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¿Qué tienen en común Matrix y la filosofía?

Los gigantes avances en la tecnología de la comunicación nos han convertido en dependientes de nuestros dispositivos inalámbricos. Antes de esta revolución —impulsada por las ideas que alumbraron a Steve Jobs y Apple—, existía una cultura basada en computadoras estáticas, instaladas en red, que seguían el modelo jerárquico centralizado; todavía son ideales para montar oficinas burocráticas, pero son pesadas para trasladar, requieren de una toma de corriente permanente, su hardware demanda mayor espacio, dependen de los cables, aunque todo esto no quite que sean también muy útiles para otros trabajos.

La contraparte de ese modelo son las computadoras portátiles, livianas, integradas, con conexión inalámbrica, que se pueden llevar con uno bajo el brazo, se pueden conectar a diferentes servidores, incluso sin necesidad de cable alguno solo captando las señales en un recinto WiFi, además de transferencias bluetooth. Van desde las laptops, pasando por los I-pods y I-phones hasta el I-pad.

Ambos modelos impulsan y se alimentan de distintos tipos de mentalidad desde hace medio siglo. Pero la alusión a estos dos modelos es solamente una manera de explicarse en estos tiempos. Existe desde siempre una gama de seres inalámbricos de todas partes, los precursores, los que no necesitaron de la tecnología para afirmarse como inalámbricos: Diógenes de Sínope, Chuang Tzú, Baruch Spinoza, Aung Sang Suu Kyi, el Quitacapas, el movimiento contracultural de los 60, Bruce Lee, Bob Dylan (tan admirado por Steve Jobs), rebeldes de la capoeira, y el mismo Steve Jobs al interior de la tecnología, junto a muchos otros imperceptibles que peinaron su camino sin abrir el pico ni dejar una historia.

Contracultura no significa “anti”. El concepto de contracultura siempre tuvo que ver más con el surf, que enseña cómo continuar el movimiento sin oponerse a una fuerza más grande. Cuando viene la ola, el surfeador pasa por debajo, o en otros casos se monta y deja que ella lo lleve, no choca de frente. ¿Un Aikido de las aguas? Ese arte llevado a la vida cotidiana podría llamarse pensamiento inalámbrico. Ya Juan Carlos Kreimer nos hizo notar que contracultura se utilizaba más en el sentido de contrapesar, del inglés “counter”, como una fuerza que viene a balancear el efecto reductor y limitante que producían los circuitos culturales oficiales.

El pensamiento inalámbrico retoma ese impulso lleno de fuego y de percepciones alucinadas en la carretera de los viejos ídolos. Jack Kerouac evoca a los personajes simpáticos, lo hace en un librito maravilloso, Los subterráneos (Anagrama, 2013). Escribe: “Subterráneo es un nombre inventado por Adam Moorad, poeta y amigo mío, que dijo: Son hipsters sin ser insoportables, son inteligentes sin ser convencionales, son intelectuales como el demonio y saben lo que se puede saber sobre Pound sin ser pretenciosos ni hablar demasiado de lo que saben, son muy tranquilos, son unos Cristos”.

Bien podríamos haber titulado al libro Pensamiento subterráneo, pero más allá de eso, lo que interesa es resaltar aquellas formas de producir subjetividad que escapan al dominio de los saberes y al control de los poderes. La línea de trabajo rayada por Foucault en el segundo tomo de Historia de la sexualidad nos abrió un campo inmenso de investigaciones, luego los análisis rizomáticos que inauguraron Deleuze y Guattari en Mil mesetas y todo el trabajo que proponen Suely Rolnik junto al mismo Guattari en Cartografías del deseo, aunque esta última fuera una influencia algo más tardía.

Nuestra manera de seguirlos ha sido construir nuestro propio plano de trabajo, una forma de pensar mínimamente original, en compañía de nuestros propios personajes conceptuales. Acudimos a la cultura popular porque nos divierte, nos estimula, y al mismo tiempo nos permite dialogar según registros comunes con diversos lectores.

