidad desde hace medio siglo. Pero la alusión a estos dos modelos es solamente una manera de explicarse en estos tiempos. Existe desde siempre una gama de seres inalámbricos de todas partes, los precursores, los que no necesitaron de la tecnología para afirmarse como inalámbricos: Diógenes de Sínope, Chuang Tzú, Baruch Spinoza, Aung Sang Suu Kyi, el Quitacapas, el movimiento contracultural de los 60, Bruce Lee, Bob Dylan (tan admirado por Steve Jobs), rebeldes de la capoeira, y el mismo Steve Jobs al interior de la tecnología, junto a muchos otros imperceptibles que peinaron su camino sin abrir el pico ni dejar una historia.

Contracultura no significa “anti”. El concepto de contracultura siempre tuvo que ver más con el surf, que enseña cómo continuar el movimiento sin oponerse a una fuerza más grande. Cuando viene la ola, el surfeador pasa por debajo, o en otros casos se monta y deja que ella lo lleve, no choca de frente. ¿Un Aikido de las aguas? Ese arte llevado a la vida cotidiana podría llamarse pensamiento inalámbrico. Ya Juan Carlos Kreimer nos hizo notar que contracultura se utilizaba más en el sentido de contrapesar, del inglés “counter”, como una fuerza que viene a balancear el efecto reductor y limitante que producían los circuitos culturales oficiales.

El pensamiento inalámbrico retoma ese impulso lleno de fuego y de percepciones alucinadas en la carretera de los viejos ídolos. Jack Kerouac evoca a los personajes simpáticos, lo hace en un librito maravilloso, Los subterráneos (Anagrama, 2013). Escribe: “Subterráneo es un nombre inventado por Adam Moorad, poeta y amigo mío, que dijo: Son hipsters sin ser insoportables, son inteligentes sin ser convencionales, son intelectuales como el demonio y saben lo que se puede saber sobre Pound sin ser pretenciosos ni hablar demasiado de lo que saben, son muy tranquilos, son unos Cristos”.

Bien podríamos haber titulado al libro Pensamiento subterráneo, pero más allá de eso, lo que interesa es resaltar aquellas formas de producir subjetividad que escapan al dominio de los saberes y al control de los poderes. La línea de trabajo rayada por Foucault en el segundo tomo de Historia de la sexualidad nos abrió un campo inmenso de investigaciones, luego los análisis rizomáticos que inauguraron Deleuze y Guattari en Mil mesetas y todo el trabajo que proponen Suely Rolnik junto al mismo Guattari en Cartografías del deseo, aunque esta última fuera una influencia algo más tardía.

Nuestra manera de seguirlos ha sido construir nuestro propio plano de trabajo, una forma de pensar mínimamente original, en compañía de nuestros propios personajes conceptuales. Acudimos a la cultura popular porque nos divierte, nos estimula, y al mismo tiempo nos permite dialogar según registros comunes con diversos lectores.

Así, nuestros personajes se encuentran en la novela de Niko Kazantzakis, en algunos films del cineasta Chistopher Nolan, en la poco explorada filosofía spinozista de Bruce Lee, en un álbum legendario de Pink Floyd, en Matrix, en la dietética del Gracie Jiu Jitsu y hasta en la revolución cultural del juego del Barcelona FC de Guardiola o en la vida de los underground como Bukowski.

“El que mucho abarca poco aprieta”, reza el conocido refrán que siempre tuvimos presente, pues el gran riesgo de hacer esto era caer en la dispersión inconsistente. Por ello, una de nuestras premisas de trabajo fue reivindicar la habilidad para conectar. ¿Qué se le puede ofrecer hoy en día al lector que tiene a su disposición todo el conocimiento humano flotando en una nube digital con la que puede conectarse? El valor es,  justamente, el de ofrecer conexiones de ideas en una forma tal que ambas terminan enriqueciéndose, aunque provengan de campos muy lejanos, y lograr que en el camino los procesos sinápticos que tienen lugar en nuestro cerebro terminen expandiéndose. Es un paso más allá de la divulgación de ideas. En internet tenemos un montón de contenidos para conocer, ¿pero quién trabaja los contenidos y quién crea nuevos contenidos a partir de los que tiene a disposición? El filósofo tiene su propia manera de trabajarlos y todo parte del ejercicio de la conexión. Los que hayan leído la novela The Dark Fields de Alan Glynn podrán encontrar un terreno en común; cabe decir que dicha novela fue llevada al cine con el título Limitless (2011) y podrá encontrarse en DVD consultando con su casero de películas piratas.  

El lector del libro nos dirá si hemos llegado a algún lado mediante este procedimiento que, por otra parte, no es creación nuestra. Existe ya antes que nosotros un talento emergente en este tipo de escritura CD-Room, sin ir muy lejos, Luis H. Antezana en Bolivia practica así la elaboración de sus ensayos. Nosotros le debemos a Zizek Slavoj la adopción de esta escritura por ensambles, jam sesión, que arrastra muchas cosas y que sin embargo se cierra como un círculo en algún punto, influencia también de la hipertextualidad que domina el mundo del internet y que nos ha enseñado a leer-escribir de otra manera.
La cita para poner en escena estas ideas es el viernes 21 en el auditorio del Espacio Simón I. Patiño.

Pensamiento inalámbrico: pensar lo no pensado

Sebastián Morales Escoffier – Crítico de cine

¿Qué cosas comunes podrían haber entre Bruce Lee, Zorba el Griego y el esquema de juego del Barcelona de Guardiola? Éstos son algunos de los elementos que aparecen en el libro de Jorge Luna Ortuño Pensamiento inalámbrico.  La pregunta sigue presente: ¿Qué puede haber de común entre estos planos tan heterogéneos?  Tal vez es justamente su heterogeneidad, su carácter fragmentario, la posibilidad abierta de un pensar haciendo  saltos entre los temas que nos propone Luna.

Pensamiento inalámbrico, como su título lo confirma, nos propone una nueva forma de pensar, no tanto a partir de temas o zonas de conocimiento fácilmente discernibles ni a partir de la estructuración de relaciones lógicas. Tomado desde este punto de vista, el libro es un texto de filosofía, porque invita al pensamiento a transitar por caminos y por lugares inéditos. Y en cuanto busca romper ciertas categorías del conocimiento demasiado rígidas, demasiado academicistas, propone también unas nuevas fronteras para la filosofía.  

