Friday 29 Mar 2024 | Actualizado a 08:52 AM

Frank Gehry, el arquitecto-artista

El premio Príncipe de Asturias de las Artes 2014 reconoció la revolución de formas y materiales del creador de edificios como el Guggenheim de Bilbao y el Auditorio Disney de Los Ángeles

/ 25 de mayo de 2014 / 04:00

Con 85 años, diseñando sombreros para Lady Gaga o joyas para Tiffany’s al tiempo que reinventa la capacidad expresiva de los rascacielos, Frank Gehry (Toronto, 1929) es el ícono de la arquitectura icónica, el más osado entre los más creativos. Premiarlo con el Príncipe de Asturias de las Artes 2014 implica valorar esta disciplina como él mismo siempre la ha defendido: como un arte por encima de cualquier otra implicación o consecuencia. En ese sentido la decisión del jurado es o valiente… o inconsciente. Perpetuando el reconocimiento al componente plástico —por encima de valores sociales o económicos— contrasta con la línea actual de la arquitectura, que busca contactar con la sociedad transformándose en una disciplina más necesaria que visual.

Con todo, el talentoso autor del Guggenheim de Bilbao, España (1997) —posiblemente su mejor trabajo aunque la crítica estadounidense se inclina por el posterior Auditorio Disney de Los Ángeles (2003)— es hoy, indiscutiblemente, una marca. Amigo de cantantes y actores y convertido en “el arquitecto más importante de nuestro tiempo” según la revista Vanity Fair —que la web Gehry Technologies cita como referencia— el canadiense ha llegado a ser un personaje de los Simpson (un arquitecto que veía cómo su auditorio se convertía en prisión) y es conocido, y celebrado, por el gran público. Algo insólito para un proyectista vivo.

CASA. Afincado en Santa Mónica (California), donde construyó ayudándose de materiales de ferretería su propia vivienda en 1978 —un proyecto que le reportaría fama mundial— Gehry celebró su 82 cumpleaños en Nueva York, en el piso 76 de la Torre Spruce (2010), su primer rascacielos y el primer inmueble que —aceptando la inminente densificación de los centros urbanos— apostó por romper la geometría y llevar una expresión orgánica a las fachadas de los edificios en altura. ¿Qué arquitecto del mundo festejaría su cumpleaños con Bono, el cantante de U2? Aquel 29 de febrero a sus amigos de siempre, entre ellos el escultor pop Claes Oldenburg o el pintor Chuck Close, se unieron sus compañeros de estatus: la actriz Candice Bergen o el citado Bono. El arquitecto dijo entonces que levantar un rascacielos en Manhattan —“la ciudad a la que mi padre llegó como inmigrante”— era importante para él.

Y es que, a pesar de ser un proyectista sumamente osado, Frank Gehry arrastra una biografía de miedos. Dejó de ser Frank Owen Goldberg para convertirse en Gehry en 1954, cuando tenía 25 años y dos hijas. Y aunque Wikipedia asegura que su primera mujer le impulsó a cambiarse el nombre, él ha explicado que lo hizo por miedo a que esas hijas de su primer matrimonio sufrieran, por ser judías, el acoso que él había padecido de niño en Toronto.
Tras décadas firmando edificios cúbicos y blancos, hijos del movimiento moderno, Gehry encontró su oportunidad transformando su casa. Corrían los últimos años de la década de los 70, tenía 50 años y se atrevió a ser un arquitecto-artista. Basta verlo trabajar, retorciendo una maqueta en lugar de dibujar un croquis como primera aproximación a un proyecto, para apreciar que siempre ha sido un escultor que estudió arquitectura. El nuevo Gehry fracturó el espacio del Museo Aeroespacial de Los Ángeles (1984) y colgó de esa fachada un jet para convertir el edificio en anuncio. Por entonces, el escultor Claes Oldenburg, que había realizado los gigantescos binoculares que singularizaron el edificio para la agencia de publicidad Chiat/Day que Gehry firmó cerca de su casa (hoy llamado Binoculars Building) lo recomendó en Alemania. Allí diseñó el Vitra Design Museum, su primer encargo europeo (1989). Ese edificio revolucionó la productora de muebles hasta el punto de que tiró por tierra el plan general que había encargado a Nicholas Grimshow y pasó a coleccionar los primeros inmuebles europeos de creadores insignes como Zaha Hadid o Tadao Ando. Así, cuando ese mismo año consiguió el premio Pritzker, Gehry aún no había firmado los edificios que le reportarían fama fuera del ámbito arquitectónico y que colocarían a Bilbao entre los destinos del mundo. La ciudad española sacó lo mejor del arquitecto, pero esa valentía tuvo una mala digestión al despertar la envidia de los alcaldes menos imaginativos decididos a inaugurar sus propios monumentos.