Así, nuestros personajes se encuentran en la novela de Niko Kazantzakis, en algunos films del cineasta Chistopher Nolan, en la poco explorada filosofía spinozista de Bruce Lee, en un álbum legendario de Pink Floyd, en Matrix, en la dietética del Gracie Jiu Jitsu y hasta en la revolución cultural del juego del Barcelona FC de Guardiola o en la vida de los underground como Bukowski.

“El que mucho abarca poco aprieta”, reza el conocido refrán que siempre tuvimos presente, pues el gran riesgo de hacer esto era caer en la dispersión inconsistente. Por ello, una de nuestras premisas de trabajo fue reivindicar la habilidad para conectar. ¿Qué se le puede ofrecer hoy en día al lector que tiene a su disposición todo el conocimiento humano flotando en una nube digital con la que puede conectarse? El valor es,  justamente, el de ofrecer conexiones de ideas en una forma tal que ambas terminan enriqueciéndose, aunque provengan de campos muy lejanos, y lograr que en el camino los procesos sinápticos que tienen lugar en nuestro cerebro terminen expandiéndose. Es un paso más allá de la divulgación de ideas. En internet tenemos un montón de contenidos para conocer, ¿pero quién trabaja los contenidos y quién crea nuevos contenidos a partir de los que tiene a disposición? El filósofo tiene su propia manera de trabajarlos y todo parte del ejercicio de la conexión. Los que hayan leído la novela The Dark Fields de Alan Glynn podrán encontrar un terreno en común; cabe decir que dicha novela fue llevada al cine con el título Limitless (2011) y podrá encontrarse en DVD consultando con su casero de películas piratas.  

El lector del libro nos dirá si hemos llegado a algún lado mediante este procedimiento que, por otra parte, no es creación nuestra. Existe ya antes que nosotros un talento emergente en este tipo de escritura CD-Room, sin ir muy lejos, Luis H. Antezana en Bolivia practica así la elaboración de sus ensayos. Nosotros le debemos a Zizek Slavoj la adopción de esta escritura por ensambles, jam sesión, que arrastra muchas cosas y que sin embargo se cierra como un círculo en algún punto, influencia también de la hipertextualidad que domina el mundo del internet y que nos ha enseñado a leer-escribir de otra manera.
La cita para poner en escena estas ideas es el viernes 21 en el auditorio del Espacio Simón I. Patiño.

Pensamiento inalámbrico: pensar lo no pensado

Sebastián Morales Escoffier – Crítico de cine

¿Qué cosas comunes podrían haber entre Bruce Lee, Zorba el Griego y el esquema de juego del Barcelona de Guardiola? Éstos son algunos de los elementos que aparecen en el libro de Jorge Luna Ortuño Pensamiento inalámbrico.  La pregunta sigue presente: ¿Qué puede haber de común entre estos planos tan heterogéneos?  Tal vez es justamente su heterogeneidad, su carácter fragmentario, la posibilidad abierta de un pensar haciendo  saltos entre los temas que nos propone Luna.

Pensamiento inalámbrico, como su título lo confirma, nos propone una nueva forma de pensar, no tanto a partir de temas o zonas de conocimiento fácilmente discernibles ni a partir de la estructuración de relaciones lógicas. Tomado desde este punto de vista, el libro es un texto de filosofía, porque invita al pensamiento a transitar por caminos y por lugares inéditos. Y en cuanto busca romper ciertas categorías del conocimiento demasiado rígidas, demasiado academicistas, propone también unas nuevas fronteras para la filosofía.  

De ahí que a Luna más que interesarle los temas clásicos de la filosofía, más que adentrarse al análisis sesudo de textos, busca encontrar líneas de resonancia, vectores que se van cruzando, planos que se yuxtaponen, conexiones entre puntos lejanos. La filosofía debe encontrar fronteras infinitas puesto que deber trazar relaciones con el infinito mismo. En esta aventura del pensamiento por regiones poco exploradas  por haber sido consideradas simplemente como secundarias para las actividades del conocer, el viajero debe tratar de prestar atención a todos los textos y  a todas las vivencias que le  sirvan para avanzar. 

Aceptar la invitación de Luna  significa, por tanto, aprender que el pensamiento no necesariamente se transmite con la palabra, sino que también requiere por ejemplo, una actitud musical que permita tener los oídos bien abiertos a todo lo que sirva para alcanzar la  finalidad última de la filosofía: la creación de un pensamiento auténtico.

