Tuesday 23 Apr 2024 | Actualizado a 06:50 AM

Tal vez enigma de fulgor, cien años de poesía en La Paz

La Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia acaba de poner en circulación una antología de poetas nacidos en La Paz elaborada por Rubén Vargas; éste es el prólogo del libro

/ 4 de mayo de 2014 / 04:00

Esta antología está doblemente delimitada, en el espacio y en el tiempo. Por lo primero, es una selección de poetas nacidos en La Paz; por lo segundo, abarca el siglo XX.
La primera delimitación no es arbitraria pero su justificación es apenas necesaria. Por razones editoriales más que estrictamente literarias, se trata de un libro dedicado a los poetas nacidos en esta parte del mundo: Un homenaje quizás o un reconocimiento, pero en todo caso no la afirmación de alguna forma de identidad, asunto arduo si los hay. Por fortuna, la poesía no reclama más señales de identidad que las que vienen de su propia naturaleza: el lenguaje y sus múltiples desplazamientos. La identidad regional o nacional de los individuos es un acto de fe o una fatalidad. Más vale, entonces, no entrar en honduras. El requisito para formar parte de esta antología es haber nacido en La Paz, eso es todo.
En cambio la delimitación temporal responde a una valoración. En la poesía boliviana como en la hispanoamericana, el movimiento modernista marcó el inicio de una época literaria cualitativamente distinta: la modernidad. En este sentido, la poesía escrita en Bolivia tiene el privilegio de marcar ese paso con un libro ejemplar: Castalia bárbara (1899) de Ricardo Jaimes Freyre (1862-1933). Para los fines de este libro, entonces, importa la poesía escrita o publicada a partir de esa fecha. En otras palabras, éste es un libro, en el sentido amplio, de poetas modernos.   

CRITERIOS. Hecha esta delimitación, conviene hablar de los criterios de la selección. Este libro no es un catálogo de poetas nacidos en La Paz; tampoco es un libro de referencia ni se plantea elaborar un panorama. Antes bien, es o pretende ser un libro de lectura. Por ello el criterio de selección privilegia aspectos cualitativos y no cuantitativos. Elías Blanco Mamani, que tan útiles servicios presta al registro de la literatura boliviana, con motivo del bicentenario del 16 de julio de 1809 y con un amor inocultable por la simetría publicó el libro 200 poetas paceños (El aparapita, 2009). Y se trata de una selección, no de un catálogo exhaustivo que seguramente multiplicaría ese número. En esta antología figuran apenas veinte poetas. Pero se intenta que esos veinte poetas estén representados con una amplia selección de su obra. Es, en ese sentido, una vez más,  un libro de lectura que pretende aproximar al lector más que a nombres y fechas a escrituras.
Por esa misma razón, el orden en el que aparecen los poetas seleccionados no es cronológico. En el ordenamiento del libro he intentado, más bien, muy levemente es cierto, proponer una lectura poética, es decir un mínimo sistema de correspondencias, de afinidades y diferencias, tal como este resulta desde una lectura del presente.
Con esta intención, la antología se abre con la obra de los que quizás sean los poetas de mayor significación en el siglo XX: Óscar Cerruto (1912-1981) y Jaime Saenz (1921-1986). En ambos casos, la crítica es unánime: estamos frente a obras surgidas a mediados de los años 50 que suponen, por un lado, una diferenciación cualitativa respecto al pasado, pero también la fundación de lenguajes de larga permanencia e influencia. A manera de marcar esa continuidad, la selección sigue con Blanca Wiethüchter (1947-2004) y Humberto Quino (1950), dos poetas de signo muy distinto y gran originalidad que comenzaron a publicar en los años 70 y que permiten evidenciar de alguna manera la impronta —que no la mera influencia— de los lenguajes fundacionales de Cerruto y Saenz.
Luego, la antología presenta la obra de tres poetas nacidos en fechas próximas: Marcia Mogro (1956), Juan Carlos Orihuela (1952) y Guillermo Bedregal García (1954-1974), que en sus diferencias marcan bien, a mi entender, el rico abanico de posibilidades por la que transita la poesía que podemos leer hoy. Marcia Mogro, con notable unidad y continuidad, está escribiendo una de la sobras más desafiantes de la poesía boliviana; Juan Carlos Orihuela es un poeta entrañable, es decir la suya es una escritura que no le teme a las entrañas: Guillermo Bedregal García en su breve vida y obra encarnó un destino pero por fortuna no una promesa sino una realización.   
Lo que continúa en el libro es un salto hacia adelante y que por feliz coincidencia se encarna en voces femeninas: Paura Rodríguez Leytón (1973), Katterina López Rosse G. (1972), Mónica Velásquez Guzmán (1972) y Vilma Tapia (1960). He ahí cuatro sensibilidades movidas por preguntas esenciales en torno a la identidad más bien existencial pero con lenguajes marcadamente diferentes.
Más adelante están Álvaro Diez Astete (1949) y Jaime Nissthauzz (1942). Son poetas de caminos muy propios e independientes seguidos con marcada perseverancia. Cada uno tiene un espacio propio de lectura.
Luego, el libro se propone un salto hacia atrás que no intenta marcar espacios de analogías sino más bien destacar las individualidades: Jorge Suárez (1931-1998), uno de los pocos poetas bolivianos que supo cantar y contar con igual soltura y humor; Gonzalo Vásquez Méndez (1928-2000), una voz estricta en las formas y justa en su tono dramático pero también celebratorio; y Yolanda Bedregal (1913-1999), autora de una obra extensa y muy variada.
Hacia el final se agrupan poetas que en cierto sentido marcan un fondo histórico para los lenguajes poéticos antes representados: Guillermo Viscarra Fabre (1901-1980), que fue uno de los pocos poetas de nuestra literatura que intentó plasmar un lenguaje vanguardista; Antonio Ávila Jiménez (1898-1965), de una escritura de gran sutileza y mundos de radical extrañeza; José Eduardo Guerra (1893-1943), la más depurada transición del Modernismo hacia otros lenguajes; y, finalmente, Franz Tamayo (1879-1956), cuya escritura se instala e insiste hasta el final en la estética modernista.
El título del libro viene de un poema de Óscar Cerruto. Quiere cifrar, así sea en el ámbito del deseo, el posible punto de encuentro entre la escritura y la lectura de los poetas recogidos en estas páginas: Tal vez / enigma de fulgor.