Por eso hoy, cuando algunos de sus edificios no encuentran consenso a la hora de ser juzgados como los más creativos o los más torturados, la acusación de autoparodiarse lo persigue en la prensa especializada. Los cuerpos encorsetados del Stata Center (2004) en Cambridge (Massachusetts) recuerdan a la Casa Danzante (1996) que mira al Moldava en Praga. Más allá del alcance del eco estilístico del arquitecto, el Massachusetts Institute of Technology, MIT, lo denunció cuando el mencionado Stata Center se agrietó y se llenó de goteras.

Entre encargos, reconocimiento, premios y críticas, Frank Gehry se ha cansado de repetir que la expresión de sus trabajos no es un capricho sino el resultado de rigurosas investigaciones. Para investigar fundó una empresa que calcula los volúmenes imposibles de proyectos como los suyos. Gehry Technologies ofrece sus servicios a quienes no se conforman con la frialdad moderna. Se podría decir que hoy esa empresa es el laboratorio que, a finales de los 70, fue su propia casa en Santa Mónica. Puede que limitar la expresión plástica llegue a apartar de la arquitectura a talentos creativos como el de Gehry. En cualquier caso, más allá de su efecto, el Guggenheim dejó bien claro que no todo el mundo es capaz de diseñar un Guggenheim.

Comparte y opina:

Leonor Watling: ‘Una cantante actúa. Una actriz de cine obedece’

La actriz y cantante española comparte sus experiencias en el cine y habla de su séptimo disco ‘Technicolor’.

/ 7 de noviembre de 2018 / 04:01

Si Leonor Elizabeth Ceballos Watling (Madrid, 1975) hubiera nacido pocos meses después, Franco habría muerto ya y sus padres la habrían podido inscribir como Eleanor. Esta actriz y cantante, hija de un economista madrileño y de una inglesa que escribía para The New York Times, fue Eli hasta que se sintió con fuerzas de convertirse “en Leonor”. Bilingüe —ha doblado al inglés a Penélope Cruz—, habla de las ventajas de criarse en un hogar con dos puntos de vista. La imagen poliédrica de mujer fuerte, símbolo erótico o cantante que fuma la ha acompañado en toda su carrera.

Es difícil hallar un director español con el que Watling no haya trabajado. Sin embargo —salvo excepciones como Son de mar, de Bigas Luna, o Inconscientes, de Joaquín Oristrell—, es una secundaria con personalidad de protagonista, a la que le llegó la popularidad con series de Tv. Incapaz, confiesa, de perseguir el sueño de Hollywood, se desdobló como cantante porque no soportaba las incertidumbres del cine. Con su grupo, Marlango, está de gira con su séptimo disco: Technicolor. La cita es en un bar cerca de su casa.

— Habla abiertamente de ir al psiquiatra. Lo sorprendente no es que lo hable abiertamente, sino que sea un tema.

— Me ha ayudado a ser consciente de qué hago voluntariamente y qué hago por no pararme a pensar. Soy intensa. Seguramente sería igual de intensa si fuera secretaria: mi alegría es muy alegre y mi tristeza muy triste. Eso agota. Pero es importante luchar contra los tabús. No eres peor persona por llevar el coche al mecánico o por ir al dentista a arreglarte los dientes. Entonces, ¿por qué debe dar pudor que alguien te arregle la cabeza?

—¿Por qué empezó a ir?

— Por el miedo a los aviones. Aunque al tener niños se me ha ido. Les repito: “No pasa nada, no pasa nada”. Les tienes que convencer y terminas por convencerte tú. Cuando estudiaba teatro, nos recomendaban que fuéramos al psicólogo. Si trabajas mucho con la mente, es mejor que la sepas controlar.

— Más allá de su doble carrera como cantante y actriz, su trayectoria está plagada de dicotomías. Ha trabajado mucho, pero casi siempre como secundaria. ¿Por qué?

— Ahora que tengo una banda veo músicos que me encantan, pero lo que aportan no es lo que necesito.

— ¿Qué aporta usted?

— Depende del director. Nos pasa a todos. En el cine estás en la lista y de repente dejas de estarlo. Y eres la misma.

— ¿Cómo gobierna su doble carrera?

— Un disco sale cuando lo tenemos. Una película, cuando el papel es bueno. Y lo de la tele, depende. Ahora he hecho dos series porque echaba de menos interpretar. Me ofrecieron hacer de mala malísima. No podía decir que no.

