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El festín de Shakespeare

Qué haría usted si, luego de tomar su sopa, ve que se acerca la trágicamente célebre Julieta, se sienta a su lado, exterioriza sus dudas sobre la pócima que le dio Fray Lorenzo para simular su muerte y, acto seguido, se la bebe? Para los cinco comensales de la mesa 7 fue el aperitivo de una sabrosa velada teatral con William Shakespeare.

El Embajador de Su Majestad Británica, Ross Denny, invitó el martes 29 de abril a una cena especial en su residencia. Los afortunados invitados: teatristas, gestores culturales y miembros de la prensa. El menú: una cena de cinco platillos elegantemente sazonada con extractos de obras de Shakespeare (Stratford-upon-Avon, Warwickshire, Reino Unido,1564-1616). La ocasión: el 450 aniversario del nacimiento del más célebre dramaturgo inglés de todos los tiempos.

La cita fue a las 20.00. La velada comenzó con un cóctel en el que a cada asistente se le asignó un número de mesa, cosa de dejar un par de asientos libres. A los espacios vacíos llegaron, entre platillo y platillo, cinco personajes célebres del escritor, encarnados por actores bolivianos dirigidos por Antonio Torres, en una propuesta de El Búnker, Espacio Cultural Creativo, con la producción de Vivian Fernández y Carmen Suárez.

Cada mesa tuvo su propia vivencia. La primera en llegar a la siete fue Julieta (Carmen Suárez): murmurando, con el rostro afectado, obligando a los comensales a dejar la charla. Ella recreó la noche antes de su matrimonio indeseado, cuestionando el plan de Fray Lorenzo. El texto era del acto IV, escena III de Romeo y Julieta.

Tras beber el líquido azul, la figura se alejó para dar paso a un soufflé. Inevitablemente, la charla en la mesa realzó la figura de Shakespeare y tejió paralelismos con la historia nacional.

Entonces, portando una máscara de madera, llegó Hamlet. Pudimos escucharle —a través de Luis Caballero— planificar la forma en que probaría que su tío, Claudio, urdió junto con Gertrudis, su madre, la muerte de su padre, el rey de Dinamarca. El príncipe dejó un halo de silencio, cortado por meseros que sirvieron el plato fuerte.

Antes del postre, apareció un sonriente Filóstrato (Gino Ostuni), de Sueño de una noche de verano. Con pícaro gesto, expuso y opinó sobre las obras del festejo de las bodas del rey Teseo.

Tras el sabor dulzón de la comedia romántica, entró Macbeth (Luis Bredow), ansioso tras haber sido coronado rey, pero recibiendo llamadas telefónicas en que se le notificaba de la toma de su castillo y la muerte de su esposa. La naturalidad y el dominio de escena de Bredow cautivó.

Shylock (Antonio Tórrez), de El mercader de Venecia, llegó a la par de la tabla de quesos. Allí nos reveló sus ansias de venganza contra Antonio. “Yo creo que es tarijeño”, dijeron en mi mesa, tras que abandora su asiento. “No, es cochabambino”, refutaron en la mesa del lado. Y así, los asistentes volvimos a disfrutar de la universalidad de la obra de este autor inmortal.