De ahí que a Luna más que interesarle los temas clásicos de la filosofía, más que adentrarse al análisis sesudo de textos, busca encontrar líneas de resonancia, vectores que se van cruzando, planos que se yuxtaponen, conexiones entre puntos lejanos. La filosofía debe encontrar fronteras infinitas puesto que deber trazar relaciones con el infinito mismo. En esta aventura del pensamiento por regiones poco exploradas  por haber sido consideradas simplemente como secundarias para las actividades del conocer, el viajero debe tratar de prestar atención a todos los textos y  a todas las vivencias que le  sirvan para avanzar. 

Aceptar la invitación de Luna  significa, por tanto, aprender que el pensamiento no necesariamente se transmite con la palabra, sino que también requiere por ejemplo, una actitud musical que permita tener los oídos bien abiertos a todo lo que sirva para alcanzar la  finalidad última de la filosofía: la creación de un pensamiento auténtico.

Pero crear un pensamiento no sólo quiere decir hacer conceptos, en el sentido estricto de la palabra, puesto que pensar desde lo inalámbrico también quiere decir pensar con el cuerpo, significa  llevar a la práctica un arte marcial, significa hacer conexiones telepáticas con la amante o con el compañero de equipo, significa un movimiento de cámara, un sonido o una armonía, una actitud frente a la vida.

Luna, con sus saltos, con sus unidades fragmentarias,  propone un pensamiento en devenir, un pensamiento que está todo el tiempo haciéndose, un concepto que invita a ser reinventado a partir del descubrimiento de  conexiones hasta ahora no encontradas. Es un pensamiento móvil, que permite expandir los límites. En este sentido, una película, una obra, una actitud, puede llegar a tener elementos para un pensamiento filosófico siempre que permitan viajar por los distintos  planos de la vida. La filosofía sirve para algo, pero sirve en cuanto el pensador viaja, se reinventa, crea un pensamiento, un sistema táctico, una imagen. Pero sobre todo cuando uno se reinventa.

Una filosofía para verse y entenderse

Jaira Rivera Mazorco – Licenciada en filosofía

Siempre necesitamos uno o dos personajes que materialicen nuestras ideas. Siempre es más fácil cuando le das al público algo o alguien con quien identificarse. La filosofía en sí es dura, aburrida, tediosa. En cambio, la forma de escribir y hacer filosofía que encontramos en Pensamiento inalámbrico es más simple, más pura, más del mundo, de nosotros, sin ningún tipo de discriminación, le da a cada quien un pedacito para entenderse y verse, de algún modo, reflejado en los distintos pasajes. Eso es sencillamente admirable.

En la primera parte el libro recupera una historia que me encanta que es la del estafador Frank Abagnale, quien a sus 16 años pudo hacerse pasar por piloto de la línea aérea Pam Am y después pasó a ser médico, luego abogado y luterano y viajaba libre sin que su verdadera identidad se descubriera. ¿Cómo se engancha esta historia con la filosofía de Bruce Lee que es con lo que arranca el libro? Jorge Luna nos dice que la flexibilidad-de-forma de Bruce Lee se encuentra realizada en las aventuras de Frank, pues “constantemente se despoja de una forma para pasar a otra sin adscribirse completamente a ninguna de las dos”.

La adolescencia y el sueño americano se enfrentan a realidades donde el individuo es simplemente una marioneta y “las oportunidades que nos brinda el sistema” son la zanahoria que el burro nunca logra alcanzar. Sorprenderse a uno mismo como un ser que tiene todas las etiquetas requeridas por un sistema, y que sólo por ello te denomina “respetable” no es suficiente, ni siquiera necesario, porque se despierta la posibilidad de que uno es nada.

Entonces ser y expresarse según los códigos de un sistema resulta contraproducente. Debemos aprender a ser todo, todos, cada vez, anticipándonos a las expectativas.

No es importante enfrentarse o negar aquello que nos oprime, sino conocerlo, ser parte de ello, estar en ello.

Estamos condicionados (desde siempre) a vivir por y para las formas, porque éstas son manipulables, se venden y se compran, son objetos sin valor que no favorecen la libertad, “la expresión honesta”. Este condicionamiento domina por completo las esencias y, peor aún, la capacidad de ser un todo. La educación de las formas es la educación de las partes, los fragmentos; somos identidades fragmentadas, condicionadas y determinadas por “otro”. Por ello, para ser parte del sistema, conocerlo y “jugar con él” debemos interpretar los roles que el sistema espera. Se debe pensar, sentir y actuar como el sistema para poder salir del mismo. El sistema nos da absolutamente todas las herramientas para poder engañarlo si pensamos como él.

Por mi parte, veo el pensamiento inalámbrico como la capacidad de ser más allá de lo previamente dibujado o impuesto. Es la posibilidad de darle al ser humano muchas puertas y ventanas para bajarse de sus centrismos y ver, sentir y ser mucho más de lo que pensamos o se nos permite. Es salirse de la Matrix, es ser la realidad. Me gusta, lo disfruto.

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La Biblioteca del Bicentenario y los lectores

Este gran proyecto editorial podría ser una oportunidad para darle un sentido vivo a las bibliotecas

/ 15 de marzo de 2015 / 04:00

Para estar viva una biblioteca necesita gente, pidiendo libros, leyendo, revisando catálogos, tomando notas. Una biblioteca es un espacio de refugio, a veces, sobre todo para estudiantes de escasos recursos, más si se es nuevo en la ciudad, muchas cosas se pueden encontrar en ese espacio, sea conocimiento, compañía, amistad, cobijo… Pero la mayoría de los que visitan las bibliotecas municipales son los lectores de periódicos. Por lo general los libros permanecen bien archivados, pues el bibliotecario de turno tiene terror a que se le pierda algún libro y tenga que cubrirlo de su salario.

Con la publicación de los 200 libros de la Biblioteca del Bicentenario de Bolivia (BBB) parece abrirse una oportunidad para unir esfuerzos hacia una reactivación de estos espacios. Pero ¿cuál es su objetivo, más allá de la celebración de una fecha?

En Santa Cruz existe una tentativa municipal única en el país, se trata de un apoyo a la lectura a través de la construcción de modernas bibliotecas en distritos de la ciudad. Aquí existe una Red de Bibliotecas Municipales, que van desde el centro hasta el Plan 3000. Con las cuatro instalaciones que se estima entregarán a fines de este año, la red constará con más de 15 bibliotecas en la ciudad.