— ¿Le ha salido bien?

— No sé.

— ¿No sabe cómo lo ha hecho?

— El cine es el lugar con menos control sobre tu trabajo que existe. Es como si fueras chef y te pidieran tomate en cuadraditos. Luego lo que hagan con eso… Tú lo has podido cortar súper bien y luego lo trituran. O al revés. Una cantante actúa. Una actriz de cine obedece.

— En el último disco actúa como mujer fatal…

— Es una respuesta a lo de antes: cantar con desnudez. Dimos 90 conciertos solo con piano y voz.

— El disco incluye una versión de Semilla negra, de Radio Futura.

— Me hice cantante haciendo versiones. Un día Alejandro (Pelayo, su compañero en Marlango) me dijo: “Oye, a mí me cuesta lo mismo hacer arreglos que un tema nuevo”. Pregunté: “¿Y la letra?”. Contestó: “Pero si tienes 300 cuadernos llenos”.

— En la película Malas temporadas hacía una versión irreconocible de Vete, de los Amaya.

— Y un papel de mujer rica, paralítica e infeliz. Un personaje durísimo.

— Cuando interpreta esos personajes, ¿es cuando necesita ayuda externa? ¿Terapia?

— No, no. Ir al psiquiatra es como afinar una guitarra: vas cuando te notas desafinado. Hay películas que te curan. Hace mucho que no voy, por cierto. Lo que pasa es que trato de normalizarlo. Por eso hablo, pero no soy una yonqui de la terapia.

— Más dicotomías. Se la define como mito erótico y como actriz inteligente.

— Como si actriz inteligente fuera un oxímoron… Es un poco insultante. ¿Mito erótico? Si sé que voy a salir desnuda me cuido más. Es como la gente cuando tiene una boda. Esta es una profesión en la que no te puede molestar el cuerpo. No puedes estar pensando en meter tripa. El cuerpo no puede distraerte. Sin embargo, di conciertos hasta el final de los embarazos.

— ¿Por qué quiso ser actriz?

— Creo que por evitar estudiar. Era vaga. Y cuando empiezas joven a probar una vida alternativa, es difícil volver atrás.

— Quiso ser bailarina.

— Bueno, bailaba. Tuve una lesión y me metí en clases de teatro como tanta gente, sin sentir ningún tipo de llamada. Si dices rotundamente “quiero esto” y luego no sale, se considera un fracaso. Mientras que si no llegas a decir lo que quieres y no te sale…, nadie lo sabe. Puede que sea pudor.

— ¿Comenzó a cantar también con pudor?

— Siempre me había gustado. Se convirtió en fundamental cuando me puse a buscar cómo no depender del cine.

— ¿Por qué?

— Es una profesión durísima. Aun siendo una privilegiada, es difícil que tu vida dependa de una llamada. Me recuerdo con 23 años pensando: no me veo así con 40, esperando y acatando órdenes de alguien a quien no respete. Con 23 respetas a todos los directores porque son mayores que tú, pero luego… Es un trabajo duro para la autoestima. Hay que ser muy fuerte para sobrevivir sin rutina, y yo no soy fuerte. La rutina te ordena la vida. No depender de ti te la desordena. Me busqué otra vida.

— Dice que no es fuerte. Pero ser fuerte también es reconocer las debilidades.

— No sé. A mí me ayudó salir de ahí. No hice lo que todo el mundo creía que debía hacer, irme a Hollywood, porque no sé cuánto hubiera aguantado. De verdad. Es una mezcla de narcisismo, ego e indefensión total. Todos los trabajos creativos son sacrificados y brillantes. Viven de los dos extremos. Por eso son desquiciantes. La parte buena nos gusta a todos, pero la mala… Sentir que estaba tan a merced de otros no me hacía feliz.

— De Bigas Luna siempre habla maravillas.

— Era un gran artista: veía cosas que a otros se les escapan. Veía el mundo entero desde otro ángulo. Eso lo tiene la Coixet, lo tiene Pedro (Almodóvar), y cuando tienes la suerte de estar con una persona así… “Me voy a sentar a tu lado y voy a mirar donde estés mirando a ver qué ves”.

— ¿A su marido (Jorge Drexler) cómo lo conoció?

— Nos tenemos que casar. Me dijo un amigo que si no estás casado no te dejan entrar en la UCI. Lo conocí hace años porque escribió la canción de la serie Raquel busca su sitio. Luego nos reencontramos. Y me invitó a un concierto.

— ¿Escribe sus tuits?

— Sí.

