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Mitos o franquicias que reviven

Benjamin Black revivió al detective Marlowe en su novela ‘La rubia de ojos negros’

/ 15 de junio de 2014 / 04:00

Philip Marlowe nació ya detective privado en 1939, en la primera novela de Raymond Chandler, El sueño eterno. No habla jamás de sus padres, y no tiene parientes, que se sepa, o eso decía su creador. Marlowe sigue vivo y, a pesar de haber llegado al mundo hace 75 años, tiene la misma edad que en 1939.

Pertenece al tiempo atemporal de los mitos, de donde ahora lo rescata John Banville, alias Benjamin Black en su novela La rubia de ojos negros. Los mitos tienen la gracia de la resurrección incesante y fabulosa: inmortales griegos, bíblicos, caballerescos, dráculas, tarzanes y peterpanes, Sherlock Holmes y James Bond, Poirot y Maigret, por qué no.

Un mito es siempre nuestro contemporáneo, y Marlowe merece renacer en este instante: desconfía de la riqueza y de sus poseedores, ajedrecista solitario, incómodo para los policías serviles con los poderosos y peligrosos para la gente como él. “La ley protege al que paga”, decía en Adiós, muñeca. Según Chandler, no tiene mucho dinero, pero viste lo mejor que puede. Fuma, bebe cualquier cosa que no sea dulce. Se levanta tarde por gusto y temprano por necesidad. Es un tipo, en el sentido en que Eco utiliza el término: Don Quijote es un tipo, pero solo es tipo de todos los Don Quijotes, tipo de sí mismo.

Invita al eterno retorno, a la repetición siempre nueva.
El renacimiento de Marlowe debería consagrar los rasgos inolvidables que su creador atribuyó al detective: “Es un personaje de cierta nobleza, de ingenio corrosivo, triste pero no derrotista, solitario pero nunca realmente seguro de sí”. ¿Tiene conciencia social? “Tanta como un caballo”, responde Chandler. “Tiene conciencia personal, que es algo totalmente distinto”. Es un santo: encarna “la lucha de todos los hombres esencialmente honrados por ganarse la vida con decencia en una sociedad corrupta”. Mejor persona para el lector que para sí mismo, es más honorable que usted y que yo, dice Chandler, y concluye: “Si ver basura donde hay basura es un signo de inadaptación social, Marlowe es un inadaptado”.

Así, pero envejecido, era el Marlowe que Osvaldo Soriano imaginó en Triste, solitario y final (1974), donde el gordo Soriano formaba, personaje de su propia novela, pareja de aventuras con el flaco detective de Chandler, en un caso en torno al Gordo y el Flaco cinematográficos, también criaturas sagradas. Los recreadores de mitos no son ladrones de cadáveres, sino de seres vivos que reviven sin fin. Hay, sin embargo, una diferencia entre viejos inmortales como Jesucristo o Don Quijote y los inmortales recientes, que son héroes propiedad de los herederos de su creador, algo que probablemente Soriano ignoró. Si el nuevo uso de criaturas como Marlowe, Bond o Poirot se atiene a la lógica de los mitos, obedece forzosamente a la de la franquicia, que, según el diccionario de la Academia, significa “concesión de derechos de explotación de un producto, actividad o nombre comercial”, licencia para repetir la atmósfera de una marca, el diseño, el modelo.

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Mitos o franquicias que reviven

Benjamin Black revivió al detective Marlowe en su novela ‘La rubia de ojos negros’

/ 15 de junio de 2014 / 04:00

Philip Marlowe nació ya detective privado en 1939, en la primera novela de Raymond Chandler, El sueño eterno. No habla jamás de sus padres, y no tiene parientes, que se sepa, o eso decía su creador. Marlowe sigue vivo y, a pesar de haber llegado al mundo hace 75 años, tiene la misma edad que en 1939.

Pertenece al tiempo atemporal de los mitos, de donde ahora lo rescata John Banville, alias Benjamin Black en su novela La rubia de ojos negros. Los mitos tienen la gracia de la resurrección incesante y fabulosa: inmortales griegos, bíblicos, caballerescos, dráculas, tarzanes y peterpanes, Sherlock Holmes y James Bond, Poirot y Maigret, por qué no.

Un mito es siempre nuestro contemporáneo, y Marlowe merece renacer en este instante: desconfía de la riqueza y de sus poseedores, ajedrecista solitario, incómodo para los policías serviles con los poderosos y peligrosos para la gente como él. “La ley protege al que paga”, decía en Adiós, muñeca. Según Chandler, no tiene mucho dinero, pero viste lo mejor que puede. Fuma, bebe cualquier cosa que no sea dulce. Se levanta tarde por gusto y temprano por necesidad. Es un tipo, en el sentido en que Eco utiliza el término: Don Quijote es un tipo, pero solo es tipo de todos los Don Quijotes, tipo de sí mismo.

Invita al eterno retorno, a la repetición siempre nueva.
El renacimiento de Marlowe debería consagrar los rasgos inolvidables que su creador atribuyó al detective: “Es un personaje de cierta nobleza, de ingenio corrosivo, triste pero no derrotista, solitario pero nunca realmente seguro de sí”. ¿Tiene conciencia social? “Tanta como un caballo”, responde Chandler. “Tiene conciencia personal, que es algo totalmente distinto”. Es un santo: encarna “la lucha de todos los hombres esencialmente honrados por ganarse la vida con decencia en una sociedad corrupta”. Mejor persona para el lector que para sí mismo, es más honorable que usted y que yo, dice Chandler, y concluye: “Si ver basura donde hay basura es un signo de inadaptación social, Marlowe es un inadaptado”.

Así, pero envejecido, era el Marlowe que Osvaldo Soriano imaginó en Triste, solitario y final (1974), donde el gordo Soriano formaba, personaje de su propia novela, pareja de aventuras con el flaco detective de Chandler, en un caso en torno al Gordo y el Flaco cinematográficos, también criaturas sagradas. Los recreadores de mitos no son ladrones de cadáveres, sino de seres vivos que reviven sin fin. Hay, sin embargo, una diferencia entre viejos inmortales como Jesucristo o Don Quijote y los inmortales recientes, que son héroes propiedad de los herederos de su creador, algo que probablemente Soriano ignoró. Si el nuevo uso de criaturas como Marlowe, Bond o Poirot se atiene a la lógica de los mitos, obedece forzosamente a la de la franquicia, que, según el diccionario de la Academia, significa “concesión de derechos de explotación de un producto, actividad o nombre comercial”, licencia para repetir la atmósfera de una marca, el diseño, el modelo.

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