Una buena observación que hace el director de esta red municipal, William Rojas, es que en el país no existe un sistema de bibliotecas escolares, de modo que en Santa Cruz una de las respuestas ha sido que las bibliotecas municipales funcionen mucho más en calidad de bibliotecas escolares. Y en gran medida es así, la mayoría de la bibliografía que ofrece no es actualizada, y corresponde a textos de lectura escolar. Sobre todo en los barrios de menores recursos, el gran público de la biblioteca son niños y niñas que no pasan los 12 años. ¿Cómo captan los bibliotecarios su atención? Ofrecen regularmente en estas instalaciones, que cuentan con máquinas de internet y un amplio salón, clases de danza, música, artes plásticas e incluso de yoga. Los libros no son la atracción primaria, hay que aceptarlo, varias de estas bibliotecas existen más como centros culturales comunitarios, y de paso como monumentos. 

La publicación de los libros del BBB —que según me han comentado en el Instituto de Investigaciones Sociales de la Vicepresidencia, tiene en construcción su Plan de Fomento a la Lectura—, debe entenderse como un impulso que se enrola, se pone en órbita y se sube al movimiento que ya está ocurriendo en el país.
La BBB no inicia nada, a lo mucho es un buen gesto. Varios de los libros que serán reimpresos en esta colección están disponibles en bibliotecas y librerías del país desde hace tiempo, y continúan siendo ignorados, a no ser por literatos  o escolares que deben buscarlos para su tarea. De modo que si nos dicen que la BBB es una solución al problema boliviano de la falta de acceso a los libros, o el precio elevado de los libros, sabremos que no han considerado a fondo la cuestión.

Lo que se espera de este proyecto es que sea un engranaje de otras varias iniciativas, financiadas por el Estado, tendientes a agilizar la conexión del lector con el libro, pero también con las bibliotecas y con la literatura nacional. La cuestión de la conexión con un libro va más allá del acceso público o del precio con el que se lo distribuye. Algo puedo decir, vengo de una carrera de estudios donde se lee mucho; compartí el aula con amigos y amigas entrañables que dejaban de comer para invertir ese dinero en un libro pirata de Nietzsche, de Reinaga, alguna novela de Kafka o de Víctor Hugo Vizcarra. A veces ni siquiera era por un libro pedido en alguna materia, y esto es porque los seres humanos somos ante todo buscadores, estamos recorriendo un camino que es interior, y la lectura de cada libro tiene sentido en cuanto tiene algo que ver con esa búsqueda. Si hablamos de fomentar la lectura no es porque hagan falta los estudiosos-ratas-de-biblioteca, es para fomentar una vitalidad diferente, una intensidad que, precisamente, haga que las personas salgan de las bibliotecas para vivir, el libro es un medio, no un fetiche.

Un problema hoy es la coexistencia del internet. Para un alma impaciente navegar por la web es mucho más atractivo que recluirse en una biblioteca. Ni siquiera podemos imaginar la cantidad de material de lectura que existe en la red, lecturas quizás más urgentes y relevantes para dialogar con la actualidad. No es de extrañar que la noticia de la BBB le haya causado a muchísima gente una tremenda flojera de solo enterarse que hay más y más para leer. ¿Quién tiene el tiempo?

Además, el tipo de acceso al internet que permiten las tabletas y celulares inteligentes, ha modificado también los hábitos de lectura. Se busca más la lectura breve, fragmentaria, con imágenes, de párrafos cortos. Se aceleró el acceso, pero descuidando el trabajo de comprensión en la lectura. Antes, la imagen del lector era la de un ser aislado perdido en su libro sin distracciones, ahora es eso, pero también un ser que está bien Enredado, un tarzán que salta de liana en liana, que lee buscando la interferencia.

Robert Denton, historiador, director de la Biblioteca de Hardware —repositorio con cerca de 17 millones de libros—, señala que vivimos la era de la información mediada por Google, y que aunque amemos el papel y la tinta, estamos forzados a comprender cuáles son las mejores maneras de gestionar conocimientos a través de las nuevas tecnologías de comunicación. Es así que en su gestión se inauguró a fines de 2013 la primera biblioteca digital de gran magnitud, trasladando una gran cantidad de sus libros al formato digital.

Dado que una iniciativa así es costosa y compleja legalmente, el Estado puede enfatizar en la construcción de públicos lectores, lo que significa también crear otros incentivos para el lector. Conectar la lectura con incentivos laborales, darle espacios válidos a la lectura dentro del monótono tiempo del trabajo de oficinista. Que no se publique más libros por un lado y por el otro tengan obligados a miles de ellos a calentar el asiento en trabajos insatisfactorios.

El libro vale por cuánto relaciona al lector con la vida que le rodea. Bueno sería empezar a ver cómo hacen funcionar este impulso editorial en una maquinaria de reestructuración de los hábitos del boliviano. La tranquilidad y la intimidad del baño deberían trasladarse hacia nuevos espacios públicos que permitan la lectura sin que pisen el reloj y la ambición.

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Otra feria del libro en Santa Cruz, ¿y la lectura?

Una Bienal del Libro. Es lo que plantea el autor del artículo que reflexiona sobre el valor de la lectura, no de las ventas

/ 30 de junio de 2013 / 04:00

Lectura. Instrumento del proceso cognoscitivo de determinadas clases de información o ideas contenidas en un soporte y transmitidas mediante algún tipo de código, usualmente un lenguaje visual, táctil o auditivo, que permite interpretar y descifrar el valor fónico de una serie de signos escritos, ya sea mentalmente o en voz alta.

Ley del Libro y la Lectura Óscar Alfaro

En Santa Cruz se vive con especial entusiasmo la llegada de las diversas ferias que engalanan el año de esta bella ciudad. La Expocruz, por ejemplo, la paraliza todo en septiembre. La Feria del Libro no tiene el mismo lugar acaparador en las preferencias de la ciudadanía, pero despierta atención y promueve vida social en un espacio diferente, con los libros que pasan a ser un poco el decorado de la ocasión.

Es posible que esta última afirmación despierte una mirada chueca en algún miembro de la Cámara del Libro, pero no tiene el objetivo de enemistarse con nadie.

Veamos. La última Feria del Libro cruceña se realizó entre mayo y junio recientes. El periódico La Razón publicó una nota informando que asistieron 116.000 visitantes en esas dos semanas. Fantástico. Jorge Luis Rodríguez, presidente de la Cámara del Libro, se sintió complacido con la cifra, que establecía un nuevo récord. “Teníamos varios objetivos para este año y logramos cumplirlos todos. Se puede decir que cada nueva versión de la feria representa un éxito más grande que las anteriores ocasiones”, señaló a modo de balance inicial.