— ¿Ha pensado en estirar la escritura y…

— (carcajada) Perdón, perdón. Me dicen: “¿Para cuándo vas a publicar, que eres la única que no ha publicado?”. Las editoriales están on fire. Si eres actriz, cuando tienes 20.000 seguidores en las redes ya te llaman: “Oye, tú has pensado…”.

— ¿Y lo ha pensado?

— Publicar por tener un libro no es una razón. Escribo desde hace años, pero solo publicaría si lo que tengo que contar me aprieta tanto que lo tengo que soltar. Soy demasiado orgullosa como para publicar por la razón equivocada.

— ¿Tampoco ha publicado sus poemas?

— Los he mandado a premios alguna vez. Y nada. Fíjate hasta qué punto soy orgullosa que me planteaba: si gano el Hiperión, igual publico. Respeto demasiado la literatura como para sacar un libro por tenerlo o por venderlo. Ahora, si tienes algo que contar, entonces te da igual vender 10 que 10.000.

— ¿Qué le hizo pensar que tenía algo que decir con sus canciones?

— Es la pregunta. Y no tengo respuesta. Siempre he cantado. Los domingos quedaba con un grupo y cantábamos versiones. Empezamos a ir a bares y de ahí…

— … a cantar temas propios.

— Sí. Vas probando y de repente tienes un disco.

— En 2000 ya era conocida como actriz y llevaron el disco a una discográfica pequeña.

— Tenía que ser en una pequeña, donde en una conversación nos miraran a Alejandro y a mí y no solo a mí. Fuimos a Subterfuge y en el segundo disco nos vendieron a Universal, como en los fichajes de fútbol. Ahora estamos en Altafonte y es la fantasía que uno tiene de lo que debería ser una discográfica: gente que ama la música, que la escucha.

— ¿Le pagan lo mismo que a sus compañeros actores?

— En el cine es difícil objetivar lo que te pagan. Ha habido películas en las que he sentido que me pagaban infinitamente más de lo que merecía. El movimiento MeToo es maravilloso no tanto por lo que ha puesto sobre la mesa en el Congreso como por los temas que nos ha hecho plantearnos en la intimidad. Es importante que nosotras nos revisemos también. A veces somos grandes consumidoras de las revistas que criticamos. Si Cuore no vende, no se publica. Si te molesta que te pregunten sobre cremas, pero te alegras cuando te llama el Vogue para hacerte una entrevista, ¿dónde estás? Después de la Inquisición hay que hacerle una estatua a Galileo.

— ¿Qué quiere decir?

— Que el MeToo necesita mirar atrás: claro que había escritoras y pintoras y escultoras. Vamos a encontrarlas.

— No ha tenido reparo en desmitificar la vida de las actrices: la incertidumbre, la dureza de algunos directores.

— Lo pasé mal rodando con Vicente Aranda Tirante el Blanco. Lo paso mal cuando el jefe o la jefa no cuida al equipo. Uma Thurman contó que, al rodar Kill Bill, Tarantino la hizo conducir cuando estaba cansada y chocó contra un árbol. Eso se criticó como machismo. Y yo creo que no fue una cuestión de género. Es un problema de nuestra profesión. Ser actor lleva atada una jerarquía y una sumisión a la autoridad sin las que una película no funciona. Debes asumirlo. Pero si lo asumes y te das cuenta de que tu director o tu directora están a por uvas, se hace difícil. Es fundamental que un director sepa hacer valer su autoridad. La sumisión se da por hecha. Un actor entra en esa locura de “corre, corre, se está poniendo el sol, otra toma más”, y vas y la haces. Aunque te estés arrastrando. Al final se llega a un grado de enajenación sin el cual las películas no saldrían.

— ¿Su relación con la publicidad?

— A veces veo a actrices a las que admiro, como Cate Blanchett, haciendo un anuncio de perfume y me pregunto, ¿cómo se hace? Claro, si miras los ceros del cheque se te deben de ir las dudas. La publicidad es una esponsorización si encaja en tu vida. Una vez entrevisté a Tom Waits y…

— Y descubrió que Marlango no existía.

— Sí, el apellido de la chica que le gustaba de joven, Suzie, era Montelongo, no Marlango. Y yo había bautizado a nuestro grupo Marlango porque lo había entendido mal. El caso es que le hice esta pregunta de la publicidad. Como nunca sé qué contestar quise saber qué pensaba él. Dijo que hizo una vez un anuncio y lo pasó tan mal que pensó: mientras no me haga falta no lo voy a hacer más.

— A usted le debe de haber hecho falta porque ha hecho publicidad para Codorníu, para Meliá…

— Codorníu me gusta: la historia y el cava. Pero depende de cómo estés tú, de qué te pidan. Y de cuánto necesites el dinero.