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Tal vez enigma de fulgor, cien años de poesía en La Paz

La Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia acaba de poner en circulación una antología de poetas nacidos en La Paz elaborada por Rubén Vargas; éste es el prólogo del libro

/ 4 de mayo de 2014 / 04:00

Esta antología está doblemente delimitada, en el espacio y en el tiempo. Por lo primero, es una selección de poetas nacidos en La Paz; por lo segundo, abarca el siglo XX.
La primera delimitación no es arbitraria pero su justificación es apenas necesaria. Por razones editoriales más que estrictamente literarias, se trata de un libro dedicado a los poetas nacidos en esta parte del mundo: Un homenaje quizás o un reconocimiento, pero en todo caso no la afirmación de alguna forma de identidad, asunto arduo si los hay. Por fortuna, la poesía no reclama más señales de identidad que las que vienen de su propia naturaleza: el lenguaje y sus múltiples desplazamientos. La identidad regional o nacional de los individuos es un acto de fe o una fatalidad. Más vale, entonces, no entrar en honduras. El requisito para formar parte de esta antología es haber nacido en La Paz, eso es todo.
En cambio la delimitación temporal responde a una valoración. En la poesía boliviana como en la hispanoamericana, el movimiento modernista marcó el inicio de una época literaria cualitativamente distinta: la modernidad. En este sentido, la poesía escrita en Bolivia tiene el privilegio de marcar ese paso con un libro ejemplar: Castalia bárbara (1899) de Ricardo Jaimes Freyre (1862-1933). Para los fines de este libro, entonces, importa la poesía escrita o publicada a partir de esa fecha. En otras palabras, éste es un libro, en el sentido amplio, de poetas modernos.   