Analfabetismo. ¿Pero se puede decir que por esa Feria del Libro la gente lee ahora más en Santa Cruz? Más importante aún, ¿acaso han aprendido a leer mejor lo que leen? Porque no basta con decir que se conoce el alfabeto para decir que se lee. A decir del desaparecido Jesús Urzagasti, existen dos, uno es el analfabeto a secas, el otro es el analfabeto funcional. El primero nunca tuvo las posibilidades de acceder a educación; el segundo es el que no lee porque no le da la gana, aunque haya ido a la escuela e incluso se haya enrolado correctamente en la maquinaria social.

Los institutos que venden paquetes para leer más rápido, o captar más palabras por segundo, podrán hacer su agosto creyendo que ellos tienen la fórmula para la lectura. Pero sus afanes les son ajenos a los organismos entrenados para la ficción. En realidad el agosto lo hacen los libreros y las editoriales, y de manera completamente válida, puesto que arman su plataforma de negocios como se hace en cualquier otra industria.

Lo que sí sería conveniente es diferenciar entre las ferias que organiza la Cámara del Libro, que equivocadamente se apellidan “del Libro”, y otras plataformas que realmente se ocupen de la lectura como formación ciudadana. En realidad, lo que siempre vemos son festivales de las editoras, de los libreros y las imprentas, y en Santa Cruz también del periódico El Deber. Porque si se tratara de fomentar la lectura, sería muy distinto. En ese caso se pensaría primero en el lector; en los Festivales de las Editoras sólo se aprecia al consumidor y el libro es de repente mera mercancía. Lo decía así Jesús Urzagasti cuando criticaba la encapsulación del aliento mágico del libro en favor de su impulso comercial: “el libro viene con el prestigio del antiguo hechizo de la lectura pero pierde el aliento y se desmorona entre tantos intermediarios, fríos y desconocidos”.

Puede esto constatarse cuando una librería bastante elitista, por sus precios, como El Ateneo de Santa Cruz, anuncia que poblará su stand con un nutrido número de ejemplares del último libro de conspiraciones de Dan Brown como oferta central. Un sello editorial como Comunicarte también aparece haciendo noticia por sus ventas durante la feria, pues promociona “el nuevo “bestseller de Bolivia”: Manjar para el corazón del adolescente.
Pero no es todo esto motivo de queja o lamentación, simplemente cabría hacer diferenciaciones. Frente al Festival de las Editoras podríamos los demás construir un espacio alternativo que se llame Bienal del Libro. (¿Dónde están los escritores independientes, que en la Feria del Libro fueron devorados por la maquinaria editorial?).

Una bienal. La intención de organizar una Bienal de la Lectura sería intervenir efectivamente el espacio social donde se realice. Debería servir para realizar diagnósticos del estado de la literatura de la ciudad. No quedarse en la presentación de las novedades, sino rumiar también lo valioso que pasa desapercibido. Enseñar que leer no es una sola cosa, más bien que existen prácticas de lectura múltiples, unas cargadas de tristeza, otras rebosantes de un deseo inagotable de conexiones. Que leer no es descifrar lo que otro quiso decir, sino encontrar nuestras relaciones contemporáneas con tal o cual libro; y crearlas si es necesario.

En esta Bienal de la Lectura no nos preocuparíamos por las estadísticas, ni por acumular expositores. Se instalarían espacios grandes con asientos cómodos para que los lectores puedan cortejar al libro de su preferencia, sin que el vendedor esté encima para apurar la compra. ¿Han visitado la librería Ateneo de Buenos Aires? Porque para salir a la caza de un libro debe uno ponerse en estado de ánimo, centrar un poco los sentidos, y comenzar a hojear. No es lo mismo que ir a una feria de calzados o artesanías para el hogar.

En todo caso, no se trata de pedir que desaparezcan las mal llamadas Ferias del Libro, que organiza la Cámara del Libro. Simplemente hay que constatar que su formato es insuficiente para decirnos algo sobre prácticas de lectura. Que cumple su función en cierto nivel, pero después deben crearse espacios posteriores. Pues una Feria del Libro muchas veces capta la atención de alguna gente por el acto de leer, pero no se trata de que lean cualquier cosa y de leerla como sea. Se debe hacer también un trabajo para encauzar ese interés despertado por la lectura en los ciudadanos de todas las edades.

Finalmente, recuérdese que la Feria del Libro cruceña estuvo marcada por la reciente aprobación de la Ley del Libro y la Lectura Óscar Alfaro, donde se precisa un concepto de la lectura opaco, demasiado burócrata, que citamos en el epígrafe. Una norma a la medida de sus ferias. Pero nadie se acordó de hacer algo por el escritor. Ni se puso una medida definitiva contra la piratería en nuestro país, ni se tocó siquiera el tema de los pobres porcentajes que conceden las editoriales a los escritores por publicar sus libros con ellos. El festín es de los intermediarios, por ahora. El banquete del escritor(a) y los lectores pasa por una complicidad de músicas por venir y comunicaciones silenciosas.

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Otra feria del libro en Santa Cruz, ¿y la lectura?

Una Bienal del Libro. Es lo que plantea el autor del artículo que reflexiona sobre el valor de la lectura, no de las ventas

/ 30 de junio de 2013 / 04:00

Lectura. Instrumento del proceso cognoscitivo de determinadas clases de información o ideas contenidas en un soporte y transmitidas mediante algún tipo de código, usualmente un lenguaje visual, táctil o auditivo, que permite interpretar y descifrar el valor fónico de una serie de signos escritos, ya sea mentalmente o en voz alta.

Ley del Libro y la Lectura Óscar Alfaro

En Santa Cruz se vive con especial entusiasmo la llegada de las diversas ferias que engalanan el año de esta bella ciudad. La Expocruz, por ejemplo, la paraliza todo en septiembre. La Feria del Libro no tiene el mismo lugar acaparador en las preferencias de la ciudadanía, pero despierta atención y promueve vida social en un espacio diferente, con los libros que pasan a ser un poco el decorado de la ocasión.

Es posible que esta última afirmación despierte una mirada chueca en algún miembro de la Cámara del Libro, pero no tiene el objetivo de enemistarse con nadie.

Veamos. La última Feria del Libro cruceña se realizó entre mayo y junio recientes. El periódico La Razón publicó una nota informando que asistieron 116.000 visitantes en esas dos semanas. Fantástico. Jorge Luis Rodríguez, presidente de la Cámara del Libro, se sintió complacido con la cifra, que establecía un nuevo récord. “Teníamos varios objetivos para este año y logramos cumplirlos todos. Se puede decir que cada nueva versión de la feria representa un éxito más grande que las anteriores ocasiones”, señaló a modo de balance inicial.