— ¿Qué ha aprendido en 25 años de profesión?

— Es fundamental no pretender hacerlo bien la primera vez. Pero es clave no esperar a saber para empezar a hacer algo. Pruébate y a ver qué sale. Siempre me ha faltado un hervor de seguridad. Pero con la edad he aceptado que no pasa nada por no gustarle a todo el mundo. No es que quisiera que todos me quisieran, quería entender por qué. Si le caía mal a alguien hubiera ido detrás y le hubiera dicho: “Siéntate, dime por qué”. Ahora no.

Comparte y opina:

Leonor Watling: ‘Una cantante actúa. Una actriz de cine obedece’

La actriz y cantante española comparte sus experiencias en el cine y habla de su séptimo disco ‘Technicolor’.

/ 7 de noviembre de 2018 / 04:01

Si Leonor Elizabeth Ceballos Watling (Madrid, 1975) hubiera nacido pocos meses después, Franco habría muerto ya y sus padres la habrían podido inscribir como Eleanor. Esta actriz y cantante, hija de un economista madrileño y de una inglesa que escribía para The New York Times, fue Eli hasta que se sintió con fuerzas de convertirse “en Leonor”. Bilingüe —ha doblado al inglés a Penélope Cruz—, habla de las ventajas de criarse en un hogar con dos puntos de vista. La imagen poliédrica de mujer fuerte, símbolo erótico o cantante que fuma la ha acompañado en toda su carrera.

Es difícil hallar un director español con el que Watling no haya trabajado. Sin embargo —salvo excepciones como Son de mar, de Bigas Luna, o Inconscientes, de Joaquín Oristrell—, es una secundaria con personalidad de protagonista, a la que le llegó la popularidad con series de Tv. Incapaz, confiesa, de perseguir el sueño de Hollywood, se desdobló como cantante porque no soportaba las incertidumbres del cine. Con su grupo, Marlango, está de gira con su séptimo disco: Technicolor. La cita es en un bar cerca de su casa.

— Habla abiertamente de ir al psiquiatra. Lo sorprendente no es que lo hable abiertamente, sino que sea un tema.

— Me ha ayudado a ser consciente de qué hago voluntariamente y qué hago por no pararme a pensar. Soy intensa. Seguramente sería igual de intensa si fuera secretaria: mi alegría es muy alegre y mi tristeza muy triste. Eso agota. Pero es importante luchar contra los tabús. No eres peor persona por llevar el coche al mecánico o por ir al dentista a arreglarte los dientes. Entonces, ¿por qué debe dar pudor que alguien te arregle la cabeza?

—¿Por qué empezó a ir?

— Por el miedo a los aviones. Aunque al tener niños se me ha ido. Les repito: “No pasa nada, no pasa nada”. Les tienes que convencer y terminas por convencerte tú. Cuando estudiaba teatro, nos recomendaban que fuéramos al psicólogo. Si trabajas mucho con la mente, es mejor que la sepas controlar.

— Más allá de su doble carrera como cantante y actriz, su trayectoria está plagada de dicotomías. Ha trabajado mucho, pero casi siempre como secundaria. ¿Por qué?

— Ahora que tengo una banda veo músicos que me encantan, pero lo que aportan no es lo que necesito.

— ¿Qué aporta usted?

— Depende del director. Nos pasa a todos. En el cine estás en la lista y de repente dejas de estarlo. Y eres la misma.

— ¿Cómo gobierna su doble carrera?

— Un disco sale cuando lo tenemos. Una película, cuando el papel es bueno. Y lo de la tele, depende. Ahora he hecho dos series porque echaba de menos interpretar. Me ofrecieron hacer de mala malísima. No podía decir que no.

— ¿Le ha salido bien?

— No sé.

— ¿No sabe cómo lo ha hecho?

— El cine es el lugar con menos control sobre tu trabajo que existe. Es como si fueras chef y te pidieran tomate en cuadraditos. Luego lo que hagan con eso… Tú lo has podido cortar súper bien y luego lo trituran. O al revés. Una cantante actúa. Una actriz de cine obedece.

— En el último disco actúa como mujer fatal…

— Es una respuesta a lo de antes: cantar con desnudez. Dimos 90 conciertos solo con piano y voz.

— El disco incluye una versión de Semilla negra, de Radio Futura.

— Me hice cantante haciendo versiones. Un día Alejandro (Pelayo, su compañero en Marlango) me dijo: “Oye, a mí me cuesta lo mismo hacer arreglos que un tema nuevo”. Pregunté: “¿Y la letra?”. Contestó: “Pero si tienes 300 cuadernos llenos”.

