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Aristimuño o el don de mutar

Una revisión de la obra del músico argentino que actuó recientemente en La Paz

/ 4 de mayo de 2014 / 04:00

Conocí a Lisandro Aristimuño en 2009, tocaba en un bolichito imperceptible de Buenos Aires. El lugar estaba abarrotado y apenas pude acomodarme en unas gradas en espiral, desde donde podía observar al cantante.

En ese entonces, lo primero que pensé fue que Lisandro era bonito como su música. Bonito, no más. Hoy, tras el lanzamiento en 2012 del disco Mundo anfibio queda claro que Aristimuño es hermoso y nefasto.

Para entonces, el cantautor argentino llevaba tres discos en su haber, Azules turquesas (2004), el que yo más apreciaba desde el día que mi amigo Vadik Barrón me lo presentara, Ese asunto de la ventana (2005), y 39º (2007).

Luego del concierto fue posible hablar con él unos minutos y cargaba ya su característico sombrero. El tono de su voz, su apariencia serena, todo era consistente con su música. Consistencia que en determinado momento me hizo decir: “Tan bonito, feo también”.

El giro lo da su producción más reciente, Mundo anfibio, en la que se transparenta un Lisandro que está cabreado, el abandonado, el inconforme, uno con más carne. Un Lisandro mejor. Es que las 11 canciones de este disco pasean de la mano de la dulzura a la depredación como si fueran un mismo jardín.

La poesía, con el mismo nivel lírico al cual nos acostumbró este cantautor y una experimentación musical para el mismo Aristimuño que sale de sus márgenes presentados en discos previos, rasgos del Mundo anfibio que develan que mutar no es solo una capacidad, sino un don.

Tu nombre y el mío es, como el mismo cantante identifica, un hito en su discografía. Ese primer disco es novedoso por la propuesta de sonidos además de la elevada propuesta lírica que ya demarca el territorio de Aristimuño.

Los sonidos que presenta en esa producción además llevaron a algunos críticos de cierta revista de música rock a denominarlo “el Thom Yorke patagónico”, dadas ciertas similitudes de sus canciones con relación a la producción solista del vocalista del grupo inglés Radiohead. Ese asunto de la ventana tiene como bandera la hermosísima balada La última prosa, con un perfil un poco más bajo, más tranquis, que el disco previo. Advierto también en esta producción una forma de composición cuyo pilar principal es más bien el ejercicio de introspección.

El álbum 39° ofrece Me hice cargo de tu luz. Este disco en particular me provoca pensar que es un poco sostener la fórmula del primer álbum.

Y Crónicas del viento es un firme, mas no contundente, intento de asentar el sonido rock en sus composiciones. Pero además este álbum también es un punto aparte porque es un retorno a los sonidos de su tierra.

Lisandro Aristimuño rescata el bombo, los ritmos más gauchos en loops —¿cómo decirlo?— “electrobagualeros” por demás interesantes. Además que se celebra el maravilloso dúo que logra junto a Fito Páez en Descender del sur. Fantástica canción.

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Aristimuño o el don de mutar

Una revisión de la obra del músico argentino que actuó recientemente en La Paz

/ 4 de mayo de 2014 / 04:00

Conocí a Lisandro Aristimuño en 2009, tocaba en un bolichito imperceptible de Buenos Aires. El lugar estaba abarrotado y apenas pude acomodarme en unas gradas en espiral, desde donde podía observar al cantante.

En ese entonces, lo primero que pensé fue que Lisandro era bonito como su música. Bonito, no más. Hoy, tras el lanzamiento en 2012 del disco Mundo anfibio queda claro que Aristimuño es hermoso y nefasto.

Para entonces, el cantautor argentino llevaba tres discos en su haber, Azules turquesas (2004), el que yo más apreciaba desde el día que mi amigo Vadik Barrón me lo presentara, Ese asunto de la ventana (2005), y 39º (2007).

Luego del concierto fue posible hablar con él unos minutos y cargaba ya su característico sombrero. El tono de su voz, su apariencia serena, todo era consistente con su música. Consistencia que en determinado momento me hizo decir: “Tan bonito, feo también”.

El giro lo da su producción más reciente, Mundo anfibio, en la que se transparenta un Lisandro que está cabreado, el abandonado, el inconforme, uno con más carne. Un Lisandro mejor. Es que las 11 canciones de este disco pasean de la mano de la dulzura a la depredación como si fueran un mismo jardín.

La poesía, con el mismo nivel lírico al cual nos acostumbró este cantautor y una experimentación musical para el mismo Aristimuño que sale de sus márgenes presentados en discos previos, rasgos del Mundo anfibio que develan que mutar no es solo una capacidad, sino un don.

Tu nombre y el mío es, como el mismo cantante identifica, un hito en su discografía. Ese primer disco es novedoso por la propuesta de sonidos además de la elevada propuesta lírica que ya demarca el territorio de Aristimuño.

Los sonidos que presenta en esa producción además llevaron a algunos críticos de cierta revista de música rock a denominarlo “el Thom Yorke patagónico”, dadas ciertas similitudes de sus canciones con relación a la producción solista del vocalista del grupo inglés Radiohead. Ese asunto de la ventana tiene como bandera la hermosísima balada La última prosa, con un perfil un poco más bajo, más tranquis, que el disco previo. Advierto también en esta producción una forma de composición cuyo pilar principal es más bien el ejercicio de introspección.

El álbum 39° ofrece Me hice cargo de tu luz. Este disco en particular me provoca pensar que es un poco sostener la fórmula del primer álbum.

Y Crónicas del viento es un firme, mas no contundente, intento de asentar el sonido rock en sus composiciones. Pero además este álbum también es un punto aparte porque es un retorno a los sonidos de su tierra.

Lisandro Aristimuño rescata el bombo, los ritmos más gauchos en loops —¿cómo decirlo?— “electrobagualeros” por demás interesantes. Además que se celebra el maravilloso dúo que logra junto a Fito Páez en Descender del sur. Fantástica canción.

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