Analfabetismo. ¿Pero se puede decir que por esa Feria del Libro la gente lee ahora más en Santa Cruz? Más importante aún, ¿acaso han aprendido a leer mejor lo que leen? Porque no basta con decir que se conoce el alfabeto para decir que se lee. A decir del desaparecido Jesús Urzagasti, existen dos, uno es el analfabeto a secas, el otro es el analfabeto funcional. El primero nunca tuvo las posibilidades de acceder a educación; el segundo es el que no lee porque no le da la gana, aunque haya ido a la escuela e incluso se haya enrolado correctamente en la maquinaria social.

Los institutos que venden paquetes para leer más rápido, o captar más palabras por segundo, podrán hacer su agosto creyendo que ellos tienen la fórmula para la lectura. Pero sus afanes les son ajenos a los organismos entrenados para la ficción. En realidad el agosto lo hacen los libreros y las editoriales, y de manera completamente válida, puesto que arman su plataforma de negocios como se hace en cualquier otra industria.

Lo que sí sería conveniente es diferenciar entre las ferias que organiza la Cámara del Libro, que equivocadamente se apellidan “del Libro”, y otras plataformas que realmente se ocupen de la lectura como formación ciudadana. En realidad, lo que siempre vemos son festivales de las editoras, de los libreros y las imprentas, y en Santa Cruz también del periódico El Deber. Porque si se tratara de fomentar la lectura, sería muy distinto. En ese caso se pensaría primero en el lector; en los Festivales de las Editoras sólo se aprecia al consumidor y el libro es de repente mera mercancía. Lo decía así Jesús Urzagasti cuando criticaba la encapsulación del aliento mágico del libro en favor de su impulso comercial: “el libro viene con el prestigio del antiguo hechizo de la lectura pero pierde el aliento y se desmorona entre tantos intermediarios, fríos y desconocidos”.

Puede esto constatarse cuando una librería bastante elitista, por sus precios, como El Ateneo de Santa Cruz, anuncia que poblará su stand con un nutrido número de ejemplares del último libro de conspiraciones de Dan Brown como oferta central. Un sello editorial como Comunicarte también aparece haciendo noticia por sus ventas durante la feria, pues promociona “el nuevo “bestseller de Bolivia”: Manjar para el corazón del adolescente.
Pero no es todo esto motivo de queja o lamentación, simplemente cabría hacer diferenciaciones. Frente al Festival de las Editoras podríamos los demás construir un espacio alternativo que se llame Bienal del Libro. (¿Dónde están los escritores independientes, que en la Feria del Libro fueron devorados por la maquinaria editorial?).

Una bienal. La intención de organizar una Bienal de la Lectura sería intervenir efectivamente el espacio social donde se realice. Debería servir para realizar diagnósticos del estado de la literatura de la ciudad. No quedarse en la presentación de las novedades, sino rumiar también lo valioso que pasa desapercibido. Enseñar que leer no es una sola cosa, más bien que existen prácticas de lectura múltiples, unas cargadas de tristeza, otras rebosantes de un deseo inagotable de conexiones. Que leer no es descifrar lo que otro quiso decir, sino encontrar nuestras relaciones contemporáneas con tal o cual libro; y crearlas si es necesario.

En esta Bienal de la Lectura no nos preocuparíamos por las estadísticas, ni por acumular expositores. Se instalarían espacios grandes con asientos cómodos para que los lectores puedan cortejar al libro de su preferencia, sin que el vendedor esté encima para apurar la compra. ¿Han visitado la librería Ateneo de Buenos Aires? Porque para salir a la caza de un libro debe uno ponerse en estado de ánimo, centrar un poco los sentidos, y comenzar a hojear. No es lo mismo que ir a una feria de calzados o artesanías para el hogar.

En todo caso, no se trata de pedir que desaparezcan las mal llamadas Ferias del Libro, que organiza la Cámara del Libro. Simplemente hay que constatar que su formato es insuficiente para decirnos algo sobre prácticas de lectura. Que cumple su función en cierto nivel, pero después deben crearse espacios posteriores. Pues una Feria del Libro muchas veces capta la atención de alguna gente por el acto de leer, pero no se trata de que lean cualquier cosa y de leerla como sea. Se debe hacer también un trabajo para encauzar ese interés despertado por la lectura en los ciudadanos de todas las edades.

Finalmente, recuérdese que la Feria del Libro cruceña estuvo marcada por la reciente aprobación de la Ley del Libro y la Lectura Óscar Alfaro, donde se precisa un concepto de la lectura opaco, demasiado burócrata, que citamos en el epígrafe. Una norma a la medida de sus ferias. Pero nadie se acordó de hacer algo por el escritor. Ni se puso una medida definitiva contra la piratería en nuestro país, ni se tocó siquiera el tema de los pobres porcentajes que conceden las editoriales a los escritores por publicar sus libros con ellos. El festín es de los intermediarios, por ahora. El banquete del escritor(a) y los lectores pasa por una complicidad de músicas por venir y comunicaciones silenciosas.

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Pensamiento inalámbrico

Este es un fragmento del libro ‘Pensamiento inalámbrico’  de Jorge Luna Ortuño, que se presentará el viernes 14 de junio a las 19.30 en el auditorio de Espacio Simón I. Patiño

/ 9 de junio de 2013 / 04:00

En cierta ocasión, cambiando canales en la televisión, me encontré con un reportaje que hizo un periodista para saber cuál era la cortesía que se podía observar día a día en las calles de La Paz; para ello entrevistó a transeúntes y pasajeros, les preguntó si tenían la costumbre de saludar cuando se subían a un vehículo del transporte público. La mayoría contestó que no, y casi todos dijeron que era porque rara vez les respondían el saludo. Se trata de un ejemplo rudimentario, pero es para mostrar que incluso en estas ocasiones se puede plantear las utilidades de un planteamiento inalámbrico (pensamiento, actitud, modo de ser). Inalámbrico es no depender exclusivamente, ni de la respuesta de otras personas, ni de las circunstancias, ni los vientos que soplan, ni del clima o la época, para tomar la decisión de hacer algo (o de no hacer nada) —otra cosa es saber tomarlas como parte de las condiciones de la situación. En el caso del ejemplo citado, un ser inalámbrico saluda al subirse a un transporte público no porque espera que le respondan, sino porque elige portarse así, porque le gusta comportarse así o le da la gana, porque ha decidido dentro de su propio código de conducta que la amabilidad y el buen trato deben ser parte de su normal proceder.