Pero crear un pensamiento no sólo quiere decir hacer conceptos, en el sentido estricto de la palabra, puesto que pensar desde lo inalámbrico también quiere decir pensar con el cuerpo, significa  llevar a la práctica un arte marcial, significa hacer conexiones telepáticas con la amante o con el compañero de equipo, significa un movimiento de cámara, un sonido o una armonía, una actitud frente a la vida.

Luna, con sus saltos, con sus unidades fragmentarias,  propone un pensamiento en devenir, un pensamiento que está todo el tiempo haciéndose, un concepto que invita a ser reinventado a partir del descubrimiento de  conexiones hasta ahora no encontradas. Es un pensamiento móvil, que permite expandir los límites. En este sentido, una película, una obra, una actitud, puede llegar a tener elementos para un pensamiento filosófico siempre que permitan viajar por los distintos  planos de la vida. La filosofía sirve para algo, pero sirve en cuanto el pensador viaja, se reinventa, crea un pensamiento, un sistema táctico, una imagen. Pero sobre todo cuando uno se reinventa.

Una filosofía para verse y entenderse

Jaira Rivera Mazorco – Licenciada en filosofía

Siempre necesitamos uno o dos personajes que materialicen nuestras ideas. Siempre es más fácil cuando le das al público algo o alguien con quien identificarse. La filosofía en sí es dura, aburrida, tediosa. En cambio, la forma de escribir y hacer filosofía que encontramos en Pensamiento inalámbrico es más simple, más pura, más del mundo, de nosotros, sin ningún tipo de discriminación, le da a cada quien un pedacito para entenderse y verse, de algún modo, reflejado en los distintos pasajes. Eso es sencillamente admirable.

En la primera parte el libro recupera una historia que me encanta que es la del estafador Frank Abagnale, quien a sus 16 años pudo hacerse pasar por piloto de la línea aérea Pam Am y después pasó a ser médico, luego abogado y luterano y viajaba libre sin que su verdadera identidad se descubriera. ¿Cómo se engancha esta historia con la filosofía de Bruce Lee que es con lo que arranca el libro? Jorge Luna nos dice que la flexibilidad-de-forma de Bruce Lee se encuentra realizada en las aventuras de Frank, pues “constantemente se despoja de una forma para pasar a otra sin adscribirse completamente a ninguna de las dos”.

La adolescencia y el sueño americano se enfrentan a realidades donde el individuo es simplemente una marioneta y “las oportunidades que nos brinda el sistema” son la zanahoria que el burro nunca logra alcanzar. Sorprenderse a uno mismo como un ser que tiene todas las etiquetas requeridas por un sistema, y que sólo por ello te denomina “respetable” no es suficiente, ni siquiera necesario, porque se despierta la posibilidad de que uno es nada.

Entonces ser y expresarse según los códigos de un sistema resulta contraproducente. Debemos aprender a ser todo, todos, cada vez, anticipándonos a las expectativas.

No es importante enfrentarse o negar aquello que nos oprime, sino conocerlo, ser parte de ello, estar en ello.

Estamos condicionados (desde siempre) a vivir por y para las formas, porque éstas son manipulables, se venden y se compran, son objetos sin valor que no favorecen la libertad, “la expresión honesta”. Este condicionamiento domina por completo las esencias y, peor aún, la capacidad de ser un todo. La educación de las formas es la educación de las partes, los fragmentos; somos identidades fragmentadas, condicionadas y determinadas por “otro”. Por ello, para ser parte del sistema, conocerlo y “jugar con él” debemos interpretar los roles que el sistema espera. Se debe pensar, sentir y actuar como el sistema para poder salir del mismo. El sistema nos da absolutamente todas las herramientas para poder engañarlo si pensamos como él.

Por mi parte, veo el pensamiento inalámbrico como la capacidad de ser más allá de lo previamente dibujado o impuesto. Es la posibilidad de darle al ser humano muchas puertas y ventanas para bajarse de sus centrismos y ver, sentir y ser mucho más de lo que pensamos o se nos permite. Es salirse de la Matrix, es ser la realidad. Me gusta, lo disfruto.