— En la película Malas temporadas hacía una versión irreconocible de Vete, de los Amaya.

— Y un papel de mujer rica, paralítica e infeliz. Un personaje durísimo.

— Cuando interpreta esos personajes, ¿es cuando necesita ayuda externa? ¿Terapia?

— No, no. Ir al psiquiatra es como afinar una guitarra: vas cuando te notas desafinado. Hay películas que te curan. Hace mucho que no voy, por cierto. Lo que pasa es que trato de normalizarlo. Por eso hablo, pero no soy una yonqui de la terapia.

— Más dicotomías. Se la define como mito erótico y como actriz inteligente.

— Como si actriz inteligente fuera un oxímoron… Es un poco insultante. ¿Mito erótico? Si sé que voy a salir desnuda me cuido más. Es como la gente cuando tiene una boda. Esta es una profesión en la que no te puede molestar el cuerpo. No puedes estar pensando en meter tripa. El cuerpo no puede distraerte. Sin embargo, di conciertos hasta el final de los embarazos.

— ¿Por qué quiso ser actriz?

— Creo que por evitar estudiar. Era vaga. Y cuando empiezas joven a probar una vida alternativa, es difícil volver atrás.

— Quiso ser bailarina.

— Bueno, bailaba. Tuve una lesión y me metí en clases de teatro como tanta gente, sin sentir ningún tipo de llamada. Si dices rotundamente “quiero esto” y luego no sale, se considera un fracaso. Mientras que si no llegas a decir lo que quieres y no te sale…, nadie lo sabe. Puede que sea pudor.

— ¿Comenzó a cantar también con pudor?

— Siempre me había gustado. Se convirtió en fundamental cuando me puse a buscar cómo no depender del cine.

— ¿Por qué?

— Es una profesión durísima. Aun siendo una privilegiada, es difícil que tu vida dependa de una llamada. Me recuerdo con 23 años pensando: no me veo así con 40, esperando y acatando órdenes de alguien a quien no respete. Con 23 respetas a todos los directores porque son mayores que tú, pero luego… Es un trabajo duro para la autoestima. Hay que ser muy fuerte para sobrevivir sin rutina, y yo no soy fuerte. La rutina te ordena la vida. No depender de ti te la desordena. Me busqué otra vida.

— Dice que no es fuerte. Pero ser fuerte también es reconocer las debilidades.

— No sé. A mí me ayudó salir de ahí. No hice lo que todo el mundo creía que debía hacer, irme a Hollywood, porque no sé cuánto hubiera aguantado. De verdad. Es una mezcla de narcisismo, ego e indefensión total. Todos los trabajos creativos son sacrificados y brillantes. Viven de los dos extremos. Por eso son desquiciantes. La parte buena nos gusta a todos, pero la mala… Sentir que estaba tan a merced de otros no me hacía feliz.

— De Bigas Luna siempre habla maravillas.

— Era un gran artista: veía cosas que a otros se les escapan. Veía el mundo entero desde otro ángulo. Eso lo tiene la Coixet, lo tiene Pedro (Almodóvar), y cuando tienes la suerte de estar con una persona así… “Me voy a sentar a tu lado y voy a mirar donde estés mirando a ver qué ves”.

— ¿A su marido (Jorge Drexler) cómo lo conoció?

— Nos tenemos que casar. Me dijo un amigo que si no estás casado no te dejan entrar en la UCI. Lo conocí hace años porque escribió la canción de la serie Raquel busca su sitio. Luego nos reencontramos. Y me invitó a un concierto.

— ¿Escribe sus tuits?

— Sí.

— ¿Ha pensado en estirar la escritura y…

— (carcajada) Perdón, perdón. Me dicen: “¿Para cuándo vas a publicar, que eres la única que no ha publicado?”. Las editoriales están on fire. Si eres actriz, cuando tienes 20.000 seguidores en las redes ya te llaman: “Oye, tú has pensado…”.

— ¿Y lo ha pensado?

— Publicar por tener un libro no es una razón. Escribo desde hace años, pero solo publicaría si lo que tengo que contar me aprieta tanto que lo tengo que soltar. Soy demasiado orgullosa como para publicar por la razón equivocada.

— ¿Tampoco ha publicado sus poemas?

— Los he mandado a premios alguna vez. Y nada. Fíjate hasta qué punto soy orgullosa que me planteaba: si gano el Hiperión, igual publico. Respeto demasiado la literatura como para sacar un libro por tenerlo o por venderlo. Ahora, si tienes algo que contar, entonces te da igual vender 10 que 10.000.