Ésta es una determinación similar a la que toma el maestro Rajnesh Osho, cuando dice en una de sus charlas en Uruguay: “yo no confío en ciertas personas porque sean confiables, sino porque me gusta confiar, porque quiero confiar, me gusta vivir confiando. Después es posible que me traicionen o que me lastimen, pero eso no cambiará nada, la decisión de confiar proviene de mí”. De aquí se puede extraer la diferencia entre los seres reactivos y los seres inalámbricos: mientras los reactivos se limitan a reaccionar al influjo de las fuerzas externas que los afectan, los inalámbricos tienen la frialdad y la comprensión suficientes como para usar una percepción panorámica, entender los pormenores de una situación, y pensar incluso desde fuera de sí mismos, porque no están amarrados a su ego ni a un grupo de respuestas elegido que se perpetúa gracias a un “yo”.

Los inalámbricos saben pensar en tercera persona, se interesan por resolver una situación a conformidad de todos los envueltos en un conflicto —cuando es posible—, pues se han deshecho de las taras de la educación formal, que le enseña a cada uno a cuidar sólo de lo suyo, a valorar las cosas sólo desde su perspectiva, y velar exclusivamente por sus intereses. Más aún, la habilidad de pensar inalámbricamente en la vida cotidiana consiste en llegar a comprender que no adelanta juzgar a nadie, pues en el fondo todos somos la misma cosa, reaccionamos todos a las condiciones particulares de nuestra vida. (…)

Los seres inalámbricos siempre trata de manejar un abanico de maneras de abordar una situación. Esta comprensión más integral de una situación o de una disputa la adquiere gracias a la serenidad que ha adquirido, su sentido de confianza, su percepción refinada, a su intelecto, a su tranquilidad para ver con calma, pero sobre todo gracias a las experiencias que reúne compartiendo con gentes de todos los estratos sociales; él es libre, lo que es decir inalámbrico significa que ni siquiera hace amigos según patrones, es completamente abierto, porque se sabe seguro de sí mismo, y las oportunidades lo encuentran a él. No busca fusionarse con todos, ni alterar su esencia al relacionarse (no es maleable pero sí fluido), sino extraer aquello que le pueda ser útil de la manera de ver el mundo que tienen las otras personas, todas ellas provenientes de distintos pasados y posibilidades, mientras comparte con ellas porciones de su visión que pueden ser de ayuda. En definitiva, los seres inalámbricos se distinguen de los reactivos, no por una cuestión de que tiendan a pensar positivamente o sean propositivos casi siempre (estos serían los “proactivos”, según la definición de Stephen Covey), ni siquiera esto es una regla, pues saben que en ocasiones vale más cerrar el pico, esperar con bajo perfil y dejar que las cosas se acomoden por sí solas. (“En las antípodas del mundo, alguien espera que tú hagas lo que tienes que hacer para conocerte. Así aprendí a esperar a que alguien hiciera lo que debía hacer para conocerlo”. Jesús Urzagasti).

Por ello, en cuanto a lo que depende solamente de ellos para realizarse son muy disciplinados; si algo los distingue es que no son negligentes respecto de las disciplinas que deben seguir día a día para estar en condiciones de afrontar cualquier tipo de situación difícil en cualquier momento. Los seres inalámbricos están siempre listos para asumir cualquier tipo de batalla o desafío que se les presente, y esto no quiere decir solamente confrontarse físicamente con un agresor que insulte su honor o el de su familia, pues el estar listo se aplica a todas las áreas de la vida, sea tomar un examen en la escuela, asistir al cierre de una importante presentación de negocios, atravesar una época de desempleo, saber afrontar una situación difícil con los hijos, o estar dispuestos a perdonar a los seres queridos que los han lastimado. Imagina por un minuto que estás de vuelta en el colegio,  y una de esas mañanas soñolientas la profesora pide a todos que guarden sus libros porque está a punto de tomar un “examen sorpresa”; sólo aquellos que no han estado haciendo sus tareas en casa y no han estado estudiando por su cuenta entrarán en pánico. Los demás, que siguieron sus disciplinas por su cuenta, se mantendrán calmos y cambiarán su chip inmediatamente.

Usamos este ejemplo para recordar una sensación que nos invade desde niños, y es la de no estar listos. Ser inalámbrico es disciplinarse a uno mismo en el cultivo de ciertas prácticas diarias que le permitirán estar listo siempre para lo que sea que se avecine el año o día próximo, o la misma hora venidera. Estas disciplinas configuran con el tiempo una especie de código interno, con el que cada uno se rige, e incluye la preparación que todos los seres humanos deberíamos hacer para recibir a la muerte, el mayor desafío de todos. Antaño en Japón los samuráis tenían su propio código de conducta donde el centro era el honor y la lealtad a su señor, éste código se conocía como Bushido (“el camino del guerrero”), y el seguimiento que hacían de él era lo que les permitía poner su vida en la línea con tal soltura y entrega, sin importar quién fuera el enemigo ni cuál la circunstancia.

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Gilles Deleuze, de la ventana al parque

Un perfil preciso y lúcido del filósofo francés que un día saltó por la ventana al parque, pero —como el personaje de Jesús Urzagasti— no para morir sino para cumplir el sueño de hacerse imperceptible.

/ 12 de mayo de 2013 / 04:00

¿Qué es hacer filosofía? ¿Cuándo se puede decir que hay filosofía? Con soltura y bello estilo, Gilles Deleuze (1925-1995) respondió a lo largo de sus más de 30 libros a estas preguntas. Emparentado con la llamada “generación dorada francesa” —en la que también se suele citar a Michel Foucault, Jacques Lacan, Louis Althusser, Roland Barthes y Claude Levi Strauss— este filósofo dedicó su vida a la elaboración de un pensamiento que le devolvió un poco de aire fresco a la filosofía, que en los años 50 del siglo pasado estaba enclaustrada en el clima rígido y acartonado de la Soborne. Deleuze recuerda en diversos pasajes de sus entrevistas que ya no podía soportar a Hegel y las triadas, ni a Descartes y los dualismos, los cuales eran el alimento “oficial” en los corredores universitarios. Identificó a la historia de la filosofía como “formidable aparato represor al interior de la filosofía”, pues a nadie se le permitía pensar más allá de lo que ya había sido pensado, ni hablar con voz propia, sólo rumiar la vieja sopa recalentada, Husserl y la fenomenología, Heidegger y el Ser, Hegel y la dialéctica…

Evidentemente, toda disciplina hereda las represiones de su tradición. Es ingenuo hacer de la idílica libertad el ideal máximo, mientras hay algo más difícil de lograr: es más desafiante saber ser artista en cualquiera que sea el campo que nos desempeñemos. Ésta la definición de artista: aquel que convierte las imposibilidades en medios; transforma los obstáculos en peldaños; aprende a seguir las reglas para trascenderlas. La creación es la única resistencia posible. Consciente de ello, Deleuze introdujo procedimientos creativos en la filosofía, formando una ontología que combina elementos de la metafísica tradicional con otros de corrientes minoritarias (inmanencia de Duns de Scotto, duración de Bergson, modos y atributos de Spinoza…).