CRITERIOS. Hecha esta delimitación, conviene hablar de los criterios de la selección. Este libro no es un catálogo de poetas nacidos en La Paz; tampoco es un libro de referencia ni se plantea elaborar un panorama. Antes bien, es o pretende ser un libro de lectura. Por ello el criterio de selección privilegia aspectos cualitativos y no cuantitativos. Elías Blanco Mamani, que tan útiles servicios presta al registro de la literatura boliviana, con motivo del bicentenario del 16 de julio de 1809 y con un amor inocultable por la simetría publicó el libro 200 poetas paceños (El aparapita, 2009). Y se trata de una selección, no de un catálogo exhaustivo que seguramente multiplicaría ese número. En esta antología figuran apenas veinte poetas. Pero se intenta que esos veinte poetas estén representados con una amplia selección de su obra. Es, en ese sentido, una vez más,  un libro de lectura que pretende aproximar al lector más que a nombres y fechas a escrituras.
Por esa misma razón, el orden en el que aparecen los poetas seleccionados no es cronológico. En el ordenamiento del libro he intentado, más bien, muy levemente es cierto, proponer una lectura poética, es decir un mínimo sistema de correspondencias, de afinidades y diferencias, tal como este resulta desde una lectura del presente.
Con esta intención, la antología se abre con la obra de los que quizás sean los poetas de mayor significación en el siglo XX: Óscar Cerruto (1912-1981) y Jaime Saenz (1921-1986). En ambos casos, la crítica es unánime: estamos frente a obras surgidas a mediados de los años 50 que suponen, por un lado, una diferenciación cualitativa respecto al pasado, pero también la fundación de lenguajes de larga permanencia e influencia. A manera de marcar esa continuidad, la selección sigue con Blanca Wiethüchter (1947-2004) y Humberto Quino (1950), dos poetas de signo muy distinto y gran originalidad que comenzaron a publicar en los años 70 y que permiten evidenciar de alguna manera la impronta —que no la mera influencia— de los lenguajes fundacionales de Cerruto y Saenz.
Luego, la antología presenta la obra de tres poetas nacidos en fechas próximas: Marcia Mogro (1956), Juan Carlos Orihuela (1952) y Guillermo Bedregal García (1954-1974), que en sus diferencias marcan bien, a mi entender, el rico abanico de posibilidades por la que transita la poesía que podemos leer hoy. Marcia Mogro, con notable unidad y continuidad, está escribiendo una de la sobras más desafiantes de la poesía boliviana; Juan Carlos Orihuela es un poeta entrañable, es decir la suya es una escritura que no le teme a las entrañas: Guillermo Bedregal García en su breve vida y obra encarnó un destino pero por fortuna no una promesa sino una realización.   
Lo que continúa en el libro es un salto hacia adelante y que por feliz coincidencia se encarna en voces femeninas: Paura Rodríguez Leytón (1973), Katterina López Rosse G. (1972), Mónica Velásquez Guzmán (1972) y Vilma Tapia (1960). He ahí cuatro sensibilidades movidas por preguntas esenciales en torno a la identidad más bien existencial pero con lenguajes marcadamente diferentes.
Más adelante están Álvaro Diez Astete (1949) y Jaime Nissthauzz (1942). Son poetas de caminos muy propios e independientes seguidos con marcada perseverancia. Cada uno tiene un espacio propio de lectura.
Luego, el libro se propone un salto hacia atrás que no intenta marcar espacios de analogías sino más bien destacar las individualidades: Jorge Suárez (1931-1998), uno de los pocos poetas bolivianos que supo cantar y contar con igual soltura y humor; Gonzalo Vásquez Méndez (1928-2000), una voz estricta en las formas y justa en su tono dramático pero también celebratorio; y Yolanda Bedregal (1913-1999), autora de una obra extensa y muy variada.
Hacia el final se agrupan poetas que en cierto sentido marcan un fondo histórico para los lenguajes poéticos antes representados: Guillermo Viscarra Fabre (1901-1980), que fue uno de los pocos poetas de nuestra literatura que intentó plasmar un lenguaje vanguardista; Antonio Ávila Jiménez (1898-1965), de una escritura de gran sutileza y mundos de radical extrañeza; José Eduardo Guerra (1893-1943), la más depurada transición del Modernismo hacia otros lenguajes; y, finalmente, Franz Tamayo (1879-1956), cuya escritura se instala e insiste hasta el final en la estética modernista.
El título del libro viene de un poema de Óscar Cerruto. Quiere cifrar, así sea en el ámbito del deseo, el posible punto de encuentro entre la escritura y la lectura de los poetas recogidos en estas páginas: Tal vez / enigma de fulgor.

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