— ¿Qué le hizo pensar que tenía algo que decir con sus canciones?

— Es la pregunta. Y no tengo respuesta. Siempre he cantado. Los domingos quedaba con un grupo y cantábamos versiones. Empezamos a ir a bares y de ahí…

— … a cantar temas propios.

— Sí. Vas probando y de repente tienes un disco.

— En 2000 ya era conocida como actriz y llevaron el disco a una discográfica pequeña.

— Tenía que ser en una pequeña, donde en una conversación nos miraran a Alejandro y a mí y no solo a mí. Fuimos a Subterfuge y en el segundo disco nos vendieron a Universal, como en los fichajes de fútbol. Ahora estamos en Altafonte y es la fantasía que uno tiene de lo que debería ser una discográfica: gente que ama la música, que la escucha.

— ¿Le pagan lo mismo que a sus compañeros actores?

— En el cine es difícil objetivar lo que te pagan. Ha habido películas en las que he sentido que me pagaban infinitamente más de lo que merecía. El movimiento MeToo es maravilloso no tanto por lo que ha puesto sobre la mesa en el Congreso como por los temas que nos ha hecho plantearnos en la intimidad. Es importante que nosotras nos revisemos también. A veces somos grandes consumidoras de las revistas que criticamos. Si Cuore no vende, no se publica. Si te molesta que te pregunten sobre cremas, pero te alegras cuando te llama el Vogue para hacerte una entrevista, ¿dónde estás? Después de la Inquisición hay que hacerle una estatua a Galileo.

— ¿Qué quiere decir?

— Que el MeToo necesita mirar atrás: claro que había escritoras y pintoras y escultoras. Vamos a encontrarlas.

— No ha tenido reparo en desmitificar la vida de las actrices: la incertidumbre, la dureza de algunos directores.

— Lo pasé mal rodando con Vicente Aranda Tirante el Blanco. Lo paso mal cuando el jefe o la jefa no cuida al equipo. Uma Thurman contó que, al rodar Kill Bill, Tarantino la hizo conducir cuando estaba cansada y chocó contra un árbol. Eso se criticó como machismo. Y yo creo que no fue una cuestión de género. Es un problema de nuestra profesión. Ser actor lleva atada una jerarquía y una sumisión a la autoridad sin las que una película no funciona. Debes asumirlo. Pero si lo asumes y te das cuenta de que tu director o tu directora están a por uvas, se hace difícil. Es fundamental que un director sepa hacer valer su autoridad. La sumisión se da por hecha. Un actor entra en esa locura de “corre, corre, se está poniendo el sol, otra toma más”, y vas y la haces. Aunque te estés arrastrando. Al final se llega a un grado de enajenación sin el cual las películas no saldrían.

— ¿Su relación con la publicidad?

— A veces veo a actrices a las que admiro, como Cate Blanchett, haciendo un anuncio de perfume y me pregunto, ¿cómo se hace? Claro, si miras los ceros del cheque se te deben de ir las dudas. La publicidad es una esponsorización si encaja en tu vida. Una vez entrevisté a Tom Waits y…

— Y descubrió que Marlango no existía.

— Sí, el apellido de la chica que le gustaba de joven, Suzie, era Montelongo, no Marlango. Y yo había bautizado a nuestro grupo Marlango porque lo había entendido mal. El caso es que le hice esta pregunta de la publicidad. Como nunca sé qué contestar quise saber qué pensaba él. Dijo que hizo una vez un anuncio y lo pasó tan mal que pensó: mientras no me haga falta no lo voy a hacer más.

— A usted le debe de haber hecho falta porque ha hecho publicidad para Codorníu, para Meliá…

— Codorníu me gusta: la historia y el cava. Pero depende de cómo estés tú, de qué te pidan. Y de cuánto necesites el dinero.

— ¿Qué ha aprendido en 25 años de profesión?

— Es fundamental no pretender hacerlo bien la primera vez. Pero es clave no esperar a saber para empezar a hacer algo. Pruébate y a ver qué sale. Siempre me ha faltado un hervor de seguridad. Pero con la edad he aceptado que no pasa nada por no gustarle a todo el mundo. No es que quisiera que todos me quisieran, quería entender por qué. Si le caía mal a alguien hubiera ido detrás y le hubiera dicho: “Siéntate, dime por qué”. Ahora no.