A fuerza de ser creativo, Deleuze supo salir de la filosofía haciendo filosofía. No necesitó, como otros filósofos, escribir novelas, obras de teatro o componer canciones. Su proyecto de vida consistió en abrirle ventanas a la filosofía, “una palabra, una musiquilla, una historia, una línea, llaves en el viento para que mi mente huya, y proporcionar a mis cerrados pensamientos una corriente de aire fresco” (Bob Dylan).  

LECTURAS. Leer a Deleuze es lo más parecido a darle con el palo a una piñata llena de juguetes y colorido, pero que trae consigo también algunos monstruos y ecos de profundidades inquietantes. Logra que la filosofía se codee más afablemente con la literatura, la farmacología, la lingüística, el teatro, el cine… Con él la lectura es más que nunca un juego de guiños y de postas, nos presenta a un autor que nos lleva a otro y a otro: Henry Miller, Virginia Wolf, Artaud, Kafka, Beckett, Godard, Melville, D.H. Lawrence… Sin embargo, no se trata de mezclar por mezclar. Tiene razón Tomás Abraham cuando hace notar que esta filosofía no es la invitación a un “carnaval de confites”, no es un asunto lúdico, Deleuze construye un pensamiento riguroso, que impone concentración, dedicación, lectura atenta. Pensar no es entretenimiento. El filósofo no es quien está en busca de la verdad. La verdad, para Deleuze, sólo tiene sentido en el tiempo y sobre el tiempo, y sólo si su búsqueda “es la aventura propia de lo involuntario”. Decía que el pensamiento no es nada sin algo que fuerce a pensar, sin algo que lo violente. “Mucho más importante que el pensamiento es lo que da a pensar. Mucho más importante que el filósofo, el poeta”, escribe en Proust y los signos. Quizá lo diga porque al filósofo le ha costado mucho más que al poeta darse cuenta de que él no es el punto de partida del pensamiento, ni siquiera su condición excluyente.

URZAGASTI. Leer a Jesús Urzagasti, poeta de los poetas, me permitió comprender mejor esta cuestión, que trata desde Tirinea. Por algo más que el gusto por los heterónimos y el discurso indirecto, los estudiosos sugieren que el pensamiento de Deleuze es la versión filosófica de la poesía de Fernando Pessoa, o viceversa. Sin embargo, presentimos que la obra narrativa y poética de Jesús Urzagasti lo convierte en un amigo mucho más cercano.

En Mil mesetas, Deleuze y Guattaridicen: “Escribir quizás sea sacar a la luz ese agenciamiento del inconsciente, seleccionar las voces susurrantes, convocar las tribus y los idiomas secretos de los que extraigo lo que llamo Yo. Yo es una consigna. […] Mi discurso directo sigue siendo el discurso indirecto libre que me atraviesa de parte a parte y que viene de otros mundos o de otros planetas”. Y en Qué es la filosofía complementan: “¿Quién es Yo? Siempre es una tercera persona”, haciendo resonar el eco de Rimbaud (Yo soy Otro). (Como parte de este mismo linaje, Urzagasti escribe en Tirinea: “Yo soy el templo de mi voz, pero mi voz apenas es mía y viene precedida por la voz de tantos que han muerto sin haber nacido”.)

 Ni el pensamiento ni la escritura dependen de un Yo, ni un núcleo centrado. Deleuze definió a la filosofía como creadora de conceptos; rescata así la especificidad de su labor. En rigor, tres son las tareas que le confiere a la filosofía: 1) trazar un plano, 2) inventar un personaje, 3) crear un concepto.  Cuando dice que hay que “seleccionar las voces susurrantes, convocar las tribus y los idiomas secretos del interior”, apunta a la confección de una filosofía novelada, sin sujeto, pues introduce a los personajes en la filosofía. Deleuze los llama personajes conceptuales. Son los que describen el plano de inmanencia del autor, ponen en juego los problemas que trabaja, inspiran la creación de conceptos originales. Ejemplo: el tribunal de la razón en la Crítica de Kant erige al Juez como personaje conceptual, es el mismo papel que juega Sócrates para Platón, el Idiota para Nicolás de Cusa, Zaratustra para Nietzsche, Don Juan para Kierkegaard o Proletario y Burgués para Marx. “El personaje conceptual no es el representante del filósofo, es incluso su contrario: el filósofo no es más que el envoltorio de su personaje conceptual principal y de todos los demás, que son sus intercesores, los sujetos verdaderos de su filosofía. Los personajes conceptuales son los heterónimos del filósofo, y el nombre del filósofo, el mero seudónimo de sus personajes”. Así es como se puede entender que el filósofo siempre escriba en tercera persona.

La búsqueda de salidas para Deleuze era también una cuestión de salud. El filósofo padecía una tuberculosis grave, que en más de una ocasión lo mandó al hospital. Deleuze aprendió con su enfermedad que la salud diagrama la radiografía mental de un pensamiento. En 1968, poco después de terminar Diferencia y repetición, fue atendido de emergencia, y poco faltó para que ese ataque cerrara su vida. Tomás Abraham sugiere que la posterior creación del esquizoanálisis, en colaboración con Félix Guattari, fue un intento por hacer del pensamiento una cuestión de salidas para sus ametrallados pulmones: “Podría decirse que el interés de un pensamiento filosófico es el modo en que trabaja y transforma sus defectos, sus debilidades, sus llagas y vergüenzas, y sus límites. […] El mismo Deleuze es un excelso trabajador de sus defectos y carencias, de su falta de aire, de su tuberculosis mal curada, de su tos asfixiante, es un pensador de ventanas, de líneas de fuga, de esquizoanálisis, de paseos, gritos y espejos rotos, de aire, y más ventilación, de afueras” (Tomás Abraham: Batallas éticas).

