Si soy abatido, no lamentaré absolutamente nada”, dejó escrito el autor y piloto francés Antoine de Saint-Exupéry el 30 de julio de 1944, un día antes de que su avión desapareciera en el Mediterráneo.

“Nunca sabremos de verdad cómo murió”, señala Delphine Lacroix, que se ocupa de la memoria del autor para la Fundación Saint-Exupéry, y que cuestiona la versión oficial que indica que el autor de El Principito fue abatido por un caza alemán.

Una historia que fue reforzada en 2008, cuando el piloto alemán Horst Rippert se declaró responsable del tiro que alcanzó al aparato del escritor, lo que pareció poner fin a la controversia. Pero Lacroix cree que podría tratarse de “un simple fabulador” y que el accidente pudo deberse a diversas causas difíciles de determinar.

El misterio que rodea a su muerte no hace más que engrandecer su figura que, con motivo de los 70 años de su desaparición, es objeto de homenajes. La Galerie ArtCube inauguró una exposición en la que se rememora “más al piloto de guerra que al escritor” y su trágico fin, según su responsable, Jonathan Gervoson. Fotografías de aviación, fragmentos de un avión redecorado, placas de aluminio o esculturas del imaginario de El Principito, son los elementos con los que seis artistas plasman la legendaria vida del piloto-escritor.

Saint-Exupéry se inició en la aviación en los años 30 con la compañía Aéropostale, encargada de distribuir el correo desde África hasta América del Sur y, según Gervoson, “formó parte de los escritores aventureros de esa época, como Ernest Hemingway”.

Ese es otro de los puntos controvertidos de la vida del escritor francés, pues como señala su biógrafo, Virgil Tanase, Saint-Exupéry “se convirtió en aviador para ganar dinero, pero siempre quiso dejarlo”.

“No era un buen piloto, no quería aprender inglés, idioma que hablaban los controladores aéreos estadounidenses, y no respetaba las consignas”, indica Tanase, que recuerda que el autor de Vuelo nocturno cometió “errores monumentales” en aviación. Se estrelló en varias ocasiones y siempre quiso llevar una existencia más tranquila como escritor, pero “el problema en toda su vida era su compromiso con el deber”.

En 1940 publica Piloto de guerra, una llamada a Estados Unidos para que entre en la Segunda Guerra Mundial, donde considera que se está luchando en defensa de la civilización occidental. La ideología nazi le parece “el colmo de una actitud peligrosa, brutal y animal”, apunta Tanase.

Pese a que le prohibieron combatir porque superaba la edad permitida, utilizó su notoriedad como escritor y a sus contactos para unirse a un equipo de reconocimiento del Ejército.

El sacrificio era algo importante para el código de honor del autor de El Principito, un eterno niño que comparaba la artillería con las nubes, el mejor epitafio para un humanista que pasó su vida surcando el cielo.