Comparte y opina:

La arquitectura con compromiso social logra el Pritzker

El urbanismo y las  viviendas incrementales del chileno Alejandro Aravena contribuyen a reducir la inequidad

/ 18 de enero de 2016 / 04:00

Como “una revelación” describió el jurado del Premio Pritzker (el más importante del mundo en arquitectura) el trabajo con el que el chileno Alejandro Aravena y su estudio Elemental amplían el papel del arquitecto. Autor de las viviendas incrementales —en lugar de recibir un piso terminado el cliente obtiene una casa capaz de crecer cuando su economía lo permita—, Aravena ha demostrado con sus diseños urbanísticos y sus viviendas sociales una preocupación por las ciudades y por la humanidad que habla de una nueva dimensión de la profesión.

Aravena trabajó en la reconstrucción de la ciudad chilena de Constitución, que en 2010 resistió bien a un terremoto de 8,8 grados y mal al posterior tsunami. Elemental consultó con los ciudadanos y propuso recuperar espacio para blindar la urbe ante futuros sismos con un espacio público capaz de disipar la energía sísmica gracias a nuevos parques. Autores de regeneraciones urbanas —como el Parque Periurbano de Calama— y de edificios universitarios en Santiago, Austin (Estados Unidos) o Shanghai (China), combinan el valor representativo con la eficiencia energética, pero su mayor aportación es el principio de que la arquitectura debe recuperar el peso social y alejarse de la irrelevancia.

— Un premio a la arquitectura social ¿se interpreta como una adaptación a la crisis?

— Los arquitectos hemos sido poco entrenados a que nuestro punto de partida quede fuera de la arquitectura. El precio que hemos pagado es el de la irrelevancia. No nos llaman para que nos encarguemos de ningún tema duro. No es el caso de los economistas, los abogados o los ingenieros, a los que se recurre más cuanto mayor es el problema. Eso es lo que como profesión debemos restaurar: la posibilidad de contribuir a resolver problemas fundamentales.

La escasez de recursos obliga a la abundancia de sentido. Mientras que una abundancia de recursos puede llevar a una escasez de sentido: a hacer las cosas simplemente porque puedes, porque tienes el dinero para ello. El caso de Chile, que se encuentra a mitad de camino entre ser lo suficientemente pobre como para tener que justificar las respuestas que das, pero no tan pobre como para actuar solo para sobrevivir, permite inaugurar algo que no existía antes.

— ¿Es compatible levantar símbolos de poder y la arquitectura social?

— No llamaría a nuestros edificios símbolos del poder. Es necesario construir los espacios donde ocurre la vida y construir la vivienda de quien no puede proveérsela a sí mismo. Los arquitectos traducimos los verbos simples: estudiar, trabajar, dormir, comer, encontrarse, disfrutar… a sustantivos: oficinas, escuelas, casas, parques… Hacer otros proyectos es solo un entrenamiento.

— ¿Puede la arquitectura hacer algo por reducir la desigualdad en Latinoamérica?

— Totalmente. La ciudad es un mecanismo muy potente de corrección de inequidades. La desigualdad es un problema económico y también racial y cultural, la redistribución económica requiere una educación. Y eso toma al menos un par de generaciones.

Sin embargo, en la ciudad hay factores que permiten mejorar la calidad de vida sin tener que esperar, como el sistema de transporte público. Las ciudades se miden por lo que uno puede hacer gratis en ellas. ¿Tengo que hacerme socio de un club para disfrutar de la naturaleza o puedo irme a un parque? El transporte, el espacio público y la vivienda son atajos muy poderosos para corregir la inequidad.

— ¿Qué implica premiar a un arquitecto que considera que las favelas no son el problema sino la solución?

— Más que oponernos a las favelas, debemos encauzar su fuerza. Las instituciones por el momento no han sabido resolver el problema de la cantidad de vivienda que tenemos que producir para acomodar a toda la gente que llega a las ciudades. Por eso los asentamientos informales no representan la incapacidad de la gente de acceder a una vivienda decente. Al contrario, demuestran que a pesar de no contar con apoyo oficial la gente puede dotarse a sí misma de una protección contra el medio ambiente.

El mayor problema que se plantea con las favelas es que el bien común no queda garantizado con la acción individual. Eso deja un papel para la arquitectura como canalizadora de las capacidades de la gente para autoconstruir. Nuestras viviendas sociales no están completadas, pero permiten prosperar y tienen un estándar de clase media.

— ¿Cree que la arquitectura va a llegar realmente donde no hay dinero pero faltan soluciones?

— Sería muy malo que los arquitectos nos apartáramos de los problemas complejos. Pero lo que debemos aportar es aquello para lo que fuimos entrenados, con una orientación artística. Muchos de los proyectos en los que nos metemos no tenemos idea de cómo vamos a resolverlos. Pero contamos con la capacidad de traducir el conocimiento a forma.

Comparte y opina:

Últimas Noticias