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El lobo de Wall Street

La más reciente hechura de Martin Scorsese está basada en el libro autobiográfico de Jordan Belfort. Dicho de otro modo, es el relato de una historia verdadera. Ahora bien, cuando una película anuncia que está basada en “hechos reales” conviene encender la luz de alarma. Con frecuencia el anuncio está destinado a predisponer al espectador para admitir cualquier exceso o bien muestra la incapacidad del realizador para reelaborar de manera cinematográfica y narrativamente adecuada lo “realmente sucedido”. Así hemos visto desfilar innumerables biopics desasistidos del mínimo esfuerzo por trascender la chata ilustración de apariencias o intimidades —cuanto más escandalosas mejor— por lo general emparentadas con cualquier revista farandulera antes que con un serio esfuerzo por traspasar la mundanidad de celebridades relativamente conspicuas.

No es el caso. A sus 71 años Scorsese da cuenta de una furiosa energía para convertir la historia de Belfort en una ácida invectiva contra las derivas del capitalismo especulativo responsable de la última crisis del sistema financiero, cuyas consecuencias siguen pesando sobre buena parte de las economías del mundo industrializado.

Belfort, prototipo del yuppie veinteañero encaramado de buenas a primeras en el éxito y la fortuna, comenzó su carrera como corredor de bolsa en Wall Street estableciendo pronto su propia empresa bursátil, la Stratton Oakmont. De sus iniciales maniobras financieras relativamente legales —los malabarismos de esa especie nunca son del todo legales— pasó a ser el prototipo de los usufructuarios de la burbuja que acabó estallando en 2008.

COMPINCHES. Sin restricciones normativas y escrúpulos, Belfort, su socio Danny Porush (Donnie Azoff en la película) y demás compinches hicieron de la corrupción un modus vivendi, lanzando indiscriminadamente empresas en la Bolsa en una maniobra de estafa a gran escala finalmente parada por los mecanismos judiciales cuando los timados ya eran legión.

En otras manos, el ascenso y la caída de este vividor se prestaban para la consabida y solemne fábula edificante de buenos versus malos, castigados los últimos in extremis por haber infringido los límites del sueño americano. Allí donde cualquier director del montón se hubiese dedicado a desmenuzar los pormenores del procedimiento operativo de Belfort y sus muchachos para hacerse de una considerable fortuna con recursos ajenos, apuntando a dirigir sobre tales maneras la repulsa de la platea, Scorsese prefiere sumergirse de lleno en el delirio del protagonista.

A poco de comenzar el relato, introduce al protagonista y sus laderos disparando muy divertidos cierto impensado “proyectil”: un enano de carne y hueso lanzado contra un blanco ad hoc. De inmediato, el protagonista pasa a inhalar su cuota diaria de alucinógenos aspirando unas líneas de cocaína cuidadosamente dispuestas en el opulento trasero de una mujer. El ácido tono de farsa de semejante entrada en materia atravesará de punta a cabo las tres horas de un relato desmesurado, como desmedido es el pasar cotidiano del grupo de arribistas lanzados a la montaña rusa del poder y los placeres: dinero, alcohol, drogas y sexo, todo en dosis superlativas.

De alguna manera Scorsese vuelve sobre algunos episodios de su filmografía retomando la mirada a la intimidad del submundo de los gángsters frecuentada en Buenos muchachos (1990) y Casino (1995). Pero, en esta oportunidad, con un frenesí que deja de lado los tiros para concentrarse en las consignas que condensan hoy por hoy el ideario del self-made man en una sociedad donde los valores puritanos que solían adornar ese mito americano tienen olor a naftalina y el vale todo, recomendado apasionadamente por Belfort a sus seguidores, ocupa sin disimulo su lugar. La ambición salvaje y sin límites ni cortapisas mueve a los personajes en una narración que se cuida puntillosamente de condenarlos en nombre de una restauración ética, arrepentimientos de por medio, la cual pareciera estar al margen de los desvelos presentes de la sociedad. Tan es así que el director se abstiene de entregar un retrato monocromático del protagonista, tipo carismático y al mismo tiempo irritante, poseedor de un verbo con gran capacidad de persuasión capaz al mismo tiempo de mostrarse frío y calculador hasta el borde de la inhumanidad.

El relato está armado en una cadena de anécdotas que funciona por acumulación por un excepcional trabajo de montaje a cargo de Thelma Shoonmaker, colaboradora habitual de Scorsese, y enriquecido por una banda sonora meticulosamente armada a base de fragmentos de conocidas composiciones de época. La banda sonora aporta lo suyo para la creación de un ritmo frenético, próximo a la histeria, una genuina orgía de codicia que solicita la complicidad del espectador a partir del primer monólogo de Belfort de cara a la cámara.

En su quinta participación al mando de Scorsese Leonardo DiCaprio se muestra definitivamente habilitado para asumir aquellos papeles que al principio de su carrera daban la impresión de resultarle inaccesibles, contando con el acompañamiento de varios secundarios que le disputan el brillo estelar sin mengua empero de su propio lucimiento.

A pesar de ésas y otras dianas no todo resulta inobjetable en esta parodia burlesca vital, iracunda a menudo, acerca de la crisis de un modo de vida encaminado al desastre.

SOBRAN. A la película le salen sobrando cuando menos 30 minutos: forzadas vueltas de tuerca sobre secuencias que el director insiste en estirar hasta el empacho, con serio riesgo de cansar a la platea y de acabar induciendo su distanciamiento. El ejemplo extremo de esto es la secuencia en formato de comedia muda de Belfort y Azoff ya en plena caída libre, idos por consumo en demasía de estupefacientes, precipitándose por las escaleras, incapaces de articular tres frases coherentes y empecinados en engullir, literalmente, raciones indigeribles de jamón.

Ocurre que entre la farsa desatada y el brochazo grueso media una línea muy tenue. Hablar de comedia puede sonar a un contrasentido tratándose en buenas cuentas de la autopsia de Wall Street y aledaños —o sea toda la armazón financiera-militar-industrial norteamericana—. No lo es. Es la opción de uno de los pocos maestros en actividad por la ironía extrema, la provocación y el atrevimiento para bloquear cualquier coartada de quienes se sientan tentados a creerse fuera —ajenos y ayunos de  responsabilidad—, de semejante cuadro que describe la caducidad irremisible de los pudores en la tierra de promisión.

Ficha técnica

Título original: The Wolf of Wall Street. Dirección: Martin Scorsese. Guión: Terence Winter. Libro: Jordan Belfort. Fotografía: Rodrigo Prieto. Montaje: Thelma Schoonmaker. Diseño: Bob Shaw. Arte: Chris Shriver. Música: Howard Shore. Producción: Riza Aziz, Richard Baratta, Marianne Bower, Leonardo DiCaprio. Intérprtes: Leonardo DiCaprio, Jonah Hill, Margot Robbie, Matthew McConaughey, Kyle Chandler, Rob Reiner, Jon Bernthal, Jon Favreau, Jean Dujardin, Joanna Lumley, Cristin Milioti.   EEUU/2013.