AFUERA. Es también desde ese afuera que se encuentran nuevas claves para leer a Deleuze. Él decía que no son filósofos los funcionarios que se conforman con comentar y repetir lo que los grandes filósofos han escrito en otros tiempos. Invitaba a que se considere el tiempo de la filosofía más que la historia de la filosofía. Postuló el tiempo de la filosofía como un grandioso tiempo de coexistencia, que no obedece a las leyes de sucesión ordinaria; los filósofos del pasado serían como estrellas muertas en el firmamento cuya luz está más viva que nunca. De ahí que leer a un filósofo es relacionarse con algo vivo, y la lectura no puede ser condicionada por criterios de clasificación repetitivos, debe renovarse.

Así, Deleuze elaboró su filosofía según una operación similar a la que pone en marcha Jesús Urzagasti en De la ventana al parque, donde el narrador hace las veces de intermediario entre sus amigos muertos que no se conocieron en vida, por la disparidad de sus mundos. Deleuze dice que los filósofos, aun muertos, resplandecen como puntos luminosos, y nuestra lectura tiene la tarea de conectarlos. Urzagasti escribe: “En lugar de llorar, los muertos cantan; no el canto alegre y bullanguero de los que irresponsablemente transitan por las calles del mundo. Se trata de un canto sumamente responsable, hecho de sombras luminosas y sin una pizca de alcohol, por lo tanto sin melancolía.”   

 De modo que Deleuze canta con aquellos que, desde la tumba, hacen sentir el estruendo de su vitalidad inmanente. Algunos de ellos ni siquiera cruzaron un saludo en vida, como Spinoza y Nietzsche, o Bergson y Hume, y sin embargo en la filosofía deleuziana se convierten en amigos, son sus personajes conceptuales. Deleuze se multiplica, reivindica en todo momento la despersonalización del pensamiento. Toda la capacidad de instaurar un plano, inventar personajes y crear conceptos tiene la intención de contestar una pregunta central en su proyecto: ¿Cómo devenir-imperceptible? Sueña con hacerse imperceptible. Quizá estas palabras de Henry Miller en Trópico de capricornio lo expresen cabalmente: “El ojo, liberado del Yo, ya no revela ni elimina nada, se desplaza a lo largo de la línea del horizonte, viajero ignorante y eterno… He quebrado el muro que crea el nacimiento y el trazado de mi viaje es curvo y cerrado, sin ruptura… Mi cuerpo entero debe devenir un rayo perpetuo de luz cada vez más intenso… Aprieto mis oídos y mis labios. Antes que vuelva a ser hombre, probablemente existiré como parque…” (citado por Deleuze en Diálogos). Existir como parque antes que volver a ser hombre… los orientales podrían entenderlo como una experiencia de iluminación, Buda bajo el árbol…

EPÍLOGO. Habiéndose retirado de la docencia en 1987, y aquejado por su tuberculosis agravada, un sábado de 1995 se supo que Deleuze había saltado al vacío desde la ventana de su apartamento de la Avenida Niel, en el distrito XVII de la capital francesa. A los pocos días fue enterrado en la pequeña aldea del Limusín, en el centro de Francia, donde le gustaba pasar sus vacaciones. Las exequias se realizaron dentro de la más estricta intimidad.

Siempre afirmativo, alegre, experimentador, padeció un exceso de vida, tuvo una vida demasiado grande para su debilitado cuerpo. Él mismo había dicho respecto de la salud frágil de Spinoza y Nietzsche: “los organismos mueren, pero no la vida. No hay obra que no deje a la vida una salida, que no señale un camino entre los adoquines. Todo cuanto he escrito —al menos así lo espero— ha sido vitalista” (Conversaciones).

No se hicieron esperar las voces sarcásticas que encontraron en el suicidio de Deleuze una contradicción a su obra vitalista. Un filósofo que reivindica la vida y termina suicidándose, ¿de qué sirve leerlo? Así me lo dijo una vez la antropóloga Alison Spedding, y se me quedó grabado. Me parecía una visión muy triste. Años después, las lecturas me guiaron en silencio hacia la respuesta; Deleuze ya había escrito estas palabras premonitorias: “El rostro y el cuerpo de los filósofos albergan a esos personajes que les confieren a menudo un aspecto extraño, sobre todo en la mirada, como si otra persona viera a través de sus ojos. Las anécdotas vitales cuentan la relación de un personaje conceptual con los animales, las plantas o las piedras, relación según la cual el propio filósofo se convierte en algo inesperado, y adquiere una amplitud trágica y cómica que no tendría por sí solo. Nosotros los filósofos, gracias a nuestros personajes, nos convertimos siempre en otra cosa, y renacemos parque público o jardín zoológico.”

MUERTE. Mientras la mayoría vive en las tinieblas de la espera, confiando en que el día de la cita con la muerte sea lo más tarde posible, los seres que han aprendido a mirarla de frente, a fuerza de su vitalidad desbordante, saben bien cuándo deben bajar los telones. (Se cuenta de un maestro Zen que habiendo comprendido que sería su último día de vida, se levantó del lecho de enfermo y caminó por sí solo hasta un lugar donde cavó su zanja para lanzarse en ella.) Entonces recordé: existir como parque antes que volver a ser hombre… A esto se refería Deleuze, devenir-imperceptible, abrir la última ventana… mi corazón saltaba de gozo.

En la superficie siempre se creerá que Deleuze se quitó la vida, pero sólo los poetas saben que su salto fue un acto de absoluta sobriedad. Aquel sábado supo que se terminaba el gran libro de su vida, y entonces tuvo un gesto que Jesús Urzagasti ha sabido retratar al concluir De la ventana al parque: “Está bien, mejor no puede estar —dije al encerrarme en mi habitación muchísimos días con mis amigos muertos. Pero ha llegado la hora de abrir todas las ventanas para echarlos a andar por las calles de la ciudad de La Paz. Ahora que brincaron hacia el gran parque latinoamericano, en lugar de cerrar las ventanas, salto yo mismo —con mis sesenta páginas bajo el brazo…” Es la sensación dichosa del haber cumplido, llegar a la cima y entregar triunfante el “yo”, un torrente de gratitud lo desborda, ha sido maravilloso, ¿qué más podía pedir? A Gilles Deleuze sólo le restaba saltar de la ventana al parque, acompañado de sus personajes conceptuales. ¡El gran sueño se ha cumplido!

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