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Kundera abandona su guarida

En Francia se anuncia la publicación ‘La fête de l’insignificance’  del novelista checo

/ 20 de abril de 2014 / 04:00

Con ironía, menor pesadumbre de la esperada por algunos, ha regresado Milan Kundera (Brno, República Checa, 1929) al panorama de las letras europeas. Francia espera la aparición en las librerías de La fête de l’insignificance (Gallimard), que será publicada en septiembre en España por Tusquets. Y lejos de resolverse, el enigma del escritor esquivo y huraño, escondido y voluntariamente escindido de su lengua materna —escribe en francés desde La lentitud, aparecida en 1994— queda un poco más abierto ahora.

“Ligero como una pluma de perdiz o de ángel”, compara Le Monde, Kundera vuela alto en la novela que aparece ahora 14 años después de La ignorancia. ¿Dónde se ha metido? ¿Qué ha hecho? Apartarse, ocultarse, leer en francés, alemán y checo, las lenguas que domina. Ahondar quizás en los vericuetos kafkianos que tanto le apasionan y reconocer en ellos las señales de este tiempo difuso, escurridizo.

El peso de un legado oscuro en busca de la luz —o del absurdo— ha definido su obra desde El libro de los amores ridículos a La broma, de La vida está en otra parte a La insoportable levedad del ser —publicado en su país en 2004, pero un clásico desde mediados de los 80—. También ha servido de guía a su cada vez más enigmático y polisémico estilo en libros como La inmortalidad, La lentitud o en esta última entrega, que en español se titulará La fiesta de la insignificancia.

Beatriz de Moura, su editora, está traduciendo al español una obra de la que el autor llevaba un tiempo hablando a sus íntimos. Comienza con tintes eróticos y aires de Muerte en Venecia posmodernos, entre la contemplación de un ombligo y la comparación del sagrado símbolo romántico de los senos femeninos con la efigie de la Virgen María. De Moura, entregada y ferviente defensora de Kundera, avanza algunos detalles: “Están presentes casi todos los temas preferidos del autor y llevados a su esencia: la maternidad, la sexualidad, el poder con sus facetas —desde la crueldad y la arbitrariedad hasta el absurdo y la ternura—, la zafiedad de los falaces…”.

Todo ello, con un punto de humor. Es lo que más ha sorprendido a su editora hispana. Ese magistral equilibrismo entre líneas: “Fácil de leer, pero difícil de comprender”, asegura. “En conjunto, Kundera hace una desenfadada visión del mundo que no cesa de caer en lo irrisorio y que termina en un festejo burlesco”.

Más Falstaff que Hamlet se nos presenta de nuevo Kundera en esta etapa final de su vida y su obra, con 85 años cumplidos este mismo mes. Imprevisible y libérrimo, insólito e inesperado, en el tiempo que ha mediado desde su última entrega literaria, el autor ha ingresado en la colección de la Pléiade de Gallimard, algo así el olimpo de las letras francesas, donde se codea con Proust y Balzac. Y también ha vivido instalado en la polémica: en 2008 una revista checa le acusó de delatar en 1950 a la Policía comunista a un estudiante, que cumplió 22 años de cárcel.

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Con ironía, menor pesadumbre de la esperada por algunos, ha regresado Milan Kundera (Brno, República Checa, 1929) al panorama de las letras europeas. Francia espera la aparición en las librerías de La fête de l’insignificance (Gallimard), que será publicada en septiembre en España por Tusquets. Y lejos de resolverse, el enigma del escritor esquivo y huraño, escondido y voluntariamente escindido de su lengua materna —escribe en francés desde La lentitud, aparecida en 1994— queda un poco más abierto ahora.

“Ligero como una pluma de perdiz o de ángel”, compara Le Monde, Kundera vuela alto en la novela que aparece ahora 14 años después de La ignorancia. ¿Dónde se ha metido? ¿Qué ha hecho? Apartarse, ocultarse, leer en francés, alemán y checo, las lenguas que domina. Ahondar quizás en los vericuetos kafkianos que tanto le apasionan y reconocer en ellos las señales de este tiempo difuso, escurridizo.

El peso de un legado oscuro en busca de la luz —o del absurdo— ha definido su obra desde El libro de los amores ridículos a La broma, de La vida está en otra parte a La insoportable levedad del ser —publicado en su país en 2004, pero un clásico desde mediados de los 80—. También ha servido de guía a su cada vez más enigmático y polisémico estilo en libros como La inmortalidad, La lentitud o en esta última entrega, que en español se titulará La fiesta de la insignificancia.

Beatriz de Moura, su editora, está traduciendo al español una obra de la que el autor llevaba un tiempo hablando a sus íntimos. Comienza con tintes eróticos y aires de Muerte en Venecia posmodernos, entre la contemplación de un ombligo y la comparación del sagrado símbolo romántico de los senos femeninos con la efigie de la Virgen María. De Moura, entregada y ferviente defensora de Kundera, avanza algunos detalles: “Están presentes casi todos los temas preferidos del autor y llevados a su esencia: la maternidad, la sexualidad, el poder con sus facetas —desde la crueldad y la arbitrariedad hasta el absurdo y la ternura—, la zafiedad de los falaces…”.

Todo ello, con un punto de humor. Es lo que más ha sorprendido a su editora hispana. Ese magistral equilibrismo entre líneas: “Fácil de leer, pero difícil de comprender”, asegura. “En conjunto, Kundera hace una desenfadada visión del mundo que no cesa de caer en lo irrisorio y que termina en un festejo burlesco”.

Más Falstaff que Hamlet se nos presenta de nuevo Kundera en esta etapa final de su vida y su obra, con 85 años cumplidos este mismo mes. Imprevisible y libérrimo, insólito e inesperado, en el tiempo que ha mediado desde su última entrega literaria, el autor ha ingresado en la colección de la Pléiade de Gallimard, algo así el olimpo de las letras francesas, donde se codea con Proust y Balzac. Y también ha vivido instalado en la polémica: en 2008 una revista checa le acusó de delatar en 1950 a la Policía comunista a un estudiante, que cumplió 22 años de cárcel.

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