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Rubén Darío y la hija del jardinero

El argumento parece calcado de las novelas románticas del siglo XIX. La relación sentimental entre Francisca Sánchez, hija del jardinero del Palacio Real, y el poeta Rubén Darío (1867-1916) fue un folletín decimonónico. La novela  La princesa Paca (Plaza & Janes) recrea un idilio que duró 16 años (se conocieron en 1899 y se despidieron en el puerto de Barcelona en 1914) y del que nacieron cuatro vástagos. La novela desvela la vida de una mujer valiente que se enfrentó a los convencionalismos de la época para vivir con el hombre que amaba. Hasta ahora, los biógrafos del poeta la habían tachado de analfabeta y mantenida, pero bajo su inspiración escribió Cantos de vida y esperanza, los cisnes y otros poemas. La compleja relación sentimental (él estaba casado con una nicaragüense apodada la Garza morena) se aliña en el libro con pinceladas del sustrato político y literario de la época. Junto a personajes como Emilia Pardo Bazán, Valle-Inclán, Azorín, Ramiro de Maeztu y los hermanos Machado, que lo reverenciaban como el gran maestro del simbolismo moderno, la novela recrea también la figura del poeta como pionero y defensor de lo que denominó como la patria del idioma. La lengua, decía entonces, era el único puente capaz de sortear todos los océanos. Una idea que Carlos Fuentes redefinió un siglo más tarde como el territorio de la Mancha.

La peculiar pareja se conoció en los jardines del Palacio Real, la mañana en que el poeta presentó sus credenciales a la reina María Cristina que ejercía como regente de Alfonso XIII. El poeta, que en ese momento iba acompañado de Valle-Inclán, uno de sus grandes amigos españoles, ya había publicado Azul y ejercía en Madrid como corresponsal de La Nación de Buenos Aires. En el caso de la pareja se puede hablar de un flechazo. Él estaba casado con Rosario Murillo, de la que se dice que coqueteaba con la magia negra, la santería y la macumba. El autor de Prosas profanas nunca consiguió divorciarse de ella pese a que el poeta influyó notablemente para que en Nicaragua se aprobara una ley del divorcio, que se conoció como la ley Darío.

Para completar el folletín, la novela la firman la periodista Rosa Villacastín (nieta de Francisca Sánchez) y el escritor Manuel Francisco Reina. Como heredera universal del poeta nicaragüense, su compañera guardó en un baúl durante décadas cartas, manuscritos, facturas, colaboraciones periodísticas, recetas de comida centroamericana y hasta los cuadernos con tapas de hule en los que aprendió a leer y a escribir. Entre los documentos se guardaban, entre otros manuscritos, los originales de Salutación del optimista y otros poemas cuya publicación se adelantó en algunas revistas de la época y que luego fueron reunidos en Cantos de vida y esperanza, los cisnes y otros poemas, cuidadosamente editados por su amigo Juan Ramón Jiménez. Todo el material (6.000 documentos) fue donado en 1956 a la Universidad Complutense de Madrid, pero en poder de la nieta quedaron algunas de las cartas que su abuela quiso conservar y que guardó durante 50 años como recuerdo de esa relación. Algunas de esas misivas, en las que el poeta se refiere a ella como coneja y se despide como Tatay (papaíto), se hacen públicas ahora, acompañando la novela. A través de las cartas, se siguen las idas y venidas de la política nicaragüense, plagada de intrigas, pero también las presiones políticas y los problemas económicos de una de las grandes figuras literarias del XIX al XX.

PRÍNCIPE. La propia Villacastín, que fue criada por su abuela hasta los 16 años y conocía de primera mano la aventura que había vivido al lado del Príncipe de las letras hispanas, catalogó todo el material para la universidad durante años. Desde el principio, los autores descartaron la idea de reunir todo el material en una biografía. A su juicio una novela pesa más y llega a un público más amplio. “He cumplido un sueño”, contó la periodista al referirse al libro en el que rinde homenaje a una mujer “arriesgada”. “Su gran mérito, aparte del amor, fue dotarle de una estabilidad de la que había carecido desde niño. Supo adaptarse a la difícil vida que supone compartirlo todo con un genio”. Como compensación en ese equilibrio que se establece entre las parejas, Darío se convirtió en su Pigmalión. La transformó en una mujer refinada y le enseñó las cuatro reglas. “Hasta ahora los biógrafos del poeta se referían a ella como una mantenida y una analfabeta, pero esa imagen se rompe en la novela”, añade Manuel Francisco Reina.

Rubén Darío mezcló periodismo y diplomacia a lo largo de toda su vida, lo que le llevó a ser un gran viajero. Su primera profesión le dio para vivir más que pertenecer al cuerpo diplomático, que a cambio le permitió visitar casi todo el continente americano y Europa. Tanto viaje hizo que pocas veces estuviera presente en los nacimientos de sus hijos: si con Francisca Sánchez tuvo cuatro —dos murieron de bebés, otro con tres años y solo el pequeño, Rubén Darío Sánchez, sobrevivió a la pareja—, con sus dos esposas precedentes tuvo sendos vástagos. Ese ir y venir provocó una ingente cantidad de cartas entre Darío, su familia y sus amigos, en especial con Paca.

Un baúl azul

EFE – Madrid

Un baúl azul permaneció durante años en la buhardilla de la casa en la que vivió su infancia Rosa Villacastín, en el que su abuela guardaba 17 años de su vida, los que compartió con el poeta Rubén Darío y que ahora la periodista ha novelado en un homenaje a una mujer “muy valiente” que saltó barreras por amor.
“¿Quién es ese señor, Rubén Darío?”, recuerda Rosa Villacastín que preguntó a su abuela cuando tenía nueve años y comenzó a escuchar su nombre, a lo que ella, Francisca Sánchez, contestó: “ha sido el gran amor de mi vida”.

El baúl azul contenía cerca de 6.000 documentos entre cartas, objetos y manuscritos que Francisca Sánchez conservaba de su vida con el poeta. Estos documentos, que fueron cedidos por Francisca Sánchez al Estado español, fueron catalogados por Rosa Villacastín en los años 80 y han servido de base para la novela La princesa Paca de la que la periodista es coautora junto al novelista, poeta, guionista, crítico literario y dramaturgo Manuel Francisco Reina.

Era un libro “que tenía que escribir, es un homenaje a mi abuela porque moralmente todo lo que soy se lo debo a ella”, asegura Villacastín que recuerda a su abuela como una mujer “muy valiente, que saltó barreras” porque Rubén Darío era “el amor de su vida”.

“Mi abuela dio un hogar a Rubén Darío, el que no había tenido hasta entonces”, señala Villacastín, que explica que para Francisca, su relación con el poeta fue “un cuento de hadas”: “venía de una familia muy humilde y conoció a un hombre que era tan exótico…”, aprendió a leer y a escribir de la mano del poeta y de la de su amigo Amado Nervo.

El baúl azul acompañó a Francisca en todos sus viajes porque “era su vida” y acabó en la buhardilla de la casa de Ávila en la que vivió con su pareja posterior, su marido, el abuelo de Rosa Villacastín, un hombre muy culto que admiraba a Rubén Darío.

Su abuela fue siempre reacia a abrir el baúl y no lo hizo hasta que la también poeta Carmen Conde la visitó en su casa junto con su marido y le dijo: “Francisca, solo venimos a acompañarle”, frase que hacía referencia al poema que Darío le dedicó y que acababa con el verso “Francisca Sánchez, acompáñame”.